lunes, junio 30, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (44): Give the people what they want

 




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

  


Lo que estaba a punto de pasar en Hanoi estaba lejos de ser un enfrentamiento neto. En ambas partes, las sensibilidades y las banderías eran varias. Esto es especialmente predicable de los vietnamitas, los cuales tenían, en el seno de los Tu Ve, a un importante contingente de nacionalistas emboscados montando su propio tsunami. En la mañana del 19, estos grupos Tu Ve se mostraron tan violentos que el general Morlière se dirigió al señor Nam demandando su desarme. Le propuso una reunión bilateral específica que se produjo una hora más tarde, en la cual Morlière exigió que la policía de tráfico volviese a estar bajo responsabilidad francesa, para así poder garantizar el movimiento de personas y tropas francesas por la ciudad. Para los vietnamitas, esta propuesta tomó los perfiles de un ultimátum.

A las 9,30, de todas maneras, Hoang Minh Giam había solicitado su propia entrevista con Sainteny, que quería tener a mediodía. El francés, sin embargo, estaba desbordado por la situación y, para qué decirlo de otra forma, hasta los huevos del temita de Viet Nam de los cojones, y le dijo que lo recibiría al día siguiente. Pero, claro, no por eso se libró. A mediodía, recibió una breve carta de Ho Chi Minh, que decía:

Señor comisario y querido amigo: La atmósfera se está volviendo cada vez más difícil estos días. Esto es claramente rechazable. De acuerdo con la decisión de París, cuento con usted para buscar con el señor Giam una solución para mejorar el clima. Seguido del muy francés je vous prie de recevoir mes meilleures amitiés et de tranmettre a Mme Sainteny mes hommages respetueux.

Por la tarde, las cosas se calmaron algo. Morlière, que había sido solicitado en esto por Giap, repartió 1.200 soldados por cafés y cines, generando una sensación de control que contribuyó a mejorar las cosas.

A las seis de la tarde, un euroasiático llamado Fernand Petit, que en realidad era un espía francés que había conseguido infiltrarse entre los Viet Minh y los Tu Ve, llegó al Estado Mayor francés y avisó: Les Viêts attaqueront ce soir. Había llegado a sus oídos la orden de Giap. Los Tu Ve y tres divisiones del ejército habían recibido ya la orden, dijo.

Los franceses se tomaron muy en serio las confidencias de Fernando Pequeño. En días anteriores les habían contado cosas parecidas ya; pero algo les decía que esta vez la cosa iba a más en serio. Los soldados que estaban patrullando las calles fueron llamados a la Ciudadela, y se tomaron previsiones de combate. De todas formas, seguía habiendo en los cuartos de banderas, y en las mansiones coloniales, mucha gente que decía que no iba a pasar nada.

A las seis y media de la tarde, el general Morlière recibió una esquela del señor Nam. En la misma, acusaba recibo de la carta de Morlière de dicha fecha (aquélla en la que había exigido el control de tráfico); informaba de que se la había pasado al ministro de Defensa Nacional (Nam era secretario de Estado); y le informaba de que Giap sometería sus proposiciones al Conseil Hebdomanaire de ministros, que tenía cita al día siguiente, 20 de diciembre. Entre medias, decía Nam, el ministro “ha dado las órdenes oportunas para evitar todo malentendido”, y “espera que por su parte se den órdenes parecidas para evitar cualquier agravación de la situación actual”.

La carta, por lo tanto, apuntaba en la dirección en la que apuntaban los escépticos que estaban convencidos de que los caóticos monos amarillos no se atreverían atacar a la Muy Grande y Siempre Prevaleciente Nación Francesa. Sin embargo, para cuando Morlière todavía estaba afilando el lápiz para subrayar la carta de Nam, en el Estado Mayor ya sabían que a las cuatro de la tarde, dos horas y media antes, los jefes militares vietnamitas de la Zona II, esto es, Hanoi, habían tenido una reunión estratégica, y no precisamente para repartirse las pizzas. La reunión había sido en Bach Mai, y allí Giap había ordenado atacar. Giap quería lanzar el ataque a las ocho en punto de la tarde y en el centro de la ciudad; aunque, aparentemente o el Tu Ve no fue informado, o lo fue y decidió no hacer ni caso.

