miércoles, marzo 06, 2024

Cruzadas (28): Reinaldo el cachoburro

Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga

La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano 


 



La viuda del desgraciado Joscelin se llamaba Beatriz y, como le pasaba a muchas mujeres de noble casta en la época, ya había quedado viuda antes, en este caso del señor del castillo de Sahiyun y sus alrededores, hoy más conocido como el castillo de Saladino. Consciente de que para ella se había acabado todo lo que se daba, vendió las pocas posesiones territoriales que todavía controlaba, es decir Turbesel y alrededores, a los bizantinos. El propio Balduino III de Jerusalén, consciente de que no tenía medios de defender lo que quedaba del condado de Edesa, le aconsejó aceptar la oferta de los griegos. Beatriz cogió a sus tres hijos y se fue a vivir a Jerusalén.

Balduino se desplazó con tropas a Turbesel para poner en orden todo aquello. Allí se encontró con muchos armenios e incluso sirios que, recordando los viejos tiempos de dominio constantinopolitano, le pidieron poder emigrar a territorio franco antes que quedarse allí. A pesar de que el camino estaba infestado de bandas de turcos y turcomanos, el rey de Jerusalén consiguió llevar aquella columna a su destino.

Si lo que temían los habitantes de Edesa era el yugo griego, se podían haber ahorrado tanto riesgo. Al año siguiente, Nuredín se hizo con todos los territorios formalmente vendidos a Constantinopla. Con ello, pasó a controlar casi todo el condado, con la excepción de algunos territorios al norte que se habían quedado los artúquidas.

Todos estos éxitos de los turcos levantaron muchas suspicacias, además de un baño de realidad, en Jerusalén. Los barones francos que gobernaban allí se daban cada vez más cuenta de que el objetivo en el que un día creyeron: limitarse al terreno hierosolimitano y defenderlo, era una misión imposible; que todos ellos estaban perdiendo momento en Oriente Medio. Por otra parte, la mayoría de los barones culparon a la regente y su churri el condestable de la serie interminable de desgracias que habían ocurrido en los nueve años que el reino llevaba sin Fulco. En 1152, además, Balduino tenía ya 22 años, y a aquellos hombres les costaba entender que todavía permitiese el gobierno de su madre.

Balduino III tenía un respeto muy grande por su madre; pero, como casi todo el resto de las personas que mandaban algo en el reino de Jerusalén, odiaba al condestable Manases de Hierges, un hombre altivo y retador que, según las crónicas, trataba a todo el mundo como la mierda. Fue este rechazo, muy probablemente, el que le movió a dar los pasos que dio. Formalmente, parece que se había pactado que la coronación de Balduino sería también un acto de afirmación del poder de su madre. Melisenda, efectivamente, sería coronada ella misma en el mismo acto. Sin embargo Balduino, al final, procedió a ser coronado en una ceremonia secreta e individual. Con ello, Balduino regateó una especie de diarquía diseñada por Manases en la que él estaba llamado a ser la parte más débil, ya que Melisenda se reservaba el mando sobre Jerusalén, Nablús y sus tierras, es decir la crema del reino; mientas que a Balduino se lo convertía en una especie de reyezuelo de Acre y Tiro.

Tras haber sido coronado en solitario, Balduino, en una escena que seguro fue tormentosa, se dirigió a su madre para conminarla a resignar todo poder y pasarse al Grupo Mixto. Tenía toda la razón. En el momento más bajo del poder cruzado en Oriente Medio, dividir el reino de Jerusalén en dos era la peor idea que se podía concebir.

Como quiera que el ticket Melisenda-Manases se colocó de canto y se encastilló en la capital, Balduino y la práctica totalidad de los barones locales marcharon con sus tropas hacia Jerusalén. Los habitantes de la capital, que no tenían ninguna razón para pensar de Manases mejor de lo que lo hacían los nobles, en cuanto les vieron venir les abrieron las puertas de la ciudad y los vitorearon. Balduino, como he dicho, tenía el apoyo de casi toda la nobleza local y su propio condestable, Humphrey de Toron. Melisenda y Manases tenían el apoyo del patriarca de la ciudad, Fulco de Angulema, y del clero, pues, claro, veían que con la llegada de Balduino al poder probablemente perderían la pasta. Del lado de Melisenda también se puso el hermano menor de Balduino, Amalrico, quien más tarde se casaría con Agnes, hija de Joscelin II y viuda de Reinaldo de Marash. Las crónicas dicen que los de dentro se resistieron como en una auténtica batalla pero, finalmente, recibieron tantas leches que tuvieron que pedir tiempo muerto. La orgullosa Melisenda tuvo que entregar el poder y retirarse a Nablús. Manases fue expulsado del reino.

