Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
En 1975, Deng Xiao Ping tenía un pequeño problemilla. El comunismo maoísta había estado implantado en China durante un cuarto de siglo; y, sin embargo, para sorpresa de nadie menos los propios comunistas, la población china seguía siendo pobre de solemnidad. El país era una mierda de país y los chinos, a pesar de que entonces apenas podían huir del país, siempre que podían lo hacían, como atestiguan las sucesivas oleadas de restaurantes chinos y tiendas de todo a 100 que colonizaron occidente. Como traerles el bienestar era algo bastante complicado en el corto plazo, Deng resolvió devolverles, cuando menos, el divertimento. Así que comenzó a tomar decisiones que, tacita a tacita, iban cargándose las consecuencias de la revolución cultural, permitiendo la edición de libros o la producción de películas. Sin embargo, en seguida se topó con Jian Qing, la auténtica cancerbera de aquella China donde nadie (excepto ella y su marido) disfrutaba de según qué placeres.
Deng y Jiang comenzaron a enfrentarse frontalmente. Para
sorpresa de ella, Deng la gritaba y abroncaba. Cuando ambos: Deng y Jian, se
quejaron ante Mao, éste se puso del lado de su Pichona. Bueno, no tanto de su
mujer, a la que no quería, como de lo que ella defendía. Así que intentó
obligar a Deng a aprobar una resolución en el Politburo cuya función sería
hacer los preceptos de la revolución cultural permanentes. Deng no sólo le dijo
que una polla como una olla; sino que lo dijo en una reunión delante de 130
altos cargos del PCC. Aquel gesto convenció a Mao de que tenía que purgarlo.
El momento ideal llegó el 8 de enero de 1976, cuando el gran
aliado de Deng, Chou En Lai, las espichó; y casi nueve meses exactos antes del apechusque final del propio Mao, aunque eso nadie podía saberlo entonces. Mao denunció a Deng y
lo colocó bajo arresto domiciliario. Además, suspendió en sus funciones al
mariscal Yeh, pretextando que estaba enfermo. En el puesto de Chou, Mao nombró
a Hua Guo Feng, que viene a ser como si Pedro Sánchez sustituyese a Félix
Bolaños con el callista de Óscar Puente. Como jefe del ejército, nombró a otro
Don Nadie hasta ese día, el general Chen Xi Lian.
Lo que pasó entonces fue, creo yo, totalmente espontáneo. La
opinión pública china, y sobre todo la pekinesa, reaccionó al hecho de que la
Prensa oficial quisiera pasar por la muerte de Chou En Lai como si fuera una
futesa. Hay que decir que la mayoría de los chinos, entonces, desconocía el
papel de Chou en la revolución cultural; por lo que tenía una imagen de él
mejor que la que deberían haber tenido. Como consecuencia, cuando el cadáver
salió del hospital, había un millón de personas en el trayecto por las avenidas
de Pekín. Las enfermeras de Mao le recomendaron ir al funeral, pero Mao dijo
que no; quizás tenía miedo de que le tirasen un palo, o algo. Y fue un error. Su ausencia fue muy mal valorada por Juan Chino.
El corolario de todo esto fue que la conmemoración de la
muerte de Chou En Lai se acabó por convertir en el germen de protestas
populares anti maoístas en toda China. A principios de abril, durante la
celebración china de Difuntos, diversas multitudes convergieron en Tiananmen,
con textos alusivos a Chou y críticos con la revolución cultural. Los
manifestantes destrozaron varios coches de policía y quemaron una sede de la
milicia que había formado la Banda de los Cuatro para reprimir este tipo de
actos. Aquello sólo se paró con un baño de sangre.
Y un gesto: los alrededores de Tiananmen se llenaron de
botellas colgadas de los árboles. Como las zapas que se cuelgan hoy en día en
muchas ciudades. El mensaje: Xiao Pin, es decir el nombre de Deng, suena como
“pequeña botella”. Mao ordenó que Deng fuera sacado de su casa y detenido en
otro punto de Pekín.
