lunes, julio 12, 2021

La Guerra de las Rosas (4): Los Percy y los Neville

Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pax, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.

Las últimas boqueadas  



Para negociar, el rey eligió, inteligentemente, a aquellos miembros del bando yorkista que habían apostado por él. Por lo tanto, metió en la delegación a los dos Neville, Salisbury y Warwick; además de al obispo de Ely, también conocido por su cercanía a Ricardo.

Delegación tan pastueña, sin embargo, no consiguió ablandar al rebelde. Richi le dijo a sus troncos que si no se detenía a Somerset y no se le formaba consejo de guerra por su actitud en el teatro francés, él seguiría acampado, atento y con las armaduras bien bruñidas. Los negociadores, aparentemente con el asenso de su rey, dijeron que vale. Ricardo, entonces, haciendo gala de esa especial moralidad del hombre de armas medieval, disolvió sus tropas sin esperar a que la condición, además de aceptada de boquilla, lo estuviese de verdad.

Sin embargo, pronto habría de darse cuenta de que estaba bastante equivocado y que, en realidad, eso que los lerdos llaman la Edad Oscura, y que tenía bastantes más lux que otras que van por la vida de sobradas y muy humanistas y bla, era cosa del pasado. Así, cuando York entró en la tienda del rey, se encontró al que teóricamente estaba siendo cargado de cadenas y llevado a la Torre, Somerset, sentado a la derecha del padre, por quien todo fue hecho. Regresando todos ellos a Londres, se encontró, what’s more, con que los heraldos del rey le compelieron a cabalgar por delante de él; el puesto habitual de los que entraban presos.

El Estado inglés, sin embargo, cuando menos en ese momento no tenía ni media hostia contra aquel tipo realmente poderoso. El 10 de marzo York, como okupa bajo Código Penal socialdemócrata, estaba ya en la calle; aunque hay que decir que a sus amigos Devon y Cobham les habría de costar algo más de tiempo volver a mojarse el rostro con la lluvia. Ricardo nunca fue llevado a juicio, a pesar de que su acción era claramente, diríamos hoy, inconstitucional. Lo cierto es que Londres, en aquel final del invierno que en su caso suele confundirse con una simple continuidad del mismo, bullía en esos momentos de historias sobre una armada de galeses que se acercaría por la autopista con el cuchillo de capar gorrinos entre los dientes. Hay que contar, también, con que, la verdad, las pruebas y los argumentos contra Somerset eran muchos, puesto que el favorito del rey lo estaba haciendo en Francia como el culo; así pues, es probable que en el palacio real valorasen la posibilidad de que, llevado Ricardo de York ante los jueces, éste fuese a convertir su juicio en un juicio contra su enemigo.

Ricardo, sin embargo, no estaba para grandes alharacas. En marzo de 1452, había que ser un enfebrecido yorkista para no ver que su estrategia había fallado; que había perdido. Que, golpeando con un ariete contra el muro constitucional inglés (so to speak) había realizado el doloroso descubrimiento de que los foundations del régimen que quería derribar eran más sólidos de lo esperado.

Además, hay que tener en cuenta que los tiempos de la rebelión se pusieron cuesta arriba, porque a Enrique y a Somerset la gobernación se les puso cuesta abajo. En octubre de aquel año de 1452, John Talbot, el conde de Shrewsbury, retomó Burdeos. Somerset ganaba en el campo de batalla pero, sobre eso, lo más importante era que Enrique, por fin, consiguió ganar en el suyo: Marga estaba preñada.

La fortuna, pues, sonreía a los inquilinos del poder. Enrique de Inglaterra parecía confirmar la verdad de esa máxima de Pedro Sánchez según la cual en materia de poder, lo realmente importante es saber resistir. Pero esta relativa estabilidad duró poco; hasta el verano del 53, aproximadamente.

En agosto, efectivamente, llegaron los emails a Inglaterra dando noticia de una derrota brutalmente brutal en Gascuña. El gascuñazo había ocurrido el 17 julio (en aquel entonces las noticias iban por InfoVia, razón por la cual tardaban tanto en llegar) y en Castillon, donde los franceses le habían pasado el escroto por la cara a los ingleses y, de hecho, se habían apiolado a Talbot.

