Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
A la mañana siguiente, Fauconberg ordenó un nuevo ataque sobre la ciudad. Comenzó el día con un bombardeo. El bastardo había sacado los cañones de sus barcos y los había dispuesto en una línea que ahora batía el borde sur de la ciudad. Sin embargo, todo lo que consiguió fue que la propia artillería de la ciudad, más potente, le respondiera. Así pues, el ataque artillero falló, por lo que se pasó al ataque directo. Fue un ataque en tres puntos: el puente, Aldgate y Brishopsgate. El 12 de mayo, las principales defensas del puente habían sido ya derribadas; sin embargo, los atacantes quedaron embalsados en las cercanías de la Torre.
En Bishopsgate, los atacantes
prendieron fuego a la puerta y otras casas; pero, en todo caso, lo que les
salió mejor fue la operación en Aldgate. Llegaron a entrar tan adentro que sólo
un esfuerzo hercúleo por parte de los defensores consiguió mantenerlos a raya.
Hay que decir que aquella batalla no la ganó Earl Rivers; él sólo con sus
tropas, por así decirlo, profesionales, no lo habría logrado. Fueron los
londinenses, que le tenían un gato de la hostia a los kentish (y en gran parte
se lo siguen teniendo), los que defendieron aquel día la ciudad, su ciudad.
Fauconberg había sido derrotado
sin paliativos; pero no parecía muy dispuesto a rendirse. Permaneció un día más
en St. George’s Field y cuando se fue lo hizo sólo hasta Blackheath, donde
permaneció hasta el 18 de mayo. Sin embargo, cuando las primeras tropas de
Eduardo, enviadas desde Coventry, aparecieron por la ciudad, ya todo se vio
perdido para los rebeldes. Los barcos del bastardo levaron anclas hacia
Sandwich. Los soldados de Calais que Fauconberg había traído consigo regresaron
a su destino; en general, los soldados de las poblaciones del sureste
simplemente regresaron a sus casas. Eduardo entró triunfante en la ciudad el 21
de mayo. El alcalde de Canterbury fue ejecutado y las cabezas de dos de los
tenientes de Fauconberg colgaron de la puerta de Aldgate. En el caso de
Fauconberg, el pragmático Eduardo prefirió ofrecerle un perdón, que éste aceptó
ante Ricardo de Gloucester antes de que terminase aquel mayo. El bastardo, sin
embargo, fue decapitado cuatro meses después, aunque es probable que fuese por
alguna movida nueva. Fueron meses, en todo caso, durante los cuales diversas
comisiones de justicia fueron enviadas a Kent y Essex para identificar rebeldes
y, diríamos hoy, criminales de guerra, y prescribirles castigo. Los únicos que
no fueron molestados, dado lo necesarios que eran, fueron los soldados de Calais.
En los días de esta victoria
eduardiana, el emérito Enrique la roscó. Hay crónicas que dicen que murió de
pena por ver la dinastía Lancaster extinguida y su causa perdida; aunque no son
pocos los historiadores que siempre han considerado que, digámoslo
elegantemente, en su último viaje no fue el ex rey quien compró los billetes.
La cosa tiene lógica. Muerto el príncipe de Gales, el último Lancaster era el
propio Enrique y, por viejo que fuese, si todavía se le levantaba el pene,
aunque sólo fuera 30 o 40 grados, existía la posibilidad de que pudiese llegar
a fabricar más lancastritos. Eduardo, tal vez, decidió no correr riesgos. El
rey, además se sabía plenamente establecido. Aparte una pequeña rebelión más,
la del Monte de San Miguel (1473), Eduardo ya no tuvo que enfrentarse a más
movidas durante el resto de los años que siguió siendo jefe del Estado.
Ya quedaban muy pocas cosas de
las que preocuparse. En Gales, por ejemplo, Jasper Tudor y su sobrino, Enrique
Duracell, conde de Richmond, tenían el control del castillo de Pembroke. Allí
se defendieron como gato panza arriba e, incluso, lograron capturar a un
conspicuo yorkista, Roger Vaughan, cuya cabeza separaron del resto del cuerpo.
