viernes, marzo 08, 2024

Cruzadas (30): Amalrico en Egipto

Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga

La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano 



Todos estos oropeles, en los que también participó Balduino (al fin y al cabo, primo de la pretendiente), tenían como objetivo presentarle al emperador un fait accompli ante el que no pudiese dar marcha atrás. Manuel, sin embargo, tenía convicciones muy claras, y anunció que había optado por pedir la mano de María. Los francos se cabrearon tanto que Raimondo ordenó que los barcos engalanados fuesen armados como buques de guerra, y con ellos la tomó con la isla de Chipre. Melisenda de Trípoli, por su parte, nunca se recuperó del disgusto. No cabe reprochárselo. Ser emperatriz de Bizancio era, en sus tiempos, uno de los principales, sino el mayor, de los braguetazos que se podía dar en la vida. Garantizaba una existencia de lujo y de comepollismo en modo experto practicado por absolutamente todo el mundo a tu alrededor; por no hablar de que suponía que tus deseos pasaran a ser órdenes para una nación entera. Melisenda era joven y probablemente habría podido casar con nobles de alcurnia sin problema; pero cayó en la depresión, se metió en un convento y moriría poco tiempo después, todavía muy joven.

Claro que difícilmente María de Antioquía habría de considerarse más afortunada. Era hija de Constancia y Raimondo de Poitiers, pero tenía dos hermanos y una hermana más todavía vivos, lo cual quiere decir que tenía menos mimbres para heredar el principado que Froilán de Borbón. Sin embargo, aunque los derechos dinásticos de María eran pocos, para Manuel ya eran un hilo del que tirar. Manuel tenía tanta prisa por casarse que su matrimonio se preparó a espaldas de Balduino y con tal rapidez, dicen las crónicas, que Constancia no tuvo tiempo de hacerse un vestido acorde. Se casaron en Constantinopla, en diciembre del 1161.

Los historiadores griegos nos dicen que María era un pibón que te cagas. Esto, sin embargo, bien puede ser pura propaganda. Lo que sí parece claro, a la luz de los hechos, es que María, tan ilusionada como estaba con ser la emperatriz, no sabía dónde se metía, y mucho menos estaba preparada para navegar aquel ambiente de mayordomos de varias capas, conspiradores continuados, mentirosos compulsivos y aduladores constantes. Nunca, pues, entendió adecuadamente aquella Corte, ni siquiera cuando tomó todo el poder a la muerte de su marido.

Dos meses después de la boda de Manuel y María, falleció Balduino III de Jerusalén. Era el 10 de febrero del 1162 y la muerte tomó a todos por sorpresa, pues el rey tenía apenas 32 años de edad. Los consejeros de Nuredín le instaron a atacar a los francos ahora que estaban débiles; pero el musulmán, un hombre piadosamente religioso, impuso el respeto funerario.

El rey había muerto sin quecos. Teodora, su viuda, que apenas tenía 18 años y dado que aquella ciudad tan santa nunca le había gustado ni un tantito, abandonó Jerusalén y se fue a vivir a Acre, ciudad que había recibido en dote. De ahí regresaría cinco años después en compañía de Andrónico Commeno, futuro emperador; pero ésa es otra historia.

Con este panorama familiar, el heredero directo de Balduino era Amalrico o Amalarico, su hermano menor. Amalrico tenía algunos, casi todos, los defectos de un miembro de familia real que ha sido educado por personas que nunca imaginaron que tendrían que tirar de él para continuar la dinastía. Aparte de ser menos agraciado que su hermano, no le había sido desarrollada ni su mano izquierda ni, en general, el sentimiento diplomático de las cosas. Era orgulloso, faltón, de esas personas que no saben no salirse con la suya y que siempre tienen que joder la vida de alguien cada vez que dan una orden. Estaba casado con la hija de Joscelin II de Courtenay y, en Jerusalén, se había rodeado de una especie de semi-Corte, dentro de la Corte, formada por los antiguos barones de Edesa que se habían quedado sin condado; un poco, pues, como la camarilla flamenca que Carlos I se trajo a Castilla cuando vino a tomar posesión del trono español.

