Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
Los yorkistas querían que la ciudad de Londres, a través de sus gobernantes, se decantase claramente a su favor. En realidad, cuáles fueron las voluntades exactas a favor y en contra de esta posición, es algo que yo creo que no estamos en condiciones de saber, puesto que los concejales londinenses, en realidad, no tenían elección. Haberse negado hubiera sido suicida. El feroz Warwick les impidió mantener una posición mínimamente neutral y, por ejemplo, les forzó a contestar con la negativa a la petición de los comandantes de la Torre para que se enviasen algunos alimentos. El 4 de julio, incluso, la ciudad aprobó un préstamo a los yorkistas de 1.000 libras, que era una cantidad bastante más que considerable.
Ese mismo día, los primeros soldados yorkistas salieron de
Londres; horas después les seguiría el grueso de la tropa de la Campa de Smith.
Estando ya on the road again, los
yorkistas recibieron noticias de que Enrique estaba moviéndose, tratando de
buscar refugio en la isla de Ely. Así las cosas, una parte del ejército se
escindió y tomó el camino de Ware, buscando su culo; mientras el resto tiraba para
St. Albans, el destino inicialmente marcado en los billetes. Para entonces, al
olor del poder, el duque de Norfolk, el vizconde de Bouchier y los
correspondientes Lores Abergavenny, Saye y Scrope de Bolton se les habían
unido; uniones que eran de gran importancia para los yorkistas, que ahora eran
suficientemente fuertes como para dejar atrás a Salisbury, Cobham y Wedlock
para que se enfrentasen con los porculos de la Torre.
Los York, sin embargo, estaban mal informados. Enrique no
huía hacia Ely. Había dejado a su mujer y su hijo en Coventry y ahora marchaba
hacia Londres. En Northhampton se detuvo, probablemente para esperar que se le
uniesen tropas del norte que todavía no habían llegado. Para entonces, el bando
real estaba bastante dividido entre los que querían llegar a algún tipo de
componenda con los York, y los que pensaban que los York estaban ya en un plan
en el que la única componenda posible era sometérseles. Todo ello conspiró para
que Enrique tomase la decisión de construir un campo militar a las afueras de
Northhampton con vocación de ser semipermanente y, por lo tanto, servirle para
plantar batalla.
Un movimiento así no podía permanecer desapercibido para los
exploradores yorkistas mucho tiempo. Muy pronto, Warwick fue puntualmente
informado de que estaba haciendo el gilipollas con la medio armada que avanzaba
por Ware y, por lo tanto, les mandó un email para que regresaran. Una vez que
el poderoso ejército yorkista estuvo reunited,
avanzaron por el norte de Dunstable.
En ese momento se puede decir que nadie quería que la
batalla se produjese. Todo el mundo estaba intentando llegar a alguna solución
pactada. Cada bando, como habéis visto, llevaba su propio cargamento de obispos,
así pues fueron los tonsurados, yendo y viniendo, los que se llevaron buena
parte de la carga negociadora.
En el bando real, la principal referencia de Enrique seguía
siendo el duque de Buckingham. Sin embargo, el buen noble había cambiado mucho.
De haber sido, en el pasado, un decidido partidario de las soluciones pactadas,
había llegado a la conclusión de que con los Neville era imposible cualquier
tipo de acuerdo y, con la fe del converso, se había convertido en un violento
opositor de todo aquél que propugnase algún tipo de acuerdo. En consecuencia,
las negociaciones fueron írritas.
El día 10 de julio, puesto que los intermediarios no servían
para nada, fueron Warwick y Marca quienes se acercaron por el campamento
lancastriano. Enviaron a un heraldo, que fue despedido con cajas destempladas
por Buckingham. En esas circunstancias, a las dos de la tarde sonaron las
trompetas yorkistas. La orden de ataque.
Los dos nobles citados que habían intentado la última
negociación eran los principales comandantes de la tropa yorkista. Y eran
buenos estrategas pues, cuando menos en mi opinión, atacaron en el mejor
momento posible.
