Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
A lo largo del año 1962, Nikita Khruschev decidió abordar el que sería su movimiento más arriesgado en política internacional: el despliegue de misiles en Cuba. Ya razonablemente segura de la fidelidad prosoviética de Fidel Castro y sus compañeros de partida, la URSS decidió aprovechar la oportunidad que le brindaba aquella finca a apenas unos kilómetros de la costa sudeste estadounidense. Para realizar tal movimiento, sin embargo, Khruschev necesitaba a Mao ocupado en otras cosas, porque sabía que la capacidad que tenía el chino de joderlo todo era bastante elevada. Así que decidió darle la autorización, largamente esperada por Pekín, para que pudiera abrir hostilidades con India.
Mao nunca había aceptado las fronteras indias fijadas en
tiempo colonial por los británicos, y ardía en deseos por entrar en guerra. A
la URSS, aquella guerra nunca le había gustado, porque Moscú estaba muy
interesado en cultivar la amistad de Nueva Delhi. Los tiempos, sin embargo,
habían cambiado, y se apreciaba un bien mayor en permitir aquel enfrentamiento.
A principios del verano de 1962, los chinos comenzaron los preparativos para la
guerra. Pero no acababan de verlo claro. A Mao, sobre todo, le preocupaba verse
pillado entre dos frentes, puesto que Chang Kai Shek parecía estar haciendo
preparativos serios para la invasión de la China continental. Los chinos no
tenían propiamente relaciones diplomáticas con EEUU, pero tenían un canal
informal de comunicación en Varsovia. Lo usaron de nuevo para tratar de sondear
a Washington sobre su nivel de apoyo de una invasión desde Taiwan. La respuesta
fue clara: no sólo Chang había prometido no atacar sin el OK de Washington; es
que, además, Estados Unidos no estaba por la labor de apoyar una actuación de
esa naturaleza. Fue en este ambiente en el que, a principios de octubre, y
urgido por la llegada del invierno al Himalaya, Mao decidió evacuar a Moscú una
consulta sobre una eventual agresión a India. El día 14, Nikita Khruschev le
dio un banquete al embajador chino saliente, en el curso del cual le dijo que
la URSS no sólo apoyaría a China en su enfrentamiento, sino que retrasaría la
prevista venta de aviones MiG a India. A cambio, reveló el tema de los misiles
cubanos, y añadió que esperaba que los chinos le apoyasen a él en aquello.
El 20 de octubre, a punto de estallar la crisis de los
misiles, Mao dio la orden de avanzar hacia la frontera. Cinco días después,
Khruschev cumplió su promesa mediante un largo comentario en Pravda, en
tonos abiertamente prochinos.
Los chinos penetraron rápidamente 150 kilómetros en la India
noreste. Una vez que había mostrado su superioridad, Mao ordenó que las tropas
regresasen, dejando la situación en una indefinición que no se ha resuelto
nunca. Probablemente, siempre supo que no podía llegar mucho más allá, es
decir, que el apoyo de la URSS, y la neutralidad occidental, tenían un límite.
Con quien sí consiguió acabar fue con Pandit Nehru, quien moriría año y medio
después de un ataque. Con Nehru, Mao se libró de su rival más potente en la
competición por convertirse en el orgullo del Tercer Mundo.
Cuando el 28 de octubre los soviéticos cerraron la crisis de
los misiles sin apenas consultarle a los cubanos ni la hora, quedó bastante
claro por qué Khruschev había estado esperando siempre una puñalada trapera
desde Pekín. Mao se apresuró a bombardear a los cubanos con mensajes sobre la
condición no fiable de los soviéticos, y animándolos a cambiar de hermano
mayor. Castro sabía bien que, por muy tentadora que fuese la oferta, no podía
aceptarla. Las fidelidades no cambiaron, pero aun así Cuba quiso lanzarle
mensajes a Moscú. Cuando un moderno cohete estadounidense Thor-Able-Star cayó
en las cosas de Cuba, Castro inició un proceso de subasta que acabaron ganando
los chinos. En noviembre, cuando todavía había soldados chinos dentro de India,
Pravda dejó claro que el pasado apoyo prestado a aquella aventura bélica
se había acabado. Pero el gran golpe lo daría el secretario general del PCUS en
julio de 1963, cuando firmó el acuerdo internacional de prohibición de test
nucleares; acuerdo que expresamente prohibía que los signatarios ayudasen a
países terceros a desarrollar tecnologías nucleares de uso militar. A partir de
entonces, Khruschev se convirtió en un revisionista, y Mao comenzó a relatarse
como el principal y más auténtico comunista del mundo mundial.
