lunes, febrero 26, 2024

Cruzadas (21): Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean

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Game over
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El Bursu había sido atabeg de Mosul antes del 1114; pero, en aquel entonces, una expedición contra los franj que salió bastante mal le había costado el puesto. Ahora había recuperado el puesto, y reaccionó con inmediatez a la llamada de los habitantes de Alepo, por lo que se apresuró a reunir una nutrida tropa. A la llegada del poderoso ejército los cruzados, siguiendo ese espíritu pragmático que como os he dicho cada vez presidía más las acciones en aquel teatro, decidieron que no tenían nada que hacer, así que empacaron las maletas y se marcharon por donde habían venido. Al-Bursuqi, por lo tanto, entró en Alepo y se quedó allí como gobernador. El gesto demostró lo erróneo del movimiento de Balduino, que no había hecho otra cosa que colocar al frente de Alepo a uno de los principales focos de poder musulmán, como era Mosul.

Por dos veces, sin embargo, los caballeros cruzados consiguieron rechazar sendos embates de los ejércitos combinados de al-Bursuqi y Toghtekin. Ocurrió en Azaz, el 13 de junio del 1125, y en Saqhab, el 25 de enero del 1126. Sin embargo, todo parecía apuntar, y los cruzados lo sabían, a que al-Bursuqi acabaría abriendo la lata. Pero no lo hizo, puesto que en noviembre de aquel mismo año fue muerto por la mano de un asesino (entiéndase; un miembro de la secta de los asesinos).

Tras un breve reinado de Jawali el mameluco, Mosul pasó a estar gobernada por Imad al-Din Zengi, el hijo de Abú Said Aqsonqor al-Hajib, uno de los espadones que habían cabalgado con Malik Shah. Esto hacía de Zengi un miembro de la aristocracia militar turca. Aqsonqor, el padre, había sido nombrado gobernador de Alepo cuando Zengi era un niño, en el 1094. Sin embargo, Abú Said Taj al-Dawla Tutush, hermano de Malik Shah, se lo llevó por delante y se quedó con la ciudad, por lo que Zengi hubo de huir hacia Mosul, donde se hizo una vida al servicio de los gobernadores sucesivos.

Con los años, este barón musulmán, por llamarlo de alguna manera, comenzó a demostrar un gran coraje y una indisimulada fidelidad al sultán; cualidades ambas que le acabaron por conseguir el puesto de gobernador de Basora. En 1126, cuando el califa al-Mustarshid se rebeló contra el sultán, inicialmente se alió con el rebelde, pero finalmente lo traicionó en Wasit. Por esta razón, fue recompensado por el sultán como gobernador de Bagdad. Mahmud II, el sultán selyúcida, se encontró tras el asesinato de al-Bursuqi con la necesidad de asegurar el poder en Mosul; para entonces, además, era cada vez más consciente de que Zengi acumulaba cada vez más poder y, por eso, quería alejarlo de Bagdad. Como consecuencia, fue nombrado atabeg de Mosul, con la misión de lanzar la yihad contra los franj y barrerlos de Siria.

Zengi, o Sanguins como lo llamaban los franj, aceptó la misión; pero, como muchos antes que él y muchos después, había mucha boquilla en su, por decirlo así, posición oficial. Al atabeg de Mosul, la idea de una guerra santa en la que todos los musulmanes eran buenos y todos los cristianos, cabrones, le parecía una conachada. Eso, pensaba, dependería de cuáles fuesen sus intereses en cada momento; porque a él todo lo que le interesaba era lo que le pudiera darle a él poder. Zengi, de hecho, eran tan ambicioso que se podría decir que no tenía fronteras. Desde Mosul, soñaba con crear un reino propio que llegase hasta Armenia al norte y Egipto al sur. Eso suponía, entre otras cosas, quedarse con Siria, Líbano y Palestina enteras.

El primer movimiento de Zengi fue moverse hacia Alepo. Era consciente de que allí sería bien recibido, y así fue. Una vez en control de la ciudad que una vez había gobernado su propio padre, Zengi alcanzó una alianza con Buri (Taj al-Muluk Buri), el hijo de Toghtekin y atabeg de Damasco como su padre. Pero todo era traición. En realidad, Zengi engañó al hijo de Buri, gobernador de la ciudad de Hama, y se la arrebató. Luego invadió la provincia de Homs, encarceló y torturó a su emir, Khirkhan; el emir acudió confiado y sin escolta al encuentro en el que fue apresado porque acababa de firmar una alianza con Zengi contra los franj.

Lo siguiente que hizo Zengi fue pisar el suelo de Siria, momento a partir del cual se convirtió en motivo de pánico; pero no para los principados cruzados, sino para los correligionarios del invasor. Timurtash de Mardin superó su conocida alergia a las guerras y concluyó una alianza con sus primos para rechazar al invasor, pero Zengi les venció y se anexionó los dominios artúquidas.

