martes, octubre 29, 2024

Mao (40): 38 millones

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 

Si, es evidente, los grandes paganos de El Gran Salto Adelante fueron los campesinos chinos, a los habitantes de las ciudades tampoco les fue que te cagas de bien, que se diga. Mao también quiso crear el sistema comunal en las ciudades. Su plan era eliminar los salarios y obligar a las personas a vivir en barracones donde toda su miseria sería provista por el Partido. En realidad, lo que quería era destruir las ciudades como eran y construir sobre sus ruinas nuevos centros industriales. Una política que no se paraba ante nada. En 1958, el Partido ordenó un censo de monumentos históricos en Pekín. Encontró unos 8.000, y decidió mantener 78. Las cosas como son, conforme este plan fue siendo conocido, comenzaron a surgir voces contrarias al mismo. Tanto se les oyó que el plan fue abandonado. Aunque eso no le impidió a Mao derribar casi todas las murallas y puertas históricas de la ciudad.

A Mao, además, no le gustaba el estilo tradicional chino. La construcción que propugnaba (que hay que reconocer que era más barata) eran las cajas de zapatos de corte soviético. Quizás su edificio más conocido sea el Gran Salón del Pueblo, en Pekín. Es feo de cojones. Está en uno de los lados de la plaza de Tiananmen, enfrente de la Ciudad Prohibida. Mao dio instrucciones precisas de que Tiananmen tenía que ser la mayor plaza del mundo. Cumplir este deseo supuso derribar bastantes partes de la antigua ciudad.

El resultado inmediato del Gran Salto Adelante es la razón de que os cueste ver un chino gordo; hasta ese punto se han quedado clavadas determinadas cosas en el modo de ser de los chinos. Los chinos ya tenían una ración de carne más que modesta, unos 5 kilos al año; pero este nivel descendió hasta el kilo y medio en 1960. Se comenzó impulsar a la población a comer sustitutivos, como el alga clorella. A pesar de todo, desde 1958 hasta 1961 hubo una grave hambruna que afectó también a las ciudades y en la que el propio gobierno acabaría por reconocer que la ingesta diaria de calorías habría bajado a 1.500 (o sea, que serían unas 1.000). Tras la muerte de Mao, algunos estudios chinos, muy difíciles de encontrar en todo caso, apuntaron a casos de canibalismo. Todo esto ocurrió, no lo olvidéis, con los graneros llenos de comida, alguna de la cual, cuando las exportaciones se retrasaron, se echó a perder.

Las cuentas son éstas: China entró en el Gran Salto Adelante con una tasa de mortalidad del 1,03%. Dichas tasas, cuando comenzó la hambruna, pasaron a ser: 1,20% en 1958, 1,45% en 1959, 4,34% en 1960, y 2,83% en 1961. Aplicando las “sobre-mortalidades” sobre la población china (en el entorno de 660 millones entonces), sale un resultado apirolante: el maoísmo mató de hambre, en cuatro años, a 38 millones de chinos. Esto es casi diez veces el death toll de Adolf Hitler entre los judíos, y unas 105 veces las bajas directas de la Guerra Civil Española. Los datos, por otra parte, fueron prácticamente confirmados por Liu Shao Chi, quien le confesó al embajador soviético, Stepan Vasilievitch Chervonenko, que ya antes de terminar la hambruna iban por 30 millones de muertos.

Mola el maoísmo, ¿eh?

La hambruna de 1958-1961 es la mayor del siglo XX. En realidad, es la mayor de la Historia. Eso sí, el 100% de las personas ultra-preocupadas por el hambre en el mundo, esos tipos que te hablan (y deben hablar) de que si Sudán, que de si Somalia o tal y tal, la desconocen por completo. Será, creo yo, porque no les cuadra con su idea de que las hambrunas las crea el capitalismo. Que, creedme: no hay, probablemente, mayor mentira en la faltriquera de los licenciados en Historia. 38 millones de personas murieron de hambre; y lo hicieron sin saber que, con los alimentos que China estaba exportando, ellos habrían podido tener 840 calorías diarias.

Todo esto, sin embargo, no es que sea un daño colateral admisible. Es que era algo que Mao quería y esperaba. En el congreso de mayo de 1956, donde empezó el Gran Salto de Los Huevos, Mao dijo: “¿No sería una desgracia que Confucio siguiese vivo hoy? El filósofo taoísta Chuang Tzu hizo muy bien celebrando la muerte de su mujer. Cuando la gente muere, deberíamos hacer fiestas. Porque nosotros creemos en la dialéctica, no podemos estar en contra de la muerte”. De la muerte de otros, claro.

Más aún: en una reunión al más alto nivel del Partido, el 9 de diciembre de 1958, dijo. “Los muertos sirven para fertilizar el suelo”. Y, de hecho, a los campesinos se les ordenó que cultivasen en los cementerios.

