Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
Cuando Peng De Huai llegó a la residencia de Lushan, los guardias de la puerta le pararon. Fue informado de que Grupo Uno (el nombre en clave de Mao; sí, ya sé que se presta a chiste sobre la gente a la que le gusta que le llamen Uno) estaba descansando, por lo que no podía entrar ahora. Debía darse un paseo por los alrededores. El 2 de julio de 1959 dio comienzo la conferencia, en la que participaban aproximadamente un centenar de dirigentes comunistas. Todos ellos fueron distribuidos en seis grupos, coordinados todos por gente totalmente fiel a Mao.
Peng fue emplazado en el Grupo Noroeste. Cuando este grupo
comenzó a trabajar, Peng tomó la palabra para decir que las estadísticas del
Gran Salto Adelante eran mentira, y que la situación era desesperada para
muchos ciudadanos. Los miembros del grupo le dejaron hablar; pero pronto el
mariscal hubo de darse cuenta de que sus protestas no llegaban más allá de esa
sala.
Frustrado, el 14 de julio Peng le escribió una carta a Mao,
en la que consideraba que era necesario abrir un amplio debate el Gran Salto
Adelante. Mao cogió la carta y la distribuyó entre el resto de los
participantes. Ya tenía lo que quería: una prueba de la “traición” de Peng.
En todo este embrollo Peng De Huai, además de como un
comunista sincero, parece haber actuado como un maula (y es que ambas
características suelen ir íntimamente unidas). Aparentemente, se fio de que
sabía que había otros altos dirigentes comunistas que tenían dudas sobre el
Gran Salto Adelante; pero no supo valorar que las dudas de alguien en la
soledad de su apartamento no son lo mismo que esas mismas dudas expresadas en
una carta que podría hacerse pública. Esto, por ejemplo, le pasó con Lo Fu, el
antiguo Número 1 del Partido. Peng sabía que Lo pensaba, como él, que el Gran
Salto Adelante era una mierda. Sin embargo, cuando fue a decirle que firmasen
juntos la carta a Mao, Lo le contestó que no mamase; de hecho, cuando Peng
intentó leerle en voz alta el borrador, Lo se levantó y salió echando hostias
de la habitación.
En este ambiente, el 23 de julio Mao convocó la primera
reunión plenaria de todos los participantes. Para entonces, sus espías en los
seis grupos ya le habían confirmado que no había en los altos escalones del
Partido capacidad alguna de montarle un golpe de Estado o cosa parecida.
Lo que siguió fue una actuación de contertulio televisivo
100%. De hecho, es tan así que yo no descarto que pueda haber algún inquilino
de La Sexta que sea lo suficientemente listo como para haber estudiado el
discurso de Lushan; porque en él, podéis creerme, están compiladas todas las
estrategias de los pepebonos, los maestres y las charos que en este mundo han
sido, y serán.
Comenzó Mao diciendo que, si le dejaban, hablaría ahora él
después de que los demás habían hablado mucho y todo lo que querían. Primer
elemento, pues: siendo victimario, presentarse como víctima.
Siguió por dar el dato de que llevaba tres días tomando
pastillas para dormir y todavía no lo había conseguido. Segundo elemento:
colocar el debate en terrenos irracionales, pertenecientes al mundo de los
sentimientos y percepciones. Matar la discusión argumental y modificarla por un
debate básicamente testículo/ovárico.
Después, comenzó a hablar en tonos crecientemente violentos,
despertando una especie de ira contenida. Tercer elemento; hacer como que has
callado por prudencia, y ahora hablas.
Lo siguiente que hizo fue abordar las críticas a los
resultados negativos del Gran Salto Adelante, ridiculizándolos o haciéndolos
aparecer como algo ilógico. Cuarto elemento: situar los argumentos del contrario
en el terreno de la estupidez. Con total desparpajo, el hombre que estaba
matando de hambre a sus conciudadanos a millones, dijo: “Todo lo que tenemos es
algo menos de carne de cerdo, algunos broches para el pelo menos, y nos hemos
quedado sin jabón por un rato”.
