miércoles, marzo 20, 2024

Cruzadas (38): Game over

Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga

La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano 

   


Tras la toma de Acre, llegó un momento en el que las epidemias y el hambre pudieron más que la llegada de gente de Europa, por lo que el ejército cruzado comenzó a disminuir. Los caballeros latinos, con ese respeto procedente de la moral de guerra, saludaron a los trescientos musulmanes finalmente rendidos por su resistencia numantina, y los guardaron presos a la espera de que Saladino los rescatase. El rescate, efectivamente, fue importante: 200.000 dinares de oro y 2.500 prisioneros cruzados, más la devolución de la reliquia de la Santa Cruz.

La caída de Acre, además, era una muy mala señal para Saladino. No tanto por la pérdida estratégica, que ya era de por sí importante porque sentaba las bases de un reasentamiento latino en la costa; como por el hecho de que Saladino había hecho una llamada a la jihad contra los cristianos en toda el área islámica (incluido Al-Andalus); y obvio era que había recibido una respuesta más que cuestionable. Así pues, de alguna manera daba la impresión de que el bando islámico estaba perdiendo el interés por la lucha de las cruzadas mucho más deprisa que el bando latino.

En ese momento, entre los cruzados el que estaba en mejor posición era Ricardo. Una vez tomada Acre, el inglés le había vendido Chipre a los templarios; con eso, Ricardo se había convertido en un hombre personalmente muy rico. De ahí a creerse el líder natural de la cruzada no hubo que andar mucho. Pero es que no sólo se consideraba el líder: se consideraba muy superior. Como ya os he dicho, Ricardo Corazón de León, si lo desbastamos de sus mierdas míticas creadas por la literatura romántica, que fue genial para la literatura pero muy tóxica para la Historia, acabará quedando como el tipo simplón y chulo que era; un bullier en toda regla que habría disfrutado en cualquier instituto público de las afueras de Madrid en el siglo XXI, hostiando a los gafotas, metiendo la cabeza de los maricas en los inodoros, y metiéndole mano a las tías. Cuando Leopoldo V, archiduque de Austria, colocó una de sus banderas en una de las torres de Acre, algo a lo que tenía perfecto derecho, Ricardo ordenó que fuese arrancada de ahí y arrojada a las letrinas. Leopoldo exigió una reparación que nunca llegó y, en gran parte, fue por eso que, al regreso de Ricardo de Tierra Santa, lo enjaretó al pasar por sus tierras y lo tuvo años preso, en una situación que dio para muchas interpretaciones románticas y que, en realidad, en buena parte no pasó de ser un simple ¿quién está ahora en una letrina, hijoputa? 

Felipe Augusto, el único hombre que de verdad podía presentar batalla a las pretensiones de Ricardo de convertirse en el gran jefe de toda la cruzada, estaba demasiado enfermo y cansado para ello. En realidad, la situación con Ricardo era una situación más general. Lo que había pasado con la tercera cruzada es que la llegada masiva de barones desde Europa había cambiado radicalmente la relación de fuerzas en el campo latino. Los barones franco-sirios, de hecho, habían pasado a ser minoría; la sensación que tenían, por lo tanto, era que los asuntos del área habían pasado a discutirse y solucionarse a sus espaldas. Elemento fundamental de esta situación era la sensación que tenían todos de que los nobles europeos querían encumbrar a Guy de Lusignan en contra de Conrado de Montferrat. Los nobles sirios, aunque respetaban las reglas dinásticas y todo eso, estaban acostumbrados a vivir en una zona de guerra; y eso suponía que estaban acostumbrados a optar por el mejor de entre todos con la espada, como de hecho era Conrado de Montferrat. Sin embargo, como digo, tenían la sensación de que los nobles europeos en general, y Ricardo muy en particular, hacían de su capa un sayo y decidían por su cuenta. Esto enrarecía cada vez más el ambiente en el campamento cruzado.