Lo cierto es que, en esas horas, China estaba al borde del
golpe militar. El mariscal Yeh seguía controlando el ejército por mucho que lo
hubieran puesto en baja. La Banda de los Cuatro no controlaba a los
uniformados; era mucho lo que estaba en juego. Mucho vodka, muchas putas. Los
chinos no son tontos. En las decisiones que iban a tomar en las siguientes
semanas, la elite de poder china, extractiva como todas las elites comunistas,
se jugaba su existencia.
A principios de junio de 1976, a Mao le petó la patata. Se
quedó muy tocado. El día 10, Deng, que había sido informado (lo cual ya es todo
un síntoma) le escribió exigiendo su liberación. A finales de junio, cuando ya
se había estabilizado, Mao estaba por la labor de liberar a Deng. El tema, sin
embargo, se aplazó porque el 6 de julio, murió el mariscal Zhu De. Mao,
temiendo que este nuevo funeral se torciese como el de Chou En Lai, prefirió
esperar para dejar Deng pacer libremente. El 19 de julio, en medio de la noche,
Deng fue trasladado a su casa.
Mao Tse Tung pasó los últimos días de su vida amargado e,
incluso, acojonado. Tenía el problema que siempre tienen los hijos de puta: lo
lógico es que asuman que quienes se han criado a sus pechos sean tan, o más,
hijos de puta que ellos.
Siendo como era un jodido envidioso vengativo, tiene lógica
que pasara las últimas horas sobre la Tierra repasando una serie de artículos
que había escrito en 1941, y que nunca había publicado. Eran artículos en los
que atacaba a varios de los que habían sido sus compañeros de viaje maoístas;
pero se los había guardado por considerar que la violencia del lenguaje usado
en ellos era impolítica. Uno de los principales destinatarios de sus invectivas
era Chou En Lai; así que Mao releía ahora esas palabras; pero no hay indicios
de que lo hiciese arrepentido, sino más bien todo lo contrario: para regodearse
de que, al fin, había conseguido que Chou muriese antes que él. Los artículos
también iban de Liu Shao Chi, muerto ya cinco años antes, muerte que Mao no había
permitido que se hiciese pública. Otra persona atacada en los textos era Wang
Ming, el hombre a quien Mao había intentado matar varias veces en China, que se
exilió a Moscú, y a quien había intentado matar incluso allí (no lo consiguió
porque el guardaespaldas de Wang decidió probar la comida de su jefe dándosela
a Tek, su perro, que murió al instante). Wang había muerto en marzo de 1974.
Como puede verse, Mao era un auténtico last man standing.
Pero era, por encima de todo, un hombre fracasado. Tenía, eso sí, La Bomba.
Pero no podía lanzarla sino a unos centenares de kilómetros de las fronteras
chinas. Su sector industrial era una puta mierda, su ejército dejaba mucho que
desear. Había intentado ser el referente del Tercer Mundo; pero en el Tercer
Mundo ya no le escuchaba casi nadie. Y para todo esto había acabado con la vida
de 70 millones de personas. Aunque esto, las cosas como son, le importaba un
huevo.
El 5 de abril de 1975 murió en Taiwan Chang Kai Shek. En su
testamento, decretó que sus restos no serían enterrados en Taiwan, sino que
permanecerían en un santuario hasta poder ser enterrados en el continente. El
día que supo de la muerte, Mao ni comió, ni habló. Sorprendentemente, parecía
estar sinceramente triste por la muerte del hombre al que habría matado sin
dudarlo si hubiera podido. Otra muerte que le deprimió mucho, en 1975, fue la
de Haile Selassie.
En los últimos estertores de su vida, Mao estaba obsesionado
(racionalmente obsesionado, diría yo) con la posibilidad de un golpe de Estado.
Se dice, y yo creo que es verdad, que fue por este temor que nunca nombró
sucesor. Tampoco hizo testamento.
Mao Tse Tung pasó sus últimas horas en un edificio
construido especialmente para él en Zhongnanhai. Lo llevaron allí a finales de
julio de 1976, cuando un terremoto afectó a Pekín. El 2 de septiembre, todavía
tuvo un encuentro con su mujer. El día 5, de forma inesperada, perdió la
consciencia.
