miércoles, abril 24, 2019

Después de Hitler (19: las últimas peplas de la rendición)

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El Brezal de Luneburgo
Patton
Ike resiste la tentación
El genocidio praguense
La firma en Alemania

Buena parte de los periodistas en ejercicio en medios soviéticos sabían el día 8 de mayo que algo se había firmado en Reims en plan rendición de los alemanes; pero, obviamente, no escribieron nada porque no recibieron instrucciones en tal sentido. Ese día, sin embargo, sí comenzó a circular de forma, digamos, oficial, la información de que el mariscal Zhukov estaba en Berlín para realizar una firma con Keitel. Cuando las fotos llegaron a Moscú, todos supieron que era el momento de publicar. El día 9 de mayo sería el Día de la Victoria para los soviéticos.

Como suele ocurrir siempre en este tipo de situaciones, la censura de prensa operó como caja de resonancia para teorías todavía peores que las noticias que se pretendían ocultar, ya que el hecho de que no se publicase nada de la firma de Reims hizo que, cuando algunas noticias se filtrasen, hubiese mucha gente en Moscú que llegase a la conclusión de que aliados occidentales y alemanes estaban negociando bilateralmente en secreto.

En la mañana del 9, la gran estrella de la radio soviética, Yuri Levitan, por fin anunció urbi et orbe comunista la rendición de Karlshorst; a los redactores de los periódicos soviéticos ya se les había instruido de que no podían escribir nada hasta que Levitan no hiciese su anuncio. Y lo hizo bien pronto, a la una y diez de la madrugada, con un mensaje conciso: “Atención, esto es Moscú; Alemania ha capitulado”. Levitan siguió anunciando que el día 9 se declaraba festivo y, acto seguido, la radio soviética tuvo un gesto que, la verdad, sus colegas occidentales ni habían tenido, ni tuvieron: reprodujo los himnos británico, estadounidense y francés; eso sí, una vez que ya se había tocado La Internacional.

Para Stalin, sin embargo, aparentemente aquel día no tuvo una significación especial. El camarada primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, probablemente, estaba muy disgustado con la forma en la que habían transcurrido las movidas en las últimas 72 horas, aproximadamente. Los problemas y desencuentros con los aliados occidentales habían sido muchos y, de no haber estado en Reims alguien tan proclive al pacto, tan rooseveltiano diría yo, como Eisenhower, podrían haber sido más. Aquello no era síntoma de nada bueno. De hecho, cuando un joven Nikita Kruschev contactó telefónicamente con él para felicitarlo, Stalin lo despachó displicentemente diciendo que estaba currando. La forma que tenía Pepe de decirle a sus acólitos déjate de fiestecitas, aquí estamos haciendo la Revolución.

Aquella mañana del 9 de mayo se estaba produciendo la última evacuación de tropas alemanas. Concretamente, ocurrió en Libau, un puerto letón. En Curlandia, los alemanes acumularon sus armas en lugares predesignados y se rindieron con enorme disciplina; aunque hubo algunos devotos nazis, así como letones contrarios a los soviéticos, que se echaron a los bosques.

Sin embargo, la guerra continuaba. En Checoslovaquia, las tropas alemanas, que para entonces habían perdido a su comandante pues había huido al Tirol (lo cual, por cierto, provocó que Schörner, cuando regresase a la vida normal, fuese ninguneado por sus camaradas, quienes, además, por lo general eran bastante menos nazis que él), seguían luchando para poder llegar hasta las líneas estadounidenses. En esa zona, pues, a la formalidad de los acuerdos escritos se impuso la voluntad de salvación de unos soldados que sabían que si terminaban en campos de concentración soviéticos probablemente ya nunca lo contarían. Todavía lucharon soviéticos y alemanes en Checoslovaquia durante tres días más.

En la mañana de aquel día 9 quedó liberado el último campo de concentración alemán, en Theresienstadt, cerca de Praga. Por otra parte, a eso de las seis de la mañana de aquel día, por fin, las primeras unidades soviéticas llegaron a Praga. Los alemanes, en realidad, habían abandonado la ciudad en la mañana anterior, pero todavía quedaban en la ciudad grupos de miembros de las SS muy ideologizados.

