viernes, febrero 23, 2024

Cruzadas (20) Peligro y consolidación

Deus vult
Unos comienzos difíciles
Peregrinos en patota
Nicea y Dorylaeum
Raimondo, Godofredo y Bohemondo
El milagro de la lanza
Balduino y Tancredo
Una expedición con freno y marcha atrás
Jerusalén es nuestra
Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga

La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano 


En el momento de la batalla de al-Balat era califa en Bagdad al-Mustarshid; nada más conocer las noticias, se apresuró a investir a Ilghazi con los títulos de campeón de la Fe. La suerte del vencedor, sin embargo, fue corta. Según algún testimonio, tras vencer a los franj, Ilghazi se cogió un moco brutal de bebidas fermentadas, lo que le hizo coger unas fiebres que le duraron casi un mes, Por esta razón, los turcos se tuvieron que quedar quietos parados hasta que a su jefe el borrachuzo se le pasó la hemicránea; lo que le dio tiempo a Balduino a llegar a Antioquía.

En la ciudad, el gobierno había sido asumido por el patriarca local, Bernardo de Valence. Tanto el patriarca como los pocos cruzados que habían quedado en la ciudad recibieron en loor de multitud a Balduino II al día siguiente de la catástrofe de los campos de sangre. Sin embargo, la situación era desesperada. La flor de la caballería latina en Siria, la formada por los normandos, había desaparecido por completo en al-Balat. Balduino y Joscelin sólo tenían una pequeña porción de caballeros, comparada con la que había dejado la vida bajo las espadas turcas. Y, para colmo, Ilghazi ahora podía contar con el refuerzo del atabeg de Damasco.

El 14 de agosto, unas seis semanas después de la batalla, Balduino tuvo que enfrentarse a la suya propia. Para entonces, los franj sabían que no tenían la capacidad de prevalecer y vencer, por lo que el resultado es el mejor al que podían aspirar: unas tablas en las que ellos seguían teniendo el control del campo de batalla; si bien a cambio de unas pérdidas relevantes. Esto es lo que se conoce como la batalla de Hab o segunda batalla de Tel-Danith, para distinguirla de la primera, cuatro años antes, en la que Roger de Salerno le encendió el pelo a Bursuq.

La derrota de Hab cambió algo en la mentalidad musulmana, sobre todo en el atabeg de Damasco, Toghtekin. Por mucho que Ilghazi fuese intitulado campeón de la Fe y todas esas cosas, lo cierto es que tanto él como sus tropas eran un conjunto abigarrado y amigo más del saqueo que de otra cosa (cosa que reconocen las propias fuentes musulmanas, y que atestiguan datos como que Ilghazi moderase la matanza de cruzados en la persona de aquéllos por los que esperaba sacar pasta). Así pues, de nuevo la imagen de que la coalición que ganó la batalla en los campos de sangre era una tropa talibana que todo lo hacía por Alá no deja de ser una interpretación hollywoodiense poco real.

Siendo esto verdad, sin embargo, para Ilghazi y, sobre todo, para Toghtekin, regresar a Aleppo con las manos vacías y sin poder decir que Antioquía volvía a ser musulmana fue, más que probablemente, un problema grave. Aunque ambos intentaron vender la batalla como una victoria (su resultado, de hecho, no está muy claro), al personal no consiguieron dársela con queso, y comenzaron a tener problemas de opinión pública, por así decirlo. Y una de las maneras que encontraron para superarlos fue intentar convertir todo aquello en un problema de guerra santa; cosa que, no me cansaré de repetíroslo, hasta entonces sólo lo había sido a ratos y, sobre todo, en la imaginación de los licenciados en Historia. Muy particularmente, será desde entonces cuando los musulmanes comiencen a jugar la carta de “prometerle” a los cruzados los peores sufrimientos en el caso de ser apresados.

