viernes, marzo 01, 2024

Cruzadas (25): Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno

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Game over
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La tentativa de Alicia de casar a su hija con un Commeno tenía muchísima importancia. Bizancio siempre había considerado que Antioquía era su posesión, tan sólo provisionalmente dominada por los musulmanes. Que los cruzados la arrebatasen de las manos islamitas para quedársela ellos mismos fue un golpe durísimo en Constantinopla, del que el teórico bando cristiano nunca se recuperaría. Ahora, sin embargo, el mero planteamiento del casamiento había levantado en el Bósforo la ilusión de volver a poner las cosas en su sitio.

Tras la desgracia de Bohemondo, Alejo Commeno le había exigido a Tancredo que cumpliese las promesas formales un día hechas por el normando en el sentido de sustantivar el poder griego sobre el principado. Tancredo, sin embargo, lo había mandado a la mierda, prácticamente con esas palabras además. Esta chulería era la que había provocado que Bizancio se desentendiese por completo de la expedición cruzada; algo que los latinos acabarían pagando muy caro.

Alejo Commeno se convirtió en el peor enemigo del recuerdo de Bohemondo y de las acciones de Tancredo y de sus herederos. Ayudó a los egipcios a volverse contra los cruzados, e incluso llegó a escribir al califa en Bagdad y al sultán en Persia, urgiendo la yihad contra los que eran cristianos como él; lo hizo con tanto celo que, incluso, en Bagdad llegó a haber musulmanes muy creyentes que acusaron al califa de tener menor fervor que el basileus de Rum. Alejo, por lo demás, atacó las ciudades costeras de Antioquía, tratando de hacerlas suyas.

Aunque, ya lo hemos dicho, el Commeno se había sentido en buena medida cercano a Raimondo de Saint-Gilles y sus provenzales, conforme fue avanzando el tiempo se fue dando cuenta de que tanto el rey de Jerusalén como los sucesivos condes de Trípoli estaban más por la labor de solidarizarse y apoyar a Antioquía que a Constantinopla. En consecuencia, la corte de Bizancio perdió todo interés por la original misión cruzada; la idea e recuperar para la cristiandad los territorios donde había nacido comenzó, literalmente, a importarle un huevo.

Alejo la roscó en el 1118, es decir, murió el mismo año que Balduino I. Lo sucedió su hijo Juan, cuyo reinado vino a coincidir básicamente con el de Balduino II y Fulco I. Juan era el único hijo varón y su nacimiento, hasta cierto punto tardío e inesperado, había cegado el camino para su hermana mayor, la princesa Ana, una mujer muy, y muy es muy, ambiciosa, que llevaba soñando con ser emperatriz desde niña.

Juan Commeno era consciente de que el tema de Antioquía había amargado la vida de su padre y ambicionaba solucionarlo. Sin embargo, pragmático como era, era consciente de que las muchas guerras y problemas de seguridad que enfrentaba Bizancio hacían muy difícil abordar el tema por el flanco militar; así pues, soñaba con una solución diplomática, lo cual, en ese tiempo, quiere decir matrimonial. Rogelio de Salerno, probablemente, habría sido proclive a atender la oferta de casar a su hija con un príncipe Commeno para así consolidar sus posibilidades en el principado del que fue regente; pero había muerto. Entonces Juan proyectó un matrimonio con alguna de las hijas de Balduino II, pero el tema no prosperó. Fue en ese entorno cuando Alicia de Antioquía le propuso casar a su hija, la heredera del principado, con uno de sus hijos, Manuel. Petición que, como ya sabemos, provocó la llegada a Oriente Medio de Raimondo de Poitiers, quien se casó con Constancia merced a una argucia.

Aquella argucia convenció a Juan Commeno de que con Antioquía sólo había una forma de diálogo.

En el año 1137, los bizantinos se presentaron en Antioquía. Lo hicieron entonces porque sabían bien que Fulco de Jerusalén acababa de ser derrotado en Montferrand, así pues no tenía el chichi para ruidos. De hecho, cuando Raimondo de Poitiers salió de Antioquía para asistir a Fulco, la ciudad ya estaba medio asediada por los griegos.

Los bizantinos sometieron los muros de la ciudad a un bombardeo casi constante. Raimondo, ante el cariz que tomaban los hechos, decidió negociar. Juan, por supuesto, contestó que podían negociar las mierdas; pero que el elemento fundamental: la posesión de la ciudad de Antioquía, no era negociable. La quería él. Raimondo envió emisarios a Fulco por ver si el rey le podía ayudar. Cuando los emisarios llegaron a Jerusalén y Fulco pidió a sus asesores que le informasen sobre aquella movida desde el principio, se dio cuenta de algo que, por otra parte, era bastante evidente: los derechos de Bizancio, una nación que en el momento que nos normandos tomaron Antioquía era aliada y cabalgaba con ellos, eran absolutamente indiscutibles. Habían pasado varias décadas, muchas incluso; pero el rey de Jerusalén se dio cuenta de que, tal vez, aquel conflicto marcaba el momento de tratar de hacer las cosas bien. De hacerlas como, tal vez, se debieron hacer desde un principio.

