lunes, marzo 04, 2024

Cruzadas (26): La pérdida de Edesa

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Game over
El repugnante episodio constantinopolitano 


Edesa, la ciudad de las lavadoras hasta que llegaron los vascos de Mondragón, había sido cristiana durante 46 años, bajo el mando de algunos de los principales nombres del proyecto cruzado: Balduino de Boulogne, Balduino de Le Bourg, Joscelin de Courtenay. Incluso antes de comenzar las cruzadas, los turcos sólo podían decir que la habían tenido en su poder unos pocos años. Ahora, sin embargo, era suya.

El tema, sin embargo, tenía su miga. Desde comienzos del siglo XII, los habitantes de Edesa, o sea los cristianos que el condado traía de serie, se habían convencido de que el mandato cruzado era una ful, y habían tratado de sacudírselo. Con ese espíritu pragmático y abierto que tenían entonces los pueblos, y que es lógicamente incomprensible para quien quiere ver en las cruzadas un episodio de buenos y malos irreconciliables, los edesos habían conspirado para entregarle la ciudad a los turcos, pues consideraban que los selyúcidas, a pesar de ponerle impuestos a los cristianos por serlo, eran mejores señores que aquellos tipos europeos. Son embargo, los joscelines, el de Courtenay y su hijo Joscelin II, habían conseguido evitar ese problema y convencer, más o menos, a los habitantes locales de someterse a su BOE.

Joscelin II, sin embargo, no era como su padre ni de lejos. Le gustaba la buena vida y, por eso, dejó la capital para empadronarse en Turbesel, un lugar mucho más tranquilo y con mejor wifi para poner musicote en las fiestas, que eran bastante frecuentes. Se convirtió en una especie de Dinio cruzado y, como la noche le confundía, se olvidó completamente de dotar a la ciudad de Edesa de las infraestructuras necesarias para poder aspirar a ser un valladar inexpugnable. Así las cosas, la defensa de la ciudad quedó en menos de los armenios, que eran, y son, unos tipos muy fieros; pero que, militarmente, no se podían comparar con un ejército cruzado bien pertrechado y mandado.

Cuando Joscelin se enteró de que los turcos estaban asediando a la ciudad, lo primero que hizo fue escribirle a Melisenda para que le mandase amiguitos, así como a su vecino Raimondo de Poitiers, a pesar de que Joscelin y Raimondo con gusto se habrían arrancado los ojos con una cucharilla de café el uno al otro.

Raimondo, obviamente, estaba en mucha mejor posición que la Meli de ayudar a JoJo; pero pasó del tema como de comer comida británica. Así las cosas, Joscelin, falto de ayuda, decidió quedarse en Turbesel, no fuese a ser que acercándose a Edesa se fuese a caer alguna hostia.

Cuando los musulmanes consiguieron entrar en la ciudad, Zengi dio la orden de que allí no quedasen ni los ceniceros. Todos los franj fueron masacrados ondespot. Incluido el patriarca latino Hugo. Asimismo, también hicieron carne picada con muchos cristianos armenios; porque éstos, la verdad, cada vez que hay un turco cerca, siempre reciben. Así las cosas, el 26 de diciembre del 1144 marcó el turning point en el que los musulmanes recuperaban la primera de las grandes ciudades que los cruzados habían logrado dominar en Asia Menor.

Es evidente que los barones francos no fueron, ni de lejos, conscientes del tipo de marrón que suponía aquella victoria del tito Zengi. De hecho, a Raimondo de Poitiers le costó bastante tiempo, y que se lo explicasen despacito, hasta comprender el tipo de imbecilidad que había hecho. Muchas veces, desde que había comenzado la aventura cruzada, ejércitos francos cuyos lideres se llevaban como la mierda habían hecho piña. Y la razón era evidente: el montaje cristiano en Asia Menor era una fila de fichas de dominó y, evitando que cayese la primera, las demás, por mucho que la odiasen, no hacían sino trabajar por su propia seguridad. En cuanto Zengi dominó Edesa, puso los ojos en Antioquía. Pero, para cuando Raimondo se dio cuenta del mojo, era ya muy tarde.

Zengi, sin embargo, hizo algo muy novedoso. Tras unas horas de matanza y saqueo, ordenó a sus soldados que guardasen el alfanje y devolviesen todo lo robado. Liberó a todos los prisioneros que quedaban libres y le vino a decir a los habitantes cristianos que pretendía tratarlos humanamente (ahora que los había diezmado sensiblemente, claro).

La cosa es que Zengi se había dado cuenta de una cosa. Se había dado cuenta de que había sido un poco gilipollas tratando de reproducir en Edesa la matanza que los cristianos habían hecho en Jerusalén. Las cosas no eran así en esa zona. En Edesa lo que había era mucho cristiano que estaba hasta los huevos de otros cristianos. Con esa idea, más la evidencia de que el poder cruzado estaba en clara decadencia, Zengi se dio cuenta de que podía aspirar a ganar ciudades sin necesidad de disparar un solo tiro. Se le entregarían, siempre y cuando se mostrase más guay que los dominadores franj. Por eso, su obsesión fue lanzarle a los habitantes de Edesa el mensaje claro de que con él podían esperar una vida próspera y libre.