El 8 de septiembre, estando solo con su barbero, Mao hizo
ruidos extraños en su garganta. El barbero le dio un lápiz, y Mao dibujó tres
líneas (el pinyin del número 3), y luego tocó el lateral de madera de su cama tres veces. El barbero
imaginó que estaba preguntando por el primer ministro japonés, Takeo Miki, cuyo
nombre en chino significa Tres Maderas.
Meng, una de sus enfermeras, le llevó el boletín de noticias
del día, y estuvo un rato leyéndolo. Luego dijo: “me siento muy mal; llamad a
los doctores”. Luego ya no dijo más. A las 0,10 horas del 9 de septiembre, dejó
de dar por culo de una vez.
Ésta es la Historia del peor gobernante de la Historia.
Nadie, nunca, ha causado tantas muertes, tanta desesperación. Nadie, nunca, ha
arrastrado a todo un pueblo, a toda una civilización en realidad, a pechar con
las consecuencias de sus deseos, filias y fobias personales. Porque hemos de
decir, para tranquilidad de algún que otro marxista con conciencia, que Mao, lo
que fue, por encima de todo, es un dictador personal. Mao fue un señor que
sustentó su dictadura en el marxismo porque ello le concitaba la ayuda que
sabía que necesitaba de su vecino del norte, que es el que era marxista,
leninista, de Carabanchel, y lo que hiciese falta. A él le interesaba su poder
personal. Por eso su comunismo es propio y lo llamamos maoísmo.
Este consuelo, sin embargo, es relativo. Muy relativo.
El hecho de que Mao escogiese el comunismo como podía haber escogido cualquier
otra cosa, no esconde un hecho que yo creo que se desprende de su biografía y de
la de otros con bastante claridad: la elección del marxismo es una elección
excelente cuando eres un fascista de mierda; porque si hay una ideología que te
permite cómodamente ser un fascista de mierda, ésa es el marxismo.
A Vladimiro Lenin nunca le
preocuparon los juegos de contrapesos de poder. Lenin, que, como Marx, odiaba
la religión, era, sin embargo, como Marx, un pensador religioso. Esto quiere
decir, no que pensara lo que piensan los Papas, sino que pensaba como piensan
los Papas. Todos, absolutamente todos, los elementos del pensamiento religioso,
están en el pensamiento marxista, y en sus excrecencias actuales (wokismo,
feminazismo, etc.)
1)
Hay una Verdad. De entre las cosas que el hombre
piensa y practica, hay una que es la Verdad; y luego está el resto, que no lo
son.
2)
La Verdad es el activo de una elite. Una elite
pequeña, selecta, que es la que sabe. La función del resto de creyentes es
creer a esa elite o vanguardia.
3)
La Verdad debe ser prosélitamente difundida. Lo
cual quiere decir que la no-verdad debe ser prosélitamente combatida. Los no
creyentes tienen menos derechos que los creyentes. No pueden hablar, no pueden
opinar, no pueden organizarse, no pueden defenderse. Es lícito reprimir al no
creyente.
4)
Existe un pecado original (por ejemplo: todos
los hombres son violadores). El ser humano es, pues, pecador por esencia. Su
ambición no es lograr la libertad, sino conseguir la represión de su pecado.
5)
Todo esto sólo puede defenderse sobre el mando
de Uno. La Verdad no la defiende la colegialidad, sino quien verdaderamente la
conoce.
A efectos de lo que estamos
viendo en estas líneas, el punto fundamental es el último. Lenin, como pensador
religioso, no creía en los sistemas de contrapesos. No creía en Montesquieu, ni
en Locke, ni en Ralph Waldo Emerson ni en su puta madre. Creía en un Santo
Padre que, teocráticamente, manda sobre cardenales, obispos, sacerdotes,
monjes, monjas y gentiles. Hay quien dice que, al final de su vida, en su
famoso testamento, como que se dio cuenta de que incluso el comunismo debe dotarse
de sistemas que garanticen que el poder no sea un juego The winner takes it
all. Yo, sinceramente, nunca lo he creído. Lenin estaba encantado de
haberse conocido, y pensaba que había parido el sistema político perfecto.
Lejos de ello, lo que había
parido era el sistema filosófico-ideológico-legal-social ideal para consolidar
el poder de Uno. Las dos personas más disciplinadas del mundo son las monjas
carmelitas y los cuadros de una organización comunista. Nadie como los
comunistas está más obsesionado con la idea de que la disensión es debilidad.