Efectivamente, como se esperaba, a las ocho en punto de la tarde hubo un sabotaje en la central eléctrica que dejó Hanoi a oscuras. Por lo que se ve, el Viet Minh todavía no había inventado Red Eléctrica, así que tuvo que ir al sabotaje puro y duro. Los Tu Ve se habían concentrado, sobre todo, en la antigua caseta de la Guardia Indochina. De ahí, reforzados por esa tropa de voluntarios que siempre se junta en este tipo de movidas, se fueron hacia la zona de los bulevares, donde comenzaron a asaltar las viviendas de los franceses y de los euroasiáticos. Muchos de ellos fueron salvajemente asesinados, modelo Hamas.

Los franceses, sin embargo, fueron, en buena medida, pillados con los deberes hechos. El acuartelamiento de las tropas fue fundamental. Claramente, Giap, que no se olvide era quien había propuesto que se montasen las patrullas por toda la ciudad, había contado con pillar a los soldados galos dispersados y relativamente indefensos; pero eso no pasó. En las casas donde franceses y euroasiáticos atacados habían conseguido encastillarse no tardaron por aparecer los blindados y los paracas franceses, que sacaron el bastón de dar hostias y se quedaron a gusto. Toda la noche duró la lucha y en la mañana, tras un descanso al amanecer para pasarse por San Ginés a tomarse una taza de agua de fregar con estiércol de avestruz prensado, volvieron a comenzar ambas partes. A mediodía, los blindados franceses habían conseguido traspasar (en realidad, destruir) las barricadas que impedían el acceso a la sede de la Presidencia del Gobierno vietnamita, que era su objetivo. Allí estaba Ho Chi Minh, quien por cierto seguía con el COVID, Giam y los más leales. Tuvieron que salir por patas cuando apenas les quedaba tiempo para ello, porque los franceses armaron un ataque rapidísimo.

A las cuatro de la tarde, en el tejado de la residencia de Ho Chi Minh comenzó a ondear la bandera tricolor. No muy cerca de allí, en el Instituto Pasteur, los Tu Ve, que habían conseguido encastillarse en el edificio, oponían una dura resistencia. Tras horas de lucha, durante las cuales en el interior del instituto no quedó nada, tuvieron que evacuar. 24 horas después de haber estallado la rebelión, a las ocho de la tarde del día 20, los franceses controlaban decentemente la parte central de la ciudad donde residían la mayoría de los europeos. Los franceses contaban unos 40 cadáveres, la mayoría de civiles, algunos salvajemente mutilados antes de morir, y unos dos centenares de desaparecidos.

Además, Hanoi estaba asediada por los 10.000 efectivos que Giap había acumulado en los alrededores de la capital. Los Tu Ve, por su parte, mantenían su tsunami democrático en varios puntos de la ciudad, y se podía decir que tenían un control casi total del barrio sino-annamita. La ruta de Hai Phong estaba controlada por los asiáticos, y el aeropuerto estaba siendo bombardeado por los Viet Minh.

Desde la tarde del ataque, Giap había ordenado iniciar el mismo en todos los frentes posibles. Durante la noche, pues, fueron atacados los destacamentos franceses de Phu Lang Thuong, Bac Ninh, Nam Dinh, Hue y Da Nang. La excepción fue Conchinchina, donde Nguyen Binh no atacó hasta el 21, respondiendo a una proclama pública de Ho Chi Minh, en la que éste decía que no era momento de distinguir entre ideologías, y que todo vietnamita debía luchar con lo que tuviese.