Como sabe cualquiera que ha estado en Inglaterra alguna vez,
mientras en julio en España disfrutamos de un verano generoso, en dicho mes son
muchos los lugares del país que están todavía bajo una lluvia heladora. De días
atrás venía lloviendo torrencialmente. En una posición sólidamente atrincherada
como la que habían diseñado los generales lancastrianos, la ventaja fundamental
del rey era la artillería. Pero la artillería tardomedieval, bajo la lluvia,
tiene poca o nula eficacia. Por lo demás, los yorkistas tenían una carta
escondida, llamada Lord Grey of Ruthin. Uno de los nobles en el campamento
lancastriano, en efecto, había sido convencido, o tal vez comprado, para cambiar
de bando en el momento preciso. Grey era todo un nota que diez años antes había
sido uno de los conspiradores que había matado a William Tresham, que era nada
menos que el speaker de la Cámara de
los Comunes. Da toda la impresión de ser ese típico tío al cual le da igual
Juana que su hermana.
A pesar de que Grey
había dado ya alguna muestra de no ser de fiar, pues en los meses anteriores
había evitado siempre estar en primera fila de las peleas y los
enfrentamientos, alguien, tal vez el propio rey, cometió el error garrafal de
colocarle a él y a sus parciales en la vanguardia lancastriana.
Los soldados yorkistas que avanzaban hacia los Lancaster
llevaban ya instrucciones muy precisas de Warwick en el sentido de respetar a
todos los soldados que llevasen una insignia con un bastón negro (la de Lord
Grey). Al llegar el clash, dichos
soldados, efectivamente, cumplieron su parte del papel: cambiaron de bando y le
abrieron a los yorkistas las puertas del campamento lancastriano.
Para el partido real, esta defección, que claramente no
esperaban, fue un golpe final del que no fueron capaces de recuperarse. En
realidad, la batalla fue realmente breve: en apenas media hora, su ganador ya
estaba claro. Por otra parte, en un síntoma más de que la guerra medieval había
muerto para siempre, los soldados yorkistas llevaban instrucciones precisas de
sus comandantes en el sentido de que no debían desplegar una crueldad inútil
contra los soldados; el objetivo era practicar un genocidio de nobles
lancastrianos. En la misma tienda del rey, donde trataron de encastillarse, tal
vez protegidos por la afirmación, siquiera retórica, de que los yorkistas todo
lo hacían en pro del monarca, fallecieron Buckingham, Shrewsbury, Egremont y
Beaumont; las crónicas le atribuyen todos estos asesinatos a la tropa
enardecida de hombres de Kent, aunque eso bien puede ser una afirmación
literaria o propagandística que trate de esconder responsabilidades diferentes.
De acuerdo con las crónicas de la época, la muerte más estúpida aquella jornada
fue la de Sir Guillermo Lucy. Guille era un noble local de Northhampton que,
por lo tanto, probablemente no había
estado presente cuando ésta comenzó. Cuando escuchó el estruendo de los primeros disparos, tomó su
caballo y corrió a ayudar a su rey. Cuando llegó, el pescado estaba ya vendido;
él, además, no era objeto de las iras de los yorkistas, pues no era persona
importante de la Corte ni nada. Sin embargo, como quiera que Juan Stafford se
coscó de estaba allí, ordenó que fueran a por él y lo mataran. ¿La razón? Pues
que Juan se estaba tirando a la mujer de Guillermo (y, de hecho, poco tiempo
después se casó con ella). Las guerras siempre son pródigas de estos ejemplos
de mezquindad supina.
Los yorkistas detuvieron al rey en su poder, siempre
haciendo pública expresión de fidelidad a su figura. Tras la batalla, se
quedaron tres días en Northhampton y, luego, marcharon hacia Londres con el
rey, entrando en la ciudad el día 16 de julio. Obviamente, para entonces la
posición de los lancastrianos de la Torre era la de un Alcázar tardomedieval.