Juan Commeno, por otra parte, estaba acunando la idea de ser el impulsor de una gran cruzada contra Zengi, puesto que consideraba que, en este señor de la guerra, los musulmanes habían encontrado, por fin, un líder que los aglutinaba razonablemente; y consideraba que los cristianos debían responder con la misma moneda. Siendo como era un devoto creyente, para él, en realidad, este proyecto era mucho más importante que poseer Antioquía; consecuentemente, en el momento en que los cruzados se mostraron proclives a participar en la expedición, comenzó a mostrarse más interesado en éste que en cualquier otro asunto, y dio órdenes a sus generales de que no tomasen la ciudad. Diseñó una campaña conjunta contra Alepo en el este y el emirato árabe de Shaizar en el oeste, con el objetivo de llegar a Damasco. La operación se basaba en que, una vez controlado Alepo por los cruzados, Raimondo de Poitiers recibiría el reino de dicho nombre para él y entregaría Antioquía a Bizancio.

Estas pretensiones hicieron que al proyecto cruzado, por así decirlo, le saltasen todas las costuras. Los cruzados habían llegado a Oriente Medio agitando la idea de una guerra santa cristiana contra los musulmanes pero, la verdad, había dos cosas que decir sobre esto. La primera, que buena parte de aquellos cruzados, véase Bohemondo de Tarento como mejor ejemplo, nunca habían creído en esa misión histórico-religiosa; ellos habían venido a Asia Menor para labrarse un futuro como señores. La segunda cosa que hay que decir es que, sobre ser cierta la primera de las cosas, además los hombres de la primera cruzada estaban ya todos muertos; y los que habían venido detrás actuaban en un entorno ya hecho a las ambiciones personales, por así decirlo. Éstas son las razones fundamentales de que los nobles cruzados, a pesar de que la oferta de Juan Commeno de montar una cruzada más era, quizás, la única solución viable a su situación cada vez más desesperada, se mostrasen, en realidad, muy escépticos, cuando no abiertamente contrarios, a la idea de la yihad cristiana. Los latinos estaban dispuestos a luchar. Pero, uno, habían aprendido que los musulmanes, por no hablar de los armenios cristianos, o los cristianos libaneses, podían llegar a ser aliados muy interesantes en según qué situación. Y, en segundo lugar, tenían claro que si ellos cabalgaban, era por su propio poder, no por el del emperador de Constantinopla, a quien veían como el gran, y lógico, ganador de la oferta de Juan. Así las cosas, Joscelin II de Edesa y Raimondo de Poitiers, regente de Antioquía, dos espadones que personalmente no se irían juntos ni a comprar un billete de la bono loto, se unieron contra los deseos constantinopolitanos.

La coalición, finalmente, se montó, y atacó Shaizar. Sin embargo, fue una coalición tan sólo en su formulación escrita y en los resúmenes históricos. Ni Joscelín ni Raimondo tenían ningunas ganas de tomar el poder de aquel pequeño reino árabe, cuya existencia, en realidad, les reportaba más beneficios que problemas, al actuar como tampón, muchas veces, entre los cristianos y los musulmanes con verdadero poder. Juan Commeno, sin embargo, estaba convencido de que Shaizar era la llave que abría el cofre de la dominación de Siria. Así pues, se lanzó al asedio de las ciudades, mientras sus dos aliados se quedaban en sus tiendas bebiendo y jugando a los dados, y recomendándole a sus tropas que no fuesen a la batalla.

Juan Commeno se acabó hartando de la situación, y por eso abrió negociaciones propias con los munquiditas de Shaizar. Acordó con ellos los términos de un vasallaje respecto de Bizancio. Se quedó, por lo tanto, con la totalidad del impuesto que pagarían los árabes, sin parte para sus dos aliados y, lo más importante, se despidió del acuerdo amistoso basado en recuperar Antioquía tras capturar Alepo.

El emperador trató de captar a Raimondo de Poitiers para el proyecto de hacerse con la ciudad, pero éste tenía sus propias ideas. Con la ayuda de Joscelin II, lo que hizo fue levantar en rebelión a la población de Antioquía. La rebelión fue tan fuerte que se acabó por juzgar que, en ese estado de cosas, no podía ser entregada al Commeno, quien tuvo que renunciar a ello con gran cabreo.

En cuanto Juan Commeno abandonó Antioquía, Zengi se puso en movimiento. El líder musulmán había estado realmente preocupado por la alianza formal entre griegos y cruzados, y de hecho había enviado cartas a los segundos buscando romper la alianza. Así pues, la marcha de Commeno era para él toda una lotería y, sin solución de continuidad, consiguió arrebatarle a Antioquía varias ciudades fronterizas, como Bizan, Athareb o Kafartab. En otras palabras: abrió la lata de Antioquía que antes Juan Commeno había conseguido cerrar.