Quinto y último elemento: amaga con tu salida y, de paso,
ponte al frente de la manifestación que hay contra ti: “Si encuentro oposición
a mis políticas, me marcharé. Pero me marcharé para liderar la rebelión
campesina contra el gobierno [¡qué valor!]; si el ejército me sigue, me iré a
las montañas y montaré una guerrilla".
En la práctica, pues, Mao hizo lo que hace siempre el buen
contertulio, y el buen político: situar las cosas en elecciones binarias. Ésta
era: o Mao, o Peng. Y, añadió: mucho ojito, porque si la decisión es a favor de
Peng, habrá un baño de sangre.
Siguiendo los planes que ya tenía, Mao se preocupó muy mucho
de dejar claro a los asistentes en la reunión que no pensaran que allí el único
que estaba en peligro era Peng. También criticó a Huang Ke Cheng (el hombre que
le había sido fiel) y Lo Fu. Acto seguido, leyó una resolución del Comité
Central condenando a estos dirigentes, limitándose a informar que había sido
aprobada, sin decir cuándo ni dónde.
Peng fue colocado en arresto domiciliario, y el resto de
denunciados también sufrió penas diversas. Sus familias, como de costumbre, se
convirtieron en apestados. La mujer de Huang se volvió loca. Li Rui, uno de los
denunciados, que había sido alguna vez secretario de Mao (aquí tenéis un refrán
chino-de-Jota: si vives en el mismo árbol que el gorila, luego no te quejes de
que te cague encima), tuvo que pasar por más de 100 actos público de
autocrítica, y fue finalmente enviado al culo de China a realizar trabajos
forzados. Su mujer se divorció de él, y sus hijos hicieron pública la carta que
le enviaron a su lugar de confinamiento informándole de que le odiaban y que no
querían una foto suya.
La principal consecuencia de Lushan fue que Peng fue cesado
como ministro de Defensa, y sustituido por Lin Biao. Lin, por supuesto, nada
más tomar posesión del despacho, comenzó a emascular testículos de generales
afines a Peng. Además, Lin, que parecía tener ciertas habilidades göbelsianas
(como diría Tono, los extremeños se tocan) comenzó a armar, ya en serio, el
culto a la personalidad de Mao. De él fue la idea de que los miembros del
ejército comenzasen a memorizar y recitar en reuniones ad hoc citas de
Mao. Para compilar dichas citas y poder estudiarlas es por lo que se comenzaron
a realizar libros recopilatorios, que acabarían destilando en el famoso Libro
Rojo de Mao.
Las purgas, por otra parte, se extendieron a todo aquél que
criticase los resultados del Gran Salto Adelante. El propio Deng Xiao Ping, que
tampoco es que fuese un portento de sinceridad, llegó a estimar que 10 millones
de personas fueron reprimidas en aquella ordalía de detenciones, palizas,
condenas y reuniones de autocrítica. Un colectivo profesional especialmente
perseguido por los conservadores de la teórica oficial fueron los médicos, ya
que vivían muy de cerca las desgracias de la gente y, bueno, alguno había que
hasta consideraba que el juramento hipocrático estaba por encima del librito
rojo de los cojones. Otros muchos, claro, callaron, y se limitaron a ser
testigos del año 1960; el año que, con 20 millones de muertos de hambre, ocupa
el primer lugar en la Historia de la Humanidad como el año en el que más
gente ha muerto de hambre.
Las purgas de Lushan también alcanzaron a Gui Yuan, la ya ex
mujer de Mao, que se había marchado a Moscú. Ya en la URSS, Gui, sometida a la
profunda depresión de un marido que la había tratado como el culo y de las
tragedias de sus hijos, tuvo un fuerte ataque sicótico que provocó
su internamiento en un siquiátrico durante dos años. En el otoño de 1946 había
sido dada de alta, fuertemente empastillada, y le habían autorizado la vuelta a
China. El régimen le prohibió vivir en Pekín, por lo que se estableció cerca,
en Nangchang. Allí se estabilizó bastante.
