miércoles, julio 09, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (y 51): El elefante chino entró en la cacharrería




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

   


Es regla de oro de la Historia que cuanto más afirma un gobernante que ha llegado con intención de gobernar para todos, más sectario es. La regla la cumple Fernando VII, que llegó para colmar las aspiraciones de todos los españoles que lo habían defendido, pero terminó ajusticiando y exiliando a muchos de ellos. Lo cumplió Azaña, que prometió lo mismo en febrero de 1936 y ni diez días tardó en desmentirse. Y lo cumplió Franco, quien pretendió que tras la Guerra Civil llegase un tiempo nuevo, aunque todo lo que llegó fue su propio tiempo.

Y Bao Dai es lo mismo.

Bao Dai regresó a Viet Nam, dijo, con la intención de gobernar para todos los vietnamitas. Pero, en realidad, su objetivo era laminar al Viet Minh. Puesto que ése era su objetivo, descuidó su principal aval, que hubiera sido alcanzar, rápidamente, si posible, un buen acuerdo con los franceses. Francia, de hecho, tras el regreso del emperador, y dado que en su propia casa tenía a su propio emperador narigudo en toda su sazón, se encastilló en su versión más reaccionaria. Bollaert no había solicitado seguir siendo alto comisario; pero fue confirmado en el puesto en octubre de 1948; y en ese gesto la UDOFI seguro que no fue ajena. Bollaert y Leon Pignon se habían vuelto estrechos colaboradores y, de hecho, el segundo de ellos volvió a convertirse en el demiurgo de la Francia indochina, hasta diciembre de 1950, cuando el gobierno Pleven, presionado por los hechos, decidió unificar la administración civil y militar en la persona del general Jean de Lattre de Tassigny. En todo ese tiempo, en París apenas hubo cambios: Coste-Floret fue ministro hasta octubre de 1949, cuando fue sustituido por el emeerrepero Jean Letourneau; pero eso fue como si Ione Belarra heredase a Irene Montero.

Los temas, sin embargo, no tenían mala pinta en principio. En el otoño de 1948, el radical Henri Queuille accedió a la presidencia del gobierno francés, lo cual abrió las ilusiones de un posible acuerdo en Viet Nam. Francia era para entonces consciente de lo muy rápidamente que estaba evolucionando la política en Extremo Oriente por la presencia comunista en China y por el encaje en Asia de la Guerra Fría, que hacía que estadounidenses y, en menor medida, británicos tuviesen su propia política para la zona. Aquello ya no era el patio de atrás de Francia. Fruto de esta convicción es el pacto de 8 de marzo de 1949, conocido como acuerdo (Vincent) Auriol – Bao Dai, o también acuerdo del Elíseo. Pacto que activó el anuncio de Bao Dai en el sentido de que finalmente iba a retornar a Viet Nam.

La clave del pacto Auriol-Dai está en que los vietnamitas dejaron claro que no firmarían nada que dejase el tema de Conchinchina en paso. Consecuentemente, se acordó poner en marcha una Asamblea de Conchinchina que, de hecho, fue creada en el plazo récord de tres semanas. Esta asamblea, que fue elegida el 10 de abril por uno de los cuerpos electorales más liliputienses de la Historia (700 franceses y 1.000 vietnamitas), votó la unión de Conchinchina con Viet Nam. El 24 de abril, con el puto aval de 1.700 personas, Bao Dai salía de París camino de su tierra.

Los franceses de derechas (hasta llegar a los radicales y el MRP), los militares y los llamados servicios civiles (la UNOFI) querían, sin embargo, un pago a cambio: Bao Dai debía liderar en Viet Nam un régimen abiertamente anticomunista. Además de, más que filo, seudo francés, puesto que buena parte de los puestos clave del nuevo gobierno estaban en manos de los de siempre. Francia, pues, pretendía un cambio lampedusiano en el que dejaba de controlar directamente Conchinchina para pasar a controlar todo el Viet Nam con el mando a distancia.

