Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
Calais, en todo caso, era un grano en el culo de cualquier gobernante inglés. La primera vez que Ricardo de York consiguió ser Lord Protector ya le había birlado, en el terreno de los hechos, el mando sobre la ciudad a Somerset. Sin embargo, sus enviados nunca llegaron a entrar en ella. En mayo de 1454, la guarnición del castillo, que como hemos dicho eran unos soldados pijos que cobraban sobresueldos, se rebelaron a causa de los muchos retrasos en el pago de sus soldadas. Reclamaban, o bien dicho pago, o bien que se les permitiese comerciar con la lana que habían afanado en sus correrías. York les dijo que no pensaba pagarles hasta que no le dejaran entrar y en eso estaba la movida cuando Enrique VI recuperó la conciencia y el gobierno.
Como sabemos, tras los sucesos de St. Albans, el conde de
Warwick fue nombrado capitán de la plaza. El bravo kingmaker, sin embargo, se
habría de encontrar con una situación totalmente podrida, en la que los impagos
se habían ido acumulando y el personal estaba ya cabreado en modo experto.
Estuvo negociando hasta enero de 1456, fecha en la que se alcanzó un frágil
acuerdo.
Tanto las negociaciones como el propio acuerdo arruinaron a
la Company of the Staple, esto es, a los comerciantes que articulaban el comercio
de lana de la ciudad. No sólo tuvieron que estar meses sin comerciar a causa
del cierre de facto del puerto, sino que, en virtud del acuerdo de 1456,
tuvieron que adelantar el monto de los atrasos que se le debía a la tropa. En
abril, en todo caso, los amotinados, una vez que tenían llenas las
faltriqueras, abrieron las puertas de la ciudad. Semanas después, Warwick
apareció por allí.
Las cosas en Inglaterra, sin embargo, cambiaban para los
vencedores de St. Albans, aunque menos de lo que parece. De hecho, el 25 de
febrero de 1456, apenas tres meses después de haber sido nombrado por segunda
vez Lord Protector, Ricardo fue desposeído, también por segunda vez, de dicho
cargo. El motivo de este movimiento era, realmente, más formal que de fondo. El
rey estaba bien, había recuperado completamente su albedrío, así pues la figura
del Lord Protector, una especie de regente para momentos de incapacidad, era
innecesaria. Sin embargo, aunque Enrique se libró del mando formal de Ricardo,
los York y los Neville siguieron siendo las manos que mecían la cuna inglesa.
En realidad, no era Enrique el peor enemigo de los nuevos
dueños del poder. El verdadero enemigo de York era Margarita de Anjou. La reina
le temía a un tercer protectorado como a un nublado; tenía claro que, si
Ricardo conseguía hacerse con las riendas formales del país una vez más usando
cualquier disculpa, utilizaría el cargo para perder definitivamente a su hijo.
La primera medida que tomó Margarita fue no estar a tiro. En
Westminster ella estaba convencida de que su vida peligraba, y no contaba con
la complicidad de su marido para contrarrestar a las fuerzas contrarias a su
persona. Por lo tanto, lo antes que pudo cogió a su hijo el príncipe Eduardo y,
con él, se dedicó a viajar y a residir en los castillos del ducado de
Lancaster, en las tierras medias inglesas; o en las posesiones del condado de
Chester, propiedad de su churumbel. A los ojos de los ingleses, el tema incluso
ni siquiera se hizo sospechoso. Margarita era francesa y, es verdad, los reyes
franceses han manifestado siempre cierta tendencia en contra de vivir en medio
de todo lo gordo parisino.
Margarita, sin embargo, estaba multiplicando las tertulias
en sus palacios; buscaba alianzas. Buscaba alianzas y, también, buscaba aliar a
su marido con su estrategia; hacer que el rey saliese de Londres, para así no
estar en la esfera de influencia de los que consideraba sus enemigos.
Ciertamente, nada obligaba al jefe del Estado a residir en la capital. Enrique
titubeó, cosa lógica puesto que era lo que mejor se le daba en la vida, pero a
finales del verano de aquel 1456 terminó por dar el paso, y se reunió con su
mujer en Kenilworth.
