Como he tratado de explicaros en párrafos anteriores, no termina de estar claro si, en los momentos previos a la muerte de Pío XI, era el gobierno de Franco o el cardenal Vidal quien tenía el tema de cara en lo relativo al grave conflicto que tenía a éste último por centro. Lo que sí está más claro es que dicha muerte fue una oportunidad para el cardenal. Al fin y al cabo, la muerte de un Papa quiere decir la elección de otro, es decir, la congregación del colegio cardenalicio en Roma. Como bien sabemos, el elegido sería Pacelli, una designación esperada y bastante rápida; pero una designación, en todo caso, en la que Vidal participó como propagandista inasequible. Esto le dio oportunidad de hablar con muchos cardenales, momento en el cual también pudo sacar su tema. Obviamente, si a algo es sensible un cardenal es a cualquier tema que tenga que ver con el roce entre las competencias espirituales y las temporales (aunque, en realidad, todas ellas sean temporales; y, la verdad, en que lo sean, el dato de que Dios exista o deje de existir es totalmente irrelevante). Así pues, Vidal presentó su caso como lo que era, esto es, como el ejemplo de un poder civil que pretendía mandar en cositas de tonsurados; y eso a no pocos de sus interlocutores los motivó mucho.
Pacelli, sin embargo, una vez Papa, no hizo suya la promesa
que, según Muntanyola, le había hecho su antecesor a Vidal. Quiero con esto decir
que no hubo discurso alguno del nuevo Padre Santo dando la bienvenida de nuevo
al cardenal en su diócesis. Lejos de ello, el otrora secretario de Estado mató
el partido y, por el camino, incluso tuvo un gesto de acercamiento a las tesis
gubernamentales, al admitir que el obispo de Cartagena lo fuera nombrado de
Barcelona.
A pesar de todo eso, el tema de Tarragona seguía
empantanado, y el gobierno de Burgos estaba decidido a abrir (o cerrar, según
se mire) esa lata para siempre. Para ello, preparó un dosier sobre el cardenal,
detallando todas las actividades cabe las fuerzas separatistas y republicanas;
dosier que se vio acrecentado por informaciones aportadas por el embajador
italiano ante la Santa Sede sobre las actividades de Vidal en Roma. Asimismo,
el gobierno español trataba de darle al Vaticano una salida al tema basada en
el propio derecho canónico, el cual, efectivamente, acepta la posibilidad de la
remoción de un cargo episcopal ante la existencia de odium plebis, esto es, en el caso de que la grey de almas a la que
hubiere de gobernar el obispo estuviera contra él. El franquismo aducía que, de
volver Vidal a Tarragona, al arzo lo iban a correr a hostias por las avenidas.
Y estoy seguro de que no mentía; ya se habría encargado el propio régimen de
que así fuere.
A pesar de ello, Yanguas, que se entrevistó con Pío XII el
30 de junio, sacó en aquel embroque la sensación de que la Santa Sede pretendía
defender a Vidal todo lo que pudiera, y hasta donde le fuese doado. No se
equivocaba. Cicognani habría de presionar en ese sentido, y, al no conseguir
nada a nivel embajador, finalmente sería el propio Pío XII el que acabó
carteándose con Franco sobre el asunto (la más poderosa de las razones que
sirven para explicar por qué el Caudillo nunca sintió mucho cariño por este
Papa).
Hay que decir, en todo caso, que Pío XII heredó un ambiente
extraordinariamente enrarecido entre el Vaticano y España. Ya hemos visto cómo
en el momento en que falleció su antecesor y corrió el escalafón, estaba el
tema del cardenal Vidal en todo su ardor. Pero es que, además había otro
marrón: la nazificación de España.
La Alemania de Hitler se había pasado todo el año 1938
preparando con celo un convenio cultural con España. El objetivo se convirtió
en uno de los principales temas en la agenda de Ebergardo von Stohrer desde el
momento en el que tanto alemanes como nacionales llegaron a la conclusión de
que la guerra estaba básicamente ganada. La colaboración cultural era una de
las prioridades de la relación entre España y Alemania. El 18 de diciembre, la
embajada alemana en Burgos informaba a Berlín de que el gobierno de Franco
había dicho que sí al acuerdo cultural. Esto disparó las gestiones por parte
alemana, tanto que el mismo 20 de enero los servicios diplomáticos germanos
telegrafiaban a su casa matriz desde San Sebastián indicando que el protocolo
estaba ya dispuesto para la firma. Alemania, en una comunicación interna, no se
recataba en dejar claro que tenía prisa por firmar el convenio antes de que los
elementos clericales tomasen mayor poder en el país.
