lunes, noviembre 04, 2024

Mao (43): La argucia de Liu Shao Chi

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 


A lo largo del año 1962, Nikita Khruschev decidió abordar el que sería su movimiento más arriesgado en política internacional: el despliegue de misiles en Cuba. Ya razonablemente segura de la fidelidad prosoviética de Fidel Castro y sus compañeros de partida, la URSS decidió aprovechar la oportunidad que le brindaba aquella finca a apenas unos kilómetros de la costa sudeste estadounidense. Para realizar tal movimiento, sin embargo, Khruschev necesitaba a Mao ocupado en otras cosas, porque sabía que la capacidad que tenía el chino de joderlo todo era bastante elevada. Así que decidió darle la autorización, largamente esperada por Pekín, para que pudiera abrir hostilidades con India.

Mao nunca había aceptado las fronteras indias fijadas en tiempo colonial por los británicos, y ardía en deseos por entrar en guerra. A la URSS, aquella guerra nunca le había gustado, porque Moscú estaba muy interesado en cultivar la amistad de Nueva Delhi. Los tiempos, sin embargo, habían cambiado, y se apreciaba un bien mayor en permitir aquel enfrentamiento. A principios del verano de 1962, los chinos comenzaron los preparativos para la guerra. Pero no acababan de verlo claro. A Mao, sobre todo, le preocupaba verse pillado entre dos frentes, puesto que Chang Kai Shek parecía estar haciendo preparativos serios para la invasión de la China continental. Los chinos no tenían propiamente relaciones diplomáticas con EEUU, pero tenían un canal informal de comunicación en Varsovia. Lo usaron de nuevo para tratar de sondear a Washington sobre su nivel de apoyo de una invasión desde Taiwan. La respuesta fue clara: no sólo Chang había prometido no atacar sin el OK de Washington; es que, además, Estados Unidos no estaba por la labor de apoyar una actuación de esa naturaleza. Fue en este ambiente en el que, a principios de octubre, y urgido por la llegada del invierno al Himalaya, Mao decidió evacuar a Moscú una consulta sobre una eventual agresión a India. El día 14, Nikita Khruschev le dio un banquete al embajador chino saliente, en el curso del cual le dijo que la URSS no sólo apoyaría a China en su enfrentamiento, sino que retrasaría la prevista venta de aviones MiG a India. A cambio, reveló el tema de los misiles cubanos, y añadió que esperaba que los chinos le apoyasen a él en aquello.

El 20 de octubre, a punto de estallar la crisis de los misiles, Mao dio la orden de avanzar hacia la frontera. Cinco días después, Khruschev cumplió su promesa mediante un largo comentario en Pravda, en tonos abiertamente prochinos.

Los chinos penetraron rápidamente 150 kilómetros en la India noreste. Una vez que había mostrado su superioridad, Mao ordenó que las tropas regresasen, dejando la situación en una indefinición que no se ha resuelto nunca. Probablemente, siempre supo que no podía llegar mucho más allá, es decir, que el apoyo de la URSS, y la neutralidad occidental, tenían un límite. Con quien sí consiguió acabar fue con Pandit Nehru, quien moriría año y medio después de un ataque. Con Nehru, Mao se libró de su rival más potente en la competición por convertirse en el orgullo del Tercer Mundo.