La marcha de Enrique de Londres comenzó una tenue, pero
constante, deriva de poder. Laurence Booth, canciller privado de la reina, se
convirtió en el Lord Protector del Sello Real, algo así como lo que hoy
llamamos Notario Mayor del Reino (distinción que, si no me equivoco, en España
corresponde al ministro de Justicia). En octubre se nombró un nuevo canciller y
un nuevo tesorero. El segundo conde de Shrewsbury, precisamente la persona que
había sido nombrada tesorero, mantuvo
sendas entrevistas pocos días después con Exeter, que había sido liberado de
prisión; y con el nuevo duque de Somerset quien, como se podrá imaginar, muy
yorkista no era. Los tres intentaron cargarse a Warwick en su camino hacia
Londres. Pocos días después, Egremont, que estaba encerrado en Newgate, se hizo
un Prison Break. Su hermano mayor, el nuevo conde de Northumberland, consiguió,
en febrero de 1457, que se le garantizase un contrato como nuevo guardián de
Berwick y la Marca Oriental; y ya sabéis que ese tipo de misiones comportaban
el derecho a levantar ejércitos privados. Por último, aquel mismo 1457, cuando
el obispo de Durham, hermano de Salisbury, murió, fue sustituido por Laurence
Booth.
Como se ve, el pájaro cuco, lentamente pero sin pausa,
estaba echando a los polluelos yorkistas del nido. Margarita de Anjou y sus parciales,
en todo caso, querían hacer las cosas de forma que no se repitiese un St.
Albans; en realidad, yo creo que nadie quería una repetición de aquella batalla
o, más en concreto, nadie tenía la sensación de que podía salir de la misma
como ganador neto. Ambos gallos del corral, el yorkismo y lo que podríamos
denominar antiyorkismo o anjouismo, sabían que si había hostias se iban a
dejar, sí o sí y aunque ganaran, algunos pelos en la gatera; y ninguno andaba
sobrado de melenas.
El problema era la debilidad del país. El 28 de agosto de
1457, una pequeña fuerza militar francesa desembarcó por sorpresa en la costa
de Kent y saqueó Sandwich, donde es de imaginar que encontrarían mucho jamón y
queso. En estas circunstancias, resultaba complicado evolucionar hacia una
guerra civil en el país, toda vez que el temor mayor era el de ser invadidos
por los franceses. A esto hay que añadir que el duque de Buckingham, a pesar
del maltrato que habían sufrido sus intereses (dos hermanastros suyos eran
quienes habían sido desposeídos de las condiciones de canciller y tesorero)
nunca había abandonado la postura conciliadora, y era en esto muy influyente
frente al rey.
Fruto de estas presiones y negociaciones, los yorkistas
aceptaron impulsar gestos para dar por cerrada la herida de St. Albans. Pagaron
la celebración de misas allí mismo por las almas de los muertos en la batalla y
aceptaron pagar compensaciones económicas a los Percy y los Clifford. El 24 de
marzo de 1458, en lo que se llamó el Loveday, ambos bandos marcharon juntos a
San Pablo. Allí estaban Somerset, Salisbury, Northumberland, Warwick, Ricardo y
la reina. No hay, sin embargo, que exagerar el bálsamo pacificador de aquel
encuentro, pues en realidad no fue tal. Todos los citados en San Pablo se
presentaron en Londres acompañados de sus propias tropas, que se quedaron en
las afueras de la ciudad, acampadas, y en un estado de excitación las unas
contra las otras que hizo temer lo peor varias veces.
La paz formal entre enemigos que no se podían ni ver duró
medio año. No fue, sin embargo, medio año completamente pacífico. Margarita
continuó su estrategia de cocer la rana a fuego muy lento. Consiguió ganar el
puesto de canciller del Exchequer para uno de sus parciales, momento a partir del cual las
transferencias de pasta hacia Calais comenzaron a discontinuarse de nuevo;
Warwick cada vez lo tuvo más difícil para cumplir con la nómina de sus díscolos
subordinados.
La respuesta de Warwick fue muy inglesa: hacerse pirata. Los
ingleses, la verdad, han tenido siempre una tendencia muy marcada a considerar
que lo de los demás, en realidad, no es de nadie, y por eso pueden tomarlo.