Sin embargo, la vida era cada vez más difícil en esas condiciones por lo que,
en septiembre, Jasper tomó el Eurotúnel y se fue a Francia. Ahora su sobrino,
Enrique Tudor, era el candidato lancastriano a la corona de Inglaterra. Sin
embargo, en el viaje pillaron una galerna que los desvió y les hizo atracar en
la Bretaña del duque Francisco; y Paco el Bretañas era amigo de Eduardo IV, no
se olvide. Tanto Eduardo de Inglaterra como Luis de Francia le hicieron ofertas
para comprarle, literalmente, a los dos ilustres prisioneros; Francisco, sin
embargo, buen conocedor de que era poseedor de eso que los ingleses llaman una trump card, nunca las atendió.
Los dos únicos lancastrianos
importantes que quedaban además de los Pilas eran Juan de Vere, conde de
Oxford; y el vizconde Beaumont. Tras la batalla de Barnet, De Vere había escapado
a Escocia y luego a Francia. Con ayuda del rey Luis se dedicó a dar por culo a
la fortaleza de Calais e intentar regresar a Inglaterra. El 28 de mayo de 1473,
desembarcó en St. Osyth’s, Essex; pero se encontró las cosas tan jodidas que se
hizo a la mar otra vez. Tras un verano de piratería, se juntó con Beaumont y
juntos tomaron el Monte San Miguel el 30 de septiembre, que conservaron durante
meses, pero sin suponer peligro alguno para el poder constituido eduardiano. Se
rindieron ya en 1474.
Jorge Neville murió en 1476 y
Clarence en 1478; así pues, sobre la dominación militar, Eduardo no tuvo que
preocuparse por posibles defecciones dentro de su propio gobierno, por así
decirlo. El otro hermano del rey, Ricardo de Gloucester, estableció un
interesante acuerdo de colaboración con el conde de Northumberland, que incluso
pareció cerrar la legendaria enemistad entre los Percy y los Neville en el
relapso Norte.
Antes de morir, en 1483, Eduardo
fue a la guerra contra Francia en 1475 y Escocia en los últimos meses de su
vida; ninguna de ellas, sin embargo, tuvo consecuencias en suelo inglés
(fueron, pues, el tipo de guerras del que tanto gustan los británicos).
Eduardo, por lo demás, tenía un heredero, Eddie Jr., quien como recordaréis
había nacido el 2 de noviembre de 1470 en alguna celda de Westminster; luego
había tenido un segundo hijo, Ricardo, nacido en agosto de 1473.
Inglaterra daba toda la impresión
de ser York for good.
Pero eso, claro, no es toda la
Historia.
Hay un elemento importante que se
debe de tener en cuenta. El 9 de abril de 1483, cuando muere Eduardo IV tras un
enfriamiento que cogió pescando, la Guerra o las Guerras de las Rosas han
costado la vida de 39 peers o Grandes
de Inglaterra, como les podíamos llamar usando la terminología al uso en
España. Nos guste o no, que ya se sabe que cuando de Historia se saben dos o
tres cositas contadas en cualquier aula de una Facultad de Políticas, darle
leña al sistema feudal es deporte nacional; nos guste o no, digo, la nobleza de
sangre, cuando menos hasta el siglo XVII en Europa, ha sido el elemento
vertebrador de las sociedades. Toda sociedad tiene una clase que la debe
vertebrar, sea ésta la clase noble, la clase media o, nos diría Vladimiro Luis,
el proletariado. Podemos discutir sobre
cuál de esas clases vertebra una sociedad mejor; pero sobre el hecho vertebral,
hay muy poco que discutir.
Eduardo de York, lejos de lo que
imaginan o creen saber los que no tienen ni puta idea y se creen que la Edad
Media fue una época en la que a la gente la mataban por la calle mientras sus
vecinos lo veían y mascaban chicle; Eduardo de York, decía, fue un hombre que
aplicó la violencia política hasta unos límites que sorprendieron a sus contemporáneos. Abrió una lata en
Inglaterra que yo creo que tardó siglos en cerrarse, y que hace de la política inglesa un lugar mucho más violento y petado de traiciones de lo que los
muy civilizados ciudadanos de la Gran Bretaña quieren usualmente reconocer.
Pero, sobre todas las cosas, Eduardo IV fue un rey que dejó el país sin nobleza.