El 7 de julio de 1959, cuando estaba preparando el último
golpe contra Peng, Mao, que no había visto a su ex desde hacía 22 años, tuvo al
parecer un momento en el que le apeteció verla de nuevo. Así que envió a un
propio a Nangchang, que se limitó a informar a Gui de que el Partido le había
concedido unas vacaciones en Lushan. Mao, pues, era perfectamente consciente de
que Gui Yan estaba, mentalmente hablando, en el alambre, y por eso ordenó que
se le ocultase el dato de que era su ex marido el señoro quien quería verla.
Y es que fue así. Cuando Gui Yuan llegó a Lushan y se
encontró a Mao Tse Tung en el quicio de la puerta, le dio un apechusque brutal.
Mao lo hizo todo mal. A pesar de que fue bien evidente que el encuentro no le
estaba sentando nada bien a su ex mujer, todavía siguió con el plan, hablando de esto y de aquello. Para colmo,
cuando se despidió, le dijo: “te veré mañana”; pero luego dio orden de que, al
día siguiente, Gui Yuan fuese enviada de vuelta a Nangchang. Gui, como la mujer
de la canción del muelle de San Juan, se quedó, mentalmente hablando, en su
habitación de Lushan, esperando ese segundo encuentro que nunca llegó. Perdió
la conexión con la realidad, dejó de reconocer a su propia hija, y dejó de
lavarse o de cuidar su aspecto. Iba constantemente a la sede del PCC en su
ciudad, para exigir explicaciones de por qué no se le permitía tener ese
segundo encuentro con Mao. Y ya nunca se recuperó.
No tenemos noticia de que nada de esto le preocupase al
Presidente. Pero, ojo, feministas maoístas las ha habido, y las hay, a puñados.
La segunda mitad de los años cincuenta del siglo XX marcó
también el ápex de la política imperialista de Mao (es acojonante los
imperialistas que llegan a ser los antiimperialistas; aunque no deberíamos
sorprendernos, pues lo mismo pasa con los antifascistas) sobre el Tibet.
Desde que Mao había tenido un adarme de poder, había querido
sorberse el Tibet. El 22 de enero de 1950, en el curso de una entrevista con
Iosif Stalin, Mao le preguntó al líder soviético si la URSS podía emplazar algunos
aviones de transporte para ayudar en una invasión del Tibet. Stalin estuvo de
acuerdo. Consideraba de gran importancia que Tibet fuese dominado; de hecho, le
dijo a Mao que lo que tenía que hacer una vez hubiese dominado el país era
colonizarlo con millones de chinos han (los han son, por así decirlo, los
chinos-chinos, con su RH vasco y todo).
Menos de dos años después de haber tomado el poder en el
país, Mao envió a 20.000 soldados al Tibet, a dar por culo. Sin embargo, se
encontró con graves problemas logísticos. La zona carecía de carreteras para
poder transportar tropas; y, además, los soldados se quedaban un poco tolilis
cuando llevaban un tiempo allí, por el tema de la altura. Aquello,
efectivamente, era como intentar tomar el Machu Pichu con una tropa de Barbate.
Así que Mao cambió de estrategia (que no de idea).
El líder chino se mostró partidario de que el Tibet gozase
de determinados niveles de autonomía, y reconoció que el jefe de Estado del
Tibet era el Dalai Lama.
En septiembre de 1954, el Tolai Lama, Tenzin Gyatso, que
entonces tenía 19 años, viajó a Pekín. La Asamblea Nacional de diputados
comunistas que, por supuesto, nadie había votado, celebraba reunión; y resulta
que él tenía un escaño esperándole. El Rama Lama Ding Dong se quedó en Pekín
medio año, tiempo durante el cual Mao se entrevistó con él como una docena de
veces. En un intento por salvar las apariencias por el bien de su pueblo (esto
es lo que cuentan los budistas), o tal vez porque era un poco lerdillo (esto lo
digo yo), el Dalai Lama incluso llegó a enviar la carta solicitando ser miembro
del Partido Comunista Chino. Los chinos, juiciosos, rechazaron la oferta
educadamente.
