miércoles, octubre 30, 2024

Mao (41): La caída de Peng

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 


Cuando Peng De Huai llegó a la residencia de Lushan, los guardias de la puerta le pararon. Fue informado de que Grupo Uno (el nombre en clave de Mao; sí, ya sé que se presta a chiste sobre la gente a la que le gusta que le llamen Uno) estaba descansando, por lo que no podía entrar ahora. Debía darse un paseo por los alrededores. El 2 de julio de 1959 dio comienzo la conferencia, en la que participaban aproximadamente un centenar de dirigentes comunistas. Todos ellos fueron distribuidos en seis grupos, coordinados todos por gente totalmente fiel a Mao.

Peng fue emplazado en el Grupo Noroeste. Cuando este grupo comenzó a trabajar, Peng tomó la palabra para decir que las estadísticas del Gran Salto Adelante eran mentira, y que la situación era desesperada para muchos ciudadanos. Los miembros del grupo le dejaron hablar; pero pronto el mariscal hubo de darse cuenta de que sus protestas no llegaban más allá de esa sala.

Frustrado, el 14 de julio Peng le escribió una carta a Mao, en la que consideraba que era necesario abrir un amplio debate el Gran Salto Adelante. Mao cogió la carta y la distribuyó entre el resto de los participantes. Ya tenía lo que quería: una prueba de la “traición” de Peng.

En todo este embrollo Peng De Huai, además de como un comunista sincero, parece haber actuado como un maula (y es que ambas características suelen ir íntimamente unidas). Aparentemente, se fio de que sabía que había otros altos dirigentes comunistas que tenían dudas sobre el Gran Salto Adelante; pero no supo valorar que las dudas de alguien en la soledad de su apartamento no son lo mismo que esas mismas dudas expresadas en una carta que podría hacerse pública. Esto, por ejemplo, le pasó con Lo Fu, el antiguo Número 1 del Partido. Peng sabía que Lo pensaba, como él, que el Gran Salto Adelante era una mierda. Sin embargo, cuando fue a decirle que firmasen juntos la carta a Mao, Lo le contestó que no mamase; de hecho, cuando Peng intentó leerle en voz alta el borrador, Lo se levantó y salió echando hostias de la habitación.

En este ambiente, el 23 de julio Mao convocó la primera reunión plenaria de todos los participantes. Para entonces, sus espías en los seis grupos ya le habían confirmado que no había en los altos escalones del Partido capacidad alguna de montarle un golpe de Estado o cosa parecida.

Lo que siguió fue una actuación de contertulio televisivo 100%. De hecho, es tan así que yo no descarto que pueda haber algún inquilino de La Sexta que sea lo suficientemente listo como para haber estudiado el discurso de Lushan; porque en él, podéis creerme, están compiladas todas las estrategias de los pepebonos, los maestres y las charos que en este mundo han sido, y serán.

Comenzó Mao diciendo que, si le dejaban, hablaría ahora él después de que los demás habían hablado mucho y todo lo que querían. Primer elemento, pues: siendo victimario, presentarse como víctima.

Siguió por dar el dato de que llevaba tres días tomando pastillas para dormir y todavía no lo había conseguido. Segundo elemento: colocar el debate en terrenos irracionales, pertenecientes al mundo de los sentimientos y percepciones. Matar la discusión argumental y modificarla por un debate básicamente testículo/ovárico.

Después, comenzó a hablar en tonos crecientemente violentos, despertando una especie de ira contenida. Tercer elemento; hacer como que has callado por prudencia, y ahora hablas.

Lo siguiente que hizo fue abordar las críticas a los resultados negativos del Gran Salto Adelante, ridiculizándolos o haciéndolos aparecer como algo ilógico. Cuarto elemento: situar los argumentos del contrario en el terreno de la estupidez. Con total desparpajo, el hombre que estaba matando de hambre a sus conciudadanos a millones, dijo: “Todo lo que tenemos es algo menos de carne de cerdo, algunos broches para el pelo menos, y nos hemos quedado sin jabón por un rato”.

