Ladrones de plusvalía
El PIB soy yo
Esto hay que pararlo
Una de las cosas más paradójicas del estalinismo, escasamente discutible salvo para personas con fuerte astigmatismo woke, es que la patria marxista mundial no sólo fue la que más muertos y represaliados generó mientras decía defender la libertad del hombre; sino que fue, también, el sistema que, con diferencia, más plusvalía le robó al obrero mientras decía hacerlo todo para defenderla. Centenares de miles, si no millones, de ciudadanos soviéticos, trabajaban en la Unión Soviética generando un valor que ni modo se acercaba al salario que verdaderamente percibían. De hecho, es que el despegue de la URSS, ese gran éxito consistente en convertirse en una potencia industrial en apenas unos años, no se entendería sin ese factor. En puridad, casi todos los sistemas económicos “disparados” tienen truco. El fuerte desarrollismo franquista no se explica sin el factor de que centenares de miles de españoles se quitaron de en medio emigrando. A la URSS le pasa lo mismo. Para llegar a ser una potencia económica, hubo de practicar un robo masivo de beneficio, de plusvalía, como jamás sistema capitalista alguno ha practicado. Y el ejecutor de ello tiene un nombre, o mejor unas siglas, bien conocidas: NKVD.
En descargo de los campos de concentración soviéticos se
pueden decir pocas cosas. Pero, bueno, para una que se puede decir, digámosla:
en los años veinte, cuando nacieron, lo hicieron como una medida en pro de los
detenidos. Para entonces, las cárceles normales soviéticas eran, y siguieron
siendo, auténticos cubos de basura; y se entendió que, creando campos de
trabajo, se podía mejorar la calidad de vida del interno. En ese momento, el
régimen quería educar y rehabilitar al preso; y consideraba que la mejor forma
de conseguirlo sería a través del trabajo. Con la excepción, desde el
principio, de los centros creados para los presos políticos, que nunca gozaron
de la más mínima compasión del Estado soviético, en aquel momento las
condiciones de vida en los campos de trabajo, sin poder considerarse lujosas, sí
eran muy ventajosas en el marco del sistema penitenciario. De hecho, incluso
había internos de tercer grado, que acudían al campo cada mañana para hacer su
trabajo, y regresaban en la noche a sus domicilios. Las primeras sentencias de
trabajos forzados fueron, en realidad, sentencias de prinud roboty, o
trabajo obligatorio. Eran sentencias en las que el condenado lo era a mantener
el trabajo que tuviese, ingresando durante la duración de la sentencia una parte del salario en el Estado como
multa por la falta cometida. Los jueces
fallaban este tipo de castigos para evitar el ingreso en prisión de los
responsables del delito.
Éstos, sin embargo, eran los tiempos de la NEP. Tiempos en
los que el objetivo fundamental de esta política estaba objetivamente condenado
al fracaso, dado que el sistema se basaba en la movilización del trabajo en
favor de los presos; pero eso, me refiero al fracaso, tenía que pasar en el marco de un país con una
alta tasa de desempleo, es decir, una situación en la que había muchos
ciudadanos honrados, que no habían agredido ni robado a nadie, y que por lo
tanto merecían aquellos trabajos mucho más que los delincuentes.
En los años treinta, cuando la URSS adoptó el aspecto y las
prioridades que Iosif Stalin quería para ella, los objetivos de reeducación del
sistema penitenciario soviético se abandonaron. El trabajo en los campos pasó a
ser un trabajo auténticamente forzado; algo concebido, desde el primer momento,
como un castigo para el criminal. Los planificadores soviéticos, por otra
parte, pronto adoptaron conciencia de que el trabajo forzado era una realidad
muy fácil de acopiar y de usar, y que nunca se quejaba.
En el marco de una lucha de poder soterrada pero muy fuerte,
la NKVD, es decir la policía política soviética, acabó dándose cuenta de que
aquél que controlase los campos de trabajo, mecería la cuna de una parte muy
importante de la economía soviética. Por ello, se mostró muy pronto interesada
en hacerse con la gestión de aquel asunto. Así que, cuando comenzó el baile de
los planes quinquenales y los objetivos de producción imposibles, llegó su
verdadera oportunidad; y el Politburo, en puridad el único órgano de gobierno
en toda la URSS que podría haberle negado ese caramelo a la NKVD, no hizo nada
en ese sentido. El Comisariado de Justicia, es decir el ministerio, perdió toda
potestad sobre el sistema de instituciones penales, que fueron traspasadas en
fascículos a la NKVD, en un proceso que se completó en 1934; más o menos, pues,
justo a tiempo para entrar en juego cuando empezasen las purgas.