La situación dinástica se acabó medio resolviendo con un acuerdo, impuesto por Ricardo, por el cual Guy fue finalmente elegido el primer candidato al reino de Jerusalén, con Conrado nombrado su heredero presuntivo, quedándose con Tiro y también con Beirut y Sidón, si lograba conquistarlas. El acuerdo era un auténtico meconio, puesto que Conrado era mayor que Guy y, por lo tanto, su destino normal era fallecer antes que quien teóricamente le tenía que dejar sus derechos en herencia. El pacto acabó por divorciar a la nobleza local con el Plantagenet; en lo que se refiere al rey de Francia, estaba tan enfermo que todo en lo que pensaba era en marcharse. Finalmente, se marchó, nunca mejor dicho, a la francesa. Su ejército se quedó en Tierra Santa, al mando de Hugo de Borgoña, y con instrucciones de que toda ciudad que fuese conquistada con el concurso de fuerzas francesas le fuese adjudicada a Conrado de Montferrat. Ja.

Evidentemente, lo primero que ocurrió con la partida de Felipe Augusto fue que la popularidad de Ricardo entre las tropas se disparó. Eso no hizo sino incrementar su chulería. Pretendidamente aburrido de esperar que Saladino pagase el rescate pactado por los prisioneros musulmanes, Ricardo ordenó su ejecución. En la planicie de Tel Keisan, pues, se verificó el asesinato en masa de unos 3.000 musulmanes. Cierto es que Saladino no estaba de acuerdo con el pacto (que había sido firmado por los soldados de la ciudadela rendida), pero no había hecho otra cosa que pedir tiempo para juntar la pasta. La primera consecuencia del gesto muy mal medido del inglés fue que la reliquia de la cruz, que ya se encontraba en el campamento musulmán de Acre a punto de ser empaquetada en papel de bolitas, volvió a Damasco, donde, bajo órdenes de Saladino, fue arrojada en un almacén. Los 2.500 prisioneros cruzados que iban a ser canjeados, obviamente, no lo fueron; aunque Saladino demostró ser más civilizado que su contrincante, pues no ordenó su ejecución. Eso sí, hizo saber bien claro que, en el futuro, tomaría los menos prisioneros posible.

Ricardo abandonó Acre, al frente de un ejército bastante potable, para tomar las poblaciones de la costa. Supo resistir los ataques de Saladino, quien tenía más efectivos, pero no le cundía. Ciertamente, si algo demuestran las cruzadas es que, en ese momento histórico, la caballería europea, curtida en siglos de luchas intestinas en occidente, era la unidad más letal de todos los ejércitos, siempre y cuando estuviese adecuadamente comandada.

El resultado es que los cruzados avanzaban por la costa, y que Saladino comenzó a decidir el derribo de las murallas de algunas ciudades, como hizo con Ascalón o Jaffa, para así poder impedir que, cuando menos, los cristianos pudiesen usarlas como fortalezas. Todos parecían tener claro que la clave, cada vez más, estaba en Jerusalén.

Ricardo, sin embargo, no había tenido en cuenta eso que se llama cansancio de guerra. Entre Acre y Jerusalén hay mucha tierra que pisar, y es una marcha agotadora cuando hay patotas de islámicos por todas partes tratando de matarte. Por mucho que la caballería cruzada diese buena cuenta de todos los ataques que se plantearon, eso no impidió que los soldados cada vez fuesen menos, y menos motivados. Por dos veces: navidades del 1191 y junio del 1192, los cruzados fueron a por Jerusalén; pero ya nunca la tomarían. Eran demasiado pocos.

Los cruzados, además, vivían en un desierto; ya se había ocupado Saladino de no dejar a su paso ni las raspas. Finalmente, incluso el orgulloso Ricardo tuvo que reconocerse que seguir era imposible, y abrió negociaciones con el kurdo. Le ofreció a su hermana Joana, la viuda de Guillermo II de Sicilia, para que se casase con Malik, el hermano de Saladino. Así, la pareja reinaría en Jerusalén, con mando islámico pero amplios privilegios para los cristianos. La cosa estuvo a punto de salir bien, pero Joana se negó al matrimonio. Incluso Malik estuvo a punto de estar de acuerdo, aunque le dijeron que tendría que hacerse cristiano.

