jueves, febrero 15, 2024

Cruzadas (14): Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida

Deus vult
Unos comienzos difíciles
Peregrinos en patota
Nicea y Dorylaeum
Raimondo, Godofredo y Bohemondo
El milagro de la lanza
Balduino y Tancredo
Una expedición con freno y marcha atrás
Jerusalén es nuestra
Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga

La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano
 


Los cuatro ejércitos que conformaron la segunda ola de la cruzada presentan problemas de valoración. Probablemente, si lo que hacemos es una mera suma de soldados y pertrechos, podríamos llegar a la conclusión de que esta segunda cruzada fue incluso mayor que la primera. Pero, en realidad, hay que decir que no lo fue, pues tuvo muchos problemas, en realidad insalvables, para ser una cruzada unida como tal. Esta desunión e incapacidad de coordinación queda evidenciada en el hecho de que los cuatro ejércitos cruzaron el Bósforo cada uno por su cuenta: los lombardos en abril del 1101, los franceses unos días más tarde, y los otros dos más tarde aún. El conde de Nevers estaba en Constantinopla a mediados de aquel año, y el ejército de los duques de Aquitania y Bavaria todavía llegó más tarde. Lombardos y franceses, ciertamente, consiguieron marchar juntos, una vez en Asia Menor.

Esta vez, por cierto, Alejo Commeno apenas le dio fiestas y recepciones a los cruzados que se llegaron por su capital; la verdad, perdía el culo porque se fuesen a mamarla más allá del Bósforo. En ese momento procesal, el basileus tenía ya muy claro que el futuro de su imperio no dependía de aquellos tipos, así pues los quería en la acera continental de enfrente. En general, Commeno había aprendido a temer a los franj en general; pero, muy particularmente, de aquella patota, a los que más temía, y por eso los largó en cuanto pudo, fue a los lombardos, que eran fieles a la figura de Bohemondo, precisamente el primer cruzado con quien el emperador se las había tenido más tiesas.

En un intento por controlar un poco la movida, sin embargo, Alejo le entregó al ejército combinado lombardo-franco-germano un comandante en jefe en la persona de Raimondo de Saint-Gilles, quien para entonces estaba en Constantinopla, y que ya hemos visto que de todos los barones latinos que se habían cogido el Orient Express, era el que mejor se llevaba con la Corte constantinopolitana. Fue una decisión que viene a demostrar que Alejo, la verdad, en muchas ocasiones estaba alejado (chiste fácil) de la realidad. Poner a lombardos y francos bajo el mando de un provenzal no es la mejor idea del mundo. Es como nombrar concejal de Festejos del Ayuntamiento de Almonte a un tipo de La Garriga.

La segunda cruzada, además, ya no era lo que había sido la primera en términos de prioridad. De hecho, las diferencias estratégicas quedaban bien claras en el planteamiento de los lombardos, que eran la mitad del ejército combinado. A los lombardos, la idea de bajarse hacia Jerusalén para consolidar el mando de Balduino, que lo era de la cristiandad sobre la ciudad cuyas avenidas habían hollado los pies de The Saviour, era una prioridad menor. Ellos querían llegar hasta Neocesarea, cerca del Mar Negro, para liberar a su líder, que no era otro que Bohemondo. Esta idea, sin embargo, no era del gusto ni de Raimondo de Saint-Gilles, para quien, la verdad, los turcos podían, si querían, colgar a Bohemondo de un huevo; ni para los bizantinos, ni tampoco para Conrado, quien tras su comportamiento valiente en la batalla había ganado mucho predicamento y que, de todas formas, tampoco se había llevado nunca muy bien con Bohemondo, que digamos. El capitán de las tropas, Berto de Biandrate, sin embargo, permanecía impasible el lombardo.

Los condes de Blois y de Toulouse, así como Tsitas, uno de los principales generales de la armada bizantina, trataron de arrastrar a los lombardos a algún terreno de racionalidad, pues lo que pretendían no sólo negaba el espíritu de la cruzada sino que era, estratégicamente hablando, una fricada de cojones. Los lombardos querían meterse de hoz y coz, y en pleno verano, en un territorio que estaba completamente dominado por los turcos; un territorio en el que serían atacados por todos los lados y en el que tendrían nula ayuda logística. Sin embargo, aquellos lombardos parecían de Zaragoza. En realidad, lo que estaba pasando era la consecuencia de que aquella no fuese, por así decirlo, una tropa profesional. La mayoría de la fuerza lombarda, ya os lo he dicho, estaba formada por civiles. El tipo de gente con discursos propios de taxista average o de tuitero intensito, ese típico soplapollas que te dice yo esto lo arreglaba en dos tardes y que, en el fondo, no tiene ni puta idea de aquello que está juzgando. A aquellos civiles, las consideraciones estratégicas se la transpiraban, porque ellos nunca habían estado en una batalla de verdad y se creían que era algo parecido a un videojuego. Ellos estaban en Asia Menor como si estuvieran en una pantalla del Call of Duty y pudieran morir mil veces. Pensaban así y, además, eran conscientes de que eran una mayoría. Así pues, amenazaron con liarla parda y sus mandos, alzándose de hombros, tuvieron que dar su brazo a torcer.