Así las cosas, Zengi permitió que el gobierno de Edesa siguiese siendo cristiano, y que la plaza siguiese siendo una plaza cristiana.

El turco se las prometía muy felices. Con seguridad contaba con que todo el condado cayese en sus manos sin más. Sin embargo, no pudo realizar sus planes porque estalló una rebelión en Mosul. Después de sofocarla, comenzó a pensar en invadir Damasco y asedió una pequeña fortaleza llamada Qalat Jabar; pero allí fue asesinado, el 15 de septiembre del 1145. El tema, al parecer, fue una tontería. Tras haber estado bebiendo vino antes de acostarse, Zengi se despertó y vio a uno de sus eunucos, Yaruqtash, bebiéndose el vino sobrante con unos pajes. Los abroncó y les anunció que serían castigados por la mañana. El eunuco y los pajes, conscientes de que el turco no se quedaba corto con los castigos, se lo apiolaron.

Así, por ahorrarse un ERE, fue por lo que murió el hombre que, durante quince años, había acojonado a los cruzados, y también a los musulmanes de Siria. Los cruzados llegaron a temerlo y admirarlo tanto que, incluso, alimentaron la idea de que era de orígenes latinos, puesto que se suponía que su madre podría haber sido Ida, la mangravina austríaca que había sido apresada por el padre de Zengi y habría terminado en su harén. Todo ello, una fake new digna de Newtral: el padre de Zengi había muerto siete años antes de la batalla en la que había estado presente Ida y ésta, de haber sobrevivido, habría con seguridad recuperado su libertad, teniendo como tenía gente totalmente dispuesta a pagar por ella.

Como solía pasar con los grandes caudillos selyúcidas, nada más morir Zengi, su reino comenzó a disolverse. Su hijo mayor, Saif ed-Din (o sea, Aladín o Aladino) Ghazi I se quedó con Mosul, aunque, la verdad, dicho territorio se encontraba en el caos por la revuelta de un príncipe selyúcida. El hermano menor, Nur ed-Din Mahmud, o sea Nuredín Mahmud, heredó Alepo.

Este reparto de cosas convertía a Nuredín en el principal riesgo para los cruzados, porque estaba más cerca y porque, además, era un joven comandante con mucho empuje. Sin embargo, los temas no estaban tan claros. Los armenios de Edesa, cuando se enteraron de que Zengi había muerto, concluyeron que era el momento de su liberación. Estos movimientos animaron a Joscelin II a intentar algo por su cuenta; aunque de seguro que, cuando los armenios estaban pensando en sacudirse el yugo musulmán, no estaban ni de coña pensando en someterse al del cruzado. Aun así, cuando Joscelin se presentó ante las murallas de Edesa con sus caballeros, los armenios decidieron abrirle las puertas de la ciudad, juzgando que peor estarían con los turcos (el hecho de que pensasen eso a pesar de que los cruzados nunca se habían portado bien con ellos y que Zengi, como ya sabemos, trató de cortejarlos, es una buena prueba de lo muy mal que siempre se lo han montado los turcos con los armenios). Joscelin tomó la ciudad, mató a todos los musulmanes de la misma, y envió mensajes a los otros reinos cruzados buscando solidaridad y apoyo.

La reconquista de Edesa provocó mucha homilía de agradecimiento a Dios, pero nulas expediciones de solidaridad. Ni Trípoli, ni Antioquía, ni Jerusalén, enviaron un solo soldado para ayudar en la defensa de una ciudad que, por lo demás, estaba bastante debilitada. Cuando Nuredín avanzó sobre Edesa, Joscelin hubo de hacerse a la idea de que lo mejor era largarse. Así que diseñó una especie de gran evasión para toda la población cristiana de Edesa. Sin embargo, Joscelin carecía de tropas para proteger aquel éxodo. Los turcos fueron especialmente fieros en la batalla y tomaron la ciudad por segunda vez; y no dejaron piedra sobre piedra.