La NKVD no era formalmente el organismo de la policía
secreta, sino el organismo que había absorbido a la policía secreta propiamente
hablando, que era la OGPU. Y luego estaba la GPU, que se renombró como GUGB. La
GUGB (Gravnoe Upravlenie Gosudarstvennoi Bezopasnosti) era, pues, el
Directorio General de Seguridad del Estado. Era el heredero directo de la Cheka
y la GPU. Su voluntad siempre fue descolgarse de la NKVD y convertirse en un
cuerpo autónomo de policía. En varios momentos, sobre todo durante la II guerra
mundial, la GUGB se convirtió en NKGB (o Comisariado del Pueblo para la
Seguridad del Estado); luego el MGB (Ministerio de Seguridad del Estado); para
terminar, de nuevo, integrada en la NKVD, que para entonces se llamaba MVD. La
separación definitiva llegaría en 1953, el año que murió Stalin, cuando se creó
la MGB, finalmente renombrada KGB.
Dicho así, parece que, mientras estuvo dentro, la NKVD se
comió a la GUGB; pero, en realidad, fue al revés. Fue este resiliente cuerpo de
policía secreta de fuerte carácter político el que fue tomando posiciones
dentro de la NKVD, hasta dominarla.
Como dentro de este entramado estaba el conjunto de
instituciones penitenciarias (prisiones propiamente dichas, campos y colonias),
hubo de crearse una nueva agencia para su gestión. Se la llamó Glavnoe
Upravlenie Lagereim, es decir Directorio General de los Campos, normalmente
conocida por su acrónimo Gulag. Dentro del ámbito administrativo del Gulag
también quedaron las prisiones, y las colonias existentes para delincuentes con
cargos no muy graves, o delincuentes juveniles. Dentro del directorio se creó una
agencia específica que lidiaba con la administración de las personas que habían
sido condenadas a exilio, o al traslado forzado a campos de reasentamiento
donde debían permanecer aislados; como, por ejemplo, los malvados kulak.
Aquí fue donde la NKVD comenzó a crear. En colaboración con
el Gulag, comenzó a crear una serie de agencias industriales para la
construcción de carreteras, líneas de ferrocarril o saltos de agua, empresas de
minería o siderúrgicas, así como agencias específicas para el desarrollo
económico de las regiones del extremo oriente del país. En algunos de estos
campos de prisioneros se emplazaron fábricas de armas, incluso de armas
atómicas. Fueron las llamadas sharashki, las prisiones adonde llevaban a
prisioneros destacados por su formación y conocimientos, como el conocidísimo
ingeniero aeronáutico Tupolev o Sergei Pavlovitch Koriolev o Koriolov.
El primer gran reto de la NKVD fue la construcción del Canal
del Mar Blanco. Esta obra se inauguró con enorme aparato propagandístico en el
año 1931. La construcción del nuevo canal fue saludada con artículos, libros y
odas emocionadas que celebraban la productividad y el sacrificio del obrero
soviético; pero, la verdad, el obrero soviético nada tuvo que ver con todo
aquello. Las obras del canal fueron asumidas, simple y llanamente, por mano de
obra esclava. Prisioneros que tenían cero derechos, y que eran salvajemente
explotados en una obra agotadora e insegura.
El crecimiento del Gulag fue tanto, y tan rápido, que pronto
acabó por generar una discreta preocupación en la clase extractiva dirigente
del vodka y las putas. En 1935, las cuerdas de presos que se utilizaban para
realizar obras llegaban casi al millón de personas. En ese momento, las obras
más ambiciosas que estaban siendo asumidas por personas que carecían por
completo de derechos eran el trazado de la línea férrea en la región Trans
Baikal, a lo largo del río Usuri; y una serie de canales, uno de los cuales
conectaba los ríos Moscova y Volga. Pero, además, un número elevado de
factorías, de molinos y de granjas estaban totalmente operadas por presos
gratuitos.