Como le pasó a su abuelo y a su padre, Balduino, en el acto de ser rey de Jerusalén, adquirió la condición de regente de los otros dos grandes territorios francos de Siria que de alguna manera quedaban en pie: Trípoli y Antioquía. Desde la muerte de Raimondo de Poitiers, Antioquía había sido gobernada por su viuda Constanza y por el patriarca Aimerico de Limoges. Trípoli, por su parte, estaba gobernada por Raimondo II, el hijo de Pons; pero el mismo año que Balduino fue coronado, quedó desgobernada.

Nunca se ha sabido, y probablemente ya nunca se sabrá, cómo y de qué murió Raimondo II de Trípoli. Sabemos que, cuando se produjo el óbito, tanto Balduino como su madre Melisenda estaban en Trípoli, tratando de hacer una gestión personal y política a la vez, ya que Raimondo y Hodierna, su mujer y hermana de Melisenda, habían roto. Al parecer, durante los trece años de matrimonio, Raimondo, que combatía a los musulmanes, se había demostrado como un auténtico moro, que tenía celos de absolutamente todo y todos y vivía obsesionado con la idea de acabar teniendo por hijos legítimos a bastardos. Tanto fue así que a la primera hija del matrimonio, Melisenda, se negó a reconocerla. Por lo demás, condenó a Hodierna a una vida más estática e incomunicada que la de las habitantes de los serrallos. Melisenda trató de convencer a su cuñado de que cambiase de actitud pero, cuando vio que era imposible, le propuso llevarse a su hermana a Nablús, idea a la que el señor de Trípoli no pudo objeciones. Así que Melisenda y Hodierna partieron de la ciudad en compañía de Raimondo, que las escoltó unos kilómetros y luego volvió grupas. Recién llegado a la ciudad, apenas estaba cruzando las puertas, un ismailita lo asesinó.

Se trata de un asesinato raro, raro, raro. La secta de los Asesinos nunca había atacado antes a un cruzado. Los ismailitas no tenían relación ni con Melisenda ni con Hodierna, por lo que, en tiempos contemporáneos, nadie nunca sugirió que las dos hermanas pudieran estar detrás de aquello. Quizás la tesis más plausible tiene que ver con el hecho de que Raimondo, en el marco de su pelea con Bertrand de Toulouse, había llamado en su ayuda a Nuredín; siendo el turco uno de los peores enemigos de los ismailitas sobre la tierra. Tal vez éstos, pues, se quisieron vengar de aquel movimiento, muy peligroso para ellos.

Muerto Raimondo II de Trípoli, dejaba tras de sí un hijo y una hija. Balduino III, el hijo, sólo tenía doce años; razón por la cual el marrón le cayó a Balduino III de Jerusalén. El rey hierosolimitano, por lo tanto, adquirió el control, y también la responsabilidad, de toda la Siria y Palestina cruzadas. Aquello era algo que no dejaba de presentar oportunidades, ya que, conforme pasaba el tiempo, más se deterioraba la situación en Egipto, donde la Corte fatimí cada vez se parecía menos al león de color rosa y le costa hacerse cargo de las cosas. Así pues, se presentaban oportunidades de acrecer el reino por el sur. Pero, al mismo tiempo, los turcos estaban cosiendo un poder musulmán muy fuerte en el norte de Siria, un poder que ya se había apiolado Edesa y que amenazaba seriamente Antioquía.

En esa situación, la única opción que le quedaba a los cristianos era hacer piña, esto es, retomar los intentos, abandonados décadas atrás, de generar un único poder en unión con los bizantinos. Esto, sin embargo, presentaba sus problemas, pues Constantinopla había dejado claro que no participaría en coalición cristiana alguna que no aceptase sin ambages una Antioquía griega, con un patriarca griego.

En esas circunstancias, la decisión de Balduino fue tratar de centrarse en la expansión por el sur, a expensas de los fatimíes; mientras que Trípoli y Antioquía deberían buscarse la vida. El reino de Jerusalén poseía el puerto de Ascalón, fundamental para garantizar la seguridad de los cristianos en la Judea meridional; y sabían que no tenían que temer una cruzada egipcia, pues la nación musulmana al sur no estaba en condiciones de ponerla en marcha.

Balduino estaba deseando dejar de tener responsabilidad sobre Antioquía, para lo cual tenía prisa por casar a su prima Constancia con algún noble cruzado que aceptase el reto de gobernar el principado. Constancia, sin embargo, era otra historia. La habían casado siendo una niña con un señor de mediana edad, y ahora era feliz siendo regente del principado en nombre de su hijo Bohemondo y dejándole el día a día de la gobernación al patriarca, Aimerico de Limoges quien, a causa de la mucha pasta que conseguía con sus responsabilidades, siempre estaba animando a la ilustre regente para que mandase a su no menos ilustre primo a tomar por culo.

Así las cosas, Constancia fue acumulando negativas. Dijo que no al matrimonio con Yves de Nesle, conde de Soissons, que estaba en Tierra Santa peregrinando; como rechazó a Walter de Saint-Omer, que era el señor de Tiberias y Galilea; o el general Juan Roger, que era un noble bizantino, pero de orígenes normandos, enviado por el emperador Manuel a Antioquía. Ni siquiera sirvió de gran cosa la jugada estratégica de Balduino de solicitarle tanto a Melisenda como a Hodierna, madre y tía, que tratasen de convencerla.

