martes, noviembre 19, 2024

Mao (54): O lo paras, o lo paro

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 


Conforme Mao Tse Tung fue perdiendo fuerza y capacidad física, fue ganando importancia Madame Mao, la que era su mujer desde 1938. Madame Mao era una mujer extremadamente vengativa. De hecho, todas las acciones y recomendaciones que se le conocen durante la revolución cultural fueron venganzas personales. Una actriz llamada Wang Ming, que décadas antes le había ganado un papel a la señora de Mao, lo que la llevó incluso a actuar en la Casa Blanca, murió en prisión.

La mujer del líder tenía un punto débil. Muy débil: su pasado en Shanghai. Había sido encarcelada por los nacionalistas. Se decía que en la cárcel había traicionado a camaradas comunistas, además de sacar brillo a los sables de sus carceleros. Así las cosas, usó la revolución cultural para meter en prisión a todas las personas que habían tenido contacto con ella en esos tiempos, incluso las que habían sido sus amigas, o amantes. La mayoría ya nunca salieron.

La otra gran obsesión que tenía era una carta que había escrito una vez tras una discusión con Mao, en 1958. Se la había enviado a un amigo que era director de cine, preguntándole por la dirección de un ex marido, Tang Na, que vivía en París. En 1966, hizo arrestar al director de cine y a varios de sus amigos, y arrasó sus viviendas en busca de la carta. El director juró que había destruido la carta; pero, como no le creyeron, murió en el potro de tortura.

Más obsesa todavía que su marido respecto de la posibilidad de ser asesinada, a Madame Mao no le gustaba que estuviesen cerca de ella personas a las que no conocía. Todo el mundo que hablase con ella tenía que estar en un plano inferior. Eso quiere decir que, cuando recibía tumbada en un sofá, su postura preferida, sus interlocutores se tenían que tumbar en el suelo (menos mal que los comunistas no creen en jerarquías y son todos camaradas, ¿eh?)

En 1969, cuando Mao disolvió el Pequeño Grupo, mantuvo a su mujer como perra de presa. No tenía ninguna función de empleo, por lo que pasaba el tiempo jugando a las cartas o con sus perritos, o haciendo ejercicio en el parque Beihai, cerrado al público. Era capaz de ordenar que un destructor de la Marina entrase o saliese de un puerto porque quería fotografiarlo. Sus piscinas estaban permanentemente climatizadas, y una de ellas, en Cantón, era una piscina de agua mineral que le traían desde muy lejos. En un estilo de vida que hace que Pedro Sánchez sea un muerto de hambre, tenía sus aviones siempre dispuestos en el aeropuerto, pero no sólo para volar ella. Los solía usar para que le trajesen una chaqueta que quería ponerse, o un sofá en el que de repente le apetecía sentarse. Por supuesto, su tren personal se ponía en marcha y se paraba cuando ella quería, de forma que el resto de la red ferroviaria pagaba el pato (laqueado).

Madame Mao, igual que Howard Hughes, tenía una confianza extrema en las ganancias de salud derivadas de las transfusiones de sangre de hombres sanos. Así pues, en su guardia personal siempre había un par de chavalotes a los que se sacaba sangre regularmente para ella. Mao, sin embargo, acabó convenciéndola de que se estaba pasando. En realidad, tenía buena salud, aunque era un manojo de nervios. Como su marido, se tomaba pastillas para dormir como caramelos, y nunca conseguía dormirse hasta cosa de las cuatro de la madrugada. Odiaba la luz natural (llegaba a tener hasta tres capas de cortinas) y el ruido. En sus residencias, los sirvientes mataban o espantaban todos los pájaros e insectos, andaban descalzos, y siempre llevaban las piernas y los brazos abiertos para que sus ropas no rozasen. La habitación donde estuviese ella tenía que estar a 21,5 grados exactos en invierno, y 26 en verano.

Desde el momento en que se mataron los Lin y supo que había habido planes para matar a Mao y matarla a ella, Madame Mao comenzó a tener pesadillas en las que los Lin regresaban y acababan la labor. Meses antes del intento de huida, una noche había ido a mear estando empastillada y se había dado una hostia contra el suelo; siempre sostuvo que aquel accidente había formado parte de un atentado contra ella, porque las píldoras estaban envenenadas. Sus médicos fueron acusados.