Una vez dueño de Mosul, de Alepo y de las tierras al norte del valle del Éufrates, Zengi tenía delante, como principales rivales, a los cruzados y al poder musulmán de Damasco; como rivales algo menores, los armenios al noreste y los principados árabes como Shaizar. Zengi siguió usando el concepto de yihad, pero no para realmente llevar a cabo una guerra santa, sino para incorporar reinos musulmanes a su alianza y, una vez dentro, poder engañarlos. O sea, como el Frente Popular o Sumar, pero en plan Alahu Argbar. 

El bando cruzado, sin embargo, tampoco estaba de brazos ídems. Balduino II, de hecho, había llegado a la conclusión de que la única forma de prevenir un colapso bajo el poder de un jefe guerrero como Zengi era ser tan poderoso como él; y por eso había llegado a la conclusión de que lo que tenían que hacer los latinos era quedarse con Damasco antes de que lo hiciese su contrincante. Cuando murió Togthekin, Balduino concluyó que era el momento de atacar el reino o, quizás, se dio cuenta de que eso mismo era lo que iba a hacer el turco. Se acercó a Abul Wefa, líder de los ismailitas locales, muy poderosos, y al propio visir de la ciudad, a los que prometió devolver Tiro a los musulmanes a cambio de que le entregasen Damasco. Sin embargo, la conspiración fue descubierta y, de hecho, las turbas sunitas acabaron linchando a los ismailitas en las calles de la capital.

Perdida esta alternativa, que era su preferida, Balduino tuvo claro que tenía que jugar otras cartas. Por lo tanto, envió mensajes a la orden del Temple, en Europa, en petición de refuerzos y, una vez que los consiguió, en diciembre del 1129 marchó hacia Damasco. Sin embargo, su ejército era poco ejército para una plaza como Damasco, así que hubo de volverse por donde había venido y, además, diezmado. Un gesto más que demuestra la poca inteligencia de Balduino, que no consiguió otra cosa que un nuevo acercamiento entre el hijo de Buri y Zengi.

La estrategia de Balduino, de hecho, comenzó a generar dudas entre sus correligionarios. Todo el mundo, en ese momento, era ya consciente de que conservar para los cristianos las tierras de Asia Menor hasta las riberas del Jordán y del Orontes era una misión imposible, sobre todo en el largo plazo. Los cruzados nunca habían conseguido tener suficientes pertrechos y hombres para garantizar todo aquel poder; pero ahora esa falta era bastante más que evidente, por mucho que la ayuda de las flotas italianas les permitiese mantener controlado el ataque egipcio por mar, que, por lógica, tendría que haberles emplazado dentro de una pinza mortal. Militarmente hablando, haber tratado de controlar Alepo tenía su lógica, puesto que era un reino vecino de Edesa y Antioquía y, consecuentemente, el control del mismo por los turcos hubiera supuesto problemas. Sin embargo, muchos de los barones cruzados no olvidaban que, cuando menos formalmente, Balduino había marchado sobre Alepo en el marco de una alianza con fuerzas musulmanas para reestablecer allí la dinastía de Ridwan. A eso hay que añadir que, como he dicho, su movimiento sobre Damasco era más que discutible. No tanto porque la conquista fuese absurda, como porque era imposible.

A pesar de esto, la posición de Balduino estaba lejos de ser débil. Con la toma de Tiro, había conseguido dominar toda la costa. Los condes de Trípoli y de Edesa le eran totalmente fieles. En cuanto a Antioquía, en el 1126 arribó a Siria Bohemondo II, el heredero en nombre de quién el reino se había gobernado catorce años. Nada más llegar a Siria, Bohemondo desposó a Alicia, la segunda hija de Balduino.

Para cuando llegó Bohemondo, Balduino era ya un hombre de sesenta años, muy trabajado por las guerras y las prisiones, y buscaba sucesor. No había tenido hijos, pero tenía cuatro hijas: Melisenda, Alicia, Hodierna y Joveta, de las cuales las dos últimas todavía eran menores. Su hija la mayor, siguiendo las normas feudales francesas, era la heredera del trono. A la segunda, lo acabo de decir, la desposó con Bohemondo II de Antioquía; pero ese mismo casamiento fue una señal clara de que el rey de Jerusalén no estaba pensando en el príncipe antioquiano para que lo sucediese.

El siguiente rey de Jerusalén sería quien desposase a Melisenda. En el año 1128, Balduino envió a su condestable, Guillermo de Bures, a la Corte de Luis VI el Gordo, rey de Francia, con el ruego de que su majestad escogiese de entre sus barones el que considerare más válido para ser, algún día, el rey de Jerusalén. Fue un movimiento de respeto más que pleitesía pues, formalmente, Jerusalén no era en modo alguno reino vasallo del francés. Pero digamos de Balduino tuvo claro que, para aquella operación tan delicada, tenía que regresar a las esencias.

Luis el Gordo, la verdad, no se lo pensó mucho. Parecía conocer bien a sus casas nobles, así que le recomendó a Balduino que le ofreciese la mano de Melisenda a Fulco V, conde de Anjou.