Constancia había decidido ser una mujer empoderada de las de hoy en día y, consiguientemente, dejó claro que sólo se casaría con alguien que la pusiese mirando para Cuenca con total solidaridad por su parte. Cuando finalmente eligió a Reinaldo de Châtillon, fue un total escándalo. Reinaldo era un don Nadie, un caballero de oscuros orígenes y más bien pocos posibles, que estaba por la zona poco menos que a ver si pillaba. Era el hijo sin dote de una familia angevina de escasísimos méritos nobles. Era áspero y terco; pero a Constancia le hacía tilín aquel malote. Anda que no hay tías, y tíos, que se han cagado la vida por tonterías como ésta. 

Balduino estaba tan obsesionado con casar a su prima que no se opuso a los planes de boda; al fin y al cabo, aunque el tipo fuese un pringao, él conseguía lo que quería, es decir, quitarse de en medio el marrón antioquiano. A quien aquello no le gustó nada fue a Aimerico. El patriarca estaba de puta madre manejando las mierdas del principado por sí solo; y el hecho de que Constancia se casase no era buena noticia para él. El patriarca no escondió en momento alguno su repugnancia hacia el nuevo príncipe; la respuesta de Reinaldo fue muy suya, pues hizo que sus soldados rodeasen el palacio patriarcal. Luego cogió al patriarca, lo azotó hasta que sangró, lo expuso en una torre a pleno sol totalmente embadurnado de miel para atraer a las moscas, y después lo metió en prisión.

El rey Balduino, cuando fue informado de aquel comportamiento, inmediatamente le exigió a Reinaldo la liberación de Aimerico. Reinaldo obedeció; pero, no obstante, para el patriarca las cosas estaban ya muy claras, así pues abandonó Antioquía y se fue a vivir a Jerusalén.

A mediados del siglo XII, por lo tanto, podemos decir que en Siria había dos poderes donde sólo cabía uno. Estaban los francos, que poseían Palestina y la costa siria, además de los valles del Jordán y del Orontes muy hacia el norte, casi hasta Cilicia. Mientras que el monarca zengid Nuredín tenía también un reino independiente sostenido por los turcos anatolios y también por los turcomanos artúquidas, por no mencionar la unidad política que lo había empezado todo: el reino de Mosul. Todos ellos no es que estuviesen a disposición de Nuredín; pero éste, aprovechándose de que Zengi había introducido ya en el tablero sirio la idea de la guerra santa, sabía que podía llamarlos contando con la solidaridad de la fe, pues todos eran sunitas. Entre medias de los franj y de los zengid, estaba el reino de Damasco, en el pasado controlado por emires selyúcidas, pero que había caído en manos de los sucesores del atabeg Buri y que, por odio hacia Nuredín, practicaba una política de cercanía a los cruzados.

Nuredín, como ya hemo visto, había sido capaz de darle dos grandes mordiscos al poder latino en Siria: todo el antiguo condado de Edesa y las tierras al este del Orontes en el caso de Antioquía habían pasado ya a ser suyas. Sin embargo, los francos no tenían sólo malas noticias, ya que la comentaba debilidad creciente de la Corte fatimí les estaba poniendo las cosas fáciles para expandirse hacia el sur. El 19 de agosto del 1153, Balduino III había hecho suyo Ascalón. Pero algunos meses después, el 25 de abril de 1154, Nuredín había asestado otro gran golpe al hacerse con el control de Damasco.

Nuredin le escribió al emir burida de Damasco, Mujir ad-Din abd al-Dawla Abu Said ibn Jamal ad-Din Mohamed (y de las JONS), también conocido como Mujir ed-Din Abaq, que era nieto de Toghtekin, para que aceptase su ayuda en los intereses de la fe musulmana. Sin embargo, como ya hemos dicho, lo búridas en realidad no necesitaban ser protegidos de unos tipos, los cruzados, que eran más o menos sus aliados. Así pues, recibieron la propuesta con calculada frialdad. Nuredin contestó con una mezcla de orgullosa afirmación de su misión protectora de todo musulmán de la tierra y de acusación a los gobernadores damascenos en el sentido de oprimir a su pueblo (que él, por lo tanto, venía obligado a proteger). Los búridas contestaron que si quería venir, que viniese, que le iban a dar un par de hostias. Y Nuredín fue. 

Nuredín gobernaría sobre sus tierras hasta 1174. En ese tiempo, construyó un ejército como nunca los turcos lo habían tenido, y consolidó la idea de la guerra santa contra los cristianos aunque, como acabamos que ver, muchas de las veces fue, más bien, una disculpa para imponerse sobre sus contrincantes musulmanes. La toma de Damasco por Nuredín, por otra parte, convenció a los cruzados de que una importante pieza de su tablero había caído, y se resignaron a que su futuro estaba en pelear hacia el sur.

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