Esta derrota era más que inesperada para un rey como Enrique, que para entonces ya estaba coqueteando con los trastornos límite de la personalidad. Probablemente, operó como catalizador del severo brote que experimentó el rey. La crisis lo envolvió en un estado catatónico en el cual fue incapaz de hablar durante año y medio.

Enrique se convirtió en Théoden de Rohan cuando estaba de caza en Clarendon, cerca de Salisbury. El hecho de que su mierda ocurriese durante un acto relativamente privado y alejado de la capital movió a sus parciales a montar una de las muchas operaciones de censura y ocultación desde el poder que han sido y serán en la Historia. Nada menos que dos meses tuvieron los consejeros del rey a Enrique alojado en aquella finca cinegética, escondido a todas las miradas, mientras hacían como si nada hubiera pasado. Al fin y al cabo, un rey tardomedieval no estaba tan expuesto al ojo público como nuestros actuales campechanos; así pues, el tema podía colar con relativa facilidad.

El problema, claro, era el Richi. York estaba apartado de la política; pero estaba apartado de la política porque vivía convencido de que el rey sostenía con mano firme la mano del Estado. En modo alguno le serviría el argumento de que, con el monarca tolili, Somerset haría las veces; porque su opinión de Somerset era bien clara.

Los hombres de Somerset decidieron en octubre que la cosa ya no se podía ocultar por más tiempo, y decidieron convocar un gran consejo para discutir la incapacidad del rey. Pero, ojo, fue un consejo todo serrano, porque no invitaron a York.

El error de Somerset fue operar ceteris paribus. Quiero decir con ello que, con una reflexión bastante torpe, el favorito del rey consideró que el capital político perdido en 1452 por York a causa de su fallida rebelión armada seguía siendo el mismo y que, consecuentemente, el mayoritario apoyo de los nobles a la casa real seguía en los mismos términos. Pero eso no era lo que estaba pasando, porque Ricardo había aprovechado precisamente los tiempos de segundo plano político para tejer alianzas y hacer promesas a todos aquéllos que estaban, de alguna manera, mosqueados con la debilidad real.

Pero hagamos una parada en el relato. Una parada que nos es totalmente necesaria para poder explicarte un asunto entre familias que está en el fondo de toda esta historia.

Estamos a finales de agosto de aquel año del Señor de 1453. El 24 de aquel mes, Sir Tomás Neville, obviamente miembro de la familia tradicionalmente pro yorkista, hacía un viaje con Maud Stanhope, su recientísima señora. Allí también estaban los condes de Salisbury, los padres del novio; y Sir Juan Neville, el cuñado de Maud. La boda que justificaba aquella alegre partida se había celebrado en el castillo de Tathershall en Lincolnshire; ahora, todos iban hacia el norte, a uno de los castillos de los Neville, donde la esposa iba a vivir permanentemente.

Aquel día 23, la partida fue asaltada. Ocurrió en Heworth Moor, al noreste de las posesiones de los Neville en York. Fue casi un millar de hombres el que se presentó, reclutados por Lord Egremont, el segundo  hijo de Enrique Percy, conde de Northumberland. Dado que el viaje post boda no se hacía por parte de la gente importante sin el acompañamiento de sus propias fuerzas guardaespaldas, los Neville fueron capaces de rechazar a los mercenarios de los Percy, y seguir adelante.

Egremont tenía sus razones para montar la que montó. Maude Stanhope, la feliz esposa, era sobrina y co-heredera de Ralph, Lord Cromwell, uno de los miembros más conspicuos del gobierno del rey Enrique. El Señor del Pozo de Crom había hecho una larguísima carrera como ministro y asesor en la que, como eran normal en aquella época (porque ahora eso no pasa, ¿verdad?) se lo había llevado calentito a base de bien. Como la inmensa mayoría de las gentes enriquecidas de su tiempo, su opción a la hora de colocar su pasta fueron las socimis de su época, esto es, la inversión directa en bienes raíces. Entre otras cosas que Cromwell adquirió estaban dos mansiones: Wressle en Yorkshire, y Burwell en Lincolnshire. Ambas fincas habían sido una vez propiedad de los Percy; sin embargo, las habían perdido (junto con otras muchas cosas, incluido su condado) cuando el primer conde de Northumberland y su hijo Hotspur (que luego se casaría con Tottenham) se rebelaron contra Enrique IV. Ambas fuerzas se enfrentaron en la batalla de Shrewsbury (1403), donde Hotspur perdió la vida. Con aquella derrota, los Percy lo habían perdido todo, aunque el hijo de Hotspur había conseguido, a lo largo de aquellos siguientes cincuenta años, reconstruir buena parte de la riqueza perdida, aunque no toda.