Cuando el 28 de octubre los soviéticos cerraron la crisis de los misiles sin apenas consultarle a los cubanos ni la hora, quedó bastante claro por qué Khruschev había estado esperando siempre una puñalada trapera desde Pekín. Mao se apresuró a bombardear a los cubanos con mensajes sobre la condición no fiable de los soviéticos, y animándolos a cambiar de hermano mayor. Castro sabía bien que, por muy tentadora que fuese la oferta, no podía aceptarla. Las fidelidades no cambiaron, pero aun así Cuba quiso lanzarle mensajes a Moscú. Cuando un moderno cohete estadounidense Thor-Able-Star cayó en las cosas de Cuba, Castro inició un proceso de subasta que acabaron ganando los chinos. En noviembre, cuando todavía había soldados chinos dentro de India, Pravda dejó claro que el pasado apoyo prestado a aquella aventura bélica se había acabado. Pero el gran golpe lo daría el secretario general del PCUS en julio de 1963, cuando firmó el acuerdo internacional de prohibición de test nucleares; acuerdo que expresamente prohibía que los signatarios ayudasen a países terceros a desarrollar tecnologías nucleares de uso militar. A partir de entonces, Khruschev se convirtió en un revisionista, y Mao comenzó a relatarse como el principal y más auténtico comunista del mundo mundial.

Algún tiempo antes de la crisis de los misiles, en abril y mayo de 1961, el número 2 del PCC, Liu Shao Chi, había hecho un viaje a su terruño de origen. Allí visitó a su hermana, que era una enferma terminal a causa del hambre después de haber perdido a su marido por la misma causa. Contempló lugares y personas a las que conocía bien, y pudo comprobar en qué medida su condición se había deteriorado. Y resolvió hacer un último esfuerzo para parar aquella locura.

En agosto de 1961, Mao convocó a los estrategas agrícolas en Lushan para fijar las cuotas de producción de alimento de los meses por venir. De nuevo el Presidente exigió cantidades astronómicas. Pero allí estuvo Liu, quien le sugirió que recortase notablemente sus ambiciones. La presión fue muy fuerte y probablemente no llegó sólo del número 2; porque el caso es que Mao, contrariamente a su costumbre, acabó por aceptar un recorte del 34% sobre las cuotas de producción fijadas a principios de año. Ésta es la razón de que la ratio de mortalidad de 1961, sobre ser altísima, fuera la mitad que la del año anterior.

La cesión de Mao, por otra parte, tenía un punto de desesperada racionalidad. Los fallos en la planificación del desarrollo industrial chino, a los que obviamente no era ajeno el hecho de que la URSS cada vez estuviese más de canto, estaban gripando un montón de proyectos industriales iniciados en diversas ciudades. Mao sabía que, conforme esos proyectos fuesen abandonados, millones de personas, que vivían razonablemente cubiertas en las concentraciones urbanas cobrando sus salarios, se quedarían sin nada; y su reacción lógica sería volver, o emigrar, al campo. Así pues, más que probablemente fue el Mao que estaba siempre obsesionado con que algún día hubiese una rebelión contra él (llegó a confesarle al mariscal Montgomery que pensaba a menudo en las cinco formas en las que podría morir violentamente) el que dictó aquellas medidas de racionalidad que, en todo caso, dejó bien claro que eran meramente provisionales.

Además del miedo superior a la muerte violenta, Mao tenía uno mucho más cercano: en septiembre de 1961 había agendado un congreso del Partido; y era lo suficientemente consciente de la situación real del país (siempre estuvo excelente y puntualmente informado) como para temer una oposición interna. A Mao le obsesionaba perder una votación.

Para sobrevivir a esta situación, lo primero que hizo Mao es lo que hace siempre un político de raza cuando se ve acorralado: buscar cabezas de turco. Los primeros culpables que encontró fueron los cuadros comunistas de las aldeas y pueblos de la China rural. Gentes, dijo sin desparpajo, crueles hasta el punto de apalizar a la gente sin límite (siguiendo sus órdenes). Luego culpó a los soviéticos de no estar ayudando adecuadamente a China; y, finalmente, culpó al clima.

Hay datos que sugieren que ante el congreso de septiembre de 1961, Mao llegó a estar bastante más que desesperado. Digo esto porque tuvo gestos que son incluso absurdos, pero que demuestran por sí solos un nivel de nerviosismo elevado. Por ejemplo: el líder comunista anunció, campanudamente, que, en solidaridad con las dificultades que estaba sufriendo su pueblo (y que él siempre había negado, por cierto), él dejaría de comer carne. La cosa es que a Mao lo que le gustaba por encima de todo era el pescado; pero ni siquiera formalmente fue capaz de renunciar a él y, en todo caso, su régimen sin carne apenas duró.

