viernes, octubre 23, 2020

Franco y Dios (25: el cardenal mea fuera del plato)

Como quiera que el tema de España, la República y la Iglesia ha sido tratado varias veces en este blog, aquí tienes algunos enlaces para que no te pierdas.

El episodio de la senda recorrida por el general Franco hacia el poder que se refiere a la Pastoral Colectiva

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Y ahora vamos con las tomas de esta serie. Ya sabes: los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Quiero a este cura un paso más allá de la frontera; y lo quiero ya
Serrano Súñer pasa del sacerdote Ariel
El ministro que se agarró a los cataplines de un Papa
El obispo que dijo: si el Papa quiere que sea primado de España, que me lo diga.
Y Serrano Súñer se dio, por fin, cuenta de que había cosas de las que no tenía ni puta idea
Cuando Franco decidió mutar en Franco


Con fecha 30 de marzo, ya muy avanzada la noche, Serrano fue recibido en la Nunciatura; allí comunicó la decisión del caudillo de que el cardenal Segura no podía seguir siendo arzobispo de Sevilla. Por ello, el gobierno español quería que el prelado fuese llamado a Roma con urgencia. A Cicognani lo del viaje le parecía oportuno, y así se lo hizo saber a la secretaría de Estado. Creía que si Segura viajaba a la Santa Sede, esto colaboraría para aliviar la tensión, le daría al cardenal la oportunidad de explicarse, y permitiría ganar tiempo para desarrollar una solución.

Yo no estoy cierto de si Segura tuvo algún conocimiento o sugerencia sobre estos movimientos orquestales en la oscuridad. Creo que pudo ser así, y que por eso decidió huir hacia adelante, y escalar el conflicto.

En aquellos días, el secretario de la Curia sevillana, lógicamente por orden de su jefe el arzobispo, le envió una comunicación al Gobierno Civil en la que avisaba de que publicaría un edicto de excomunión contra los responsables de las pintadas en el Palacio Arzobispal si la autoridad civil no procedía a borrarlas de inmediato. Esto provocó que el gobierno de España redoblase las presiones ante el nuncio para que el cardenal fuese llamado a Roma.

La Secretaría de Estado, y muy particularmente Maglione, estaba bastante harta de los problemas con la España de Franco, y era escasamente proclive a darle gusto. El 5 de abril, el ministerio vaticano de Exteriores le comunicó por telegrama a Cicognani que Segura no sería llamado a Roma. Eso sí, animaba al nuncio para que excitase en el arzobispo sevillano actitudes más moderadas y contemporizadoras; pero, decía, hacer lo que quería el gobierno español sería generar un precedente de extremado peligro. Esta decisión, recordad, se comunica un día después de que a la Embajada de España haya llegado la carta de Pío XII para Franco, pero no haya llegado ningún documento oficial poniendo negro sobre blanco un posible acuerdo sobre el derecho de Patronato. Es claro para mí que la demanda por parte de Franco de que un arzobispo ya obrante fuese cesado de facto de sus responsabilidades hizo pensar en el Vaticano que, de concedérsele al general un derecho de Patronato más o menos tenue o edulcorado, podría usarlo para realizar, que diría Peter Griffin, cosas nazis.

Segura, parece ser, acogió positivamente las llamadas de Cicognani a la morigeración; pero a quien ya no le servían esas cucamonas era al gobierno español, que quería que Segura probase, sí o sí, el catering de Alitalia. El 7 de abril, Yanguas recibía en Roma un cablegrama en el que se le comunicaba que Segura había continuado en sus acciones contra las autoridades y los poderes públicos, y añadía: “En el día de hoy, domingo 7, publicó en el púlpito de todas las iglesias de Sevilla la carta en que conminaba con excomunión al gobernador de Sevilla si éste no borraba de la pared del Palacio Arzobispal una inscripción con las palabras FRANCO FRANCO FRANCO ARRIBA ESPAÑA”. En consecuencia, el gobierno español proponía “la llamada urgentísima a Roma de este prelado, prohibiéndole entre tanto toda manifestación pública que no tenga la previa aprobación del Vaticano, en evitación de las gravísimas consecuencias que para todos puede tener [al loro con lo que viene] su estado de demencia. Signifique los daños que el retraso de su salida puede acarrear y decline toda responsabilidad de cuanto en lo sucesivo pueda ocurrir”.