Los Percy podían soportar, malamente, que algunas de sus posesiones tradicionales no fuesen suyas; pero lo que para ellos no tenía un pase es que fuesen de los Neville; y eso era lo que, indirectamente, estaba pasando con la boda de Maud y Tomás.

Y eso, ¿por qué? Pues, básicamente, porque si pensáis que para enemistad legendaria, la de los Montesco y los Capuleto, eso será porque no sabéis gran cosa de la de los Percy y los Neville. Estas dos familias del norte de Inglaterra llevaban ya, en los tiempos que relatamos, eones dándose de hostias. Sus posesiones tradicionales, situadas en Cumberland y Yorkshire, estaban pues tan cercanas las unas de las otras que muy a menudo tenían lindes y, de hecho, cualquier adquisición en la zona prácticamente tenía que hacerse a costa del otro. Los reyes de Inglaterra, por otra parte, siempre habían buscado que en esa área del país, lejana y difícil (algunos pensamos que la gente de York nos dice que habla inglés aunque en realidad habla otro idioma), no se consolidase un poder único; por ello, siempre había practicado una política de atizar la rivalidad entre ambos, para así tenerlos entretenidos. Sin embargo, cuando los Percy decidieron levantarse contra el rey cuarto, las cosas cambiaron; los Neville se quedaron como don Tancredo y acabaron ganando por omisión, puesto que, caídos en desgracia sus enemigos, fueron ellos quienes prevalecieron. Ralph Neville, primer conde de Westmorland, se casó en segundas nupcias con Juana Beaufort, la hija de Juan de Gante. La pareja tuvo doce hijos e inauguró una suculentísima alianza de los Neville con la casa de Lancaster. Ricardo, el primogénito de la pareja, se casó con una tía podrida de pasta, Alicia Montagu, que fue la que le trajo el condado de Salisbury. El resto de hijos e hijas se casó con el gotha de Inglaterra. Entre hijos naturales y yernos, los Neville colocaron nada menos que diez miembros en la Cámara de los Lores. Ricardo Neville junior, además, fue enlazado, cuando tenía seis años, con una niña de nueve (ya sé que los matrimonios de hombres con mujeres mayores que ellos son poco comunes, pero…) llamada Ana Beaufort. El matrimonio no tuvo otro efecto que absorber en el agujero negro de influencias Neville el condado de Warwick, lo que hizo del infante Ricardo el noble más rico de Inglaterra.

La concentración de poder en manos del conde de Warwick tuvo un perdedor, Ralph Neville. Ricardo Neville hijo, como hemos visto, procedía de la pata del segundo matrimonio de su padre. Ralphie, sin embargo, era hijo del primer matrimonio, por lo tanto primogénito, por lo tanto teórico heredero primado. La fortuna de los Neville, sin embargo, había cambiado de curso, y había seguido el de las segundas nupcias del hijo del patriarca; a los Neville, además, les interesaba ligar su poder al de los Lancaster, razón por la cual preferían optar por la vía de Ricardo que por la de Ralph. No obstante, Ralph pronto recibió reconocimiento de la Corona, al nombrarlo guardián de la Marca occidental, esto es la frontera con Escocia. Estos guardianes de las Marcas eran profesionales muy bien pagados, mucho mejor que los habituales jefes del ejército; y, además, tenían derecho a levantar ejércitos privados en nombre de la Corona.

El guardián de la Marca Occidental, pues, era un Neville. Y… ¿quién era el guardián de la Marca Oriental? Pues un Percy: Enrique, Lord Poynings, hijo mayor de Northumberland y, por lo tanto, hermano mayor de Egremont.

¿Qué podía salir mal?

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