Fulco, normalmente conocido como Fulco el Joven, era un noble francés casi tan poderoso como el propio rey; por eso mismo, también es probable que los Capetos estuviesen encantados de ver cómo se iba a tomar por culo a Asia. Era señor de Anjou y de Maine y, muy recientemente, había hecho un movimiento muy interesante para él, casando a su hijo, Geoffrey de Plantagenet (a quien solemos conocer como Godofredo el Hermoso), con la heredera del trono inglés, Matilde I de Inglaterra y Normandía. Tenía la edad ideal, cuarenta años, y conocía ya Jerusalén, pues había peregrinado en el 1120.

La boda se celebró el 2 de junio del 1129. Fulco era un guerrero incansable, que se había sobre todo aliado con el rey francés contra los germanos, y por eso es muy probable que la idea de ir a por Damasco fuese, cuando menos, en parte suya. La derrota le demostró a Fulco que, tal vez, había sido demasiado optimista a la hora de valorar las posesiones y medios sobre los que iba a tener poder y señorío.

Por lo que respecta al hijo de Bohemondo de Tarento y Constancia de Francia, había heredado su reino no se sabe muy bien de quién pues, formalmente, había sido Tancredo, en su lecho de muerte, quien lo había designado sucesor; pero, en la práctica, el reino lo recibió de manos de Balduino. Había crecido en Italia en medio de los relatos inacabables sobre la enorme y próspera finca que poseía al otro extremo del Mediterráneo, y siempre había tenido muchas ganas de tomar el poder sobre ella. De hecho, cuando llegó, en el 1126, todavía era un mocete imberbe de 18 años; pero, como os he dicho, tenía prisa por mandar sobre el solar antioquiano.

Bohemondo, por lo demás, había heredado de su padre esa percepción según la cual el mundo giraba a su alrededor y, consecuentemente, él no tenía que adaptarse a nadie. Su matrimonio fue siempre un fracaso, pues nunca supo tratar a Alicia de Jerusalén. Por lo demás, casi nada más llegar procedió a enfrentar Antioquía con el reino cristiano vecino, Edesa, donde estaba Joscelin de Courtenay. Levantó una guerra tan cruel entre ambos reinos que Joscelin acabó firmando una alianza con los turcos que provocó que el ejército mixto entrase en Antioquía. Parece ser que Bohemondo le exigió al viejo y veterano guerrero que le expresase pleitesía y el otro, claro, le contestó que sacase la pichita y le mease en la pechera. Hizo falta que el venerable Bernardo de Valence, patriarca de Antioquía, y que el propio rey Balduino mediasen para que aquello no terminase con alguien haciéndose daño.

Sin embargo Bohemondo II, quien a pesar de ser un chaval ya había probado la guerra en Italia, quería leches, y las tendría. Así que se lanzó rápidamente contra los sarracenos. La suya fue un poco la actitud del chavalote que se va a una guerra de verdad pensando que es poco más que una pantalla del Call of Duty; y, de esta manera, habría de labrarse para sí el destino de ser una especie de James Dean cruzado. Logró tomar el castillo de Kafartab, que era una posición tradicionalmente franj que los mosulinos habían tomado unos dos años antes.

En el año 1129 la dinastía rupeniana armenia que gobernaba Cilicia se quedó en una situación especialmente comprometida con la muerte de Thoros I. Tras dicha muerte, aparentemente el hijo de Thoros lideró una extraña conspiración que acabó por costarle el cuello, tras lo cual el trono lo ocupó el hermano del rey, Leo I; un monarca, sin embargo, claramente debilitado, que tenía que enfrentarse a serios disturbios interiores y que, por lo tanto, se convirtió en un caramelito para sus vecinos. En febrero del 1130, Bohemondo tomó beneficio de esa situación entrando en el territorio de Cilicia, avanzando hacia la ciudad de Anazarbus, que creía sin defensas. La verdad, parte de razón tenía. Pero no había caído en que Ghazi, el vecino de Cilicia por el norte, había pensado lo mismo. Ambos ejércitos se encontraron casi por sorpresa. Bohemondo debería haberse dado cuenta, pues era bien evidente, que la armada de los danisménidas era mucho más nutrida que la suya, y que lo que tocaba era dejarlos pasar amablemente. Pero como era un chavalote demasiado echado para alante, lo que hizo fue presentar batalla; con lo que los cruzados fueron rodeados en una colina y masacrados. Tres años y cinco meses después de haber comenzado su aventura antioquiana, el sanguíneo Bohemondo las espichó en el campo de batalla. En realidad, los turcos nunca hubiesen querido matarlo; les era mucho más valioso vivo. El problema es que Bohemondo se había aventurado por Cilicia con una tropa tan escasa que la tomaron por partida de vanguardia, asumieron que no tendría ningún jefe importante, y se la apiolaron en su totalidad, sin saber que se estaban cargando al príncipe.

Lo más importante, lógicamente, fue que el reino cristiano de Antioquía, que creía haber resuelto el tema de su príncipe durante muchos años, se encontró una vez más sin señor. Para gran sorpresa del aludido, hubieron de apelar al rey Balduino de Jerusalén, que sinceramente había pensado que no tendría que preocuparse más por el sudoku del norte; así que el buen rey tuvo que coger otra vez el tren a Antioquía para regular el tema.

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