jueves, marzo 07, 2024

Cruzadas (29): Bailando con griegos

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Game over
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Tras tomar Damasco, Nuredín sólo estaba esperando tener una disculpa para llamar a la guerra contra los cruzados. Y Balduino, un tanto inocentemente, se la proveyó. En el bosque de Banyas, dentro del territorio cruzado, había abundancia de agua y de pastos y, desde los tiempos en los que entre francos y búridas damascenos había muy bien rollo, los pastores turcomanos de la zona se habían acostumbrado a utilizarlo para llevar allí a sus enormes rebaños. Balduino había dado expreso permiso para ello pero, según los cronistas, llegó un momento en el que, entre que sus amigos de Damasco habían sido vencidos y que él estaba lleno de deudas, en febrero del 1157 cayó sobre los rebaños, los robó y mató a los pastores turcomanos.

Nuredín dirigió a sus tropas hacia la zona de Banyas, obtuvo varias victorias sobre los cruzados y, además, encendió las voluntades con su retórica de guerra santa. En junio de 1157 el ejército del reino de Jerusalén fue vencido sin paliativos en Banyas. Buena parte de los caballeros cruzados fue hecha prisionera, y Balduino, de hecho, se salvó por un cortacabeza.

En ese momento, la Siria cruzada se limitaba a una serie de territorios costeros, de unos 60 kilómetros tierra adentro a la altura de Antioquía y Trípoli, y más o menos el doble en el caso de Palestina. Todo eso había que intentar mantenerlo con la esperanza prácticamente inexistente de que llegasen refuerzos de Europa. Esto dejaba a los cruzados de Jerusalén ante sólo dos opciones de alianza, y ambas muy difíciles: los cristianos ortodoxos de Bizancio, o los musulmanes fatimíes de Egipto.

El segundo de estos posibles amigos mostraba, sin embargo, poca capacidad de ayudar a nadie; en realidad, era incapaz hasta de ayudarse a sí mismo. El califa Abú Mansur Ismail ibn al-Hafiz había sido asesinado en 1154, tras lo cual llegó un periodo de diez años de gobierno de los visires en nombre de los príncipes, que eran niños. Un periodo muy convulso, con tres visires seguidos que perdieron la vida, hasta que Shawar ibn Mujir al-Sadi logró estabilizar algo las cosas (unos pocos años, pues murió asesinado en 1169). Los cruzados, por razones obvias, tenían simpatías por los ismailitas por el enfrentamiento que sostenían con los sunitas; pero de El Cairo no llegaron demasiadas ganas de escuchar aquellos cantos de sirena.

En lo que toca a los bizantinos, tras la cruzada de Juan Commeno la confianza entre éstos y los cruzados había quedado seriamente dañada. Raimondo de Poitiers había practicado con ellos una política de palo y zanahoria, pero con más de lo primero que lo segundo. Fue a Constantinopla, se declaró vasallo del Imperio, y presentó sus respetos en la tumba de Juan Commeno; pero ahí quedó todo, porque se negó a una alianza más estrecha con los griegos.

Las cosas, sin embargo, habían cambiado para Reinaldo de Châtillon, porque era prácticamente incapaz de garantizar la seguridad de su principado. Así las cosas, la primera guerra que libró Reinaldo fue contra los armenios de Cilicia; una guerra que hizo tan sólo en beneficio de Bizancio, pues Antioquía no tenía mierda que ganar allí. El rey Thoros II, hijo de León I, le había ganado a los bizantinos buena parte de los territorios que controlaban, y el emperador había convocado a la guerra a Reinaldo, como consecuencia de su vasallaje que, como hemos visto, había sido adverado por su antecesor. Reinaldo, sin embargo, acabaría cambiando de bando y aliándose con Thoros contra los griegos.

Reinaldo, de hecho, llegó a un acuerdo con los armenios para convertirse ambos en una unidad de destino en lo universal; y en la primavera del año 1156 organizó una expedición a una de las perlas del Imperio constantinopolitano: Chipre. Los cruzado-armenios desembarcaron en la isla y pillaron a los bizantinos con las bragas bajadas. Era gobernador de Chipre Juan Commeno, sobrino de Manuel Commeno el emperador. Y el general de las tropas griegas era Miguel Brannas. Lucharon con ganas, pero fueron vencidos y apresados ambos. Reinaldo organizó un saqueo sistemático de la isla, del que no se salvaron ni las iglesias. Mató y mutiló frailes y curas, violó a las mujeres, y ejecutó a todos los hombres que se resistieron. Reinaldo regresó a Antioquía con un auténtico tesoro.

El saqueo de Chipre tuvo la virtud de poner de acuerdo en algo al emperador de Bizancio y al rey de Jerusalén. Ambos tenían muy claro que Reinaldo se había pasado, más que tres pueblos, una isla entera. Balduino se aplicó a convencer a Manuel Commeno de que él no había tenido nada que ver con el tema y puede que lo consiguiera. Pero lo que desde luego quedó como consecuencia permanente de todo aquello es que se dio cuenta del enorme error que había cometido permitiendo el matrimonio de su prima con aquel cachobestiajo que no le era fiel a nadie ni a nada, sino sólo a la pasta. Nunca pudo ya Balduino volver a soñar en darle una sola orden a Reinaldo, y que la cumpliese. Reinaldo, por lo demás, ahora era incluso más rico que él.