Quinto y último elemento: amaga con tu salida y, de paso, ponte al frente de la manifestación que hay contra ti: “Si encuentro oposición a mis políticas, me marcharé. Pero me marcharé para liderar la rebelión campesina contra el gobierno [¡qué valor!]; si el ejército me sigue, me iré a las montañas y montaré una guerrilla".

En la práctica, pues, Mao hizo lo que hace siempre el buen contertulio, y el buen político: situar las cosas en elecciones binarias. Ésta era: o Mao, o Peng. Y, añadió: mucho ojito, porque si la decisión es a favor de Peng, habrá un baño de sangre.

Siguiendo los planes que ya tenía, Mao se preocupó muy mucho de dejar claro a los asistentes en la reunión que no pensaran que allí el único que estaba en peligro era Peng. También criticó a Huang Ke Cheng (el hombre que le había sido fiel) y Lo Fu. Acto seguido, leyó una resolución del Comité Central condenando a estos dirigentes, limitándose a informar que había sido aprobada, sin decir cuándo ni dónde.

Peng fue colocado en arresto domiciliario, y el resto de denunciados también sufrió penas diversas. Sus familias, como de costumbre, se convirtieron en apestados. La mujer de Huang se volvió loca. Li Rui, uno de los denunciados, que había sido alguna vez secretario de Mao (aquí tenéis un refrán chino-de-Jota: si vives en el mismo árbol que el gorila, luego no te quejes de que te cague encima), tuvo que pasar por más de 100 actos público de autocrítica, y fue finalmente enviado al culo de China a realizar trabajos forzados. Su mujer se divorció de él, y sus hijos hicieron pública la carta que le enviaron a su lugar de confinamiento informándole de que le odiaban y que no querían una foto suya.

La principal consecuencia de Lushan fue que Peng fue cesado como ministro de Defensa, y sustituido por Lin Biao. Lin, por supuesto, nada más tomar posesión del despacho, comenzó a emascular testículos de generales afines a Peng. Además, Lin, que parecía tener ciertas habilidades göbelsianas (como diría Tono, los extremeños se tocan) comenzó a armar, ya en serio, el culto a la personalidad de Mao. De él fue la idea de que los miembros del ejército comenzasen a memorizar y recitar en reuniones ad hoc citas de Mao. Para compilar dichas citas y poder estudiarlas es por lo que se comenzaron a realizar libros recopilatorios, que acabarían destilando en el famoso Libro Rojo de Mao.

Las purgas, por otra parte, se extendieron a todo aquél que criticase los resultados del Gran Salto Adelante. El propio Deng Xiao Ping, que tampoco es que fuese un portento de sinceridad, llegó a estimar que 10 millones de personas fueron reprimidas en aquella ordalía de detenciones, palizas, condenas y reuniones de autocrítica. Un colectivo profesional especialmente perseguido por los conservadores de la teórica oficial fueron los médicos, ya que vivían muy de cerca las desgracias de la gente y, bueno, alguno había que hasta consideraba que el juramento hipocrático estaba por encima del librito rojo de los cojones. Otros muchos, claro, callaron, y se limitaron a ser testigos del año 1960; el año que, con 20 millones de muertos de hambre, ocupa el primer lugar en la Historia de la Humanidad como el año en el que más gente ha muerto de hambre.

Las purgas de Lushan también alcanzaron a Gui Yuan, la ya ex mujer de Mao, que se había marchado a Moscú. Ya en la URSS, Gui, sometida a la profunda depresión de un marido que la había tratado como el culo y de las tragedias de sus hijos, tuvo un fuerte ataque sicótico que provocó su internamiento en un siquiátrico durante dos años. En el otoño de 1946 había sido dada de alta, fuertemente empastillada, y le habían autorizado la vuelta a China. El régimen le prohibió vivir en Pekín, por lo que se estableció cerca, en Nangchang. Allí se estabilizó bastante.

El 7 de julio de 1959, cuando estaba preparando el último golpe contra Peng, Mao, que no había visto a su ex desde hacía 22 años, tuvo al parecer un momento en el que le apeteció verla de nuevo. Así que envió a un propio a Nangchang, que se limitó a informar a Gui de que el Partido le había concedido unas vacaciones en Lushan. Mao, pues, era perfectamente consciente de que Gui Yan estaba, mentalmente hablando, en el alambre, y por eso ordenó que se le ocultase el dato de que era su ex marido el señoro quien quería verla.