Algún tiempo antes de la crisis de los misiles, en abril y
mayo de 1961, el número 2 del PCC, Liu Shao Chi, había hecho un viaje a su
terruño de origen. Allí visitó a su hermana, que era una enferma terminal a
causa del hambre después de haber perdido a su marido por la misma causa.
Contempló lugares y personas a las que conocía bien, y pudo comprobar en qué
medida su condición se había deteriorado. Y resolvió hacer un último esfuerzo
para parar aquella locura.
En agosto de 1961, Mao convocó a los estrategas agrícolas en
Lushan para fijar las cuotas de producción de alimento de los meses por venir.
De nuevo el Presidente exigió cantidades astronómicas. Pero allí estuvo Liu,
quien le sugirió que recortase notablemente sus ambiciones. La presión fue muy
fuerte y probablemente no llegó sólo del número 2; porque el caso es que Mao,
contrariamente a su costumbre, acabó por aceptar un recorte del 34% sobre las
cuotas de producción fijadas a principios de año. Ésta es la razón de que la
ratio de mortalidad de 1961, sobre ser altísima, fuera la mitad que la del año
anterior.
La cesión de Mao, por otra parte, tenía un punto de
desesperada racionalidad. Los fallos en la planificación del desarrollo
industrial chino, a los que obviamente no era ajeno el hecho de que la URSS
cada vez estuviese más de canto, estaban gripando un montón de proyectos
industriales iniciados en diversas ciudades. Mao sabía que, conforme esos
proyectos fuesen abandonados, millones de personas, que vivían razonablemente
cubiertas en las concentraciones urbanas cobrando sus salarios, se quedarían
sin nada; y su reacción lógica sería volver, o emigrar, al campo. Así pues, más
que probablemente fue el Mao que estaba siempre obsesionado con que algún día
hubiese una rebelión contra él (llegó a confesarle al mariscal Montgomery que
pensaba a menudo en las cinco formas en las que podría morir violentamente) el
que dictó aquellas medidas de racionalidad que, en todo caso, dejó bien claro
que eran meramente provisionales.
Además del miedo superior a la muerte violenta, Mao tenía
uno mucho más cercano: en septiembre de 1961 había agendado un congreso del
Partido; y era lo suficientemente consciente de la situación real del país
(siempre estuvo excelente y puntualmente informado) como para temer una
oposición interna. A Mao le obsesionaba perder una votación.
Para sobrevivir a esta situación, lo primero que hizo Mao es
lo que hace siempre un político de raza cuando se ve acorralado: buscar cabezas
de turco. Los primeros culpables que encontró fueron los cuadros comunistas de
las aldeas y pueblos de la China rural. Gentes, dijo sin desparpajo, crueles
hasta el punto de apalizar a la gente sin límite (siguiendo sus órdenes). Luego
culpó a los soviéticos de no estar ayudando adecuadamente a China; y,
finalmente, culpó al clima.
Hay datos que sugieren que ante el congreso de septiembre de
1961, Mao llegó a estar bastante más que desesperado. Digo esto porque tuvo
gestos que son incluso absurdos, pero que demuestran por sí solos un nivel de
nerviosismo elevado. Por ejemplo: el líder comunista anunció, campanudamente,
que, en solidaridad con las dificultades que estaba sufriendo su pueblo (y que
él siempre había negado, por cierto), él dejaría de comer carne. La cosa es que
a Mao lo que le gustaba por encima de todo era el pescado; pero ni siquiera
formalmente fue capaz de renunciar a él y, en todo caso, su régimen sin carne
apenas duró.