Balduino había acostumbrado a sus barones hierosolimitanos a estar muy implicados en la gobernación del reino; Jerusalén era, en este sentido, una nación feudalizada en todo el sentido del término. Todos conocían a Amalrico y sabían bien que eso iba a cambiar cuando fuese rey. Así las cosas, la Corte gardinga, por decirlo en términos godos, decidió dejarle claro al hereu que para quedarse con la finca, antes debía de pasar por un control de calidad. Y, como primera providencia, le exigieron que repudiase a Inés de Courtenay puesto que, le dijeron, no daba la talla de reina de Jerusalén. A mí, particularmente, todo esto no me parece otra cosa que un intento claro de evitar que Jerusalén fuese gobernada por la antigua elite de los Lavadoras. De hecho, los barones de Jerusalén no temían tanto a Inés como a su hermano, Joscelín III, quien por lo visto era un Iván Redondo de la hueva.

Amalrico no se lo pensó mucho. Entre defender a quienes habían sido sus amigos hasta entonces y la corona, eligió la corona. Los sacerdotes de la ciudad, a cambio de la habitual pasta, dictaminaron encantados la anulación del matrimonio por consanguineidad; lo cual fue un pucherazo de la pitri mitri, pues los cónyuges apenas eran parientes (algunos de sus abuelos habían sido primos). Eso sí, en otro salto mortal acojonante que de nuevo fue santificado por los teólogos a cambio de la adecuada cantidad de pasta, los hijos de aquel matrimonio anulado, es decir nunca producido, fueron declarados legítimos; con ello, Balduino y Sibila se convirtieron en los legítimos herederos del reino, y fueron, niños aún, arrancados de los brazos de su madre, que ya no era su madre. A Balduino le metieron en el cursus honorum en el que, en el momento de escribir estas notas, está la princesa de Asturias, que si vete a Gales a estudiar y luego a hacer la pista americana y tal; mientras que Sibila, con una probabilidad mucho menor de heredar la corona, fue enviada a vivir con Joveta, su tía abuela; ésa que, si recordáis, fue presuntamente violada por los musulmanes, y que era abadesa del convento de San Lázaro de Betania. A Inés, para que no diese por culo, la casaron con Hugo de Ibelin, uno de los barones de la Corte.

Amalrico era un tipo curioso. Resultaba temible en el campo de batalla; lo cual es sorprendente, porque era un gordako de la leche; y las crónicas nos vienen a sugerir que debía de ser algún problema patológico por su parte, pues ni comía ni bebía en exceso. Sorprendentemente para alguien que había crecido convencido de que sería un segundón y había terminado siendo rey, enseguida destacó por la modestia de su vida. Es, de hecho, pertenece a la estrechísima casta de  gobernantes que hay en toda la Historia de la Humanidad, el 80% de ellos jefes de tribu en el Neolítico, que se puede decir que gastaron únicamente aquello que era estrictamente necesario; Amalrico, por decirlo en términos presentes, no tenía Koldos. Eso sí, como le gustaba blandir la espada, no hizo sino intensificar la estrategia de su hermano, consistente en presionar por el sur a los egipcios. Su gran sueño, de hecho, era invadir Egipto.

Como ya os he contado, la base de todas estas ilusiones era el estado de hondo decaimiento en el que se encontraba la monarquía fatimí en Egipto. Tras el asesinato de al-Hafiz y la toma de poder por Shawar con el título de visir del califa niño, la cosa no se tranquilizó. Shawar fue finalmente destronado por uno de sus lugartenientes, llamado Dirgham. Shawar, huido, se refugió en la Corte de Nuredín, al que trató de convencer para que avanzase sobre Egipto para reponerle. Nuredín, que vio el cielo abierto con la invitación, envió a un ejército al mando de uno de sus mejores generales, sino el mejor, Asad ad-Din Shirkuh bin Shadi, normalmente conocido como Shirkuh o Serko. Shirkuh, en efecto, colocó en el poder de nuevo a Shawar casi sin bajarse del jeep.