Por lo demás, en todo momento de las cruzadas que se mire, lo primero que hay que entender es que los musulmanes tenían sus propios intereses internos. Que ellos tampoco eran unos combatientes que colocasen a Dios y sus pretendidas necesidades por encima de todo. Toghtekin e Ilghazi, de hecho, sin llegar a ser enemigos, eran oponentes, pues ambos tenían la ambición de controlar el reino de Alepo para ellos, pues eran perfectamente conscientes de que el serio deterioro de la dinastía selyúcida al frente de la nación la había convertido en un caótico caramelito. En buena teoría, Alepo tenía la sucesión garantizada, pues el emir Ridwan tenía un hijo muy capaz, Alp Arslan. Arp, sin embargo, fue extrañamente asesinado por su propio tutor, un tal Lulu que era un eunuco de la Corte, esa posibilidad obviamente se disolvió. El propio Lulu, que debía de querer mucho a su abuela puesto que su nombre completo era Lulu al-Yaya, fue asesinado y, tras su muerte, fue otro eunuco, el renegado armenio Shams al-KawassYaruqtash, quien tomó el poder en el reino, que colocó bajo la protección de los franj por miedo a que otros musulmanes, sobre todo Toghtekin o el sultán de Persia, le quitasen la finca.

El atabeg de Damasco y el emir de Mardin se establecieron en Alepo; todavía los unía el objetivo de aprovechar la debilidad de Antioquía para ampliar sus territorios. Ilghazi, al fin y al cabo líder de un pueblo guerrero básicamente nómada tan sólo epidérmicamente identificado con los objetivos de la lucha religiosa, estuvo un año de razzia en razzia. Fueron meses de dimes y diretes, de posiciones tomadas y reconquistadas; pero, al fin y a la postre, con el tiempo los cruzados llevaron la mejor parte. Los turcomanos de Ilghazi no eran guerreros profesionales; su vida no consistía en guerrear el tiempo que hiciese falta; lejos de ello, querían volver a encontrarse con sus tribus y con sus gentes, lo que hizo que poco a poco fuesen perdiendo pegada. En 1121, el hijo de Ilghazi, que había sido nombrado gobernador de Alepo, concluyó un tratado de paz con los franj; un tratado en el que los latinos recuperaron todo el territorio que habían poseído antes de su gran derrota.

Ilghazi, en todo caso, no las tenía todas consigo. Su propio sobrino, en el momento en que controló Alepo y se vio consolidado, se volvió contra él. Pero, además, desde el reino de Georgia sus posesiones de Mardin comenzaron a verse atacadas por el rey David. Rey que, según a quién leáis, es David I (por ser el primero que reinó sobre una Georgia unificada); David II, por ser el segundo David que fue intitulado rey de los georgianos; o David IV, por ser el cuarto rey David de la dinastía Bagrationi. Yo creo que la denominación más común en su entorno es David Aghmashenebeli, es decir, David el Contructor. Suleimán, de hecho, no escondía su intención de trascender el tratado de paz con los franj y llevarlo a una verdadera alianza táctica contra su padre.

Ilghazi habría de morir en 1122, es decir, apenas tres años después de su victoria en los campos de sangre. Sus hijos se repartieron sus posesiones, y Suleimán se quedó con Alepo.

Durante todo ese tiempo, Balduino II hizo, básicamente, de casamentero. Se pasó, efectivamente, buena parte de aquel tiempo buscando maridos para las viudas de los muchos poseedores de castillos y feudos antioquianos que habían entregado la vida en al-Balat. Era rey de Jerusalén y, ahora, regente de Antioquía a falta de un soberano vivo. Y la cosa no se paró ahí pues, algún tiempo después, cuando Balak Naser al Dawla, el emir de Kharpurt, logró hacer prisionero al primo de Balduino, Joscelin de Courtenay, también se convirtió en regente del condado de Edesa. Consciente de que era necesario optimizar el poder cruzado, decidió realizar una expedición para liberar a Joscelin; pero todo lo que consiguió fue ser él mismo apresado por Balak. Así las cosas, en 1123, tres posesiones cruzadas: el reino de Jerusalén, el principado de Antioquía y el condado de Edesa, tenían a su rey o regente en el maco.