Más y más: en 1957, cuando estuvo en Moscú, dijo. “Estamos preparados para sacrificar a 300 millones de chinos por la victoria de la revolución mundial”.

Éste, macho, era el tipo al que admirabas cuando llevabas el pelo largo y eras multiorgásmico. Tendrás que vivir con ello.

Frisando la séptima década del siglo XX, Mao Tse Tung había acabado con casi toda la oposición que se le podía presentar en el Politburo. El “casi” de la frase era el mariscal Peng De Huai. Peng era un comunista de pacotilla, puesto que sus orígenes, como ya os he contado, eran humildísimos; cuando lo cierto es que todo comunista que de ello se precie debe haber acunado sus ideas sobre la infraestructura y la superestructura con trece añitos en cualquier colmao de chuches del distrito de Moncloa-Aravaca o, mejor aún, dentro de los límites del término municipal de Pozuelo de Alarcón, Sotogrande, Marbella o similar. A finales de los cincuenta, por lo demás, Peng llevaba más de dos décadas enfrentándose a Mao, especialmente durante la Larga Marcha. Sin embargo, era disciplinado, o sea creía en todo eso de la revolución mundial como los monjes eremitas creen en esas estupideces de la Iglesia de los pobres y tal; y, en consecuencia, también es cierto que había estado ahí, en apretada falange, cada vez que Mao verdaderamente lo había necesitado, como cuando estalló la guerra de Corea. En 1954, Mao no tuvo más remedio (ésta es la expresión correcta) que reconocer todos esos méritos haciendo a Peng ministro de Defensa. El ministro aprovechó la oportunidad para moldear un ejército a su imagen y semejanza.

El lanzamiento del Gran Salto Adelante, en mayo de 1958, fue contemporáneo del golpe que Mao había decidido dar a esta política de poder paralelo montada por Peng en las Fuerzas Armadas. Se impulsó contra el ministro y otros mandos una típica campaña de autocrítica, en la que todos dichos mandos fueron compelidos a confesar sus muchas culpas. El golpe fue durísimo para el alto mando chino, cuyos miembros comenzaron a denunciarse unos a otros, y algunos a sí mismos, de esto y de aquello. Peng quedó gravemente desmoralizado y ofreció su dimisión; pero Mao no se la aceptó, porque quería purgarlo en condiciones. Fue en este entorno en el que Lin Biao fue ascendido a vicepresidente del Partido, es decir, fue designado el perro de presa que debería morder cuando recibiese una orden de su amo y entrenador.

Peng fue mantenido deliberadamente fuera de la operación de bombardeo de la isla de Quemoy, que consideraba una chorrada. A la caída de la tarde del 3 de septiembre, en una casa de reposo en la costa, en Beidaihe, donde Peng se encontraba para una serie de reuniones, el mariscal desapareció. Horas después, la guardia pretoriana de los altos dirigentes comunistas lo encontró en un extremo salvaje de la playa, andando solo bajo la luna.

Después de ese extraño episodio, que sugiere que la cabeza ya no le regía del todo bien, Peng fue enviado a una misión de reconocimiento en el norte de China. Allí tuvo contacto con los campesinos que estaban empezando a morir de hambre. En diciembre, estaba en Wuhan, escuchando a Mao. El Presidente dijo allí que la cosecha de 1956 iba a ser el doble que la del año anterior. Peng, inopinadamente, levantó la mano y tomó la palabra para decir que eso que estaba diciendo el camarada Presidente era mentira, porque era imposible. Un pequeño ejército de asesores agrícolas de Mao le calló la boca. Después de eso, Peng decidió irse a su provincia de origen, Hunan. Su conciencia, sin embargo, le seguía zumbando dentro de la cabeza (qué malo es eso de ser comunista y tener conciencia). El 18 de diciembre, trató de acorralar a uno de los estrategas económicos del comunismo chino, Bo Yi Bo, argumentándole que las cifras oficiales sobre la cosecha eran todas mentira. Bo le dijo que tenía toda la razón; en realidad, no era el único que lo pensaba, porque la cosa es que todo el Politburo estaba en el secreto de que el régimen creado para defender a los proletarios de China estaba matando de hambre a los proletarios de China y, además, lo estaba ocultando. Sin embargo, cuando Peng le sugirió a Bo que ambos firmasen un telegrama para Mao, el asesor económico se echó atrás. Así las cosas, Peng escribió y envió el telegrama en solitario. Su soledad, por lo demás, le llevó a considerar que debería encontrar apoyos fuera de China, en el resto del bloque comunista.

Como líder y héroe militar chino, Peng De Huai tenía muchas invitaciones para visitar países de la órbita soviética. Sin embargo, Mao siempre había dejado claro que no quería que las atendiese, más que nada porque cualquier visita a uno de estos países tenía parada, a la ida y a la vuelta, en Moscú; y Mao no quería que Peng estuviese solo en la capital del comunismo mundial. Peng, sin embargo, empezó ahora a dar por culo con el tema en modo experto, de modo y forma que el 28 de febrero de 1959 Mao, arrastrando el escroto, dio su consentimiento.