Aquí, sin embargo, fue donde se vio hasta qué punto el Emérito era un elefante con pies de barro. Quizás podría decirse que la única fuerza con capacidad de generar un ejército capaz de contraponerse al ejército Viet Minh eran los Cao Dai; pero el caodaísmo despreciaba al emperador. Las fuerzas nacionalistas, en general, recelaban de los acuerdos del Elíseo por excesivamente profranceses.

Con estos escasos mimbres, Cao Dai se aplicó a la labor de crear un gobierno auténticamente vietnamita que abordase, sobre todo, la creación de un ejército propio. Un gobierno, dijo, en el que incluso cabría el Viet Minh, siempre que renunciase a la lucha armada. Esta actitud, inmediatamente, generó la desconfianza de los franceses, quienes dejaron claro, a través de Pignon sobre todo, que ellos sólo transferirían sus poderes a un gobierno de su confianza. En el momento en que las posiciones se definieron, Bao Dai se convirtió en un jefe de Estado sin movimiento político que lo sustentase. En apenas seis meses, el emperador confió para llevar su gobierno en el general Xuan, pensando que así se ganaría el apoyo de la SFIO; luego en Nguyen Phan Long, por su americanismo declarado, buscando pues sintonizar con la Casa Blanca; y, finalmente, en Tran Van Huu, un político bregado en el autonomismo conchinchino y, por lo tanto, amigo de los franceses. Un indigno final para un camino muy corto: el salvador de Viet Nam se convertía en un presidente conchinchino más, dominado por la metrópoli europea.

Formalmente, esto hay que decirlo, Bao Dai había llegado. Su Viet Nam tenía su propia diplomacia, era reconocido por 54 países y llamando a las puertas de la ONU. Tenía su propio ejército. Pero todo era farfolla; la misma farfolla que la URSS practicó en sus países satélite la desarrollaron los franceses en aquella esquina asiática.

En todo caso, todo lo dicho con anterioridad son matices. El hecho radical, el elefante que había entrado en la cacharrería; el factor que hace que hablar de Viet Nam antes y después de la década de los cincuenta del siglo XX sean cosas distintas, era la victoria del comunismo en China. Mao Tse Tung lo cambió todo. Hizo que un ejército francés que casi tenía asumido que se marcharía de Indochina, que ya todo lo que buscaba era una forma de no perder la cara por los 8.000 muertos que le había costado la lucha contra los vietnamitas, de repente quisiera quedarse; de repente, sus socios occidentales así se lo pedían, mientras diseñaban, ellos mismos, sus propios despliegues en la zona.

El ejército francés, dentro y fuera de Francia, dejó de ser un ejército colonial. Pasó a ser la fuerza que defendía al sureste asiático de la “marea roja”. En mayo de 1949, el gobierno Queuille envió a Viet Nam a su JEMAD del momento, el general Georges Revers. En su informe, Revers concluyó lo evidente: la presencia masiva de comunistas en la frontera norte de Viet Nam era Zumosol para el Viet Minh. El estratega recomendó que el ejército francés en Indochina colocase todas sus piezas en el Tonkin.

Revers era consciente de que la frontera era muy ancha; así pues, había que optimizar la presencia francesa en la raya. Propuso que los puestos de Bac Kan, Cao Bang y Dong Khe se replegasen a Langson, una posición más defendifle; y abandonar en la práctica la línea Langson-Moncay, por carecerse de fuerza eficiente para guardarla. La línea de resistencia debería estar al sur de la zona montañosa, es decir, defendiendo el delta (el del Tonkin, se entiende; no el del Mekong). Todo, como siempre en Viet Nam, era lo mismo: controlar el arroz. Los planes, ya lo sabemos, se quedarían cortos. (Por cierto: meses después, Revers fue fulminantemente cesado por Paul Ramadier, entonces ministro de Defensa; según declaró Revers años después, ello pudo ser porque denunció que algunas unidades de la Legión Extranjera mercadeaban con opio).