Y es que fue así. Cuando Gui Yuan llegó a Lushan y se encontró a Mao Tse Tung en el quicio de la puerta, le dio un apechusque brutal. Mao lo hizo todo mal. A pesar de que fue bien evidente que el encuentro no le estaba sentando nada bien a su ex mujer, todavía siguió con el plan,  hablando de esto y de aquello. Para colmo, cuando se despidió, le dijo: “te veré mañana”; pero luego dio orden de que, al día siguiente, Gui Yuan fuese enviada de vuelta a Nangchang. Gui, como la mujer de la canción del muelle de San Juan, se quedó, mentalmente hablando, en su habitación de Lushan, esperando ese segundo encuentro que nunca llegó. Perdió la conexión con la realidad, dejó de reconocer a su propia hija, y dejó de lavarse o de cuidar su aspecto. Iba constantemente a la sede del PCC en su ciudad, para exigir explicaciones de por qué no se le permitía tener ese segundo encuentro con Mao. Y ya nunca se recuperó.

No tenemos noticia de que nada de esto le preocupase al Presidente. Pero, ojo, feministas maoístas las ha habido, y las hay, a puñados.

La segunda mitad de los años cincuenta del siglo XX marcó también el ápex de la política imperialista de Mao (es acojonante los imperialistas que llegan a ser los antiimperialistas; aunque no deberíamos sorprendernos, pues lo mismo pasa con los antifascistas) sobre el Tibet.

Desde que Mao había tenido un adarme de poder, había querido sorberse el Tibet. El 22 de enero de 1950, en el curso de una entrevista con Iosif Stalin, Mao le preguntó al líder soviético si la URSS podía emplazar algunos aviones de transporte para ayudar en una invasión del Tibet. Stalin estuvo de acuerdo. Consideraba de gran importancia que Tibet fuese dominado; de hecho, le dijo a Mao que lo que tenía que hacer una vez hubiese dominado el país era colonizarlo con millones de chinos han (los han son, por así decirlo, los chinos-chinos, con su RH vasco y todo).

Menos de dos años después de haber tomado el poder en el país, Mao envió a 20.000 soldados al Tibet, a dar por culo. Sin embargo, se encontró con graves problemas logísticos. La zona carecía de carreteras para poder transportar tropas; y, además, los soldados se quedaban un poco tolilis cuando llevaban un tiempo allí, por el tema de la altura. Aquello, efectivamente, era como intentar tomar el Machu Pichu con una tropa de Barbate. Así que Mao cambió de estrategia (que no de idea).

El líder chino se mostró partidario de que el Tibet gozase de determinados niveles de autonomía, y reconoció que el jefe de Estado del Tibet era el Dalai Lama.

En septiembre de 1954, el Tolai Lama, Tenzin Gyatso, que entonces tenía 19 años, viajó a Pekín. La Asamblea Nacional de diputados comunistas que, por supuesto, nadie había votado, celebraba reunión; y resulta que él tenía un escaño esperándole. El Rama Lama Ding Dong se quedó en Pekín medio año, tiempo durante el cual Mao se entrevistó con él como una docena de veces. En un intento por salvar las apariencias por el bien de su pueblo (esto es lo que cuentan los budistas), o tal vez porque era un poco lerdillo (esto lo digo yo), el Dalai Lama incluso llegó a enviar la carta solicitando ser miembro del Partido Comunista Chino. Los chinos, juiciosos, rechazaron la oferta educadamente.

A principios de 1956, dos grandes carreteras se habían terminado y, por lo tanto, la situación había cambiado. En la región de Kham, vecina al propio Tibet, Mao comenzó una campaña de requisa de comida y, lo que es más importante, ataques a la religión. El medio millón de tibetanos de Kham decidió que, como el vasco del chiste, no era partidario, y se rebeló. En otras regiones adyacentes, el personal se animó a dar por culo también.

Mao, pues, se dio cuenta de que, antes de haber intentado actuar contra el Tibet, ya tenía un más que respetable ejército de 60.000 miembros en contra. Así que pensó que, tal vez, aquello iba a ser un hueso demasiado duro de roer por el momento.