En abril del 1192, Ricardo reunió a todos los barones cruzados en Ascalón y, una vez allí, los conminó a superar de una vez por todas las diferencias entre Guy de Lusignan y Conrado de Montferrat. Los barones dijeron: vale, macho. Y tomaron la decisión contraria a los deseos de Ricardo, votando casi unánimemente a Conrado. El rey de Inglaterra, quien con seguridad deseaba masacrar a aquellos cabrones, no tuvo otra que sonreír y aceptar que Conrado fuese coronado en Acre como rey de Jerusalén, con el aval de las monarquías europeas, entre otras la suya.

La coronación de Acre fue un chute de moral para la Siria franj. Conrado de Montferrat era un gran general, un hombre capaz y decisorio. Aquello iba a marcar un antes y un después. Pero no marcó una mierda. Días después de su coronación, un asesino (entiéndase: un miembro de la secta de los Asesinos) se lo llevó por delante.

Hay cronistas árabes que insinúan la participación de Ricardo en el asesinato. Otros, de Saladino. Ambas hipótesis son razonables. Y todavía queda una tercera interpretación, y es que fue un asesinato puramente ismailí.

Ricardo, desde luego, quedó como el gran líder de la cruzada. Pero la cosa es que estaba recibiendo noticias de Europa sobre la rebelión de su hermano Juan, así como los ataques de Felipe Augusto, quien se había tomado un Ilvico y ya se sentía mejor, en el norte de la actual Francia, en Normandía. Por otra parte, se fue dando cuenta de que los barones locales nunca aceptarían a Guy de Lusignan. Así que buscó un candidato más bizcochable. Se decidió por Enrique II, conde de Champaña, que era tanto su sobrino como de Felipe Augusto, ya que era hijo de María de Francia, hija de Luis VII y Eleanora de Aquitania. Enrique, por decirlo de alguna manera, no tenía entre sus planes el de permanecer en Tierra Santa el resto de su vida; así pues, recibió la corona como quien recibe esa pashmina tan fea que sabe que nunca va a usar. Tenía que casarse con Isabela, quien entonces estaba embarazada, por lo que el niño que pariese, si era niño, sería quien heredase los derechos dinásticos. Isabela, por lo tanto, recién enviudada de su segundo marido Conrado de Montferrat, fue casada por tercera vez (y aún se casaría una cuarta, con Emerico de Chipre). No estuvo de acuerdo, pero nadie le hizo ni puto caso. Tenía 22 años todavía y, según las crónicas, estaba bastante buena. Al parecer, se acostumbró pronto a Enrique de Champaña, y acabaron formando una pareja muy estable.

Tras la boda, celebrada en Tiro, las tropas marcharon hacia Jerusalén, en medio de un ambiente moral de convencimiento total de que la cruzada por fin era una realidad. Sí, ya sé que, con todo lo que ha pasado, el lector tendrá la tentación de llevarse por la sensación de que estamos hablando de las últimas boqueadas; pero, en realidad, aquellos hombres pensaban que estaban en las primeras. El tema, sin embargo, era ya muy endeble. Sobre todo porque Ricardo Corazón de León, en el momento en que había conseguido colocar en la eventual monarquía hierosolimitana a alguien de su cuerda y no del francés, ya no tenía interés por seguir allí. Lo que más le importaba era averiguar cómo podía embarcarse para Europa con más rapidez.

Era junio de 1192, y los cruzados, una vez más, estaban en medio de un desierto, después de que Saladino hubiera emponzoñado todos los pozos del área. Ricardo pensó que lo mejor era crear una diversión y atacar hacia el sur, en Ramleh. Los barones se le pusieron enfrente, y también el duque de Borgoña. Pero cuándo había sido eso un problema para él.