A principios de 1956, dos grandes carreteras se habían
terminado y, por lo tanto, la situación había cambiado. En la región de Kham,
vecina al propio Tibet, Mao comenzó una campaña de requisa de comida y, lo que
es más importante, ataques a la religión. El medio millón de tibetanos de Kham
decidió que, como el vasco del chiste, no era partidario, y se rebeló. En otras
regiones adyacentes, el personal se animó a dar por culo también.
Mao, pues, se dio cuenta de que, antes de haber intentado
actuar contra el Tibet, ya tenía un más que respetable ejército de 60.000
miembros en contra. Así que pensó que, tal vez, aquello iba a ser un hueso
demasiado duro de roer por el momento.
En 1958, cuando llegó el Gran Salto Adelante, comenzaron las
requisas de comida generalizadas, que incluyeron al Tibet y a las cuatro
grandes provincias occidentales que tienen un importante porcentaje de
población tibetana (Gansu, Qinghai, Yunan y Sichuan); esto provocó nuevas
rebeliones. Para Mao, estas rebeliones eran una buena disculpa para resolver el
tema del Tibet sacando el mazo de dar hostias, que era lo que siempre había
querido.
El 10 de marzo de 1959, en medio de insistentes rumores en
el sentido de que los chinos planeaban secuestrar al Tolai Lama, en Lhasa se
lió parda. Hubo manifestaciones masivas y el personal se puso como sólo se
ponen los budistas cuando se encabronan (que mucha meditación y mucha hostia
pero, las cosas como son, son para echarles de comer aparte). Mao dio la orden
de que nadie tocase al Lama. Estaba literalmente acojonado con la posibilidad
de que el Tolai resultase muerto por alguna acción o error, puesto que eso
pondría en contra de China a todo el mundo budista y, en general, a la opinión
pública mundial. Así que en la noche del 17, con permiso de los chinos, el
Dalai Lama salió de Lhasa camino de India. Eso sí, hizo lanzar una campaña de
prensa mundial (que en gran parte fue exitosa) vendiendo la idea de que Tibet
era un país atrasado en el que todavía se torturaba a la gente arrancándole la
piel y esas cosas.
Con la huida del Tolai, Mao tenía el camino expedito para
dominar Tibet. Sobre todo teniendo en cuenta movimientos como el del Panchen
Lama, es decir el número dos en la jerarquía lamera, Lobsang Trinley Lhündrub
Chökyl Gualtsen, nacido Gönbo Cëdän, quien acogió con alegría la llegada de los
chinos y se mostró partidario de que sofocasen la rebelión de Lhasa; aunque
años después se arrepentiría de ello, claro.
Mira que los tibetanos, al fin y al cabo un país bastante
atrasado, tenían poca cosa. Pero todo, absolutamente todo, lo requisaron los
chinos. Las población fue acopiada en cantinas donde eran alimentados por el
Estado con raíces, hojas de árbol y mierdas de ésas. El personal comenzó a
palmarla de hambre y enfermedades conexas. Muchos tibetanos fueron forzados a
aparecer ante reuniones de autocrítica, donde a menudo terminaban apaleados.
Tibet, un país que hasta entonces había desconocido el suicidio, comenzó a
registrar muchos episodios en los que la gente tomaba su propia vida. Según el
Panchen Lama, hasta el 20% de los tibetanos fueron encarcelados y, una vez
allí, tratados como untermenschen; ya que el nacionalismo chino,
efectivamente, tiende a considerar a los tibetanos como leperos con
discapacidad síquica y, en consecuencia, no solían tener problema en tratarlos
como animales.
Es curioso la evolución del tema tibetano en occidente. De ser el primer recurso que todo famosete sacaba a pasear para demostrar lo concienciado que estaba al olvido más absoluto a medida que el mercado chino se fue haciendo más y más importante.
ResponderBorrarY bueno, es cierto que la sociedad y cultura tibetanas era una puta mierda antes de la ocupación (Cómo la palestina hoy en día) pero eso no te da el derecho a exterminarla (Y, hasta donde yo se, ninguna sociedad ha mejorado con el exterminio de los sujetos)
ResponderBorrarTotalmente cierto.
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