Las apariencias son de que nada de esto funcionó, y de que Mao se enfrentaba a una seria posibilidad de ser expulsado del mando del Partido. Esto es lo que creía, sin ir más lejos, Zhang Chun Chiao , uno de sus asesores más cercanos, miembro de la famosa Banda de los Cuatro liderada por la mujer de Mao.

El congreso, en estas circunstancias, se retrasaba. Sin embargo, la presión que sufría Mao por parte de altos miembros del Partido, en el sentido de que había que convocar una reunión para hablar de la grave crisis humanitaria del país, era cada vez mayor. Mao, acorralado, se avino a convocar una conferencia, pero no un congreso. La diferencia es que en una conferencia no hay votaciones, luego él no podía ser expulsado.

Esta conferencia comenzó sus trabajos en Pekín en enero de 1962. Los asistentes fueron 7.000, la mayor reunión de comunistas chinos de la Historia, y es por eso que se la suele conocer como la Conferencia de los Siete Mil. Le gustase a Mao o no, la Conferencia de los Siete Mil salvó la vida de millones de chinos rurales que habrían muerto de hambre ese año de 1962 y los siguientes, pero pudieron sobrevivir gracias a que las locas políticas extractivas de las que eran víctimas fueron frenadas. Y todo se consiguió gracias a una argucia de Liu Shao Chi.

Mao no tenía ninguna intención de dejar que la conferencia concluyese con un frenazo de sus políticas. De hecho, esperaba que el resultado de la misma fuese que los cuadros locales que acudieron a la misma regresasen a sus pueblos con el convencimiento de que tenían que ser más exigentes todavía de lo que ya eran. Para consolidar esta posición, Mao, que era el keynote speaker de la reunión, distribuyó con anterioridad el borrador de su discurso; una estrategia que también había usado bastante su maestro Stalin.

En el discurso, Mao hacía una serie de referencias tenues a “errores” cometidos, sin entrar mucho en su detalle o en su responsabilidad; pero los utilizaba para sustantivar la idea de que, si lo que se había vivido hasta el momento había sido jodido, lo peor ya había pasado. Insinuaba que China estaba en condiciones de vivir un nuevo Salto Adelante en el futuro inmediato.

Mao distribuyó aquel discurso señalándole a los delegados que podían hacerle llegar sus planteamientos y enmiendas, y que los tendría en cuenta antes de dar el discurso. Sin embargo, esas opiniones o enmiendas no llegaban directamente del delegado a Mao; tenían que pasar por grupos de discusión, que eran dirigidos por personas totalmente fieles al Presidente, y que se dedicaban a hacerle bullying a todas las opiniones medianamente críticas, hasta desanimar a sus autores, en el mejor caso; o acojonarlos, en el más frecuente.

El plan de Mao, por lo tanto, era que los delegados confirmasen los términos de su borrador; y aquí estaba la jugada que él consideraba maestra: llegada la fecha del discurso, el 27 de enero, no sería él quien lo diría, sino Liu Shao Chi. El objetivo era claro: hacer al número 2 corresponsable de la decisión de mantener la política que había traído la hambruna.

Mao Tse Tung era, en muchas cosas de la vida, uno de esos tipos que se creen muy listos. Era una especie de Amador Rivas, y vivía enamorado de sus argucias. Pero, como le suele ocurrir a la gente que es menos inteligente de lo que cree ser, no le echaba a las cosas la pensada que merecían. Con seguridad, pensó que la jugada lateral consistente en quitarse de en medio y encargarle el marrón a Liu Shao Chi era una jugada maestra. Y lo era: lo era, claro, siempre y cuando Lui Shao Chi leyese exactamente el discurso que se le había dado.