Las apariencias son de que nada de esto funcionó, y de que
Mao se enfrentaba a una seria posibilidad de ser expulsado del mando del
Partido. Esto es lo que creía, sin ir más lejos, Zhang Chun Chiao , uno de sus
asesores más cercanos, miembro de la famosa Banda de los Cuatro liderada por la
mujer de Mao.
El congreso, en estas circunstancias, se retrasaba. Sin
embargo, la presión que sufría Mao por parte de altos miembros del Partido, en
el sentido de que había que convocar una reunión para hablar de la grave crisis
humanitaria del país, era cada vez mayor. Mao, acorralado, se avino a convocar
una conferencia, pero no un congreso. La diferencia es que en una conferencia
no hay votaciones, luego él no podía ser expulsado.
Esta conferencia comenzó sus trabajos en Pekín en enero de
1962. Los asistentes fueron 7.000, la mayor reunión de comunistas chinos de la
Historia, y es por eso que se la suele conocer como la Conferencia de los Siete
Mil. Le gustase a Mao o no, la Conferencia de los Siete Mil salvó la vida de
millones de chinos rurales que habrían muerto de hambre ese año de 1962 y los
siguientes, pero pudieron sobrevivir gracias a que las locas políticas
extractivas de las que eran víctimas fueron frenadas. Y todo se consiguió
gracias a una argucia de Liu Shao Chi.
Mao no tenía ninguna intención de dejar que la conferencia
concluyese con un frenazo de sus políticas. De hecho, esperaba que el resultado
de la misma fuese que los cuadros locales que acudieron a la misma regresasen a
sus pueblos con el convencimiento de que tenían que ser más exigentes todavía
de lo que ya eran. Para consolidar esta posición, Mao, que era el keynote
speaker de la reunión, distribuyó con anterioridad el borrador de su
discurso; una estrategia que también había usado bastante su maestro Stalin.
En el discurso, Mao hacía una serie de referencias tenues a
“errores” cometidos, sin entrar mucho en su detalle o en su responsabilidad;
pero los utilizaba para sustantivar la idea de que, si lo que se había vivido
hasta el momento había sido jodido, lo peor ya había pasado. Insinuaba que
China estaba en condiciones de vivir un nuevo Salto Adelante en el futuro inmediato.
Mao distribuyó aquel discurso señalándole a los delegados
que podían hacerle llegar sus planteamientos y enmiendas, y que los tendría en
cuenta antes de dar el discurso. Sin embargo, esas opiniones o enmiendas no
llegaban directamente del delegado a Mao; tenían que pasar por grupos de
discusión, que eran dirigidos por personas totalmente fieles al Presidente, y que
se dedicaban a hacerle bullying a todas las opiniones medianamente
críticas, hasta desanimar a sus autores, en el mejor caso; o acojonarlos, en el
más frecuente.
El plan de Mao, por lo tanto, era que los delegados
confirmasen los términos de su borrador; y aquí estaba la jugada que él
consideraba maestra: llegada la fecha del discurso, el 27 de enero, no sería él
quien lo diría, sino Liu Shao Chi. El objetivo era claro: hacer al número 2
corresponsable de la decisión de mantener la política que había traído la
hambruna.
Mao Tse Tung era, en muchas cosas de la vida, uno de esos
tipos que se creen muy listos. Era una especie de Amador Rivas, y vivía
enamorado de sus argucias. Pero, como le suele ocurrir a la gente que es menos
inteligente de lo que cree ser, no le echaba a las cosas la pensada que
merecían. Con seguridad, pensó que la jugada lateral consistente en quitarse de
en medio y encargarle el marrón a Liu Shao Chi era una jugada maestra. Y lo
era: lo era, claro, siempre y cuando Lui Shao Chi leyese exactamente el discurso
que se le había dado.