Lord Scales tenía munición y armas suficientes; pero carecía de papeo. Además,
había tenido que permitir la entrada de civiles, mujeres y niños en huida.
Salisbury se había colocado en la rivera opuesta del río, donde había emplazado
unas bombardas que hostigaban la fortaleza constantemente.
Las posibilidades de resistir existían; pero, después de
Northhampton, lo que no tenían era demasiado sentido, por lo que la fortaleza
capituló el día 19. La rendición no supuso las mismas condiciones para todos.
Warwick, probablemente influido por esa admiración que siempre tienen los
soldados hacia otros soldados valientes, aunque sean de otro bando, le permitió
a los Lores Scales y Hugenford que se marcharan libres. Sin embargo, estableció
un tribunal en Guildhall en el que dictó severísimas penas para muchos de los
oficiales de la Torre, especialmente aquéllos que pertenecían a la casa del duque
de Exeter. Scales, por su parte, aunque fue liberado con un salvoconducto que
le permitía llegar a Westminster y acogerse allí a sagrado, fue bloqueado por
un grupo de barqueros que lo asesinó. Es bastante probable que no fuese nada
montado por los yorkistas. Los bombardeos desde la Torre, que lógicamente no
podían ser precisos, se habían llevado por delante muchas casas de gente
normal; los londinenses le tenían gato.
Warwick se convirtió en el gobernador de facto del país. Su hermano Jorge Neville, que era obispo de
Exeter, fue nombrado canciller, mientras que el vizconde Bouchier era nombrado
tesorero. El 30 de julio, se convocó parlamento para el 7 de octubre, para que,
con la misma naturalidad con que había condenado a los yorkistas en Coventry, ahora
los des-condenase.
En este punto, sin embargo, es donde se hizo bien patente lo
acertado de la medida por parte de Enrique a la hora de dejar a su mujer y su
hijo atrás cuando avanzó hacia Northhampton. Warwick viajó a Irlanda para
parlamentar con Richie York; en Londres se decía que buscaban la manera de
colocar en la línea dinástica a uno de los hijos del duque, desplazando al
príncipe Eduardo. Pero York seguía en Irlanda y, lo que es más importante, un
movimiento de ese tipo dejaría al bando yorkista sin su principal argumento de
que todo lo hacía por el bien del rey y para separarlo de un círculo de nobles
corruptos; y ninguno de los dos estaba en condiciones de calcular cuál podía
ser la pérdida de apoyos que el gesto podría provocar.
Warwick, además, tenía otro tema del que preocuparse. En
medio de todo aquel follón, su guarnición de Calais, donde estaban su madre y
su mujer, seguía hostigada por Somerset en Guînes. Somerset, cierto es, había
perdido en Northhampton toda posibilidad de recibir refuerzos o pertrechos,
además de la lógica de su operación de resistencia. Sin embargo, esto era algo
que Warwick necesitaba hacer bien patente, y por eso se apresuró a cruzar el
Canal y llegarse a Calais, para así alimentar la moral de su tropa y reducir la
de Somerset. Funcionó, porque el atacante no tardó en enviar heraldos
sugiriendo algún tipo de acuerdo. En su encuentro, celebrado en Newham Bridge,
se acordó la rendición de la posición de Guînes a cambio de respetar la
libertad de Somerset. Así las cosas, Somerset se marchó a territorio francés,
mientras que Warwick, ya consolidada su posición, regresó a Inglaterra.
La situación inglesa, en cualquier caso, seguía siendo una
incógnita. En el norte del país, los lancastrianos habían conservado
importantes posiciones y, aunque no podían ni soñar en ese momento con marchar
hacia Londres, lo cierto es que los Neville no podían marchar tan tranquilos
por sus posesiones en las Midlands. Por otra parte, todo el mundo se preguntaba
por las intenciones de Ricardo, quien todavía no se había movido de Irlanda. Y
estaban la reina y el niño.
Todavía quedaba mucho partido por jugar.
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