En 1958, cuando llegó el Gran Salto Adelante, comenzaron las requisas de comida generalizadas, que incluyeron al Tibet y a las cuatro grandes provincias occidentales que tienen un importante porcentaje de población tibetana (Gansu, Qinghai, Yunan y Sichuan); esto provocó nuevas rebeliones. Para Mao, estas rebeliones eran una buena disculpa para resolver el tema del Tibet sacando el mazo de dar hostias, que era lo que siempre había querido.

El 10 de marzo de 1959, en medio de insistentes rumores en el sentido de que los chinos planeaban secuestrar al Tolai Lama, en Lhasa se lió parda. Hubo manifestaciones masivas y el personal se puso como sólo se ponen los budistas cuando se encabronan (que mucha meditación y mucha hostia pero, las cosas como son, son para echarles de comer aparte). Mao dio la orden de que nadie tocase al Lama. Estaba literalmente acojonado con la posibilidad de que el Tolai resultase muerto por alguna acción o error, puesto que eso pondría en contra de China a todo el mundo budista y, en general, a la opinión pública mundial. Así que en la noche del 17, con permiso de los chinos, el Dalai Lama salió de Lhasa camino de India. Eso sí, hizo lanzar una campaña de prensa mundial (que en gran parte fue exitosa) vendiendo la idea de que Tibet era un país atrasado en el que todavía se torturaba a la gente arrancándole la piel y esas cosas.

Con la huida del Tolai, Mao tenía el camino expedito para dominar Tibet. Sobre todo teniendo en cuenta movimientos como el del Panchen Lama, es decir el número dos en la jerarquía lamera, Lobsang Trinley Lhündrub Chökyl Gualtsen, nacido Gönbo Cëdän, quien acogió con alegría la llegada de los chinos y se mostró partidario de que sofocasen la rebelión de Lhasa; aunque años después se arrepentiría de ello, claro.

Mira que los tibetanos, al fin y al cabo un país bastante atrasado, tenían poca cosa. Pero todo, absolutamente todo, lo requisaron los chinos. Las población fue acopiada en cantinas donde eran alimentados por el Estado con raíces, hojas de árbol y mierdas de ésas. El personal comenzó a palmarla de hambre y enfermedades conexas. Muchos tibetanos fueron forzados a aparecer ante reuniones de autocrítica, donde a menudo terminaban apaleados. Tibet, un país que hasta entonces había desconocido el suicidio, comenzó a registrar muchos episodios en los que la gente tomaba su propia vida. Según el Panchen Lama, hasta el 20% de los tibetanos fueron encarcelados y, una vez allí, tratados como untermenschen; ya que el nacionalismo chino, efectivamente, tiende a considerar a los tibetanos como leperos con discapacidad síquica y, en consecuencia, no solían tener problema en tratarlos como animales.

Por supuesto, los chinos se aplicaron a fondo en la aniquilación de la cultura tibetana. Ya en 1954, cuando Mao se había encontrado con el Tolai Lama, le había dicho que en Tibet había demasiados monjes y monjas (y monjos), lo que no era bueno para generar una población laboral suficiente. Ahora que China dominaba Tibet, los lamas y las monjas fueron obligados a romper sus votos y casarse. Además, las imágenes y pinturas de Buda fueron usadas para hacer zapatos. Según Panchen Lama (en su fase de arrepentimiento, obviously), en Tibet, antes de pasar por el pasapurés de los chinos (que no por casualidad, en España llamamos chino), había unos 2.500 monasterios. Tras la terapia chinorri, quedaron 70. 

3 comentarios:

  1. Es curioso la evolución del tema tibetano en occidente. De ser el primer recurso que todo famosete sacaba a pasear para demostrar lo concienciado que estaba al olvido más absoluto a medida que el mercado chino se fue haciendo más y más importante.

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  2. Y bueno, es cierto que la sociedad y cultura tibetanas era una puta mierda antes de la ocupación (Cómo la palestina hoy en día) pero eso no te da el derecho a exterminarla (Y, hasta donde yo se, ninguna sociedad ha mejorado con el exterminio de los sujetos)

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