El 20 de abril, Peng acudió a una recepción cuyos anfitriones eran los embajadores de los países que iba a visitar el chino. Entonces hizo algo completamente inusual, se diría que marxistamente herético, teniendo en cuenta lo jerárquicos, disciplinados y formales que son siempre los comunistas cuando tienen el poder (cuando no tienen el poder, se disfrazan de anarquistas; y los anarquistas, que son unos maulas, les creen). El mariscal cogió del brazo a Yudin, el embajador soviético, se lo llevó a una habitación aparte y allí, sin más testigo que el intérprete (al que hay que imaginar que los huevos se le subieron hasta el esófago) comenzó una conversación sobre el Gran Salto Adelante. Fue una conversación muy formal. Los chinos en general, y los chinos comunistas muy en particular, nunca dan su opinión sobre nada. Su estrategia es, siempre, preguntarte sobre tu opinión, y especular con que serás lo suficientemente listo como para inferir, por el tono con el que te preguntan, cuál es su opinión real. Peng le preguntó a Yudin sobre su opinión del Gran Salto Adelante, y Yudin, al fin y al cabo un diplomático experimentado, básicamente le leyó cualquier editorial de El Diario del Pueblo, sin salirse ni medio centímetro. Esto es, le dijo; si esperas que te ayude, más vale que cojas una silla cómoda.

Aquello fue la señal de que el viaje de Peng por los países satélite de la URSS iba a tener menos utilidad que un manual de cíber seguridad escrito por Cayetano Martínez de Irujo. Nadie se salió ni medio centímetro de la esperable solidaridad entre cabrones que se estilaba en el mundo comunista. A decir verdad, su única esperanza era el tontiloco de Enver Hoxha. Pero hasta la visita a Albania le salió mal, pues cuando llegó a Tirana, el 28 de mayo, lo hizo para descubrir que Nikita Khruschev estaba allí, girando una inesperada visita al país. Khruschev había viajado sin intérprete de chino e, ítem más, de hecho estaba en Albania para un objetivo anti-chino. Los albaneses proveían a la URSS con su única base de submarinos en el Mediterráneo, situada en la isla de Sazan. Moscú quería impedir que Hoxha cambiase fidelidades, y se la entregase a los chinos. Y tenían razón para temerlo porque, las cosas como son, los submarinos de Sazan acabarían por estar en el centro de la ruptura de Albania con Moscú. En enero de 1961, cuando se produjo dicha ruptura, los soviéticos intentaron sacar sus submarinos de la base, pero Hoxha impidió que cuatro de ellos pudieran salir; y es casi seguro que luego le dio las llaves a Mao.

Sin el apoyo de Khruschev, a Peng le quedaban dos opciones; o acomodarse con lo que había, o dar un golpe de Estado militar, aprovechando su ascendente entre los de verde.

El 13 de junio, Peng estaba de nuevo en China. Llamó a su jefe de Estado Mayor, un general al que conocía bien: Huang Ke Cheng. Le contó que quería adjuntar y usar una serie de tropas para poder llevar comida a las zonas rurales donde estaba atizando la hambruna. Huang, sin embargo, era un militar suficientemente experto como para darse cuenta de para qué quería Peng todos esos tanques y soldados, y le dijo que no. Incluso es posible que marcase el móvil de Mao, porque es bastante más que posible que el Presidente estuviese bien informado de aquellos movimientos orquestales en la oscuridad.

Mao sabía, pues, que la intentona de Peng había fracasado; como sabía que en su viaje por todo lo largo y ancho del mundo comunista no había conseguido ni un solo apoyo, dado que todos los chinos que le habían acompañado eran espías suyos. En estas condiciones, tuvo claro que tenía el camino franco para purgar a Peng. Una purga que, además, le podía servir para hacer limpieza en todas las fosas nasales del alto poder comunista chinorri.

El 20 de junio, una semana después del regreso de Peng a Pekín, Mao dejó la capital por tren. Hacía tanto calor que tanto Mao como el resto de su séquito iban en el tren en bolas (a resultas de este viaje tan caluroso, la RDA tuvo el detalle de regalarle al líder chino un tren con aire acondicionado). Mao estaba tan sofocado que paró para nadar en el Yangtze y en el Xiang; una serie de baños que estoy seguro que las gentes de su entorno, y muy particularmente sus amantes, agradecieron, ya que Mao llevaba diez años sin bañarse (sic). El 24, ordenó a sus secretarios que convocasen una conferencia en Lushan, un resort de montaña a las orillas del Yangtze.

El orden del día era condenar a Peng De Huai. Pero eso, claro, no lo dijo. De hecho, los asistentes fueron especialmente invitados a acudir con sus esposas y sus niños. Quiso que todo pareciese una informal reunión de universidad de verano. 

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