En agosto de 1972, el año de la visita de Nixon, los chinos ficharon a una periodista estadounidense, Roxane Witke, para que escribiese sobre Madame Mao, para hacerla mundialmente famosa como primera dama de China. La mujer de Mao y Witke hablaron sesenta horas, durante las cuales la entrevistada se pasó veinte pueblos. Dijo que echaba de menos el Shanghai precomunista e, incluso, le contó a la estadounidense que un marine se había querido casar con ella. Mao ordenó la censura de buena parte de las grabaciones de las conversaciones. Witke, efectivamente, escribió una biografía de Jian Qing, pero con poca chicha.

Los Mao vivían en diferentes residencias desde el principio de la revolución cultural. Mao había terminado por no soportarla; pero Jin no podía soportar la distancia con el poder, así que desarrolló relaciones con las amantes de su marido para que la ayudasen a pasarle mensajes, en una situación rara, rara, rara. A base de mucho dar por saco, el 26 de diciembre de 1975, en el 82 cumpleaños de Mao (que sería el último) se le autorizó estar presente en la cena de celebración; pero durante toda ella, Mao hizo como si no estuviera.

Eran los últimos meses de Mao. Un momento en el que su miedo a morir asesinado se había convertido en obsesión. Tanto era así que sólo había dos personas que podían entrar en su habitación sin que él las hubiera llamado: sus dos medio enfermeras, medio amantes, Zhang Yu Feng y Meng Jin Yun. Meng, que era una ex actriz, quería pirarse, y le pidió a Zhang que le hablase a Mao de la posibilidad de que la dejase irse a vivir con su marido, con el que quería tener un hijo, mientras veía que se le pasaba el arroz (treinta años; una edad excesiva para una china de entonces a la hora de ser madre). La respuesta de Mao fue: “que espere a que me muera”. Zhang, de hecho, tenía una niña bebé que dependía de su leche. Como no podía ir a casa a darla de mamar, comenzó a sacarse la leche y guardarla en un bote. La niña acabó enfermando.

Otra mujer muy cercana a Mao era Li Na, la única hija que había tenido con Jian Qing. Tenía grandes planes para ella, y desde la revolución cultural la tenía muy cerca. Sin embargo, Li Na tuvo una gravísima crisis nerviosa en 1972 de la que siguió entrando y saliendo durante el resto de su vida. Su problema, aparentemente, era el de todos: quería que la quisiesen, pero con esos padres lo tenía jodido. Además, precisamente por tener esos padres, ningún hombre se la acercaba, y tuvo que ser ella, en 1971, la que escogiera a uno de su servicio. A su boda sus padres ni se molestaron en acercarse. Jian Quing le puso la proa a su yerno, aduciendo que estaba causando problemas de salud a su mujer. Claro que ella no era cualquier suegra: acabó exiliándolo de Pekín. Esto acabó con Li Na, aunque con los años recuperó el equilibrio (a base, al parecer, de ir por la vida diciendo cosas como: “¿revolución cultural? ¿qué revolución cultural?”).

La otra hija de Mao, Chiao Chiao, también se pasó la vida coqueteando con la depresión. An Ying, su hijo mayor, había muerto en Corea. Y el menor, An Ching, era discapacitado mental. En estas circunstancias, el hijo en la práctica de Mao fue su sobrino, Yuan Xin, que llegó a ocupar importantes cargos.

El padre de Yuan Xin, el hermano de Mao, Tse Min, había muerto, en parte, por desidia de su hermano para liberarle de su encarcelamiento. Mao, por lo demás, fue directamente responsable, como hemos visto, de la muerte de su segunda mujer, Kai Hui; así como de la locura intermitente de la tercera, Gui Yuan. Por lo demás, siempre tuvo claro que Jian Qing le sobreviviría, pero no hizo nada por protegerla. De hecho, conforme la oposición representada por Deng Xiao Ping se fue haciendo fuerte, la ofreció a cambio de salvarse él. Mao, pues, ofreció la vida de la famosa Banda de los Cuatro a cambio de la suya. De hecho, fueron detenidos pocas semanas después de su muerte. Jian Qing se suicidó en 1991.

Efectivamente, en los últimos dos años de su vida, Mao hubo de ser testigo del crecimiento constante de una oposición a su persona liderada por Deng. Mao había purgado a Deng en 1966; pero en 1973, en las circunstancias que veremos, lo rehabilitó. Natural de Sichuan, Deng había estudiado en Francia, donde se había hecho comunista. Cuando fue expulsado del país se fue a la URSS, donde se forjó como dirigente. Ya lo era durante la Larga Marcha, y fue mando militar durante la guerra contra los japoneses y la guerra civil.