¿Y el Viet Minh? Las gentes de Ho Chi Minh habían perdido toda ilusión por los políticos franceses. Por fin, tras más o menos tres años de dimes y diretes, de promesas y palmadas en la espalda (porque nadie, y nadie es nadie, te pone un abrigo ni te palmea la espalda como un francés), los vietnamitas marxistas se habían dado cuenta de que de un merovingio no se puede esperar ni creer nada. Ho Chi Minh fue entrevistado a finales de julio de 1949 por la agencia indonesia Antara; en la misma, el líder del Viet Minh todavía decía, aunque yo creo que ya no lo pensaba, que era posible un acuerdo con Francia “basado en la unidad y la independencia reales de Viet Nam”.

Ho seguía, pues, alimentando lo que podemos denominar el ala moderada del Viet Minh. Pero el ala moderada del Viet Minh, cada vez más, perdía poder bajo el peso de los hechos. El hecho de que Bao Dai hubiese permitido que las tropas francesas avanzasen contra los comunistas, y el hecho de que ahora tenían amigos pasada la frontera del norte, dio alas a los halcones. Cuando tuvieron conocimiento del Informe Revers, por lo demás, confirmaron que el Ejército francés estaba literalmente acojonado con el tema chino. Esto hizo que, en el seno del movimiento, creciese una tendencia maoísta muy poderosa. Dan Xuan Khu, normalmente conocido como Truong Chinh; Hoang Quoc Viet; Ho Tung Mau; y Tran Huy Lieu eran sus nombres más resonantes. Y seguirían resonando.

El 9 de julio de 1949, Pham Ngoc Thach, director de la delegación política y militar del gobierno de Hanoi (Viet Minh) en el Viet Nam del Sur, hizo una proclama denunciando a Bao Dai como “fantoche al servicio del invasor” y añadía que “los éxitos del ejército chino y la evolución de los sucesos mundiales apuntan al final de jornadas muy sombrías; la guerra contra el francés va a entrar en la fase decisiva”.

Tran Ngoc Danh, representante vietnamita en París, salió de la capital y se estableció en Praga, donde creó otra embajada. El 7 de agosto, la radio del Viet Minh anunció que Tran Van Dong, el negociador de Fontainebleau, un camisa vieja Viet Minh, había sido nombrado vicepresidente del gobierno de Hanoi. El 25, anunció su nombramiento como presidente del Consejo Superior de la Defensa Nacional (formado, además de por él, por Le Van Hien, Phan Ke Toai, Phan Anh, Vo Nguyen Giap y Ta Quang Buu). Los de Avanzar sin Transar avanzaban. No se trata tanto de que Dong fuese un prochino, sino que era un comunista de primera hora; su nombramiento lo hizo Ho para convencer a la tendencia prochina de que no habría desviaciones de la línea marxista.

A finales de julio se dio la orden de la contraofensiva general. Dang Xuan Khu, uno de los maoístas, trajo a Viet Nam la estrategia de guerra revolucionaria diseñada por Mao en China. El 16 de octubre, la radio vietnamita informó de que Ho Chi Minh había escrito un telegrama a Mao felicitándolo por la formación del gobierno comunista chino. A principios de noviembre, Associated Press informó de la pronta llegada de combatientes chinos a la frontera. Sin embargo, el 25 de noviembre Mao respondió al telegrama de Ho de forma bastante formal y fría.