También aquel día 9 de mayo, en el puente de mando del HMS Beagle, el general Siegfried Heine, a cargo de las Islas del Canal, firmaba su rendición incondicional ante los británicos, quienes por fin recuperaban esa pequeña esquina de su nación que habían logrado invadir y controlar los alemanes. A las dos de la tarde, el responsable de las tropas de tierra en la isla de Jersey, general Rudolf Wulf, firmó una rendición propia en el Hotel Pomme d'Or, donde se habían instalado los aliados. A las cuatro menos veinte de la tarde, la esvástica fue arriada del balcón del ayuntamiento por última vez (hasta el momento).

En Creta, ese mismo día, un grupo bastante pobre de soldados y mandos británicos recibía la rendición de cuatro divisiones de la Wehrmacht que, por encenderle, les podrían haber encendido el pelo, pero ya no tenían ganas. Ni motivo.

A las cuatro de la tarde de aquel día 9, el general Alexei Antonov todavía envió un mensaje a Eisenhower informándolo de que, aun pasados todos los plazos habidos y por haber en el acuerdo de rendición, había unidades que seguían luchando. Se refería a unidades del Grupo de Ejércitos del Centro (el que había mandado Schörner) y algunas unidades en Yugoslavia. Eisenhower cursó órdenes, sobre todo a Patton, para que bloquease las carreteras checas y colocase carteles diciéndole a los alemanes que debían permanecer más allá de dichas marcas (en territorio soviético, por así decirlo).

Era el momento de la letra pequeña, que en ocasiones es muy jodida. Tómese el ejemplo de la isla de Bornholm. Bornholm está a ciento y pico kilómetros al este de Copenhague, y forma parte de Dinamarca. El general Dietrich von Saucken y su Grupo de Ejércitos de Prusia Oriental la estaba usando como punto de evacuación para sus soldados, a pesar de que dicho uso violaba, no el acuerdo de Karlshorst, ni siquiera el de Reims, sino el del Brezal de Luneburgo, en el que todas las unidades en Dinamarca se habían rendido. Desde las 8 de la mañana del 5 de mayo, todas las unidades danesas estaban rendidas a Montgomery.

Bornholm, sin embargo, a pesar de ser danesa, se hizo la sueca. Su gobernador alemán y la tropa alemana que también había ahí sabía que los ingleses situados en Copenhague no tenían capacidad de enviar una fuerza significativa a la isla, entre otras cosas porque, relapsos y todo, estaban en contacto telefónico con ellos (suena a la guerra de Gila, pero es que las guerras son así). El 6 de mayo Von Saucken, en flagrante incumplimiento de los acuerdos de Luneburgo, trasladó tropas desde la península de Hela hacia Bornholm, más concretamente un regimiento de granaderos de 800 hombres al mando del general Rolf Wuthmann. Von Saucken quería mantener a toda costa el control de la isla danesa para poder tener una cabeza de puente que le permitiese evacuar tropas hacia el oeste.

Los soviéticos se olieron la tostada y exigieron que Von Saucken rindiese Bornholm al mariscal Rokossovsky, quien, como sabemos, andaba por ahí con su II Frente Bielorruso, intentando por todos los medios echarle un bocado a Dinamarca que Montgomery le había impedido a base de avanzar a pelo puta hasta Wismar. Aviones soviéticos sobrevolaron la isla el día 8 y dejaron caer folletos informando a los alemanes de que si no se rendían les iban a llover hostias como panes. Wuthmann contestó que él se rendiría a los británicos y a nadie más; lo cual no deja de ser una coña por su parte, porque, formalmente, él ya se había rendido a los británicos bastantes horas antes.

En la primera mañana del 9 de mayo, Dönitz le comunicó a Von Saucken la concesión por parte del gobierno de Flensburgo de la distinción de diamantes para su Cruz de Caballero, en reconocimiento por los esfuerzos que estaba haciendo para evacuar tanto militares como civiles desde las zonas potencialmente controlables por los soviéticos. La comunicación venía acompañada por una nota manuscrita del fantasmagórico jefe del Estado alemán, en el que conminaba al general a mantener su acción todo lo posible.

