viernes, abril 08, 2022

El fin (43: La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra)

 El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over  


Con esta toma, el bloguero se va de vacaciones. Feliz Semana Santa a todos


Quien sabía nadar (que no eran muchos) y no estaba herido, pudo llegar al islote de Escombreras o a la costa. Carmen Hevia, farera de Escombreras, merece que la recordemos por lo muchísimo que hizo por ayudar a estos soldados en situación desesperada. Pero el mar se tragó aquel día más de 1.200 almas. El resto, unos 700, fueron hechos prisioneros.

Obviamente, el Castillo de Peñafiel, que iba un poco más atrás que su compañero, nunca llegó a entrar en la bahía cartagenera. Fueron atacados por la aviación republicana pero lograron defenderse, aunque no sin bajas.

La tragedia del Castillo de Olite disparó las víctimas de la acción de Cartagena. Hasta ese momento, en tierra había habido, según los censos realizados, 16 fallecimientos en acciones de guerra, a los que al parecer se unirían 44 prisioneros que serían fusilados por diferentes causas. Pero, lógicamente, son cifras que empalidecen al lado de las 1.200 bajas producidas en el barco. La razón que se ha dado para la actuación de las baterías de costa en según qué libros, la verdad, no tiene pase. Se dice que los artilleros gubernamentales, cuando vieron los barcos, tuvieron miedo de que procediesen al desembarco de las tropas y que se jugase una nueva fase de la batalla de Cartagena. Como digo, para mí esta explicación, que atufa a la típica explicación a toro pasado para buscarle una lógica Ricitos de Oro contra Fascistéitor a los hechos, no tiene pase. La actitud, no de dos barcos nacionales, sino de varias decenas que habían llegado a estar enfrente de las costas de Cartagena, era inequívoca: se habían largado. La primera medida, antes de disparar, habría sido tirar de helíografo y mandarle al Olite un mensaje del tenor: Cartagena en poder de la República. De la vuelta o aténgase a las consecuencias. Si, recibido este mensaje, las tropas del barco hubiesen decidido inmolarse (que ni modo, porque cuando los alcanzaron ya se estaban largando por donde habían venido) entonces, ante la Historia, su muerte sería responsabilidad suya. Sin embargo, alguien en La Parajola (parece que no todo el mundo, pues hubo quien propuso tirar a no dar) decidió que aquellos dos barcos tal vez iban a buscar, ¡solos!, otro punto de la costa donde desembarcar. Si iban a hacer eso, ¿por qué no lo habían hecho ya los otros barcos nacionales?

La muerte de los soldados, por cierto mayoritariamente gallegos, del Castillo de Olite, es una muerte vergonzosa, provocada por unos tipos que la podían haber ahorrado. Pero la ideología, a ambos lados de la trinchera, tiene estas cosas.

El general Barrionuevo, jefe más teórico que práctico de una sublevación también más teórica que práctica, salvó su vida. Esto, a pesar de que nunca escondió su condición de jefe de la sublevación y que, de hecho, la 206 lo había apresado en posesión de todos los cablegramas cruzados con Burgos. Lombardero, Portau, Meca y otros muchos se salvaron; en realidad, los fusilamientos parece que se centraron más en los civiles. Espa y Calixto Molina no pudieron dominar su barca, y fueron apresados; pero tampoco fueron fusilados.

En la tarde del día 7, las tropas asaltaron la Capitanía. Se arrestó a Fernando Oliva, Vicente Trigo y otros oficiales.

Estamos ya en el 8 de marzo. El día amanece con los miembros del Consejo virtualmente encerrados en el Ministerio de Hacienda. Cibeles, Antón Martín y la plaza de Isabel II son de los comunistas. El Consejo tiene en su poder los ministerios de Hacienda, Guerra y Marina (estos dos últimos, seriamente amenazados); el Banco de España; la Dirección General de Seguridad, en Serrano 35; el Comité Regional de la CNT, en la calle Miguel Ángel; el Comité Nacional de Defensa de la CNT, en la casa de los Luca de Tena de Serrano 111; el Centro de Instrucción Militar de la CNT, en la calle Salas, 1; y el Gobierno Civil, en Serrano 114 (palacio Lázaro Galdiano).

El centro de Madrid es comunista, aunque el Consejo, merced a la actuación bastante acertada del coronel Armando Álvarez, que yo creo que sacó petróleo de los medios que tenía, controlaba algunos puntos neurálgicos.

Desde el 7 por la tarde, y durante el día 8, para los comunistas llega una mala noticia: la aviación les ataca. Ellos pensaban que la dominación comunista en las fuerzas aladas era total; dicho de otra forma, confiaban ciegamente en Hidalgo de Cisneros; pero Hidalguito, para entonces, está en el extranjero; y el coronel Camacho, a pesar de ser comunista, entendió que, tras la marcha de Negrín, no le quedaba sino obedecer al Consejo Nacional de Defensa.

