miércoles, septiembre 01, 2021

La Guerra de las Rosas (11) Northhampton

  Un rey con dos coronas, y su pastelera señora

La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas 

Los yorkistas querían que la ciudad de Londres, a través de sus gobernantes, se decantase claramente a su favor. En realidad, cuáles fueron las voluntades exactas a favor y en contra de esta posición, es algo que yo creo que no estamos en condiciones de saber, puesto que los concejales londinenses, en realidad,  no tenían elección. Haberse negado hubiera sido suicida. El feroz Warwick les impidió mantener una posición mínimamente neutral y, por ejemplo, les forzó a contestar con la negativa a la petición de los comandantes de la Torre para que se enviasen algunos alimentos. El 4 de julio, incluso, la ciudad aprobó un préstamo a los yorkistas de 1.000 libras, que era una cantidad bastante más que considerable.

Ese mismo día, los primeros soldados yorkistas salieron de Londres; horas después les seguiría el grueso de la tropa de la Campa de Smith. Estando ya on the road again, los yorkistas recibieron noticias de que Enrique estaba moviéndose, tratando de buscar refugio en la isla de Ely. Así las cosas, una parte del ejército se escindió y tomó el camino de Ware, buscando su culo; mientras el resto tiraba para St. Albans, el destino inicialmente marcado en los billetes. Para entonces, al olor del poder, el duque de Norfolk, el vizconde de Bouchier y los correspondientes Lores Abergavenny, Saye y Scrope de Bolton se les habían unido; uniones que eran de gran importancia para los yorkistas, que ahora eran suficientemente fuertes como para dejar atrás a Salisbury, Cobham y Wedlock para que se enfrentasen con los porculos de la Torre.

Los York, sin embargo, estaban mal informados. Enrique no huía hacia Ely. Había dejado a su mujer y su hijo en Coventry y ahora marchaba hacia Londres. En Northhampton se detuvo, probablemente para esperar que se le uniesen tropas del norte que todavía no habían llegado. Para entonces, el bando real estaba bastante dividido entre los que querían llegar a algún tipo de componenda con los York, y los que pensaban que los York estaban ya en un plan en el que la única componenda posible era sometérseles. Todo ello conspiró para que Enrique tomase la decisión de construir un campo militar a las afueras de Northhampton con vocación de ser semipermanente y, por lo tanto, servirle para plantar batalla.

Un movimiento así no podía permanecer desapercibido para los exploradores yorkistas mucho tiempo. Muy pronto, Warwick fue puntualmente informado de que estaba haciendo el gilipollas con la medio armada que avanzaba por Ware y, por lo tanto, les mandó un email para que regresaran. Una vez que el poderoso ejército yorkista estuvo reunited, avanzaron por el norte de Dunstable.

En ese momento se puede decir que nadie quería que la batalla se produjese. Todo el mundo estaba intentando llegar a alguna solución pactada. Cada bando, como habéis visto, llevaba su propio cargamento de obispos, así pues fueron los tonsurados, yendo y viniendo, los que se llevaron buena parte de la carga negociadora.

En el bando real, la principal referencia de Enrique seguía siendo el duque de Buckingham. Sin embargo, el buen noble había cambiado mucho. De haber sido, en el pasado, un decidido partidario de las soluciones pactadas, había llegado a la conclusión de que con los Neville era imposible cualquier tipo de acuerdo y, con la fe del converso, se había convertido en un violento opositor de todo aquél que propugnase algún tipo de acuerdo. En consecuencia, las negociaciones fueron írritas.

El día 10 de julio, puesto que los intermediarios no servían para nada, fueron Warwick y Marca quienes se acercaron por el campamento lancastriano. Enviaron a un heraldo, que fue despedido con cajas destempladas por Buckingham. En esas circunstancias, a las dos de la tarde sonaron las trompetas yorkistas. La orden de ataque.