Haciendo uso de esta posición de ventaja, Balak marchó sobre Alepo y le hizo la guerra a su primo Suleimán; y, cuando lo controló, decidió terminar lo que Ilghazi había comenzado años antes, e invadir Antioquía. Sin embargo, los franj estaban muy lejos de haber tirado la toalla. Eustacio Garnier, el condestable de Jerusalén, había sido elegido para gobernar la provincia junto con el reino hierosolimitano. En los dos años por venir, haría una labor increíble, probablemente imposible de no haber existido entre los latinos un espíritu de solidaridad que, la verdad, en tiempos feudales era poco frecuente. El caso es que no sólo fue capaz de mandar a Balak a la casilla de salida todas las veces que éste intentó entrar en Antioquía; sino que, al tiempo, repelió los ataques sobre Jerusalén de la flota egipcia fatimí; esto no sin ayuda de los venecianos. Con el tiempo se vino arriba y sometió a asedio a la ciudad costera de Tiro que, tras ser conquistada, dejó a los musulmanes casi sin puertos de mar, salvo Ascalón. Tiro, de hecho, no pudo ser defendida por los musulmanes dado que los egipcios, que eran los únicos islamitas que entonces sabían navegar en serio, acababan de ser seriamente derrotados por los venecianos delante del puerto de Ascalón. En tierra, Toghtekin, que seguía siendo el atabeg damasceno, no disponía de tropas suficientes como para poder soñar con desalojar a los franj; y ni él ni los egipcios pensaron nunca en ayudarse, pues ambos se consideraban heréticos el uno al otro. Quien sí tenía el plan de ayudar a los habitantes de Tiro era Balak pero, como veremos enseguida, La Parca se lo impediría. Así las cosas, el 7 de julio de 1124, Tiro se rindió a los cruzados. El nuevo condestable, Guillermo de Bures (sustituto de Eustacio Garnier, muerto el año anterior) estableció la autoridad sobre la ciudad de Balduino II de Jerusalén; algo a lo que ni el conde de Trípoli ni los venecianos, que eran en gran parte fautores de la victoria, se atrevieron a discutir.

La caída de Tiro, en realidad, no es un episodio más de la larga Historia de las cruzadas. Según todos los indicios, y esto quiere decir que lo que escribo es algo que confirman tanto las fuentes cristianas como las musulmanas, la caída de Tiro en manos cristianas no fue el fruto de un ataque final, sino de un acuerdo. Los franj acordaron la entrega de la ciudad con Toghtekin, en términos extraordinariamente pacíficos y respetuosos. Por eso la caída de Tiro es importante; porque marca un punto en las cruzadas de, podríamos decir, maduración tanto ética como estratégica. Cada vez más, las partes contendientes, que por otra parte eran dos bandos líquidos que se avenían a alianzas y contra alianzas en las que, la verdad, las pisadas de Jesús y las barbas de El Profeta tenían más bien un papel de comparsilla; las partes contendientes, digo, trataban de hacerse cuanto menos daño, mejor. Ambos habían aprendido a reconocer los hechos consumados, a asumir que no tenían fuerza para resistir o que no la tenían sobrada para ganar; y que, por lo tanto, lo que había que hacer era concluir cada negocio de la mejor manera posible.

En la zona, sin embargo, había surgido un nuevo personaje importante. El artúquida Balak, él mismo sobrino de Ilghazi, tenía el proyecto de construir un gran reino para sí a costa de otros reinos turcos y de los cruzados; y con el tiempo lo conseguiría; sin embargo, su presencia en la Historia es apenas un parpadeo porque murió joven, en 1124, causa de una flecha que le disparó un asesino.