En algún momento de este día 8, los comunistas tratan de consolidar su posición en Cibeles atacando, no sé si simultánea o sucesivamente, el Ministerio de la Guerra (Cuartel General del Ejército) y el Palacio de Comunicaciones (sede del antiguo Gallardonato) para así, de paso, aislar al Ministerio de Marina. Sin embargo, no lo lograron. De nuevo, el mérito cabe atribuírselo a Álvarez, el silencioso salvador de Madrid para Casado. Tácticamente, el teniente coronel dividió Madrid en cuatro zonas de lucha: Buenavista, Botánico, Chamberí y Sol. Como tiene cada vez más efectivos, su lucha es también cada vez más eficiente. Esto es lo que yo creo que movió a Barceló a pensar que tenía que dar un golpe de mano que hiciera que el pesimismo cambiase de bando; y por eso decidió atacar el Ministerio de la Guerra.

Barceló lanza a varias columnas de fuerzas, con apoyo de carros, desde varios puntos. Los casadistas, sin embargo, primero los repelen, después les causan crecidas bajas y, finalmente, los ponen en desbandada.

Si el día 7 es el día de la victoria sin paliativos de los comunistas, el 8 es, ya, el día de las dudas. Lo de la aviación, muy particularmente, les mina la moral. En este entorno, el coronel Ortega sugiere la posibilidad de actuar de mediador entre las partes, tratando de impulsar un pacto sobre la base del respeto a los prisioneros de ambos lados; pero no conseguirá gran cosa.

Sólo por esta relativa depresión de los comunistas puede explicarse que, en la noche, el Consejo emita por radio una nota anunciando la rendición de los mandos comunistas sublevados contra la sublevación, e intimando a los soldados a volver a sus cuarteles.

Sobre ser muy importante lo que pasa en Madrid, en realidad lo que acabará por terminar la batalla será lo que ocurra en Alcalá.

El día 8 de marzo, o cuando menos es la fecha que yo doy por más probable (más exactamente: en la madrugada del 7 al 8), Liberino González se encuentra, como sabemos, empantanado en Alcalá de Henares, tras haberlo pactado así con los comunistas que están en la ciudad. Sin embargo, González se percata de que los comunistas no están cumpliendo sus compromisos y que lo que están haciendo es ganar tiempo para tener algo más de material con el que atacarle. Intenta entonces ponerse en contacto con el Consejo, cosa que sólo consigue tras varias intentonas; y recibe la orden de avanzar hacia Madrid, donde los defensores de dicho Consejo (mayormente, guardias de asalto) están haciendo lo que pueden ante unos comunistas que, en ese momento, todavía son numéricamente superiores.

Al parecer, la mayor parte del día se consumió en los preparativos de Liberino y las negociaciones con los comunistas de Alcalá, quienes todavía querían ganar tiempo. Liberino aceptó estas dilaciones, al parecer, porque no tenía la artillería bien dispuesta. Pero cuando se consideró en buena disposición ofensiva, comenzó a atacar, y se encontró con que los guerrilleros se dispersaban y huían hacia Torrejón. Liberino González era el dueño de Alcalá a las ocho de la noche. A eso de las nueve de la noche, contactó con el Consejo, quien le dijo que estaban en una muy mala situación.

Este día 8 de marzo, por otra parte, en Burgos los mandos estaban más nerviosos que Ione Belarra en un debate de Radio María. El tema de Cartagena no había salido como ellos esperaban ni de coña y, lo que es más importante, como ya os he dicho la alocución radiada del coronel Segismundo Casado en la medianoche del día 5 de marzo había causado una muy mala impresión, dado que el jefe de la sublevación había asegurado que, si tenía que resistir, resitiría ante los fascistas. Franco no quería que el poder en la República lo tomase alguien que siguiese alimentando la retórica antifascista; sino alguien que, simplemente, fijase fecha y hora para la rendición. La desconfianza hacia Casado en Burgos era muy grande; y lo siguió siendo durante los años del franquismo (bueno, eso y que, como bien se dice, Roma no paga traidores).

El día 8 habían pasado más o menos 48 horas desde la formación del Consejo Nacional de Defensa; por las actas del SIE reproducidas por Taboada Lago podemos aventurar que, tal vez, las ideas que tenían los informadores interiores del ejército nacional eran, quizá, demasiado optimistas. Esto hizo pensar a los estrategas que, tal vez, todo era cuestión de lanzar un ataque que derrumbaría todas las defensas y haría que Madrid cayese como un castillo de naipes. Pero se equivocaron.

El tema le correspondía al general Ramón Saliquet quien, sin ser la uva garnacha del ejército de Franco, tampoco era, por así decirlo, una rata militar de dos patas. Saliquet intercambió impresiones con el EM del Generalísimo, y todos estuvieron de acuerdo en que era probable que, si metían una cuñita por la Casa de Campo, lo mismo el tema quedaba resuelto por el artículo 33. Así pues, Saliquet encargó a su hombre sobre el terreno, coronel Eduardo Losas Camañas, que lanzase la caña en la Ciudad Universitaria, a ver si pescaba algo.

