lunes, octubre 12, 2020

Franco y Dios (20: Paco, eres peor que la República)

Como quiera que el tema de España, la República y la Iglesia ha sido tratado varias veces en este blog, aquí tienes algunos enlaces para que no te pierdas.

El episodio de la senda recorrida por el general Franco hacia el poder que se refiere a la Pastoral Colectiva

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Y ahora vamos con las tomas de esta serie. Ya sabes: los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
¿A que no sabías que Franco censuró la pastoral de un cardenal primado?
Y el Generalísimo dijo: a tomar por culo todo
Pío toma el mando
Una propuesta con freno y marcha atrás
El cardenal mea fuera del plato
Quiero a este cura un paso más allá de la frontera; y lo quiero ya
Serrano Súñer pasa del sacerdote Ariel
El ministro que se agarró a los cataplines de un Papa
El obispo que dijo: si el Papa quiere que sea primado de España, que me lo diga.
Y Serrano Súñer se dio, por fin, cuenta de que había cosas de las que no tenía ni puta idea
Cuando Franco decidió mutar en Franco


Con la llegada de la paz, Franco y, sobre todo, los franquistas, se quitaron la careta. Esto no quiere decir que España dejase de ser el país radical y apolilladamente católico (incluso para esos tiempos) que había sido durante la guerra; pero sí quiere decir que el Episcopado fue notando, crecientemente, que determinadas cosas que tal vez en algún momento hubiera podido dar por ciertas (la comunión con la Falange y, sobre todo, el respeto, en pie de igualdad, a las organizaciones religiosas en la Prensa, en el campo, en las fábricas y en las universidades) no se iban a producir.

Mi opinión particular es que la cúpula del sacerdocio español, esto quiere decir, fundamentalmente, Gomá, no se dio cuenta a tiempo de que el régimen avanzaba hacia un sistema casi bicéfalo, de cabeza y media, en el que Ramón Serrano Súñer estaba llamado a ocupar un nivel inesperado. No cabe reprocharles tal falta de presciencia, puesto que Franco, mientras hubo una guerra que ganar, lo tapaba todo con su condición de generalísmo. Cuando el generalísimo pasó a ser Caudillo, sin embargo, comenzó a aflorar La Mano del Rey, y entonces las cosas se pusieron mucho más de canto para los obispos de lo que se trasluce en el perfil básicamente nacionalcatólico del nuevo Estado.

Franco, además, había sido muy hábil a la hora de darse cuenta de que una cosa eran los obispos y otra muy distinta sus soldados. En primer lugar, se ocupó muy mucho de que la Compañía de Jesús recuperase su identidad jurídica en unas condiciones extraordinarias (detrás de la fidelidad de un tonsurado, no me cansaré de escribíroslo, siempre está la pasta); ganándose a los soldados de Cristo, dejó al Episcopado sin una parte muy importante de sus tropas. Asimismo, también contaba con que el bajo clero, el curita de pueblo que tal vez había temido por su vida o que había tenido que leer las postales en las que alguien le comunicaba que aquel viejo amigo del seminario había sido arrastrado vivo por las calles antes de que lo matasen a hostias; ese cura de la más baja estofa era franquista hasta las cachas. Paradójicamente, muchos de esos sacerdotes eran los que menos sufrían la ausencia del presupuesto de culto y clero, pues en los pueblos pequeños no es Dios ni el Estado, sino la gente, el que provee por ti.

El gran problema de Franco con los sacerdotes era, lógicamente, el País Vasco, puesto que los curas, cada vez más, eran nacionalistas antes que sacerdotes. Asimismo, le surgió otro foco importantísimo de resistencia en el sur de España, donde el ocupante de la sede Sevilla, el cardenal Segura, secreto hater del generalito que había ganado la guerra, dio pábulo a todo movimiento antifascista que se pudo levantar sin quebrar las rígidas formas del nuevo régimen.