En París, era más o menos el mediodía del 20 de diciembre. En tal época del año, el sol apenas calentaba en esa ciudad a la que resulta difícil entender cómo se le ha podido adjudicar el remoquete de Ciudad de la Luz, siendo, como es, más oscura que su puta madre. En ese momento en el que ya muchos franceses salen de las oficinas para buscar el almuerzo, comenzaron a llegar las noticias de que en Viet Nam se había liado parda. La noticia, en un país tan orgulloso de sus posesiones coloniales y de su grandeur en general, causó una gran conmoción. Los franceses, que habían derrotado ellos solitos a los nazis (ejem...), ahora se encontraban con el culo contra la pared porque unos chinorris les estaban lanzando piedras. Marius Moutet se presentó en la Asamblea Nacional y aseguró, para tranquilizar a todo el mundo, que iba a partir para Indochina tout de suite; como si el viaje en Falcon de un político haya resuelto algo alguna vez. La Asamblea, a su propuesta, decidió aplazar la discusión de todas las muchas interpelaciones que se le habían hecho al ministro sobre el tema al momento en que regresase. Moutet, dijo, iba a Viet Nam para animar a las partes a encontrar una salida negociada. Aunque, como veremos ahora mismo, iba a cosas distintas según la ciudad donde estuviese.

El ambiente social, sin embargo, estaba muy lejos de exhibir esa moderación, propia de un gobierno que, sinceramente, quería llegar a algún tipo de acuerdo político con Indochina. Como ya os he dicho, al francés medio, en general, que le enciendan el culo no le gusta. No está acostumbrado a perder; primero, porque han sido pocas las veces que ha perdido; y, segundo, porque, respecto de esas derrotas, al francés le gusta pensarlas en términos de victoria a largo plazo, y eso es lo que hace. Sabido es, por lo demás, que en ningún país libre la Prensa escribe lo que honestamente cree que se acerca más a la verdad; escribe lo que sabe que su lector quiere leer; porque la libertad de expresión no va de informar, sino de vender más periódicos que el de enfrente. Tener un corresponsal en el Tonkin era algo muy caro; así pues, la inmensa mayoría de los periódicos franceses se informaba sobre Viet Nam a través de la France Presse; y eso, mutatis mutandis, quiere decir que compraban la cosmología del almirante D'Argenlieu. Si a eso le unimos, como digo, que la visión conchinchina del Viet Nam calzaba perfectamente con las convicciones del francés medio, tenemos el cóctel completo de las violentas diatribas con que se despacharon ya los vespertinos aquella misma jornada. L'Epoque habló de “ataque traicionero de los vietnamitas”; La Depêche de Paris tituló: “Ho Chi Minh se quita la máscara”. Aquí hablamos, respectivamente, de dos periódicos del PRL y el Partido Radical. Los medios de izquierdas se apuntaron más a la táctica meramente descriptiva, menos comprometida, en plan “Violentos combates en Hanoi”.

El resultado de todo ello es que el tema de Viet Nam se convirtió, desde el 20 de diciembre de 1946, en algo así como el caso Dreyfus de la IV República. Un tema, pues, que ascendió a la cúspide de las preocupaciones republicanas; y lo hizo, además, dividiendo al país como un tejado de dos aguas, entre los que poco más que querían reeditar el más rancio colonialismo decimonónico, y los que comenzaban a bosquejar ese constructo llamado países no alineados.

El fondo de la cuestión era, en todo caso, que el gobierno Blum, más allá de una serie de buenos derechos de índole general, no tenía una política trazada para Viet Nam. Entre lo que podemos llamar la estrategia Leclerc-Sainteny, pactista y tendente a salvar algún tipo de Unión Francesa; y la tendencia Argenlieu-Pignon, de sostenella y no enmendalla, tampoco es que lo tuviesen muy claro. Buena parte de los políticos, como suele pasar, apenas tenían, además, información precisa sobre el tema de Indochina; así pues, hablaban de oídas, como contertulios de La Sexta.