Tal cual: oye, Pío, tu arzobispo está loco y, además, cualquier día alguien le va a dar un cate, o algo peor.

El enorme cabreo de Beigbeder en su cablegrama provenía del día anterior. Segura había tomado la costumbre de hacer sus homilías los sábados, no los domingos; todo el mundo en Sevilla conocía sus sabatinas, y las esperaba como esa faena de Curro Romero que, que yo sepa, nunca llegó. El día 6, sabatina previa al cablegrama, pues, Segura se había referido a su amenaza de excomunión, y le dijo a sus feligreses que había recibido mazo de adhesiones a su gesto, y leyó en público su intercambio de correspondencia con el gobernador civil. Además, como la Biblia es un libro que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, cosa que descubre enseguida cualquiera que la estudie, se dedicó a extraer, en sus mensajes, citas de Pablo de Tarso, versión antigubernamental; como ésa, tan famosa, que dice “podréis encadenar mi cuerpo, pero la palabra de Dios nunca la podréis encadenar”.

Yanguas se fue a ver a Maglione. El secretario de Estado trató de darle razones al embajador para tranquilizar las cosas; entre ellas, un telegrama de Cicognani, del día 8, en el que el nuncio se mostraba convencido de que la amenaza de excomunión quedaría en nada. De nuevo, la cosa se dirimía en valorar la palabra de un sacerdote. Yanguas, que los conocía bien, no salió, claro, nada convencido.

Maglione, sin embargo, se mantuvo en sus trece de decir que no way con el tema del exilio de facto del cardenal. Le dijo a Yanguas que le había dado instrucciones muy precisas al nuncio; o sea, le vino a decir que Cicognani iba a controlar el tema, que no se preocupase. Yanguas le comunicó a sus jefes en Madrid que su impresión era que el Vaticano nunca cedería ante el riesgo de crear un precedente peligroso al que se pudieran agarrar otros países, como Alemania. La verdad, tenía razón. Si la Santa Sede le permitía a Franco expulsar a un arzobispo, lo más probable es que Hitler demandase echarlos a todos.

Puesto que la pelota estaba en el tejado de la Nunciatura, éste fue el punto al que Serrano se dedicó a darle puñetazos de fajador. El cuñado de Franco se dedicó a comerle la oreja a Cicognani con el último argumento del cablegrama de Beigbeder: en España había mucho falangista cabreado que le tenía gato al cardenal y, si no se hacía algo, algún día íbamos a tener un disgusto.

En Roma, Yanguas envió a su ministro secretario a hablar con el primer sustituto del secretario de Estado, monseñor Tardini, dado que Maglione no estaba a disposición. Entre el material argumental que Yanguas preparó para su subordinado iba una perla destinada a acojonar a la Curia, y era la noticia de que se había recibido de Madrid orden de iniciar los trabajos para poder cerrar la embajada caso de llegar una orden en tal sentido. El tema surtió efecto, porque Tardini se comprometió a hablar con su jefe cagando melodías gregorianas.

En efecto, Yanguas y Maglione se entrevistaron el 12 de abril. El secretario de Estado le comentó que el Vaticano estaba espírico con todo aquel tema. Que cuando se había sabido, por Cicognani, el tema de la excomunión, el propio Papa Pacelli había agarrado el teléfono y había sacado a Maglione de la embajada de Perú, donde estaba almorzando (suponemos que ceviche de corvina, causa limeña y anticuchos). Yanguas, en todo caso, y oliéndose la tostada de que la estrategia de Roma era cauterizar el tema de la excomunión y pretender que con eso ya estaba todo solucionado, se apresuró a hacer la nómina total de los desaires del cardenal, incluyendo lo de Franco en Semana Santa. Maglione le vino a decir que el Vaticano había revocado la excomunión, pero que no esperase Madrid más gestos, porque eso ya era en sí droga dura. Y, desde luego, la pretensión real del gobierno español, y es que Segura fuese llamado a perpetuidad a Roma, ni de coña. Estaba el peligro, ya comentado, de que otros países reclamasen lo mismo. Pero estaba también el hecho, palmario, de que se corría el riesgo de que Franco fuese embalsando prelados relapsos en Roma.

“En cumplimiento del telegrama 31”, escribe Yanguas en su informe urgente de esta reunión para Madrid, “he hecho saber Secretaría de Estado orden VE cuyo anuncio ha impresionado profundamente. Se me dice que el Papa espera de un momento a otro informes reclamados urgentemente a Cardenal de Sevilla y Nuncio para poseer todos los datos y resolver asunto cuya grave trascendencia aprecia”.