La verdad, los barones tenían razón. Si alguien estaba desmoralizado en ese momento, eran los musulmanes. Casi todos los emires estaban en contra de la idea de Saladino de resistir at all costs. Los generales del alfange habían asumido que los cruzados amurcarían las veces que hiciera falta hasta hacer caer la estaca, y querían ahorrar vidas. Saladino, enfermo, estaba solo, en la mezquita de Al-Aqsa, mascullando su soledad y enfermo. Pero el 4 de julio, de forma inesperada, Ricardo ordenó levantar el campo.

Detrás vinieron unas negociaciones que todos los cristianos salvo Ricardo consideraron humillantes. Ricardo propuso la creación de un reino de Jerusalén bajo protectorado musulmán. Enrique de Champaña sería rey de Jerusalén o, al menos, de la Siria costera, vasallo del sultán. Los cristianos poseerían el Santo Sepulcro. Tras recuperar Jaffa de los musulmanes y consolidar Ascalón, Ricardo convenció a Saladino de firmar. Aprovechando su influencia, Ricardo intentó convencer al kurdo de que prohibiese a los soldados franceses poder peregrinar a Jerusalén, lo cual es una buena demostración de su buen rollito con sus hermanos de fe.

El 9 de octubre del 1192, Ricardo Corazón de León dejó Tierra Santa, junto con la mayoría de su ejército. Se había firmado la paz; la cruzada había terminado. Los cristianos habían perdido para siempre Jerusalén, Galilea, Judea y la Trasjordania. Mantenían las ciudades costeras de Tiro, Acre, Haifa, Cesarea, Arsuf y Jaffa, además de posesiones interiores en Lydda y Ramleh. Formalmente hablando, existía un rey de Jerusalén que reinaba en Acre, pero aceptando el protectorado del sultán.

El condado de Trípoli y el principado de Antioquía habían permanecido ajenos a la cruzada, pero apenas eran ya unos pequeños territorios. Aunque se considerasen cruzados, ambos eran ya vasallos de Saladino. Bohemondo III en Antioquía y su hijo, Bohemondo IV, en Trípoli, eran ya gobernantes que claramente no mantenían ninguna intención guerrera, mucho menos la voluntad de extender los dominios cristianos en la zona.

En realidad, las cruzadas todavía no habían terminado. En los tiempos por venir, tanto diversas flotas italianas como fuerzas germanas intentarían hacer, por así decirlo, la guerra por su cuenta; y volvería a haber conquistas por ambos bandos. Sin embargo, la razón para considerar las cruzadas como algo terminado nace del hecho de que, formalmente, dejó de existir una Siria franca y, por supuesto, un reino de Jerusalén propiamente dicho. Sin embargo, la conquista de Chipre por Ricardo Corazón de León sí que se consolidó. A la muerte de Guy de Lusignan, que fue el recepcionario de la isla de manos de Ricardo, su hermano Amalrico, que fue condestable de Jerusalén (lo tenéis que recordar: el amante de Inés de Courtenay), recibió la isla. Tras la muerte de Enrique de Champaña, este Amalrico de Chipre se casó con Isabela de Jerusalén (fue, por tanto, su cuarto marido), por lo que fue rey de Jerusalén, Amalrico II:

En 1229, un cuarto de siglo después de la última gran cruzada, Federico II, emperador, llegó a un tratado por el que se cedió el para entonces fantasmagórico título de rey de Jerusalén, condición que perdió en 1244. Cinco años más tarde, San Luis trató de reconquistar Tierra Santa, sin éxito, y en 1270 trató de regresar a la zona a través del norte de África, donde murió. En 1291, es decir unos 200 años después de la primera predicación de la cruzada, los mamelucos tomaron las últimas posesiones cruzadas en Siria, concretamente algunos puertos con población latina. El último fue Acre.

Antes del episodio de Federico II, el proyecto de las cruzadas habría de encontrar su punto más bajo: el momento en el que la disculpa de vencer al infiel sirvió para masacrar a otros cristianos. Éste es el último, y nada edificante, episodio, que vamos a contar sobre este tema.

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