El comunista está esencialmente diseñado para tener un solo Jefe. Es el tipo de
persona sobre el cual un tipo como Mao Tse Tung está deseando mandar.
El marxismo, pues, no es inocente
del maoísmo. Sobre sus espaldas, y sobre su conciencia, reposan los 70 millones
de muertos (setenta-millones-de-muertos) causados por Mao en tiempo de paz.
Porque, te digan lo que te digan tus profesores de Políticas, o ese amigo tuyo
que va a sus clases, esos muertos se produjeron; y podían no haberse producido.
El siglo XX y siguientes esconden
una gran vergüenza: la vergüenza de quienes alguna vez creyeron, y muchos
siguen creyendo, en el trampantojo de ideologías y regímenes como el de Mao Tse
Tung. La mayoría de las personas que conozco que se enfrentan a su culpa suele
hacerlo echando mano de esa frase que dice que si eres joven y no eres de
izquierdas, es que no tienes corazón; y si eres adulto y no eres de derechas,
es que no tienes cerebro. Esa frase, personalmente, siempre me ha parecido otro
trampantojo. Es una frase que viene a esconder una realidad que, por cierto, la
revolución cultural demuestra prístinamente: que cuando eres joven eres,
básicamente, imbécil. O sea: no se trata tanto de tener o no corazón, sino de
pensar las cosas, o no pensarlas.
Porque el caso es que, de las
cosas que durante el siglo pasado, y aun en este, se tomaron como la perfección
máxima del ser humano, siempre se ha sabido, si se ha querido saber, que eran
mercancía averiada. Otra cosa es que no hay nada más selectivo que un
intelectual; y, ya, si es un falso intelectual, tipo actor y demás, para qué
las prisas.
En pleno siglo XX, un siglo que
quedó sicológicamente hundido por el genocidio de cuatro o cinco millones de
personas en la segunda guerra mundial y por la muerte casi simultánea de
centenares de miles en Hiroshima y Nagasaki; en ese siglo, digo, un hombre mató
a 70 millones de personas; 38 millones de esa cifra, sólo en una hambruna de
cuatro años que es la más grave de toda la Historia de la Humanidad; y
no se produjo en los tiempos de la barbarie o la incivilización. Se produjo
cuando el autor de estas notas estaba a punto de nacer; históricamente
hablando, pues, ayer por la tarde.
Eso pasó; y no sólo no hicimos
nada, sino que, en muchos casos, nos felicitamos de que el hombre que estaba
perpetrando todo aquello estuviese sobre la Tierra. Eso pasó; y nosotros
dijimos que estaba bien pasado. Eso pasó: y nosotros dijimos que, que pasara,
era un ejemplo para todos los demás.
Esto que ves aquí es una foto que llevo en el móvil; una foto que hice una vez de un libro. La foto de un póster de propaganda política china cuyo mensaje viene a ser “combatamos el capitalismo”. En la imagen se ve a un niño de unos siete años (que se supone que es el comunismo) que esta ahogando a otro niño de siete años, que se supone que es el capitalismo.
Suelo llevar esa foto para
enseñársela a quien, de alguna manera, me pregunta por qué, de cuando en
cuando, defiendo al capitalismo. Les suelo decir: el capitalismo tiene cosas
malas, qué duda cabe. Pero cítame un solo caso, en el espacio o en el tiempo,
en el cual haya generado esta aberración. Un cartel público en el que se llama a niños de siete años a matar a niños de siete años.
Los tipos que corrían delante de los grises en mi adolescencia (no desde luego yo, que nunca lo hice) celebraron con un eslógan el día que la policía cambió de uniforme y se pasó al color marrón (razón última de que la policía fuese conocida, y en parte siga siéndolo, como La Madera; y a los policías se les llamase maderos). Gritaban; gris o marrón, un cabrón es un cabrón. Lo mismo cabe decir de Mao: sīshēngzǐ jiùshì sīshēngzǐ
El maoísmo fue, y en la medida en
que sobrevive, es, aberrante. Ni subterfugios, ni mandangas, ni hostias. No hay
más que decir.
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