El acuerdo, efectivamente, se firmó en Burgos, el 29 de
enero de 1939; pero, como una
confirmación de los temores germanos, nunca llegaría a ratificarse; la Iglesia
se puso de canto.
El conocimiento del convenio y de su firma provocó una reunión
entre Gomá y Cicognani en la que ambos exploraron el contenido del mismo. Fruto
de esa reunión, en la que muy tranquilos no se debieron quedar, el cardenal
Gomá le escribió una carta extensa a Pedro Sainz Rodríguez, el entonces
ministro de Educación. En dicha carta, Gomá advertía sobre los peligros de
introducir en España una ideología contraria a las tradiciones españolas y al
sentir católico de la nación; “un modo de civilización”, decía el primado, “que,
hoy por hoy, es, a lo menos, totalmente dispar con la nuestra”.
Gomá y Sainz se entrevistaron en persona, el 25 de enero,
momento en que el primero le entregó la citada carta al segundo. Sainz intentó
tranquilizar al incómodo sacerdote, diciéndole que el convenio no hacía otra
cosa que poner sobre el papel colaboraciones que ya estaban manteniendo España
y Alemania de tiempo atrás; y que, en todo caso, sólo era el primero de una
serie de acuerdos culturales que España tenía la intención de firmar con varios
países. No se trataba, le dijo, sólo de extender en España elementos de la
cultura alemana; también se iba a levantar una Casa de España en alguna de las
grandes ciudades católicas del Reich, como Munich, Viena o Colonia. A Gomá
aquellas explicaciones lo dejaron bastante frío.
Sainz informó algunos días después de que el general
Jordana, informado del contenido de la entrevista, había estado de acuerdo en
la necesidad de colmar las dudas de la Iglesia y que, por lo tanto, el tema se
plantearía en el primer consejo de ministros al que acudiese el general Franco.
El 4 de febrero, Sainz le escribió otra vez a Gomá,
reiterando el argumento de que el convenio sólo era uno más de una pretendida
serie. El único problema que podía plantear el acuerdo, le decía, era el
artículo en el cual ambos Estados se comprometían a prohibir en sus sendos
territorios la publicación de libros que atacasen a alguno de los dos países o
que cuestionasen la verdad histórica (entiéndase, su verdad histórica; todo fascista tiene siempre una verdad
histórica, y pretende imponerla. De hecho, toda la legislación que pretende imponer una realidad histórica atufa a fascismo); sin embargo, le matizaba que la Iglesia, como
entidad soberana, estaba por encima de esas previsiones. Esto, sin embargo,
era, como ya sabemos, un ejercicio de cinismo por parte de Sainz Rodríguez,
quien no podía desconocer que la implicación de la censura civil franquista en
las publicaciones eclesiásticas ya había sido, meses antes, uno de los puntos de
fricción presentados por Gomá en sus entrevistas con el Caudillo; y un punto,
además, en el que Franco había dado pocas garantías al primado.
Pío XI, en las últimas horas de su vida, todavía tuvo tiempo
de cascarse un cabreo del cuarenta y dos con el tema del convenio cultural. El
29 de enero, cuando el todavía secretario de Estado Pacelli se vio con Yanguas
para hablar del tema del cardenal Vidal, al final de la entrevista Pacelli puso
de repente cara de Risto Mejide y le dijo al embajador español que tenía un
recado urgente de su jefe terrenal (que, hemos de entender, teológicamente
hablando, era también un recado del otro jefe, el de arriba-arriba). Sacó un
papel del que leyó un texto breve en el que Pío XI se mostraba ante Franco y su
gobierno “profundamente dolorido” por el convenio cultural hispano-alemán; acuerdo
que, dijo, “abre de par en par las puertas a la propaganda ideológica nazi,
impregnada de espíritu pagano”. Por ello, reiteraba su “gran alarma y profunda
amargura”.