Reinaldo, en efecto, a pesar de ser en teoría un gobernante de Antioquía en nombre del reino de Jerusalén, se convirtió en un sátrapa independiente. Esto se vio claro en octubre de 1157, cuando tres ejércitos combinados: el de Balduino, el de Reinaldo y el de Thierry de Alsacia, conde de Flandes, avanzaron sobre Shaizar, la capital munquidita. Esta expedición se había montado con la idea de que la ciudad y el reino árabe quedase, una vez dominado, en manos de Thierry, un poderoso noble europeo que había aparecido en Siria con un pequeño ejército procedente de Europa, y a quien le querían buscar un ducado a su gusto. En el último momento, cuando ya no quedaba nada para tomar la ciudad, Reinaldo dijo que sólo aceptaría la entrega al flamenco si éste le rendía pleitesía. Thierry, en plena lógica de la nobleza europea, contestó que él sólo era vasallo de reyes. Recordó además que quien estaba reclamando vasallaje era un matao que en Europa no sería ni socio del Canoe, y que él era un noble de rancia estirpe. Así las cosas, ante los asombrados ojos de los munquiditas, los cruzados, que ya lo tenían hecho, se fueron sin tomar la ciudad. Que fue, apenas unos días después, de Nuredín. A partir de ese momento, Balduino y Thierry procuraron luchar solos, sin la ayuda de Reinaldo; y fue así, por ejemplo, como vencieron a un ejército de Nuredín en Din al Butaiha, un año después de lo de Shaizar.

Por su parte, Manuel Commeno, una vez que pudo considerar que había vencido a los pechenegos o patnizakos en el Danubio, decidió volver a fijarse en el teatro sirio, donde tenía algún que otro agravio que vengar. En ese momento, Balduino III estaba intentando, en la medida de lo posible, conseguir unas buenas relaciones con Constantinopla; consciente, como os he dicho, de que la debilidad de Egipto hacía que, en realidad, Bizancio fuese su única trump card. Thierry de Alsacia, una vez que su proyecto de conseguir un condado en Siria había capotado, terminó su pequeña cruzada, por así decirlo, y se volvió a las frías Ardenas; Balduino no podía esperar que muchos más como él apareciesen por el horizonte. Balduino era todavía joven, 27 años, y estaba soltero; aquí había un valor añadido. Así que solicitó la mano de una princesa de la saga commena.

Los condestables Humphrey de Toron y Guillermo de Barres llevaron la negociación. Al emperador Manuel Commeno la idea, así, de salida, no le hizo ni medio pandán; pero lo fueron convenciendo poco a poco. Prudente, sin embargo, Manuel no escogió una princesa de primera fila, sino una de sus sobrinas, Teodora, hija de su hermano Isaac.

Teodora tenía entonces 13 años, y las crónicas nos dicen que era más alta de lo que suelen ser las mujeres a su edad; da la impresión de que estas referencias están escondiendo, por pudor, el hecho de que Teodora, en realidad, tendría muy desarrolladas otras cosas además de la distancia de talón a cuero cabelludo. Balduino cayó rendido de amor (o tal vez de otra cosa que sólo se le parece) en cuanto la conoció; y a los hierosolimitanos, la princesita les cayó en gracia. Lo que sabemos, más o menos, es que, hasta su matrimonio, Balduino había sido un picaflor de la hostia; pero que, tras desposar a Teodora, ya sólo desenvainó el sable para ella. Los hechos, sin embargo, abonan la tesis de que a Teodora, crecida en un entorno verdaderamente muy especial como el serrallo bizantino, aquel Jerusalén franco no debió de parecerle demasiado hospitalario.

Tras el matrimonio, Manuel Commeno marchó sobre Cilicia. Ahora el rey de Jerusalén era su sobrino político, así pues no tenía que temer que se volviese contra él o se mostrase tibio. En Cilicia, el rey Thoros y su familia se marcharon cagando hostias, conscientes de que el basileus les tenía ganas. Luego avanzó sobre Antioquía. Claramente, buscaba vengar a sus súbditos chipriotas.

Reinaldo de Châtillon era, en términos generales, como casi todos los bulliers. Echado para alante, chulo en las formas, ambicioso y tocahuevos; pero, en el fondo, un cobarde. Cuando vio el enorme ejército griego que se le venía encima, echó cuentas y se dio cuenta de que no había gambas en el mar para pagar a todos los mercenarios que hubiese necesitado. Así las cosas, como el membrillo que era, tomó su caballo y puso grupas hacia Mamistra, donde el Commeno tenía su campamento, para pedirle perdón.

Un tanto trabajado por sus obispos, el emperador accedió finalmente a perdonar a Reinaldo. El antioquiano le hizo mil promesas que, por supuesto, no cumplió.