Repito que ya supongo que esta frase es el sueño húmedo de más de un intérprete
de la Historia con dos de pipas, pero es una frase que no porta ninguna buena
noticia. Desestructurada, desvertebrada, vulnerable al poder de unos pocos o
incluso de uno solo, la Inglaterra tardomedieval se expuso a gravísimos
peligros de volatilidad e inestabilidad estructural que, cien años después de
Eduardo, todavía quitaban el sueño a la reina Isabel, y sin los cuales no
habría sido posible la figura distorsionadora de su padre.
Desvestida de sus estructuras,
Inglaterra se enfrentó a la muerte de su rey con muchas preguntas y escasas
respuestas. Y una lucha sin cuartel en la cúpula del poder. El primero de los
grandes temas fue la posesión de la persona del heredero, Eduardo V. Ricardo de
Gloucester, el hermano superviviente del rey, estaba en el Norte cuando le
llegaron las noticias del fallecimiento real; probablemente en la misma carta
le venía la información de que el príncipe lo había nombrado Lord Protector.
Cuando Eduardo hizo ese nombramiento, tenía doce años; una edad quizás muy
corta para nuestros estándares, pero suficientemente madura para un rey como
para suponer que su decisión no fue puramente formal. Es probable, por lo
tanto, que Eduardo tuviese un deseo por mantenerse lejos de los Woodville, es
decir, todo el personal relacionado con su madre; y por eso escogió a su tío:
era su tío y, además, su habitual residencia en las tierras septentrionales lo
había apartado de la Corte y sus movidas.
Ni Eduardo, ni siquiera Ricardo,
eran los únicos que tenían una preocupación evidente por alejar al rey niño de
los Woodville. Lord Hastings, por ejemplo, lo dejó prístinamente claro en la
primera reunión del Consejo Real tras los funerales de Eduardo IV; parece ser
que se había enfrentado al clan de la reina y temía represalias.
En el momento de la muerte de su
padre, Eduardo V estaba en Ludlow con su tío materno, Earl Rivers. El Consejo
decidió que debía ser traído a Londres echando leches y que el 4 de mayo había
que coronarlo. Esto, sin embargo, no quiere decir que los Woodville cediesen en
su poder. En realidad, como ya he insinuado, Londres era su territorio, y allí
todos quienes no les eran parciales estaban en minoría. Muy particularmente, el
elemento fundamental para el control de la ciudad en aquel momento, la Torre,
estaba a cargo del hijo mayor de la reina y de Tomás, marqués de Dorset,
enemigo declarado de Hastings.
Los preparativos del traslado del
todavía príncipe de Gales afloraron las intenciones. Los Woodville querían que
el príncipe viajase a Londres con una fortísima escolta, un pequeño ejército;
claramente, pretendían tomar el control de Londres y del rey, descarándose frente
a sus enemigos palaciegos. Hastings, en estas circunstancias, exigió que la
escolta de Eduardo fuese simbólica. El príncipe no estaba en peligro, nadie
quería su mal; y si los Woodville querían aprovechar la coronación para tomar
el control militar de la capital y del país, entonces él se marcharía a Calais,
la fortaleza de la que era capitán desde 1471 y que seguía siendo, en aquel
entonces, el único ejército inglés permanente. Si huía, Hastings podría,
además, llegar a inteligencias con franceses o borgoñones. Así pues, los
Woodville tascaron el freno, y aceptaron que la tropa que llegase con el
príncipe no superase los 2.000 efectivos.
Ricardo, mientras tanto, seguía
en el Norte, afirmando su fidelidad a su sobrino en cada acto, pero contactando
secretamente con Hastings y con Henry Stafford, segundo duque de Buckingham,
otro de los principales opositores de los Woodville en Londres. El 29 de abril,
menos de un mes después de la muerte del rey pues, Gloucester y Buckingham se
vieron en Northampton, tiempo después de que el propio Eduardo hubiera pasado
por ahí. En ese momento, todo seguía siendo formalmente happy, pues Earl Rivers
y Ricardo Grey se habían llegado a la ciudad para cumplimentar al Lord
Protector. Cenaron los cuatro juntos en amor y compañía.
Al día siguiente, sin embargo,
todo cambió.
Earl y Ricardo fueron despertados
por unos heraldos, que les informaron de que estaban arrestados.
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