En todo caso, como ya he traslucido antes en estas notas, el principal enemigo percibido por los obispos españoles, y por la Santa Sede, no era tanto Franco, como los alemanes. El Reich estaba en guerra, España ya no; España tenía una gran deuda moral con el Reich, y todo el mundo esperaba que ahora se la cobrase en forma de nazificación de un país que, las cosas como son, tampoco le hacía ningunos ascos a ser nazificado (yo ya sé que a mucha gente le gusta imaginar una España donde todos menos tres o cuatro eran antifranquistas reprimidos que esperaban su oportunidad; pero esa España no es más real que el País de las Maravillas). Para esta lucha no estaban solos, puesto que el tema preocupaba mucho en Londres, como preocupó mucho en París hasta que dejó de preocupar por razones obvias.

Inglaterra, de hecho, trató de poner en marcha un miniconvenio cultural no firmado, fomentando los intercambios de estudiantes, el intercambio de libros, y los programas de la BBC sobre España; todo ello, claro, sólo desde el momento en que reconocieron diplomáticamente al régimen de Burgos. Londres tenía la sensación, cierta, de que la mayor parte de las clases altas españolas, sobre todo los que ya eran ricos antes de estallar la guerra civil, era bastante más sensible al mensaje del conservadurismo parlamentario británico que a las machadas nacionalsocialistas. Con los años se han hecho muy conocidos los movimientos económicos en la oscuridad realizados por Churchill entre muchos generales españoles, a los que se untó para ganarlos a la causa de la no beligerancia. Porque ése era el primer punto de interés para los ingleses: conseguir que Franco, todo lo más, modificase su neutralidad por una no beligerancia.

La segunda cosa que hizo Inglaterra, estrategia que ahondaría Estados Unidos más adelante, fue hacer ver a las autoridades económicas y comerciales de Franco que Alemania no podía proveer a España de todo lo que necesitaba. De hecho, el petróleo estadounidense acabó por hacer mucho a la hora de convencer a Franco de que no debía ser tan pronazi.

Pero lo realmente importante de la acción británica, en relación con lo que aquí contamos, es que uno de sus elementos de acción fue actuar en aquellos puntos en los que la tradición alemana, transmitida a través de la propaganda nazi, se apartaba de los usos e ideologías españolas. Y, en este proceso, la cuestión religiosa era fundamental.

Frente a todo esto, sin embargo, la Iglesia española, y la universal, se encontraban con una figura creciente: Serrano Súñer. El cuñado de Franco, durante su estancia en Roma, se había visto con el Papa, pero también se había visto con Mussolini. Muy probablemente, el Duce lo convenció de que lo que había que hacer con la Iglesia era lo que más o menos estaba haciendo él: darles todo el carrete que quisieran en temas litúrgicos, pero no darles ni una sola ventaja en los temas realmente importantes.

Serrano, sin embargo, se encontró con un problema inesperado: el pacto nazi-soviético. Se habla mucho del gran problema que dicho pacto supuso para los comunistas, que ahora tenían que hablar bien del tipo que los había vencido en la guerra civil; pero el problema para Franco no era menor. El general, que todavía años después hasta tendría problemas para presidir un puto partido de fútbol en el que jugase la URSS, ahora hizo, a través de sus terminales en la censura y en la Prensa, auténticos juegos malabares para casar el hecho de que Hitler y Stalin hubiesen pactado y que Molotov y Ribentropp se hicieran fotos como si fueran los Estopa en un bautizo (por cierto: ¿soy el único al que Molotov le recuerda a El Risitas?). También creo que la Historia del franquismo, cuando menos hasta donde llegan mis lecturas, no se ha ocupado suficientemente de los terremotos que provocó dentro del régimen aquella historia. Los más apasionados, probablemente, fueron los carlistas: el pacto nazi-soviético era un pacto para repartirse Polonia, país más católico que José de Arimatea; y eso los carlistas lo aguantaron mal. Se negaban a hacer el saludo fascista e, incluso, parece que quisieron ocupar la embajada alemana en Madrid, que seguía vacía. Pero no fueron los únicos. Entre la Falange mussoliniana, en los círculos católicos y en muchísimos casinos militares, aquel pacto soliviantó muchas bocas.