Fulco tenía que hacer algo. Y tenía margen para ello. Los musulmanes damascenos estaban ellos mismos bastante asustados con la ganancia de poder de Zengi, un personaje que sabían era muy cruel y despiadado. La alianza, que lógicamente se verá como alianza contra natura para todo aquél que contemple el proceso de cruzadas como lo que no fue, salvó la independencia del reino de Damasco y le permitió a los cruzados de Jerusalén no compartir frontera con Zengi, algo que habría sido un desastre.

El problema fue, sin embargo, que, cuando los pactantes todavía estaban cerrando los flecos de su furtiva alianza, Juan Commeno apareció de nuevo en el norte de Siria. Al emperador no se le había pasado el cabreo, y había decidido presentarse en el teatro asiático para exigirle a los cruzados que honrasen sus compromisos cristianos. Sin embargo, no consiguió nada, pues Raimondo de Poitiers volvió a poner pies en pared. El soldado argumentó, no sin razón, que no podía disponer así como así de un territorio como Antioquía, que no le pertenecía a él, sino a su mujer. Pero, en realidad, lo que estaba pasando era que el comandante del principado sabía que su población era abiertamente hostil a la idea de una dominación griega de la que, la verdad, no tenían buenos recuerdos. Así pues, adujo también los derechos del PasPas romano sobre el territorio para negarse.

Como estaba llegando el invierno, Commeno sabía que iniciar un asedio de Antioquía sería tontería; pero como tampoco quería irse de ese teatro, resolvió hacer una peregrinación a Jerusalén. Le mandó un email a Fulco diciendo oye, que voy. Fulco le contestó que sería bienvenido, pero que se presentase con una pequeña escolta porque el reino de Jerusalén no tenía el chirri para melodías y no podía mantener a todo el ejército bizantino. O sea, una forma elegante de decirle que saques a tus putos soldados de aquí, coño. Juan contestó secamente que era su costumbre “cubrir toda la tierra que atravesaba” con sus ejércitos cuando salía de Constantinopla, y decidió no ir tampoco a Jerusalén. Nos quedaremos sin saber si Juan Commeno habría terminado por provocar una guerra total en el teatro cruzado; pocos meses después, en primavera y en Cilicia, fue alcanzado por una flecha cuando estaba cazando, y le dio un apechusque del cual la roscó.

El rey Fulco sobrevivió a Commeno sólo ocho meses y, de hecho, murió de lo mismo, es decir, de un accidente que le sobrevino cazando (la caza, ya se sabe, era los cruceros a vela de los deméritos medievales). Con la muerte de Fulco, un hombre que había llegado a Oriente Medio un poco despistado pero había sabido adaptarse pronto y que tenía evidentes dotes organizativas y militares, el reino de Jerusalén quedó descabezado y bajo la regencia de su mujer, dado que su heredero, Balduino III, tenía todavía trece años.

Melisenda de Jerusalén, la regente, no era una mujer que supiera mucho de política y, desde luego, valía más para rellenar el depósito de un Twingo que para hacer la guerra. Pero era tremendamente ambiciosa. Era la hija mayor de Balduino II; sabía, por ello, que era la heredera legítima de aquel reino, y quería ejercer su poder en toda su extensión; de hecho, lo hizo incluso más allá del momento en que su hijo ya tuvo la edad para ser rey por sí solo.

Melisenda, de hecho, no había estado quieta en vida de Fulco. Interpretando a la percepción el papel de una primera dama que no sea un florero, tomó para sí la labor de coser una reconciliación entre los francos recién llegados y los cristianos hierosolimitanos de toda la vida. Fue ella quien introdujo en la Corte al patriarca jacobita Ignacio de Edesa. La reina se destacó por el impulso de edificios religiosos, entre otros un convento entero para su hermana pequeña Joveta, quien como sabemos se había hecho monja. Melisenda fue la regente de su hijo hasta que Balduino tuvo 22 años y, la verdad, sólo lo dejó reinar entonces porque los barones más o menos la amenazaron con un golpe de Estado. Eso a pesar de que siempre procuró tener apoyos, como el de Manases de Hierges, a quien nombró condestable.

Quien no se quedó quieto tras la muerte de Fulco fue Zengi. Apenas unos meses después, asedió Edesa. Para Melisenda este ataque tenía mucha significación, puesto que Edesa había sido el primer feudo de su padre, y trató con todas sus fuerzas de allegar un ejército cruzado para responder a la iniciativa. Sin embargo, este ejército llegó cuando Zengi ya había ganado y, por lo tanto, los franj no pudieron sino retirarse prudentemente.

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