Los dos nobles citados que habían intentado la última negociación eran los principales comandantes de la tropa yorkista. Y eran buenos estrategas pues, cuando menos en mi opinión, atacaron en el mejor momento posible.

Como sabe cualquiera que ha estado en Inglaterra alguna vez, mientras en julio en España disfrutamos de un verano generoso, en dicho mes son muchos los lugares del país que están todavía bajo una lluvia heladora. De días atrás venía lloviendo torrencialmente. En una posición sólidamente atrincherada como la que habían diseñado los generales lancastrianos, la ventaja fundamental del rey era la artillería. Pero la artillería tardomedieval, bajo la lluvia, tiene poca o nula eficacia. Por lo demás, los yorkistas tenían una carta escondida, llamada Lord Grey of Ruthin. Uno de los nobles en el campamento lancastriano, en efecto, había sido convencido, o tal vez comprado, para cambiar de bando en el momento preciso. Grey era todo un nota que diez años antes había sido uno de los conspiradores que había matado a William Tresham, que era nada menos que el speaker de la Cámara de los Comunes. Da toda la impresión de ser ese típico tío al cual le da igual Juana que su hermana.

A pesar de que Grey había dado ya alguna muestra de no ser de fiar, pues en los meses anteriores había evitado siempre estar en primera fila de las peleas y los enfrentamientos, alguien, tal vez el propio rey, cometió el error garrafal de colocarle a él y a sus parciales en la vanguardia lancastriana.

Los soldados yorkistas que avanzaban hacia los Lancaster llevaban ya instrucciones muy precisas de Warwick en el sentido de respetar a todos los soldados que llevasen una insignia con un bastón negro (la de Lord Grey). Al llegar el clash, dichos soldados, efectivamente, cumplieron su parte del papel: cambiaron de bando y le abrieron a los yorkistas las puertas del campamento lancastriano.

Para el partido real, esta defección, que claramente no esperaban, fue un golpe final del que no fueron capaces de recuperarse. En realidad, la batalla fue realmente breve: en apenas media hora, su ganador ya estaba claro. Por otra parte, en un síntoma más de que la guerra medieval había muerto para siempre, los soldados yorkistas llevaban instrucciones precisas de sus comandantes en el sentido de que no debían desplegar una crueldad inútil contra los soldados; el objetivo era practicar un genocidio de nobles lancastrianos. En la misma tienda del rey, donde trataron de encastillarse, tal vez protegidos por la afirmación, siquiera retórica, de que los yorkistas todo lo hacían en pro del monarca, fallecieron Buckingham, Shrewsbury, Egremont y Beaumont; las crónicas le atribuyen todos estos asesinatos a la tropa enardecida de hombres de Kent, aunque eso bien puede ser una afirmación literaria o propagandística que trate de esconder responsabilidades diferentes. De acuerdo con las crónicas de la época, la muerte más estúpida aquella jornada fue la de Sir Guillermo Lucy. Guille era un noble local de Northhampton que, por lo tanto, probablemente no había estado presente cuando ésta comenzó. Cuando escuchó el estruendo de los primeros disparos, tomó su caballo y corrió a ayudar a su rey. Cuando llegó, el pescado estaba ya vendido; él, además, no era objeto de las iras de los yorkistas, pues no era persona importante de la Corte ni nada. Sin embargo, como quiera que Juan Stafford se coscó de estaba allí, ordenó que fueran a por él y lo mataran. ¿La razón? Pues que Juan se estaba tirando a la mujer de Guillermo (y, de hecho, poco tiempo después se casó con ella). Las guerras siempre son pródigas de estos ejemplos de mezquindad supina.