Dirgham, viéndose vencido por Nuredín, decidió buscar apoyo en el enemigo de éste, y por eso se dirigió a Amalrico. El cruzado movió un ejército hacia el sur; pero para cuando llegó a Egipto, se encontró con que su aliado había sido ya depuesto. Shawar lo recibió con buenas palabras; para entonces, empezaba a no tener claro que Nuredín lo fuese a conservar en el puesto. Así pues, concluyó un tratado de alianza con Amalrico.

Era 1163, y Amalrico venía, precisamente, de vencer a las huestes de Nuredín en Buqaia, sobre todo gracias a que su ejército se vio momentáneamente reforzado por dos barones europeos que estaban de peregrinación en Jerusalén: Hugo VIII de Lusignan y Godofredo Martel, hermano del conde de Angulema. Asimismo, el gobernador bizantino de Cilicia, Constantino Coloman, también había ayudado. De hecho, la pericia y bravura mostrada por los griegos en el campo de batalla le dejó bastante claro a Amalrico que no tenía mucho de que preocuparse al norte de su reino, así pues se podía centrar en el sur.

Las tropas de Amalrico y de Shirkuh estaban ambas en las afueras de El Cairo, una enfrente de la otra, pero sin lanzar batalla. El 10 de agosto del 1164, sin embargo, Nuredin infligió una derrota muy severa a los cruzados en Harenc, al norte; así pues, Amalrico comenzó a pensar en levantar campo y marcharse de allí. La derrota de Harenc tuvo un importante valor moral para ambas partes, puesto que en la defensa de aquel casillo se habían unido francos, griegos y hasta armenios, y aun así Nuredín los había vencido. El príncipe de Antioquía y el conde de Trípoli habían estado también presentes. Los musulmanes hicieron una celada pretendiendo retirarse para ser perseguidos; una celada en la que el único que no cayó fue Thoros el armenio, bastante más listo que sus conmilitones. Pero en la que sí que cayeron Constantino Coloman, Bohemondo III, Raimondo III y Joscelin III, que fueron todos ellos llevados prisioneros a Alepo, donde recordaréis que ya había sido hospedado Reinaldo el ladrón de cabras. De esta manera, la convicción de Amalrico de que no tenía nada que temer por las luchas al norte de sus dominios se disolvió. La Siria septentrional no tenía, literalmente, defensas cristianas.

Por una razón estratégica, Nuredín no tuvo nunca la intención de explotar su ventaja en Antioquía. No marchó sobre la capital y, de hecho, Bohemondo III fue de los primeros en salir del maco, un año después de su cautiverio. Esa razón era que, con su política de alianzas, Antioquía se había convertido en un principado no dependiente de Jerusalén, sino de Constantinopla. Nuredín, por lo tanto, era consciente de que si presionaba sobre aquel territorio, lo que provocaría sería que los bizantinos cruzasen el Bósforo; y eso era lo último que quería. A quien le reprochó su blandura, Nuredín contestó: “prefiero que sea mi vecino Bohemondo que no el emperador”. Claramente, el musulmán temía que los cruzados, si veían Antioquía perdida, se la ofreciesen regalada a los Commeno. Bohemondo, por lo demás, no olvidemos que era cuñado del emperador. Una vez liberado, pagó visita a Constantinopla y, de regreso a casa, se llevó un patriarca griego que fue entronizado como patriarca de la ciudad. Para los griegos, que en Antioquía volviese a mandar la Iglesia ortodoxa equivalía a recuperar el principado para sí.

En cuando a Raimondo III de Trípoli y Joscelin III de Courtenay, tanto ellos como sus caballeros sobrevivientes permanecieron años presos. El tema era especialmente jodido para Joscelin, puesto que su padre había muerto en aquella misma prisión. En cuanto a Raimondo, después de la expedición que hizo a Chipre para vengar el gesto del emperador de no casarse con su hermana Melisenda, en Constantinopla no estaban por la labor de poner ni un duro para rescatarlo.