Otro que estuvo en Mamistra fue Balduino, ahora pariente del emperador. El rey de Jerusalén, por pura necesidad estratégica, se había convertido en el gran defensor del diálogo en Siria. Sabía que la vida le iba en que el ruido de sables no se hiciese ensordecedor y, por ello, logró llevar a Manuel nada menos que a su reconciliación con Thoros II quien, por lo tanto, tras rendir el oportuno vasallaje, fue confirmado como rey de Cilicia.

La idea de Balduino, claramente, era despejar el horizonte de enemigos en el ámbito cristiano, para así poder arrancarle a los griegos la promesa de una nueva cruzada contra Nuredín. Verdaderamente, bizantinos, francos y armenios tenían la capacidad de montar un ejército imponente. Sin embargo, los Commenos ya habían atravesado ese puente en el pasado, y no tenían buenos recuerdos de la travesía. Manuel Commeno, en lugar de lanzar la guerra, prefirió inicial negociaciones con Nuredín, sobre todo una vez que los cristianos avanzaron sobre Alepo, y finalmente pactó con él el levantamiento del asedio de la ciudad a cambio de que Nuredín soltase a todos sus prisioneros cristianos. Entre los liberados se encontraba Bertrand, el hijo de Alfonso-Jordan de Toulouse; o el gran maestre del Temple, Bertrand de Blancfort.

Las negociaciones entre Bizancio, al fin y al cabo la potencia cristiana menos expuesta en ese momento a la amenaza de los musulmanes, y los islamitas, sorprendió muy desagradablemente a los francos. Pero el tema tenía plena lógica. Los constantinopolitanos habían vivido suficiente de la real politik que practicaban los francos, quienes les habían dejado a los pies de los caballos ya demasiadas veces, como para fiarse de ellos. Para los estrategas del Imperio, un reino zengid poderoso, capaz de tener a los francos permanentemente despiertos y alerta, era justo lo que necesitaban para poder dormir ellos tranquilos en sus serrallos. Y lo cierto es que le funcionó. Al año siguiente de haber terminado las hostilidades mediante la negociación, Bizancio infligió una severa derrota al sultán de Rum, Izzadín Kilij Arslan bin Masud, es decir, Kilij Arslan II, y le obligó a rendirle vasallaje.

A pesar de que la liberación de prisioneros cristianos de Nuredín fue masiva, más de 6.000 tenía en sus presidios, para los francos ello no supuso un gran refuerzo. La mayoría de los prisioneros eran los restos del ejército de Conrado el alemán, y lo que más les apetecía era volver a casa. Así las cosas, los cruzados tuvieron que combatir a los turcos en solitario.

Al año siguiente de todos estos pactos, Nuredín capturó vivo a Reinaldo de Antioquía, quien, a parecer, se había visto implicado en un tema de robo de ganado. Lo llevó cargado de cadenas y lo metió en la prisión en Alepo. El rey de Jerusalén, que fue prontamente informado de las novedades, no movió ni una ceja para conseguir la liberación de su camarada. No sólo él; es que la propia Constancia se quedó quieta y, en los tiempos por venir, dio toda la sensación de estar encantada de ser la única gobernadora de Antioquía. De hecho, llamó de nuevo a la ciudad a Aimerico de Limoges y le restituyó el patriarcado. A Reinaldo lo echaba tan poca gente de menos que estuvo preso 16 años.

En ese momento, Bohemondo III, el heredero del principado de Antioquía, tenía ya 16 años; una edad relativamente respetuosa. Además, Constancia tenía toda una Corte de barones para que la asistiesen. Pero, aún así, prefirió ejercer el poder personal, sin apoyarse en prácticamente nadie. La Corte antioquiana buscó la complicidad de Balduino para contraprogramar a la regente, mientras que ésta trató de reequilibrar las cosas acercándose a Constantinopla. Sin embargo, se pasó de frenada, ofreciendo la entrega de la ciudad al Imperio. Esto hizo que Bohemondo, que al fin y al cabo era quien se quedaba sin finca, se apoyase en los barones de la Corte, además del siempre culebrero Aimerico, para echarla y colocar el principado formalmente bajo el mando del patriarca. Así que a Constancia le dieron una renta vitalicia y la mandaron a tomar por culo. Murió tres años después.

En esos tiempos, el emperador Manuel Commeno se había quedado viudo. Esto le abría la posibilidad de perfeccionar el gesto que había comenzado casando a Balduino con una sobrina suya, así que se dirigió al rey de Jerusalén invitándole a que le aconsejara sobre la mejor noble franca que él podría desposar.

Balduino tenía dos grandes candidatas en las que pensar: Melisenda, la hermana del conde de Trípoli; y María, la hermana mayor del príncipe de Antioquía. Manuel, quien consideraba que Antioquía le debía pertenecer un día u otro, prefería claramente a la segunda. Pero Balduino, quizás precisamente por eso, le ofreció a la primera. Raimondo III de Trípoli estuvo tan contento con la idea de que su sister fuese a ser emperatriz que se gastó lo que no tenía para lubricar el compromiso. Financió de su bolsillo, doce barcos engalanados y llenos de riqueza para transportar a su hermana a Constantinopla.

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