Esta operación se realizó a las cinco de la mañana del día 8. El parte de la acción asegura que Losas tenía información de que todas las tropas que tenía delante eran casadistas, y que se abrirían a toda hostia al primer obús. Pero ninguna de las dos cosas era así. Ni las tropas enfrente eran casadistas, ni les faltaba fuerza de resistencia.

Además de esa capacidad de los comunistas, hay que decir que contaron con una ayuda inesperada que es, de hecho, el hecho postrero más increíble e inexplicable de la guerra civil española: en sus últimas boqueadas, cuando, de una forma u otra, todo el pescado estaba vendido, se produjo la deserción de un jefe nacional a las líneas republicanas. Lo cual le permitió a los comunistas conocer al dedillo la planificación del ataque de Losas.

Horas antes del ataque, se produjo una discusión entre dos mandos: el coronel nacional Joaquín Ríos Capapé y el teniente coronel Ramón Lloro Regales. Ambos eran veteranos africanistas y amigos personales pero, ya se sabe, hay veces que a uno se le calienta la boca, el otro hace hilo, y se monta la mundial. Lloro, por lo visto, era persona muy sanguínea; por otra parte, los historiadores que se han ocupado de este sucedido siempre han sugerido que podría estar mamado. Finalmente, la discusión terminó con que Lloro le arreó una hostia a Ríos, un superior; razón por la cual el teniente coronel fue arrestado y depuesto. La reacción de Lloro fue desertar. Horas después, los comunistas tenían concentradas tropas exactamente donde tenían que tenerlas, lo cual le causó un crecido número de bajas a los nacionales. 

Tras terminar la guerra, Lloro fue sometido a un consejo de guerra, pero no fue condenado al paredón, como hubiera sido lo lógico con el Código de Justicia Militar en la mano; pues, al parecer, todos sus compañeros de la Casa de Campo, el primero el propio Ríos Capapé, intercedieron por él. Lo que no sé es si en ese consejo de guerra tan lenitivo (Lloro pasó unos años en la cárcel y, que yo sepa, murió en su cama a mediados de los sesenta del siglo pasado) tuvieron voz los parientes de los cientos de personas que la cascaron bajo los obuses republicanos a causa de su delación.

3 comentarios:

  1. Probablemente a Lloro le salvase Antonio Vallejo Nájera, que le interrogó después de la guerra y le diagnosticó un trastorno mental.

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  2. Anónimo1:52 a.m.

    Lo del "Olite" es un caso claro de desastre previsible y evitable que requiere que alguien cargue con él.

    En cuanto se supo lo de la sublevación en Cartagena, Franco, a través del AJEMA (almirante Cervera), le ordenó al ALFLOT Bloqueo (almirante Moreno) que improvisara un desembarco con las tropas de Martín Alonso. Moreno interpretó las órdenes en el sentido de organizar una escolta a los transportes para evitar que la Flota Republicana, en caso de virar de vuelta a casa, los enviara al fondo. Poco probable, pero posible. Organizar convoyes obligaba a consumir un tiempo precioso que en Burgos no querían perder. Y así, tras un chorreo, le ordenaron a Moreno que enviara los transportes en cuanto estuvieran cargados de tropas. Quizá dieron crédito a las optimistas informaciones que radiaba Barrionuevo, o quizá pensaron que el riesgo era asumible.

    Cuando el "Olite" y el "Peñafiel" legaron frente a Cartagena, no vieron al "Canarias" por la bruma, y como no tenían radio, no sabían lo que pasaba en Cartagena. Los que sí se pusieron en contacto con estos buques fueron las baterías de costa, que les preguntaron "qué barco", y ellos respondieron izando la rojigualda. Con lo cual las baterías dispararon, alcanzando al "Olite", cuyo capitán ordenó embarrancar el buque para salvar tantas vidas como se pudiera.

    Los supervivientes del "Olite" le dijeron a la farera consorte (que era gallega, como muchos de los soldados a bordo) que avisaran al "Peñafiel" antes de que le pasara lo mismo, y su marido, el farero, así lo hizo. Con lo cual el "Peñafiel" logró salir de la trampa, aunque se llevó de recuerdo un cañonazo que le abrió una vía de agua.

    Cuando, horas después, Moreno echó de menos al "Olite" y supo que el "Peñafiel" había vuelto con un agujero, se dio cuenta de que habían perdido un barco por no llevar escolta o navegar en convoy, justo como él había temido. Y también de que no podía decirle a Cervera (es decir, a Franco) que él, Moreno, tenía razón. Así que se tuvo que comer el marrón de asumir la responsabilidad de perder un buque por obedecer unas órdenes que juzgaba equivocadas. Así es la vida.

    Eborense, navarca

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