Pero eso no fue lo que hizo.
Ante los 7.000 delegados, y ante un Mao cada vez más lívido,
Liu declamó tranquilamente: “el pueblo de China no tiene suficiente comida, ni
tampoco ropa, ni tampoco otras cosas esenciales para la vida”. Y más: “lejos de
lo que dicen las estadísticas, la producción agrícola no se ha incrementado en
1959, 1960 y 1961, sino que se ha reducido tremendamente”. Y, a pesar de que en
el comunismo no hay que esforzarse por fabricar buenos titulares de Prensa, le
salió uno más que apañado: “lejos de dar un gran salto adelante, estamos en
peligro de caer hacia atrás”. De seguido, Liu dijo que no creía en la
explicación de que la culpa la tenía el clima, que no había sido tan malo; y
animó a los delegados a posicionarse en contra del nuevo salto adelante que
propugnaba Mao, a cargarse el sistema de comunas e, incluso, a eliminar el
proyecto de industrialización del país.
Cuando los delegados vieron y oyeron al número 2 del Partido
diciendo esas cosas, creyeron sinceramente, muchos de ellos, que el PCC estaba
abriendo un periodo de crítica total a cómo se habían hecho las cosas. En otras
palabras: el discurso de Liu provocó un tsunami de intervenciones posteriores
en el mismo tono que él había usado.
Mao estaba lívido. Y encabronado. Liu, el hombre sin
ambiciones, el hombre siempre ultra cauteloso, le había engañado (después de
que él mismo le hubiese intentado engañar, todo hay que decirlo). Seguro que su
deseo fue acabar con él allí mismo. Pero sabía que ahora no podía. De hecho, su
prioridad ahora era borrar rastros: eliminar la impresión de que el responsable
del desastre chino era él. Seleccionó a varios cuadros comunistas locales de
zonas rurales, además de expertos planificadores agrícolas, y les hizo salir al
estrado (la conferencia había sido ampliada) para realizar autocríticas y
confesar que los errores los habían cometido ellos. Pero, sobre todo, lo que
hizo fue usar a su más fiel escudero: Lin Biao.
Lin intervino con un discurso el 29 de enero, es decir, fue
el primero en hablar después de que se hubo decidido ampliar las sesiones del
encuentro. Su discurso fue puro Mao: los desastres son inevitables, el hambre
la había provocado la mala suerte, todas las instrucciones del Presidente Mao
eran correctas.
El discurso de Lin significaba muchas cosas, y Liu lo sabía,
puesto que nada más escucharle, su humor cambió radicalmente. Era el jefe de
las Fuerzas Armadas, y estaba expresando total identificación con Mao. Liu
comprendió, probablemente, que aquello no saldría bien.
En los días siguientes, las intervenciones fueron bajando el
tono cada vez más. La crítica a Mao desapareció, nunca mejor dicho, a golpe de
corneta. Habiendo sobrevivido a su peor momento, Mao tuvo la generosidad de
someterse, algo inusitado, a una sesión de autocrítica el 30 de enero, en la
que admitió que había cometido errores “porque soy el Presidente”; es decir,
nunca dijo que se había equivocado, sino que como jefe de todos, era, de alguna
manera, culpable de los errores de todos. Sobrevivió. Pero lo que no pudo
cambiar fue el frenazo de sus políticas.
Un problema que siempre tuvo Mao para controlar el partido era su total nulidad para la administración y los trabajos rutinarios. Mientras que Stalin en su buenos tiempos era un adicto al trabajo que revisaba y anotaba (Especialmente, nombres para el NKVD) todo lo que pasaba por la URSS, Mao se aburría soberanamente con esas cosas (Cosa que entiendo, porque son un tostón) Así que dependía mucho de burócratas que le hicieran el trabajo. Yo creo que por eso siempre tuvo esa dependencia de Chou y probablemente ello también influyera en el que no terminara de cargarse a Deng.
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