Ho y Mao no creo que se llevasen muy bien. El primero de ellos le dijo al periodista Andrew Roth que creía que Viet Nam podía permanecer como país no alineado entre los dos grandes combatientes de la Guerra Fría; aunque tampoco podemos descartar que lo dijese, pero no lo pensase. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en aquel tiempo eran muchos los que creían en una guerra entre la URSS y los EEUU; tiene lógica intentar permanecer au dessus de la melée. El 19 de diciembre, tercer aniversario Viet Minh del levantamiento del pueblo vietnamita contra el francés, Ho dio una alocución radiada en la que todavía se mostró dispuesto a colaborar con Francia.

El 30 de diciembre de 1949, Francia transfirió su soberanía sobre Viet Nam a Bao Dai. El Viet Minh, obviamente, se aplicó a explicarle al mundo que todo aquello era una milonga. El 14 de enero de 1950, el ministro de Asuntos Exteriores, Hoang Minh Giam, hizo difundir una nota en Bangkok por la cual el gobierno de la República Democrática de Viet Nam se mostraba dispuesto a abrir relaciones diplomáticas con todo país que se aviniese a realizarlas en pie de igualdad. Asimismo, la República Democrática procedió a reconocer diplomáticamente a la República Popular China.

El Viet Minh, por lo tanto, trataba de jugar a todos los palos posibles. A Ho seguía preocupándolo un matrimonio demasiado estrecho con Mao. Pero China, que entendió el enroque, reaccionó rápido: el 18 de enero, Radio Pekín anunció que el gobierno había decidido el 16 reconocer a la República Democrática de Viet Nam; y trasladó una invitación a Ho Chi Minh a crear una embajada en la capital china. El movimiento no se debió a Mao, que estaba en Moscú. Se debió a Liu Shao Chi, un extremista incluso para los cánones chinos que preconizaba la lucha total en el Tercer Mundo.

El 31 de enero, Tass anunciaba el mismo movimiento por parte de Moscú. La radio oficial (o sea, la única que había) explicó, por la voz de Boris Nikolaevitch Leontiev, un peso pesado de la Prensa del régimen (la única que había), que esa decisión “confirma la línea constante de la URSS de reconocer a cada pueblo el derecho de disponer de sí mismo y de existir como Estado independiente”. Aunque es posible que bálticos, moldavos, ucranianos y otras gentes no estuviesen tan convencidos sobre la constancia de esa línea, la verdad. En la práctica, para la URSS abrir un dosier vietnamita (como demostrarían los años por venir) era un chollo, por cuanto suponía desplazar de Europa un montón de esfuerzos de la OTAN. Eso, claro, y poner una pica en Hanoi, porque a los soviéticos ya les empezaba a preocupar que aquello acabase convirtiéndose en una franquicia maoísta; máxime con gentes como Liu Shao Chi, tratando de lanzar una guerra total en el sudeste asiático.

China no se comió mucho el tarro. A principios de 1950, designó enlace con el Viet Minh al mismo Siao Wen que lo había sido en tiempos del Kuomintang. Y, en lo que toca a Bao Dai, no pudo sino asumir que lo que le quedaba era buscar la ayuda occidental para un enfrentamiento frontal.



Lo que ocurrió en los años siguientes, y terminó por primera vez en Dien Bien Phu, y por segunda en París, con la firma del acuerdo Kissinger-Le Duc To, es otra historia. Tiene otros componentes y está forzada por elementos (China) que ahí apenas se han apuntado. Además, empecé esta serie pensando en diez artículos o así; pero la necesidad de contar cosas, creo, bien contadas, me ha llevado a las cincuenta. Hora es de cambiar de tercio, pues.

Puede que algún día regresemos a este tema. Yo lo deseo; vosotros, no sé. Pero, como escribía al iniciar este periplo, creo haberos contado una historia relevante para la Historia. Por muchas razones. Porque apunta uno de los grandes drivers evolutivos del siglo XX, que es la Guerra Fría en el Tercer Mundo; porque explica la eclosión de figuras, ideas y estrategias que han estado muy presentes en nuestra Historia reciente a través de movimientos de ultraizquierda, y en parte ahí siguen; y porque explica algo que a mí me encanta contar, que es la insondable torpeza del francés.