Con la segunda caída de Edesa, el proyecto latino en Asia Menor estaba en unas condiciones especialmente comprometidas. Sin embargo, a pesar de todo todavía quedaban en Europa brasas del proceso que, décadas antes, había encendido los pechos de los europeos y les había animado a realizar aquella expedición casi imposible. Muy en particular, la nobleza franca o francesa se encontraba muy vinculada a todo aquello, toda vez que, en muy poco tiempo, había entregado al proyecto a dos de sus miembros señeros, como Fulco de Anjou y Raimondo de Poitiers, hijo del duque de Aquitania. Así las cosas, en 1114, cuando llegó a Europa la noticia de la caída de Edesa, las gentes no se quedaron tan tranquilas. Apenas unos meses después el propio rey francés Luis VII estaba pensando en tomar la cruz y marcharse a Tierra Santa. Luis VII era un hombre extremadamente religioso que, además, consideraba que la realización del plan de los señores feudales franceses en Asia Menor no era sino seguir los pasos de Carlomagno, sólo que construyendo un imperio con distinto territorio. Conrado III, el emperador germano, tenía ideas bastante parecidas. Durante mucho tiempo, en diversos puntos de Europa se creyó en la llegada de un descendiente de Carlomagno que traería un largo periodo de paz y prosperidad, al estilo de la vieja parousia cristiana.

Estamos hablando del inicio de lo que conocemos como segunda gran cruzada.

El ejército francés y el imperial salieron cada uno por su cuenta, y en medio de un ambiente de abierta hostilidad entre ambos. Eran los dos grandes gallos de Europa y, la verdad, no se soportaban. Pero ambos compartieron una característica: la hostilidad de los bizantinos. Manuel Commeno, el emperador, sentía la misma repugnancia hacia aquellas gentes que había sentido su abuelo Alejo por los primeros que habían aparecido por Constantinopla. Los griegos, efectivamente, seguían temiendo en mayor medida a los latinos que a los propios musulmanes, con los que, mal que bien, habían aprendido a convivir. Aunque aquellos dos ejércitos eran más pequeños que los de la primera cruzada, eran formaciones muy importantes. Además, justo cuando Luis VII y Conrado III estaban acercándose a las afueras de Constantinopla, Manuel Commeno acababa de firmar la paz con los selyúcidas de Anatolia.

La obsesión de Manuel Commeno era que aquellos tipos cruzasen el Bósforo cagando melodías; y una vez que lo hicieron, perdió completamente el interés por ellos, consciente como era, por la experiencia de su abuelo, de que aquellos tipos no le ayudarían en lo más mínimo a recuperar el poder griego en la Asia helenística. No hay que olvidar que Luis VII estaba en el teatro sirio acompañado de su mujer, la terrible Eleanora de Aquitania, quien, asimismo, era sobrina de Raimondo de Poitiers; aquella señora, y de consuno su señoro, por los cojones iba a admitir la idea de que Antioquía debía ser para Bizancio.

La segunda cruzada, por lo demás, no sobrepujaba a la primera en tropas; pero sí en la cantidad y calidad de los grandes hombres del gotha que participaban en ella. Con Conrado venía el obispo Otto de Fresinga, medio hermano del propio emperador; asimismo, estaba el sobrino de Conrado Federico de Suabia, a quien conocemos mejor como Federico Barbarroja (apelativo que todavía no tenía entonces). También estaba Enrique, duque de Austria, Welfo duque de Bavaria, Hermann, mangrave de Baden, Enrique, obispo de Toul, Esteban, obispo de Metz o Guillermo, marqués de Montferrat, Entre les bleues, estaba el dispómano Enrique conde de Champaña; Alfonso-Jordan, conde de Toulouse; Tierry, conde de Flandes; y Roberto, conde de Dreux y hermano del rey.

Conrado y el Bayern de Munich fueron los primeros en cruzar el Bósforo. En Asia les estaba esperando el sultán de Rum, o sea el gobernador selyúcida amigo de los Commeno, Rukn Aladín Masud o Rüknedin Mesud, normalmente conocido como Masud I. El turco derrotó al alemán, aprovechando sobre todo que los chucrut, acostumbrados como estaban a la Selva Negra y esas milongas, lo pasaron bastante mal en el desierto de Anatolia, sudando más que en Supervivientes y cogiendo hasta el COVID tupamaro. La batalla fue el 26 de octubre del 1147, y Guillermo de Tiro nos dice que, según su estimación, en ella Conrado perdió el 90% de su tropa, aunque es probable que exagere. Muy probablemente, eso sí, en la batalla falleció toda la infantería, todos los civiles peregrinos, y buena parte de los caballeros. Así pues Conrado, ahora que su tropa no es que cupiese en un taxi pero sí cabía en un par de barcos, volvió grupas hacia Constantinopla y, una vez allí, se embarcó camino de Jerusalén.

Luis VII tampoco lo tuvo fácil. Avanzó por zonas montañosas y difíciles, donde los accidentes, las enfermedades, la sed y los turcos le fueron diezmando los efectivos; pero, al fin y a la postre, consiguió llegar hasta Attalia, que era una ciudad costera bajo la dominación griega. A partir de ahí, las tropas fueron transportadas poco a poco en barcos hasta San Simeón, que era el puerto del principado de Antioquía. Aquellos de los soldados que no lograron encontrar transporte fueron, simplemente, expulsados por los griegos de la ciudad, y acabarían pereciendo poco a poco a menos de los turcos, dueños del campo abierto. Éste era el buen rollito cristiano de las cruzadas.

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