Pero eso no fue lo que hizo.

Ante los 7.000 delegados, y ante un Mao cada vez más lívido, Liu declamó tranquilamente: “el pueblo de China no tiene suficiente comida, ni tampoco ropa, ni tampoco otras cosas esenciales para la vida”. Y más: “lejos de lo que dicen las estadísticas, la producción agrícola no se ha incrementado en 1959, 1960 y 1961, sino que se ha reducido tremendamente”. Y, a pesar de que en el comunismo no hay que esforzarse por fabricar buenos titulares de Prensa, le salió uno más que apañado: “lejos de dar un gran salto adelante, estamos en peligro de caer hacia atrás”. De seguido, Liu dijo que no creía en la explicación de que la culpa la tenía el clima, que no había sido tan malo; y animó a los delegados a posicionarse en contra del nuevo salto adelante que propugnaba Mao, a cargarse el sistema de comunas e, incluso, a eliminar el proyecto de industrialización del país.

Cuando los delegados vieron y oyeron al número 2 del Partido diciendo esas cosas, creyeron sinceramente, muchos de ellos, que el PCC estaba abriendo un periodo de crítica total a cómo se habían hecho las cosas. En otras palabras: el discurso de Liu provocó un tsunami de intervenciones posteriores en el mismo tono que él había usado.

Mao estaba lívido. Y encabronado. Liu, el hombre sin ambiciones, el hombre siempre ultra cauteloso, le había engañado (después de que él mismo le hubiese intentado engañar, todo hay que decirlo). Seguro que su deseo fue acabar con él allí mismo. Pero sabía que ahora no podía. De hecho, su prioridad ahora era borrar rastros: eliminar la impresión de que el responsable del desastre chino era él. Seleccionó a varios cuadros comunistas locales de zonas rurales, además de expertos planificadores agrícolas, y les hizo salir al estrado (la conferencia había sido ampliada) para realizar autocríticas y confesar que los errores los habían cometido ellos. Pero, sobre todo, lo que hizo fue usar a su más fiel escudero: Lin Biao.

Lin intervino con un discurso el 29 de enero, es decir, fue el primero en hablar después de que se hubo decidido ampliar las sesiones del encuentro. Su discurso fue puro Mao: los desastres son inevitables, el hambre la había provocado la mala suerte, todas las instrucciones del Presidente Mao eran correctas.

El discurso de Lin significaba muchas cosas, y Liu lo sabía, puesto que nada más escucharle, su humor cambió radicalmente. Era el jefe de las Fuerzas Armadas, y estaba expresando total identificación con Mao. Liu comprendió, probablemente, que aquello no saldría bien.

En los días siguientes, las intervenciones fueron bajando el tono cada vez más. La crítica a Mao desapareció, nunca mejor dicho, a golpe de corneta. Habiendo sobrevivido a su peor momento, Mao tuvo la generosidad de someterse, algo inusitado, a una sesión de autocrítica el 30 de enero, en la que admitió que había cometido errores “porque soy el Presidente”; es decir, nunca dijo que se había equivocado, sino que como jefe de todos, era, de alguna manera, culpable de los errores de todos. Sobrevivió. Pero lo que no pudo cambiar fue el frenazo de sus políticas.

De momento.

1 comentario:

  1. Un problema que siempre tuvo Mao para controlar el partido era su total nulidad para la administración y los trabajos rutinarios. Mientras que Stalin en su buenos tiempos era un adicto al trabajo que revisaba y anotaba (Especialmente, nombres para el NKVD) todo lo que pasaba por la URSS, Mao se aburría soberanamente con esas cosas (Cosa que entiendo, porque son un tostón) Así que dependía mucho de burócratas que le hicieran el trabajo. Yo creo que por eso siempre tuvo esa dependencia de Chou y probablemente ello también influyera en el que no terminara de cargarse a Deng.

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