Hoy en día resulta difícil de explicar esto a las personas que, por pura lógica demográfica, tal vez son la mayoría de los lectores de este blog. Las personas que hoy tienen menos de 55 años, todo lo menos, tienen dificultades para entender el importante valor ejemplarizante que para la izquierda europea, para los alegres creyentes de Mayo del 68, supuso el Viet Minh en general, y la figura de Ho Chi Minh en particular. En aquel batiburrillo de sectas, en el que se juntaban trotskistas de diversas layas, comunistas de obediencia soviética, socialistas de corte zapateril-sanchista, anarquistas, etc., cada vez brillaban más los maoístas. Y el maoísmo, al que nunca le faltó dinero porque para Mao era más importante llenar las tapias de Montmartre de carteles que alimentar al campesino chino, utilizó a Viet Nam como una de sus grandes espadañas argumentales. 

El mito de Ho Chi Minh, porque en buena parte es un mito, es la eterna historia de David y Goliat reescrita con renglones marxistas; lo cual no debe extrañaros mucho, pues el marxismo en general, y el leninismo muy en particular, no es sino catolicismo reciclado. En mi opinión, Ho era mucho más que eso. Es, quizás, el comunista más aseado y listo de su siglo. Esto quiere decir que podría haber sido otra cosa distinta que comunista. El matrimonio del nacionalismo vietnamita con los japoneses primero y el Koumintang, después, le cegó esa vía; y luego llegó la Guerra Fría, destrozando toda posibilidad de plantear las cosas de otra manera. Y, por medio, obviamente, está el factor de que los vietnamitas se estaban jugando el pote con un actor que da sobradas pruebas en la Historia de ser un actor con una comprensión deficiente del contrario. El francés ha vivido siempre convencido de que la persona no francesa que tiene delante es un subnormal. Si, además, tiene los ojos rasgados, ya hasta le cuesta asumir que sea un homo sapiens. Con razón decía Cambó que Cataluña haría bien en no ir al enfrentamiento frontal con España porque, decía, enfrentarse frontalmente con España obligaría a los catalanes a entrar en la órbita de Francia. 

Si os fijáis, la Francia de hoy en día, esa misma Francia que te quiere convencer de que, en la II guerra mundial, todos los franceses estaban en la Guesistans apuñalando alemanes por las esquinas, hace como que nunca estuvo en Viet Nam. Lo tiene fácil, ciertamente, pues contando con la que liaron los estadounidenses después, es fácil escamotearse. Pero si hay una cosa que cuando lees y escribes sobre Historia tienes que tener claro es que ni las cosas, ni las ideas, ni las personas, caen del cielo. Ho Chi Minh no cayó del cielo, Lenin no cayó del cielo, Franco no cayó del cielo, Pinochet no cayó del cielo; Hitler, por supuestísimo, no cayó del cielo. Todo tiene un origen. Todo tiene un tiempo de errores que, como todo error, se pudieron no cometer. Porque eso es así, porque lo saben, los franceses, hoy, prefieren que no se hable de los últimos estertores de su poder colonial sobre Indochina. Como los holandeses también hacen como que nunca mandaron sobre Indonesia; algo de lo que hablaremos algún día.

Yo he querido contarte esta historia de antes de que los americanos la liasen parda; porque sin esta historia, la otra no tiene sentido. 

En fin, lamento el rollo. Ya seguiremos.

1 comentario:

  1. Anónimo2:07 p.m.

    Buenos días Juan de Juan:
    Nada que lamentar.
    En estos días, en que la sociedad parece encantada de volverse deficiente mental y que la divulgación de la Historia va quedando en manos de frikis, resulta una suerte, muy poco apreciada, que alguien se moleste en poner al alcance de cualquiera estos magníficos tochos.
    Lo digo con una sinceridad y un agradecimiento infinitos.

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