Los yorkistas detuvieron al rey en su poder, siempre haciendo pública expresión de fidelidad a su figura. Tras la batalla, se quedaron tres días en Northhampton y, luego, marcharon hacia Londres con el rey, entrando en la ciudad el día 16 de julio. Obviamente, para entonces la posición de los lancastrianos de la Torre era la de un Alcázar tardomedieval. Lord Scales tenía munición y armas suficientes; pero carecía de papeo. Además, había tenido que permitir la entrada de civiles, mujeres y niños en huida. Salisbury se había colocado en la rivera opuesta del río, donde había emplazado unas bombardas que hostigaban la fortaleza constantemente.

Las posibilidades de resistir existían; pero, después de Northhampton, lo que no tenían era demasiado sentido, por lo que la fortaleza capituló el día 19. La rendición no supuso las mismas condiciones para todos. Warwick, probablemente influido por esa admiración que siempre tienen los soldados hacia otros soldados valientes, aunque sean de otro bando, le permitió a los Lores Scales y Hugenford que se marcharan libres. Sin embargo, estableció un tribunal en Guildhall en el que dictó severísimas penas para muchos de los oficiales de la Torre, especialmente aquéllos que pertenecían a la casa del duque de Exeter. Scales, por su parte, aunque fue liberado con un salvoconducto que le permitía llegar a Westminster y acogerse allí a sagrado, fue bloqueado por un grupo de barqueros que lo asesinó. Es bastante probable que no fuese nada montado por los yorkistas. Los bombardeos desde la Torre, que lógicamente no podían ser precisos, se habían llevado por delante muchas casas de gente normal; los londinenses le tenían gato.

Warwick se convirtió en el gobernador de facto del país. Su hermano Jorge Neville, que era obispo de Exeter, fue nombrado canciller, mientras que el vizconde Bouchier era nombrado tesorero. El 30 de julio, se convocó parlamento para el 7 de octubre, para que, con la misma naturalidad con que había condenado a los yorkistas en Coventry, ahora los des-condenase.

En este punto, sin embargo, es donde se hizo bien patente lo acertado de la medida por parte de Enrique a la hora de dejar a su mujer y su hijo atrás cuando avanzó hacia Northhampton. Warwick viajó a Irlanda para parlamentar con Richie York; en Londres se decía que buscaban la manera de colocar en la línea dinástica a uno de los hijos del duque, desplazando al príncipe Eduardo. Pero York seguía en Irlanda y, lo que es más importante, un movimiento de ese tipo dejaría al bando yorkista sin su principal argumento de que todo lo hacía por el bien del rey y para separarlo de un círculo de nobles corruptos; y ninguno de los dos estaba en condiciones de calcular cuál podía ser la pérdida de apoyos que el gesto podría provocar.

Warwick, además, tenía otro tema del que preocuparse. En medio de todo aquel follón, su guarnición de Calais, donde estaban su madre y su mujer, seguía hostigada por Somerset en Guînes. Somerset, cierto es, había perdido en Northhampton toda posibilidad de recibir refuerzos o pertrechos, además de la lógica de su operación de resistencia. Sin embargo, esto era algo que Warwick necesitaba hacer bien patente, y por eso se apresuró a cruzar el Canal y llegarse a Calais, para así alimentar la moral de su tropa y reducir la de Somerset. Funcionó, porque el atacante no tardó en enviar heraldos sugiriendo algún tipo de acuerdo. En su encuentro, celebrado en Newham Bridge, se acordó la rendición de la posición de Guînes a cambio de respetar la libertad de Somerset. Así las cosas, Somerset se marchó a territorio francés, mientras que Warwick, ya consolidada su posición, regresó a Inglaterra.

La situación inglesa, en cualquier caso, seguía siendo una incógnita. En el norte del país, los lancastrianos habían conservado importantes posiciones y, aunque no podían ni soñar en ese momento con marchar hacia Londres, lo cierto es que los Neville no podían marchar tan tranquilos por sus posesiones en las Midlands. Por otra parte, todo el mundo se preguntaba por las intenciones de Ricardo, quien todavía no se había movido de Irlanda. Y estaban la reina y el niño.

Todavía quedaba mucho partido por jugar.

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