Al ampliar este escrito de su jefe, Pacelli se refirió a
varios elementos del convenio que inquietaban especialmente a los
Francisquitos. El primero de ellos, por ejemplo, era el intercambio de
estudiantes. Efectivamente, el convenio establecía un Erasmus bilateral entre
las dos naciones; algo que Tuit Eleven veía como un subterfugio para que “los
jóvenes españoles se impregnen de ideología nazi” (aunque, por lo que voy viendo, en realidad
los estudiantes de intercambio tienden a impregnarse de otras sustancias). La
otra cosa que no le gustaba a la Iglesia era que se decretase en el convenio la
libre circulación de libros alemanes en España, sin que se pudieran criticar ni contradecir. En otras palabras, en
el caso, no demasiado difícil de imaginar, de que algún teórico nazi escribiese
un libro sobre la muerte de Dios y la incompatibilidad entre la creencia
cristiana y el nacionalsocialismo, ese libro, traducido al español, no podría
recibir el nihil obstat de las
autoridades eclesiásticas, las cuales no podían impedir su venta y
distribución, ni siquiera escribir artículos en sus hojas parroquiales contra
él.
Para la Santa Sede, esta última previsión del convenio,
además, tenía una derivada muy curiosa en la que los muñidores del acuerdo en
Burgos seguro que no cayeron. Entiéndase: el tema relaciones con el Vaticano y
el tema relaciones con Alemania eran distintos en Burgos, y sólo convergían en
Jordana y en Franco; y ninguno de los dos era fino jurista. Habría hecho falta
que, por ejemplo, ambos asuntos hubieran sido intermediados por alguien como
Rodezno, no digamos ya Yanguas que les daba varias vueltas a todos en estos temas,
para darse cuenta de que, permitiendo la libre y acrítica circulación de libros
nazis por el país, España estaba contraviniendo precisamente ese Concordato que entendía como todavía vigente; esto
es, daba una prueba de que esa vigencia no se la creían ni quienes la
defendían. En efecto, los artículos 2 y 3 del Concordato de 1851 le otorgaban a
la Iglesia un poder en materia de publicaciones que ahora quedaba conculcado
por el convenio. Nos volveremos a encontrar con este tema algunas tomas más
allá, cuando el astuto Gaetano Cicognani se la meta doblada al lissssto de Serrano Súñer.
Yanguas, que se encontró todo el marrón en medio de la
conversación, trató de tranquilizar a Pacelli como se le ocurrió; pero no pudo.
Llovía sobre mojado, y ambos lo sabían. La Prensa nacional había silenciado la
encíclica papal contra el nazismo; la carta de Fulda de los obispos alemanes
tampoco se había publicado, como no lo habían sido diversos párrafos de los
discursos de Pío XI sobre la materia. España, era evidente, mantenía una
actitud ya de antiguo sobre la materia (en ese terreno, Sainz Rodríguez no
mentía del todo al decir que el convenio no hacía sino recoger la práctica ya
vigente).
Esta confluencia de mierdas fue muy negativa para la España
de Franco. Pío XI había dado ya su aquiescencia a una fórmula provisional para la
aplicación del derecho de Patronato en España. Pero esto ahora quedó parado.
Una vez más, y ya no sé cuántas van, Yanguas Messía, el bombero torero, tenía
que acudir para apagar el fuego. Por eso, propuso a Burgos que se impulsase la
firma de este acuerdo provisional, con la inclusión de una cláusula en la que
se estableciese que ni las normas de derecho interior español ni los acuerdos o convenios suscritos con
posterioridad a 1851 podrían estar en contra del Concordato. Proponía,
pues, anular de facto algunas de las
previsiones del convenio cultural.
Los temas, sin embargo, no iban a enderezarse tan fácilmente.
Esto es como una serie de TV. Se termina el episodio y estás deseando que llegue el siguiente. Enhorabuena, Juan, magistral serie. Muy recomendables para los creyentes en el monolitismo.
ResponderBorrarSí, la verdad es que da para una serie de TV
Borrar"De hecho, toda la legislación que pretende imponer una realidad histórica atufa a fascismo." Por lo que estamos viviendo en nuestros días, yo diría que lo de imponer por ley una realidad histórica atufa más bien a comunismo...
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