Era un hombre completamente leal a Mao. Sin embargo, cuando Liu Shao Chi comenzó a posicionarse en contra del maltrato a los campesinos, se puso de su parte. En la revolución cultural, Mao hizo todo lo posible por atraer a Deng al Lado Oscuro; pero no pudo. Así que lo acusó de ser un capitalista como Liu y lo colocó en arresto domiciliario. Fue sometido a actos públicos de denuncia, pero sin grandes agresiones. Además, no fue separado de su mujer.

En mayo de 1968, el hijo y la hija de Deng fueron secuestrados en la universidad de Pekín y llevados a un acto para denunciar a su padre. El hijo, Pu Fang, se tiró por unas escaleras y se quedó paralítico. Deng no fue informado hasta un año después, y aun entonces le prohibieron ver a su hijo. Aquellos años bajo arresto domiciliario, trabajando en una fábrica de tractores de Jiangxi, le llevaron a pensar que tal vez el estalinismo y el maoísmo se habían pasado algún pueblo que otro; y comenzó a pensar en una China diferente, bastante parecida a la actual.

En septiembre de 1971, Pu Fang, que ya vivía con sus padres y se había convertido en un as de la electrónica, fabricó una radio que cogía emisoras extranjeras. Fue así como se enteraron de la muerte de Lin Biao. Tras conocer esa noticia, Deng le escribió a Mao solicitándole un curro. Pero Mao no le contestó; ni siquiera cuando Chou En Lai enfermó. Decidió apoyarse en Wang Hong Wen, el otrora matón de Shanghai; pero aquel bully no tenía madera de miembro de la alta política. Así que Mao hizo traer a Deng a Pekín en 1973, y lo nombró viceprimer ministro, para que se ocupase de alguna que otra visita de gente del extranjero. A finales de 1973, asumiendo que Deng era la única persona que tenía en su círculo con predicamento en el ejército, lo metió en el Politburo y le encargó la gestión de las Fuerzas Armadas.

En vida de Mao, Deng nunca dio muestras que querer usar su poder militar contra él; de hecho, fue el fautor de la decisión del régimen de no renunciar a la figura de Mao, en un extraño retruécano argumental según el cual lo malo fue el maoísmo, pero no Mao (formula esto acerca de Franco y el franquismo y verás lo estúpido que suena). Eso sí, en cuanto Mao estuvo muerto, Deng se aplicó a acabar completamente con la revolución cultural, rehabilitando en masa a los supervivientes de la misma, y trabajando para elevar el nivel de vida del chino medio. Mao, probablemente, había confiado en que Deng sería “contraprogramado” por el backbone maoísta que dejaba atrás: su mujer, Zhang La Cobra,  Yao Wen Yuan, con enorme poder en la Prensa, y Wang Hong, a los que llamaba La Banda de los Cuatro. Pero la cosa es que Deng se encargó de ellos inmediatamente. Kang Sheng, por su parte, era para entonces un enfermo terminal de cáncer.

Pasados los ochenta, Mao se hubo de enfrentar a la misma dura realidad a la que se enfrentó Stalin: tenía que dejar de fumar. Con todo, lo que más le afectó fue quedarse prácticamente ciego. Igual que Stalin, siempre había sido un lector impenitente (y, de hecho, en la revolución cultural se hizo con un montón de libros antiguos robados de casas y museos que, honradamente, desconozco si el régimen ha devuelto a sus legítimos propietarios).

Estas limitaciones provocaron que Mao comenzase a no acudir a actos ni audiencias. El 17 de julio de 1974 se marchó de Pekín hacia el sur. En ese viaje le fueron diagnosticadas cataratas; es decir, supo que su ceguera tenía reversión. Lamentablemente, en dicho reconocimiento también se le localizó la ELA/Parkinson. Mao, como ya os he contado, no lo supo. Los doctores se lo contaron a Wang Dong Xing, quien se lo contó a Chou En Lai.

Chou terminó por compartir lo básico de la información que tenía con sus dos compañeros en la elite del régimen (porque llamarlos aliados sería demasiado): Deng y el mariscal Yeh. Los tres decidieron mantener la información fuera del conocimiento de la Banda de los Cuatro y del propio Mao.