Ese mismo día, sin embargo, el gobierno, en Madrid, volvió a presionar al nuncio. El motivo fue su conocimiento de la publicación por parte de Segura de una carta pastoral, con fecha 2 de abril, en la que se criticaba con dureza la deriva nacionalsocialista del Estado español.

Días después, la prensa italiana informó de que Segura abandonaba su sede sevillana para ir a Roma como cardenal de Curia. Pero la secretaría de Estado desmintió la noticia. El gobierno español, mientras tanto, envió puntillosa documentación al prepósito general jesuita, el padre Ledokowsky, quien ya hemos dicho le era muy parcial a la nueva España; el prelado, tras estudiar la documentación, elaboró una nota para la secretaría de Estado. España, por su parte, entregó copiosa documentación al propio Maglione que, según el gobierno, demostraba la enemiga de Segura con el nuevo Estado.

Con estos mimbres, Yanguas y Maglione se vieron de nuevo, el 26 de abril. Maglione, yo creo que muy a su pesar, estaba acorralado. Si un principio sostenía el Vaticano (y dice que sigue sosteniendo, aunque desde Wojtyla para acá se hace más difícil creerle en esto que en lo de la inmaculada concepción) era la radical separación de los ámbitos eclesial y temporal. Los curas, tal había sido la instrucción número uno del Pío anterior y del Pío reinante, no se meten en política. El dosier que le había entregado el gobierno no ofrecía lugar a dudas. El cardenal Segura había meado fuera del plato.

Yanguas, inmediatamente, solicitó una audiencia con el Papa.  Maglione le contestó que si quería ver a Pacelli para discutir la mejor forma de cantar los himnos a Santa Bárbara, no había problema en que se vieran ya; pero que si su intención era discutir el tema cardenal Segura, el Papa no lo recibiría hasta que no hubiese recibido documentación completa de todos los implicados. El gobierno español temía intoxicaciones de Segura.

La esperada audiencia llegó el 4 de mayo, y fue larga. Primero, Yanguas expuso los hechos, más o menos como había hecho ante Maglione. Seguidamente, el Papa se refirió al informe que había recibido de Segura. En el mismo, el cardenal negaba haber hecho algo malo. Argumentaba, por ejemplo, que sí había acompañado en varias ocasiones a Franco en Sevilla y que si había comenzado los oficios sin él había sido porque el general llegó media hora tarde. Admitía que no había acudido a la procesión con el jefe del Estado, pero lo justificaba con sus achaques. Que siempre le había dicho a Franco que lo esperaría a la vuelta, en la puerta de la Catedral. Contaba Segura que estando ahí esperando se le habían presentado dos personas del Ministerio de la Gobernación que le habían ordenado que, inmediatamente, se personase en la calle de las Sierpes, en la comitiva de Franco; a lo que él se negó pretextando la hora nocturna y sus padecimientos.

Yanguas se apresuró, en varios puntos del relato, a apuntarle al Papa que había cosas que decía Segura que eran falsas; y que, además, no era cuestión opinable, pues los hechos referidos eran públicos y notorios. Pacelli, ante esas precisiones tan claras y difíciles de contestar (Yanguas contaba con un amplísimo informe, traído en mano a Roma por el vizconde de Manzaneda), trató de buscar una salida por la comarcal justificando a Segura por su condición de monárquico.  Intento bastante torpe, pues el Papa tenía que saber que el señor que tenía delante también lo era, lo cual no le impedía, como le recordó al punto, cumplir con sus obligaciones con el Estado franquista.

Pacelli, bastante acorralado como ya lo había estado Maglione diez días antes, no porque Franco tuviese razón, que eso es opinable, sino porque el cardenal Segura, a todas luces, estaba conculcando la esencia (presunta o estéticamente) apolítica propugnada por la Santa Sede para todos sus obispos, acabó por admitir ante Yanguas que estaba dispuesto a llamar a Segura a Roma y conminarlo a callar sus posiciones políticas, pero sólo a cambio de garantías por parte de Madrid de que luego no encontraría dificultades para volver a Sevilla. En ningún caso, Pacelli iba a permitir un Vidal y Barraquer, segunda parte. De forma muy gráfica, le sugirió a su interlocutor que España no le pidiera más de lo que él, como Papa, podía dar.

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