Una vez que las cosas se calmaron un poco en el norte, Amalrico puso grupas hacia el sur una vez más. Para el rey de Jerusalén, el reino egipcio, que seguía siendo un lugar débil y carcomido por las hostilidades internas, era una perita en dulce. Tiempo atrás le había escrito una carta a Luis VII de Francia, describiéndole las cuitas del reino fatimí, demostrándole pues que podía caer con mucha facilidad, y llamándolo a enviar barcos y tropas para ello. Le ofreció al rey de Francia ser, también, rey de Egipto y del valle del Nilo; Luis, sin embargo, estaba literalmente hasta los huevos de los francos sirios de los cojones que no hacían más que pedir y pedir (porque los carros llenos de oro de Oriente que algún día se pudo imaginar que llegarían a Europa, la verdad, nunca llegaron).

Visto que su primera opción no funcionaba, Amalrico decidió jugar una carta más cercana:: el emperador. Pero, al mismo tiempo, Amalrico negociaba con Shawar y con Shirkuh. El general de Nuredín trataba de conseguir que Shawar se apuntase a la guerra santa y, por lo tanto, se decidiese por una alianza musulmana; pero Shawar, quien como sabemos temía a los turcos incluso cuando traían regalos, prefería jugar sus cartas. No hay que olvidar que los turcos, y consiguientemente Nuredín, eran sunitas. La escisión fatimí es una escisión shií, y esto quiere decir que muchos musulmanes egipcios contemplaban la dominación de su país por Nuredín como mucha, muchísima peor noticia que la dominación por parte de los franj.

Por otra parte, desde 1157 Nuredín había caído enfermo y eso lo tenía bastante limitado, por lo que se apoyaba claramente en Shirkuh, que cada vez era menos un general y más un gobernante. Cuando francos y fatimíes alcanzaron su pacto de asistencia, Shirkuh invadió Egipto. Derrotó a Amalrico en Babain, al sur de El Cairo y en las riberas del Nilo, y luego remontó el río hasta tomar Alejandría. Amalrico y algunas tropas egipcias se fueron a por él y asediaron la ciudad, que quedó bajo la defensa del sobrino de Shirkuh, al-Nasir Salah ad-Din Yusuf ibn Ayyub, de quien volveremos a hablar aunque, para mejorar la comprensión, utilizaremos el nombre por el que más lo conocemos, es decir, Saladino. Saladino fue vencido y Shirkuh abandonó Egipto.

Obviamente, Saladino era entonces un joven teniente con un gran celo religioso sunita. Cuando Alejandría se rindió, sin embargo, corrió serio peligro de ser atacado por los habitantes de la ciudad, por lo que se refugió en el campamento de sus propios enemigos los cruzados, quienes lo trataron con total deferencia.

Los generales y barones cruzados comenzaron a comerle la oreja a Amalrico con que, ahora que el general kurdo se había marchado del teatro de la guerra, procedía romper la alianza con Shawar y quedarse con Egipto por la fuerza de la espada. En un ejemplo de la líquida moral que siempre ha caracterizado a la Iglesia católica, opustólica y romántica, Guillermo de Tiro nos cuenta en su crónica que los obispos que marchaban con el rey de Jerusalén trataron de vencer su prurito moral diciéndole que “dejase que tomasen ellos la decisión, que ya se harían perdonar por el Papa”. Pues el Francisquito, de toda la vida, ha perdonado todo lo perdonable si hay pasta de por medio.

Amalrico, sin embargo, demostró estar muy por encima de sus consejeros espirituales. Negoció con Shawar una moderna pleitesía, es decir: un impuesto. El musulmán quedó en pagarle 100.000 piezas de oro, con lo que Egipto pasó a ser, por la vía de los hechos, vasallo del reino de Jerusalén. El cual, por supuesto, dijo que recaudaba toda aquella pasta para los pobres y toda esa mierda. Los que recaudan impuestos, veramente, no han girado el disco en mil años.

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