A partir de ahí, comenzó una carrera contrarreloj. Deng, Chou y Yeh sabían que a Mao y al propio Chou no les quedaban ni dos recetas de Arguiñano; para poder contrarrestar adecuadamente a Los Cuatro, Deng necesitaba que Mao oficializase su puesto de sucesor de Chou En Lai y, si fuere posible, comenzase la rehabilitación de dirigentes caídos en desgracia por la revolución cultural. En diciembre de 1974, Chou salió del hospital para volar a Changsa y llevarle a Mao un portafirmas petado de nombramientos. Para entonces, la Banda de los Cuatro conocía bien los movimientos de Deng y los suyos, y le estaba comiendo la oreja a Mao con el tema. El líder, sin embargo, carecía de fuerzas para oponerse a Deng; y la clave de esa debilidad era el mariscal Yeh. Además, en su tenue defensa hay que decir que está bastante claro que incluso Mao, que podía ser un loco Pajares cuando quería, tenía claro que no podía dejar China en manos de Los Cuatro. Primero, porque lo descojonarían todo. Y, segundo, porque, al no tener, como no tenían, predicamento alguno en el ejército, el probable resultado sería el fin del comunismo en China.

Mao perdió la coordinación muscular. Tenía que ser acostado de lado para ser alimentado, y aún así este simple gesto era muy problemático. En ese estado, firmó el nombramiento de Deng como primer viceprimer ministro (los cargos comunistas suenan muy a menudo como la burguer cangre burger); pero, eso sí, como segundo del segundo, es decir, justo por debajo de Deng, puso a La Cobra. E insistió en que todo el aparato de medios de comunicación siguiese en manos de los Cuatro.

Aquello marcó el principio de una cacería en la cual La Alianza, como normalmente se la conoce, fue a por La Cobra y a por Madame Mao usando sus pasados. El 26 de diciembre, en el 81 cumpleaños de Mao, Chou le dijo a su jefe que los dos habían espiado para el Kuomintang en los años treinta. Mao contestó (es una contestación muy de comunista; Molotov la dio muchas veces en Yalta) que siempre lo había sabido.

La acusación de Chou puso a Mao nervioso. En marzo de 1975, la Banda de los Cuatro, con o sin conocimiento de él (que yo creo que sí lo sabía) comenzó una campaña de Prensa contra el nuevo mando comunista chino. En abril, cuando regresó Mao a Pekín, Deng fue a verle y le pidió que parase; bueno, yo creo que no se lo pidió, sino que más bien le vino a decir: o lo paras, o lo paro (un poco como la escena de The Godfather cuando la mujer de Fredo, borracha, comienza a dar el espectáculo). Mao aceptó, y le echó la culpa a la Banda de los Cuatro (genio y figura...) El 3 de mayo, ante el Politburo, Mao ordenó que la campaña cesase y, cosa increíble, admitió haber cometido un error. Fue su último Politburo.

El acto de reconocer su error era, en realidad, el acto de pedirle de rodillas a Deng y Yeh que no diesen un golpe de Estado. A Mao, ya os lo he dicho en estas notas, la posteridad le importaba un huevo. Pero era, en el fondo, un Azaña de la vida, un cobarde patético que temía el sufrimiento y la muerte que le había recetado a otros. Se sabía débil y no quería morir como Gadafi. La Alianza había rehabilitado a decenas de generales de la época de Lin Biao; Mao tenía menos control sobre el ejército chino que Santiago Abascal en una merienda de Femen. Había intentado meter gente del entorno de la Banda de los Cuatro en puestos elevados del ejército, y ni siquiera había sido capaz.

Los militares nunca olvidan. Y nunca es nunca. En junio de 1975 fue el sexto aniversario de la muerte del mariscal Ho Lung, el hombre que había hablado con el ministro Malinovsky en aquel encuentro fatal, que con ello había sellado su suerte y comprado un billete sólo de ida a la cárcel donde murió, literalmente, como un perro. El ejército, ahora, decidió hacerle un memorial. Todo lo que pudo hacer Mao fue mantener el acto fuera de los focos de la Prensa. Tuvo que ver, además, cómo Chou En Lai se levantaba de su cama terminal para ir al acto y leer el discurso funerario.

Bueno, lo oyó más que lo vio. No fue hasta el 23 de julio que le quitaron la primera catarata, en el ojo izquierdo. Con un ojo operado, le hicieron dos gafas; una tenía una única patilla a la izquierda, otra a la derecha. Mao pasó a dormir con un sirviente al lado de la cama, que le cambiaba de gafas cada vez que se daba la vuelta. Mola el marxismo, ¿eh?

Recuperar la vista le dio un subidón. Unos días después, impulsó una campaña en Prensa contra Chou. Las acusaciones fueron tan graves que Chou llegó a pedirle a los doctores, que ya lo habían pre sedado, que aplazasen una operación para poder ir a una sesión de autodefensa sobre dichas acusaciones. A Chou sí que le preocupaba la posteridad, y lo obsesionaba que Mao aprovechase su muerte para arrastrar su nombre por el fango. Fue Deng quien se presentó ante Mao y, una vez más, le vino a decir: o lo paras, o lo paro. 

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