1936 fue la primera fecha en la que la administración
soviética, y el Partido, se preocuparon por mapear con cierta precisión el
poder del Gulag. Se identificaron 16 emplazamientos diferentes, que fueron
definidos con el término lager; motivo por el cual, a la hora de hablar
de los campos soviéticos, pueden leerse cosas como Dimitrovskii Lager, es
decir, el campo emplazado en Dimitrovskii. Estos 16 emplazamientos no eran, sin
embargo, 16 prisiones, sino 16 unidades administrativas que, cada una, se
responsabilizaba de diversos campos y prisiones.
Cada uno de estos centros administrativos tenía un
representante de la Fiscalía adjudicado; aunque estaba, la verdad, como las
bolas del árbol de Navidad: de adorno. La administración del Gulag, además, ya
se preocupó de estos fiscales tuviesen muy poco personal.
Además de controlar a los presos, el Gulag, como cualquier
otro organismo de un sistema comunista, mostró una tendencia enfermiza hacia el
crecimiento y, en realidad, la elefantiasis y la acromegalia. El tema llegó a
ser tan fuerte que, en 1940, el Comisariado de Finanzas, es decir los tipos que
pagaban la fiesta, encargaron una auditoría sobre el Gulag; y, tras semanas de
haber desembarcado en las oficinas poco menos que como paracaidistas,
concluyeron que aquello era un sindiós. Los dirigentes del Gulag, por lo tanto,
recibieron la orden de crear algo así como una Comisión de Optimización, que
sería asistida por los hombres de negro del Comisariado de Finanzas. El trabajo
analítico de este comité descubrió que, sólo en la estructura central del Gulag
(a la que, os recuerdo, se unían las estructuras territoriales, cada una con su
propia burocracia) había 33 departamentos diferentes empleando a casi 1.700
personas; pero, vaya, que esta estructura tenía una miríada de departamentos
complementarios. En total, el Gulag tenía 44 directorios y departamentos, 137
secciones, 83 oficinas, y 264 unidades, normalmente duplicadas, triplicadas e
incluso cuadruplicadas. El comité propuso recortes y fusiones de órganos, en un
proceso que habría acabado con 511 puestos. Pero esto, os lo repito, era la
estructura central. Todavía quedaba que los 4.000 organismos y agencias
existentes en la estructura territorial hicieran el mismo trabajo de
adelgazamiento. Que yo sepa, nadie le ha podido seguir la pista a esta
propuesta, lo que da que pensar que nunca se aplicó.
A principios de 1941, los distritos territoriales de mayor
tamaño del Gulag tenían 528 campos de prisioneros. La estructura era tan grande
que, en realidad, los responsables del Gulag, lejos de seguir aparentemente los
consejos del análisis que se había hecho, encontraron fáciles motivos y
argumentos para seguir creciendo, a pesar de que en los albores de la quinta
década del siglo la represión estalinista había levantado algo el pie del
acelerador. El Gulag sabía hacer muy bien las cosas. Impulsaba la “necesaria”
creación de nuevas agencias en materias como la provisión de esto o de aquello
para los campos, las cuestiones financieras o, muy especialmente, la
coordinación. Todo necesitaba ser coordinado; aunque nunca explicaban cómo era
posible que no estuviese coordinado ya con los centenares de unidades
administrativas coordinadoras que ya se habían creado. Pero el gran valor añadido que los
impulsores del Gulag tenían en las manos era que sabían que todas esas nuevas
unidades debían crearse en Moscú, o en alguna de las otras grandes ciudades del
país. No eran unidades a pie de campo; nadie, o casi nadie, quería trabajar
para el Gulag en aquello a lo que se dedicaba el Gulag. El directorio, por lo
tanto, era una oferta de jugosos puestos, regados de vodka y de putas, en las
capitales; justo donde querían vivir la mayoría, si no todos, los miembros de
la elite extractiva soviética. Se montó, pues, un enorme quid pro quo
entre funcionarios y ejecutivos del Gulag, a costa del bienestar y las vidas de
los ciudadanos que habían tenido la mala suerte de ser considerados criminales,
o verdaderamente lo eran.
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