La doble invasión de Polonia hizo que la Iglesia entrase en primer plano del enfrentamiento. Para muchas personas de la jerarquía española, y vaticana, lo que estaba pasando era una confirmación de que el nacionalsocialismo no tenía ningún respeto hacia el catolicismo, y que sus pretendidas simpatías eran de cartón. Se llegó al punto bíblico en el que o estás con alguien, o estás contra él. Franco eligió contra, probablemente porque no podía elegir otra cosa. No podía ponerse del lado de los obispos frente a un Hitler que le acababa de ayudar a hacerse con España.

Como primera providencia, el régimen decretó la absorción de las organizaciones estudiantiles católicas. Gomá se había cuidado mucho durante la guerra de que los consiliarios se batiesen el cobre para conservar la entidad jurídica de las asociaciones de estudiantes cristianos, que probablemente quería absorber, una vez que llegase la paz, en una especie de Jóvenes Generaciones de Acción Católica. Pedro Sainz Rodríguez, yo creo que de boquilla, es decir, plenamente consciente de que no tenía entidad para garantizar algo así, le aseguró a Gomá que no se tomaría ninguna decisión sobre esas organizaciones sin antes consultar al altar. Sobre todo eso, el propio conde de Rodezno le aseguró los mismos extremos ya en junio de 1939.

Con fecha 20 y 21 de septiembre, el canónigo Hernán Cortés, que además de tener un nombre bastante imperial era el delegado del primado, presidió una reunión confederal de organizaciones estudiantiles de las que no le gustan a Rita Maestre. Allí hablaron de lo que harían o dejarían de hacer; pero es que no sabían que ya estaban condenados: dos días después de terminado el embroque, un decreto los disolvió en el SEU.

Es probable que aquello fuese obra de Pedro Gamero del Castillo, entonces vicesecretario general de FET y de las JONS, ministro sin cartera y, lo que es más importante, persona que en esos momentos gozaba del respeto de Franco para sus opiniones. Gamero era uno de esos falangistas, mucho más raros de lo que se cree, proalemanes. Por lo tanto, estaba por la formación de una vanguardia nacionalsindicalista que lo dirigiese todo; y todo era todo.

El cardenal Gomá protestó en cero coma, con un escrito, desde mi punto de vista, demasiado comedido. Era poco político Gomá; no entendía que, en política, a veces el único lenguaje que se entiende es la amenaza. El primado hablaba en su protesta de “al menos la extrañeza y el recelo” de los elementos más católicos de la sociedad. Pero decidme a mí quién coño, jamás en la Historia, ha doblegado la voluntad de un gobernante a base de decirle: estoy extrañado y receloso.

El 9 de octubre, las cosas fueron a peor. Ese día, Gomá hizo un viaje Madrid. Allí, los jóvenes católicos, que editaban un periódico llamado Signo, le enseñaron las pruebas de imprenta del número en el que iban a reproducir la pastoral que el propio Gomá había publicado en el boletín de la diócesis toledana en agosto; estaba totalmente censurado.

¿Era un error? No, no era un error. Los editores de la revista tenían un telegrama de Carlos Sáez, de la Jefatura de Prensa del Ministerio de la Gobernación, que textualmente disponía: “De orden de la Superioridad tengo el honor de comunicar a usted que queda rigurosa y totalmente prohibida la publicación de la pastoral hecha pública por el cardenal Gomá últimamente”. Obsérvese la gañanería del telegrama: ¿quién coño es La Superioridad? Y, ¿qué es eso de no ser ni siquiera capaz de citar el texto que se censura, y sustituir la cita por la referencia etérea a una pastoral hecha pública últimamente?

Gomá protestó con sendas cartas al ministro de la Gobernación y al propio Franco. En la que más se gastó fue en la del general: “en el aspecto jurídico, se ha conculcado un derecho incuestionable de la Iglesia, en forma tan flagrante que no se encontraría igual en los tiempos más duros de la República en que, personalmente al menos, pude exponer con libertad amplísima todos los aspectos de la doctrina cristiana en sus formas más vivas de orden social y político”.

No hay mucha gente que le dijera a Franco, además por escrito, que su régimen era peor que la República.

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