Así las cosas, el ejército avanzó por Galacia y, después, por Capadocia, en dirección a Ankara, levantando contra ellos, por el camino, a reinos y tribus turcas que estaban demasiado lejos de Jerusalén como para amenazarla.

Al principio, la cosa fue bien. El ejército avanzaba por una zona cuya costa, al norte, controlaban los bizantinos que, de esta manera, los pertrechaban. En junio del 1101, este ejército de cruzados tomó Ankara, arrebatándola de las manos del sultán Kilij Arslan ibn Suleiman. Como no estaban interesados en la ciudad, los cruzados se la entregaron a los bizantinos. Pero ahí, más o menos, se acabó lo bueno.

El norte de la península donde ahora se encontraba el ejército cruzado no era territorio de Arslan, sino de Ghazi Gümüshtekin, el emir danishménida. Los danishménidas eran enemigos de los turcos selyúcidas, pero unieron fuerzas con Arslan, lo que, en la práctica, significa que todas las fuerzas turcas de la zona se fueron contra los cruzados.

A partir de ahí los cristianos, cada vez más hostigados y perseguidos por los musulmanes, empezaron a hacer marchas a pelo puta por una tierra hostil; y esto quiere decir comenzar a sentir los mordiscos del hambre y de la sed. Su única esperanza era llevar a cabo el difícil sueño de los lombardos y alcanzar las costas del Mar Negro, donde los griegos controlaban algunos puertos. Sin embargo, los lombardos seguían con su puta matraca, y querían llegar hasta la capital de Ghazi, porque allí es donde estaba Bohemondo preso.

Cuando este movimiento se hizo aparente, Ghazi llamó en su ayuda a Fakhr al-Mulk Radwan, el gobernador de Alepo; un tipo que, la verdad, no era muy de fiar, porque ya había sido convocado cuando los cruzados se habían presentado ante Antioquía, y no había hecho nada. Eran otros tiempos, sin embargo. Probablemente, en el pasado Ridwan nunca había llegado a imaginar que los cruzados podrían hacerse con Antioquía y consolidarse allí. Esta vez, pues, se tomó el tema en serio, y salió echando leches de Alepo al frente de un ejército. Tanto Ghazi como Kilij Arslan habían sido en el pasado sus enemigos, pero eso no le importó. Estos tres comandantes consiguieron juntar sus ejércitos, y avanzaron hacia los cruzados.

Para entonces, esto es importante, los musulmanes habían aprendido ya que los latinos, por lo general, hacían un uso poco eficiente de la infantería; y que si ganaban, solía ser tras ser capaces de conducir grandes cargas de caballería. Así las cosas, la clave, desde el punto de vista islámico, era no presentarle a los cruzados la oportunidad de atacar y, a cambio, hostigarlos constantemente con oleadas de flechas y jabalinas.

La batalla, así planteada, duró un día entero; y en ella los latinos no consideraron nunca ponerse a la ofensiva. Siempre estuvieron defendiéndose y, si hemos de creer a cronistas como Alberto de Aix, acabaron por sufrir las consecuencias de que la mayoría de los lombardos careciese de experiencia bélica eficiente.

Cuando caía la tarde, Raimondo de Saint-Gilles había sido traicionado por su propia guardia bizantina (formada, en realidad, por turcos), tomó la última vía que le quedaba y, con la ayuda de un pequeño grupo de soldados provenzales, buscó refugio en una roca, donde habría muerto con seguridad de no ser por la brava ayuda de gentes como Conrado. En la noche, el conde de Toulouse levantó el campo y se marchó a la costa con sus provenzales. Cuando el resto de los barones comprendió que el comandante en jefe se había dado el piro, lo imitaron en cuanto pudieron. Algunos de ellos llegaron a Sinope, donde tomaron barcos que les llevaron a Constantinopla. Pero la armada lombardo-franco-germana, que era uno de los elementos fundamentales de la segunda oleada cruzada, había dejado de existir.

Los líderes militares de aquella operación bélica enloquecida y más movida por los orgullos personales que por otra cosa se marcharon todos. Al día siguiente, el ejército de soldados normalitos, de monjes, de mujeres y de niños que formaba parte de la expedición, descubrió que estaban solos. El resultado es que casi todos los hombres fueron asesinados. Las mujeres y los niños fueron esclavizados. En total, entre muertos y esclavos, varias decenas de miles.