En la tarde-noche del día 22, Moutet salió de París en dirección a Saigón. Al día siguiente, Leon Blum realizó una declaración desde la tribuna de la Asamblea. Vino a decir que la situación era seria (cosa que ya sabía todo el mundo); que la Asamblea sería prontamente informada de cualquier novedad (cosa a la que le obligaba la Constitución); y que iba a enviar al general Leclerc a Indochina en una misión de encuesta (cosa en la que llegaba tarde). Cuando habló de “la necesidad de organizar un Viet Nam libre” recibió los abucheos de los escaños de la derecha.

El almirante D'Argenlieu había abandonado París el día 20, y llegó a Saigón el 23. Antes de irse, sin embargo, fue informado por Blum de su intención de enviar a Leclerc, a lo que el almirante intentó convencerlo de que era una mala idea. Sin embargo, se guardó mucho de ponerse marichulo y amenazar con dimitir, consciente como era de que, en el momento en que amagase, Blum le iba a tomar la palabra y le iba a aceptar la dimisión.

Moutet llegó a Saigón el 26, y Leclerc el 28. En esos días, D'Argenlieu y Valluy salieron hacia Hanoi. Lo primero que hizo Moutet fue ir a ver al presidente del gobierno conchinchino, Le Van Hoach (bastante cercano a Ho Chi Minh entonces, acabó, siendo nacionalista como era, partiendo peras con los comunistas y exiliándose a Francia; murió allí en 1967); luego hizo una alocución pública que se vio como un apoyo claro al catalanismo conchinchino.

El 2 de enero, Moutet estaba en Hanoi. Venía de Phnom Penh, donde el 29 de diciembre había declarado que no era en modo alguno descartable la apertura de un diálogo con Ho Chi Minh. Tres días antes, el 26, la radio vietnamita, tras reiniciar sus emisiones, había anunciado que el gobierno del Viet Minh se había instalado en Hadong, a unos diez kilómetros de Hanoi. El 29, la radio informó de que Ho se había dirigido al primer ministro Blum expresando su satisfacción por la visita de Moutet, y demandando el regreso de las tropas francesas a las posiciones que tenían el 17 de diciembre, más un alto el fuego. Moutet se limitó a declarar que “una vez que la seguridad de nuestras tropas esté asegurada, Francia desea regresar al ambiente del 14 de septiembre, que fue un gran paso hacia la libertad”.

Todo era cascada de colores en boca de Moutet; pero la profesión iba por dentro. Estuvo día y medio en Hanoi, y en todo ese tiempo no pudo ver a la persona a la que más necesitaba ver: el general Morlière, ya que éste fue inopinadamente convocado con urgencia en Saigón. Por lo demás, Ho Chi Minh le había enviado una carta en la que incidía en sus propuestas (cesación de hostilidades; retorno de las tropas a las posiciones definidas en abril; liberación de prisioneros; abandono de todo envío de refuerzos franceses; encuentro inmediato Ho-Moutet sobre la base del acuerdo del 6 de marzo; conferencia en París para redactar el tratado definitivo); pero esta carta no le fue entregada al ministro hasta el día 31 de diciembre y, para eso, esta homeopáticamente disuelta en un informe más general sobre la situación en Viet Nam.

El 6 de enero, Moutet declaraba a la Prensa profrancesa de Saigón: “mi posición es clara: el ataque del 19 de diciembre, su naturaleza, su premeditación y su desarrollo nos empujan a una acción militar. Cuando el Ejército haya restablecido el orden, será posible examinar de nuevo los problemas políticos”. Sobre las ofertas de Ho Chi Minh, decía: “una oferta así no puede tomarse en serio. Es un acto de propaganda. Estoy convencido de aquéllos que de verdad mandan en el gobierno vietnamita no quieren un acuerdo”.

Como veis, Moutet era un político moderno de pura cepa: a todo el mundo le decía lo que quería escuchar, y pretendía ser creído. Ya lo cantaban los Kinks: give the people what they want.

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