Warwick armó diez barcos de su propio peculio y se dedicó, pues, a alimentar
las nóminas del fuerte de Calais a base de robar a todo mercante que viera
pasar por aquel paso tan estratégico. A finales de mayo, sus barcos avistaron y
atacaron a una flota española, y capturaron seis barcos. Pocos días después
cantó bingo al pillar en bragas a la flota de la Liga Hanseática, que
garantizaba el transporte regular de sal desde la bahía francesa de Bourgneuf
hacia las ciudades hanseáticas de la Alemania septentrional y las costas
bálticas.
Lo que fue un éxito para Warwick, sin embargo, era un problemón
para el Estado inglés. El capitán de Calais estaba atacando barcos de naciones
neutrales que, por lo tanto, tenían derecho a ser dejados en paz por los
ingleses. El hecho de que este status quo fuese radicalmente roto, y de forma
unilateral, por Warwick, disparó la rumorología sobre sus planes. Se comenzó a
decir que estaba en inteligencia con el duque de Borgoña; que buscaba grandes
alianzas internacionales en favor de Ricardo de York para presionar en favor de
su ascensión al trono.
La reina exigió su cese. Para ella, el movimiento de Warwick
y los rumores que había despertado eran de gran valor, puesto que para entonces
Margarita ya estaba convencida de que, a despecho de las conachadas del Loveday
o Día Moñas, los dos bandos que se disputaban el poder en Inglaterra iban a ir
a la guerra civil; y en el entorno de una guerra civil, controlar Calais era
tema de no poca importancia.
Ahora, todo eso podía hacerse con plena formalidad. Warwick
fue llamado a Londres en octubre de 1458, para responder a la acusación de
haber atacado barcos de la Liga Hanseática. Sus sirvientes (más bien sus
guardaespaldas) llegaron muy nerviosos e intensitos y, al punto, tuvieron una
pelea con los del rey, por lo que el capitán de Calais fue puesto a disposición
de la guardia; el bravo noble, sin embargo, se abrió paso hacia su barca a
hostia limpia. La reina se desgañitó exigiendo que fuese arrestado, pero lo
cierto es que se marchó a Calais sin ser molestado.
El gesto de Warwick, en todo caso, convenció a todo el mundo
de que los tambores de guerra no tardarían en sonar de nuevo. Buckingham y los
partidarios de la negociación cada vez eran menos escuchados. En realidad, esta
situación favoreció claramente al bando de la reina. En un entorno de
enfrentamiento larvado pero cada vez más cercano, los tibios eran, de una forma
u otra, compelidos a tomar una decisión sobre a quién apoyar. Buckingham se lo
pensó mucho pero, finalmente, llegó a la conclusión de que Warwick había ido
demasiado lejos, y decidió ponerse del lado de la Corte. Esta decisión decidió asimismol a Margarita de que era el momento de apostar. En junio se convocó un gran
consejo en Coventry; consejo grande, pero no total, porque fuera de la
convocatoria quedaron York, Salisbury, Warwick, Jorge Neville, el hermano de
Warwick y obispo de Exeter, y los Bourchier.
Puesto que la audiencia era decididamente cortesana, las
condenas contra los yorkistas llegaron a docenas. Cuando los yorkistas recibieron
noticias de lo que había pasado en Coventry, pensaron en realizar un encuentro
por su parte en Ludlow. Allí, Ricardo se uniría a Salisbury, con un ejército de
ingleses del norte; y Warwick vendría con una guarnición de Calais al mando del
líder natural de las tropas en Francia, Andrew Trollope. Consideraban que el
rey todavía quería mantener la paz; pero que sólo lo haría si apreciaba la
amenaza.
Si vis pacem
ResponderBorrar¿Parabellum?
ResponderBorrar¿Eso no es un tipo de bala?
¿Me se haecho usted fachista de esos?
Con las armas y la violencia y esas cosas franquistas.......
Si vis pacem, para bellum, es un aforismo latino que quiere decir "si quieres la paz, prepara la guerra". El creador del calibre 9 mm "parabellum" se sirvió de este aforismo para "bautizar" sus balas
BorrarEncabronado