Muerto Balak, caída Tiro, neutralizada la flota fatimí en el Mediterráneo por los poderosos venecianos, se produjo, en agosto de 1124, la liberación de Balduino II. El rey de Jerusalén, en contra del tenor de las apuestas en William Hill unos meses antes, regresaba a sus posesiones para verlas, no sólo conservadas, sino acrecentadas y consolidadas. El hecho de que las costas occidentales de Oriente Medio sean un espectáculo constante de mezquitas y muecines no impide ver con claridad lo muy consolidados que llegaron a estar los reinos cristianos en aquellos predios.

A Balduino lo había soltado Timurtash ibn Ilghazi, un príncipe que, por lo general, abominaba de la guerra. Balduino le ofreció un pastón y las tierras antioquianas en la rivera derecha del Orontes, así como su ayuda para repeler al jefe beduino Dubais.

A pesar de que los musulmanes se quedaron rehenes en garantía del cumplimiento de lo pactado, entre ellos Joveta, hija de Balduino entonces de cinco años, y otros nobles jóvenes como el hijo de Joscelin, Balduino tenía la intención de cumplir con las condiciones monetarias de su pacto; pero no las territoriales, argumentando que él sólo era el regente de Bohemondo II y, por lo tanto, no podía desgajar el principado. Parece ser que la respuesta de Timurtash fue llevarse por delante a un sobrino de Joscelin y, también, según una sola fuente (el continuador de la crónica de Guillermo de Tiro) los musulmanes también violaron en grupo a la niña Joveta; aunque de esto, como digo, no hay mayor confirmación. Por lo demás, Joveta haría carrera como abadesa de las Hermanas de Betania, con una gran fama de piedad y fervor religioso; la historia de la violación bien puede ser un elemento más de esta construcción. No hay que descartar, en todo caso, que cualquier día nos encontremos con alguna facultad de Historia lanzando la campaña #JovetaYoSiTeCreo.

Balduino II, por otra parte, parece no haber aprendido nada del pasado o, cuando menos, haber pensado que él sí que sabría sacar petróleo de donde otros sólo habían sacado mierda. A pesar de que, como digo, los hechos eran claros al señalar que el gran error de Roger de Salerno, que había acabado con él y con sus caballeros, había sido ir a por Alepo, Balduino rompió la promesa hecha a su carcelero y, en lugar de atacar a Dubais aliado con Timurtash, lo que hizo fue concluir una alianza con el beduino para atacar juntos Alepo. Decidió convertirse en algo así como el campeón de la legitimidad selyúcida, por así decirlo, en el reino de Alepo, en oposición a los artúquidas que derivaban su poder de las acciones de Ilghazi. Contaba, además, con una tropa muy interesante, pues Dubais era todo un señor de la guerra, un Cid Campeador al que la Historia, en mi opinión, no hace toda la justicia que debería, por la cantidad de hombres que logró acopiar a su cargo y por lo ancho y largo del territorio en el que, de una forma u otra, actuó. Esta tropa de fieros beduinos, salpimentada de señores nacidos en el Espacio Económico Europeo, sometió a Alepo a un asedio tan extremo que, según las crónicas, entre los habitantes de Alepo se terminó por generalizar el canibalismo; tal vez algún día algún director de cine español haga una plúmbea película sobre el tema. Timurtash, que ya os he dicho era un poco nenaza y lo de la guerra no le iba, abandonó la ciudad y se refugió en Diarbekir. Así las cosas, los habitantes de Alepo se habían quedado sin campeón que los protegiese, así que volvieron el rostro hacia uno de los puntos más poderosos de aquella zona entonces: Mosul, y su atabeg, Qasim al-Dawla Sayf al-Din Abú Said Aqsunqur al-Bursuqi; normalmente conocido por Aqsunqur (o Aqsonqor) al-Bursuqi. El Bursu para los amigos.

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