Habían pasado ya doce horas desde la firma de Karlshorst y los alemanes todavía seguían negando el literal del acuerdo firmado, haciéndose los orejas y sacando a pelo puta gente de Hela. Fue en ese momento cuando los soviéticos perdieron la paciencia, y decidieron enviar una tropa por mar para tomar el terreno.

A las dos y media de la tarde, barcas torpederas soviéticas aparecieron en la las inmediaciones del puerto de Ronne, el más importante de Bornholm. Es probable que, en algún momento, los soviéticos pudieron pensar en actuar por su cuenta, y a tomar por saco todo. Sin embargo, había elementos que les movían a no hacerlo. Estaba el acuerdo de Karlshorst, que no sólo vinculaba a los alemanes; les vinculaba a ellos respecto de sus aliados y, por lo tanto, si les indignaba que los alemanes lo incumpliesen, lógicamente ellos no podían actuar por su cuenta sin informar. Además, pesó mucho en el ánimo del Alto Mando soviético el hecho de que los estadounidenses se habían comprometido, y lo habían cumplido, a no entrar ellos en Praga aunque lo tenían a huevo, mucho más a huevo que las tropas ucranianas.

Eso sí, tal y como ellos mismos con seguridad esperaban, la comunicación a Reims de sus intenciones de limpiar Hela provocó inmediatas suspicacias, fundamentalmente del lado británico. Los generales de Churchill se dirigieron inmediatamente a Eisenhower para presionarlo y preguntarle si no sería posible enviar a la zona un contingente estadounidense. Sin embargo, los soviéticos veían Bornholm como territorio plenamente integrado en su zona de influencia y Eisenhower, finalmente, los secundó.

A las tres de la tarde, el SHAEF recibió un telegrama de Flensburgo, firmado por el Alto Mando alemán a las órdenes de Dönitz. Informaba este telegrama de la llegada de las barcazas a Ronne, y el anuncio, ya realizado por los soviéticos, de que a las cinco y media de la tarde (dos horas y media después del telegrama, pues) arribaría a Bornholm un general soviético para tomar la plaza de manos del general alemán que se responsabilizase de la rendición. Sin embargo, recordaba el telegrama (con razón, en mi opinión) de que, al ser Bornholm una localidad inserta en territorio danés, sus condiciones estaban plenamente integradas dentro de las que se habían firmado con Montgomery. Esto es: ni Karlshorst ni Reims; lo que regía allí era Luneburgo. Los alemanes, por lo tanto, se declaraban a sí mismos vinculados por el acuerdo del Brezal, y solicitaban del SHAEF confirmación de que las pretensiones de control soviéticas eran adecuadas.

Los alemanes, ya lo he dicho, llevaban razón de iure. Pero, la verdad, por mucho que las convenciones de Ginebra y esas cosas se empeñen, la verdad es que en la guerra la primera víctima es el Derecho (por eso las leyes son tan importantes para la democracia, y están por encima de voluntades populares expresadas de formas más o menos difusas). Eisenhower no tragó aquel último anzuelo que le tiraron los alemanes, y se apresuró a contestar que, de acuerdo con todos los acuerdos firmados, debían ponerse a disposición de la fuerza aliada soviética.

A los británicos, sin embargo, siguió sin gustarles el olor de la orina del enfermo. Sin embargo, o tal vez precisamente por lo muy evidentes que hicieron sus reticencias, los soviéticos se desplegaron en aquella rendición con una exquisitez absoluta. El coronel Strebkov, comandante de la división soviética que se había establecido en Ronne y de hecho estaba ya, para entonces, desarmando a las tropas alemanas más cercanas, recibió sendos requerimientos, del gobierno danés y del británico, en el sentido de aclarar cuáles eran los planes soviéticos a largo plazo en la zona. Esto provocó que el mariscal Rokossovsky tuviese que terminar por anunciar que, al final de la tarde, haría una declaración explícita sobre la materia. En dicho comunicado, los soviéticos informaron al gobierno danés de que estaban actuando como lo hacían porque Bornholm caía totalmente dentro de su radio de acción; pero que, en todo momento, lo consideraban y reconocían como parte integrante de Dinamarca. Lo cumplieron; un año después, no quedaban soviéticos armados en Bornholm.

1 comentario:

  1. Gracias por el texto,es muy interesante todo lo que sucedía en esos días

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