Los jefes llegaron a Constantinopla sin más problema que su vergüenza, si es que la tenían. Durante el camino todos habían ido filtrando lo vivido y habían desarrollado una teoría sólida: la culpa de todo lo habían tenido los lombardos. Sus quejas, sin embargo, no sirvieron para esconder el hecho palmario de que habían abandonado a los hombres, mujeres y niños que los habían seguido con la confianza que se tiene en los líderes. La verdad, uno nunca piensa que su líder le va a abandonar; pero la Historia demuestra bien a las claras que a la mayoría de los líderes, lo que más les ha importado, lo único no pocas veces, ha sido ellos mismos. Por lo tanto, no es tan raro que, al fin y a la postre, dejen a sus bravos combatientes con el culo al aire.

La cosa era tan deplorable que el propio Alejo Commeno no podía creerla. El emperador bizantino escupió por la boca muy amargos reproches en la persona de su amigo Raimondo por haber dejado en la estacada a sus soldados. Los barones, por lo general, respondieron con el argumento José Mota: si hay que morir, se muere; pero morir por nada, es tontería.

La ira de Commeno tenía muchas razones para ser. No sólo los cruzados habían perdido una batalla y un ejército; es que habían perdido su invencibilidad. Los turcos, ahora, habrían perdido el miedo a enfrentarse a los franj. Anna Commena resumió bien la conclusión de los griegos en esta materia con la frase: “en términos generales, las personas de raza celta son independientes, y les cuesta aceptar consejos”.

Los debates y reproches se volvieron tan amargos, y aquéllos que los recibían se encontraban tan aislados frente a ellos, que pronto llegaron incluso a desarrollar una nueva teoría que unía un responsable del desastre a los lombardos: el emperador. Alejo, cierto, no había estado en la batalla. Pero precisamente ése era el problema. Según esta teoría, el Commeno, taimado y traidor, había enviado a los cruzados a un lugar desierto y hostil a sabiendas de que lo era. Más verdad parece que los cruzados fueron a donde fueron porque se creían la polla de Montoya y querían liberar a Bohemondo; pero, bueno, el papel lo aguanta todo, así pues Guillermo de Tiro se desgañita en sus escritos informando de que fue el aleve Alejo el que lo provocó todo; en manos de Guillermo de Tiro, de hecho, el Commeno se convierte en la Ayuso de esta historia. El emperador, sin embargo, no se mosqueó demasiado. Probablemente consciente de que no tenía nada que ganar profundizando aquella zanja, decidió reaprovisionar a aquellos cabrones y facilitarles incluso barcos para que pudieran bajarse al sirio, acercarse por Jerusalén y, sobre todas las cosas, irse ya a tomar por culo de una vez.

Otros ejércitos de la nueva cruzada había en la zona que no estuvieron afectados por el desastre. Guillermo II, conde de Nevers, por ejemplo, tenía unos 15.000 cruzados avanzando por Anatolia hacia Antioquía. Había pasado por Ankara, donde había decidido, sabiamente, no unirse a los lombardos y a Raimondo. Avanzó hacia el sur, tomando como objetivo Konya, o Iconium, la capital de Kilij Arslan. Cuando estaba llegando, se topó con el ejército conjunto de Kilij y Ghazi. Los turcos venían de ganar a los lombardos y se lanzaron a por ellos con todo; los rodearon pronto y diezmaron de forma prácticamente total, en Heraclea. Guillermo de Nevers, sin embargo, consiguió escapar con un puñado de caballeros. Cuando llegaron a Antioquía, parecían a punto de entrar en Proyecto Hombre.

El tercer ejército, que era más grande que el de Nevers, había hecho la ruta de la primera cruzada desde Constantinopla. Allí estaban al frente Guillermo IV de Aquitania, Welf IV, duque de Bavaria, y la mangravina Ida de Austria. El avance de este ejército era bastante más que complejo. Era el pleno verano, con un sol de la hostia; y los turcos se habían preocupado de destruir o envenenar pozos, y de matar al ganado, allí por donde iban a pasar.

Así las cosas, los turcos no tenían más que seguir a los cruzados y, de cuando en cuando, hacer que los arqueros de Arslan y Ghazi Gümüshtekin les lanzasen unas cuantas oleadas de flechas, que ellos no podían repeler, debilitados como estaban. El 5 de septiembre del año 1101, este ejército fue rodeado por los musulmanes cerca del río Eregli, a donde se habían acercado como gacelas sedientas. Fueron severamente diezmados. Tanto Guillermo como Welf tuvieron que deshacerse de sus armaduras para poder escapar prácticamente solos. En cuanto a Ida, quien por cierto era una de las más famosas beldades de su tiempo, permaneció en el campo de batalla, y nunca se ha sabido qué fue de ella, aunque cabe sospecharlo.

Así pues, en el espacio de apenas un mes, el rey selyúcida Kilij Arslan y el danisménida Ghazi Gümüshtekin, con la ayuda del rey de Alepo, habían conseguido hacer desaparecer de la faz de la Tierra tres ejércitos cruzados.

Victoria sin paliativos en La Condomina. Y los islamitas cantando: "Raimondo quédate".

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