Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería
Para terminar de consolidar este ambiente de mensajes netos y consistentes por parte francesa, el día 2 de enero France Soir publicó una entrevista con el almirante D'Argenlieu. Atenta la compañía: “Mis conclusiones son claras. Es absolutamente imposible tratar con Ho Chi Minh. Encontraremos en este país otras personas con las que podamos tratar; personas que, sin duda, serán también nacionalistas; pero éstas [el Viet Minh] se han descalificado.” Al día siguiente, Moutet, ya con un pie en el barco de regreso, recalcó la voluntad de Francia de acordar “con los representantes auténticos del pueblo vietnamita”. Así las cosas, el 8 de enero la radio vietnamita declaró que el ministro Moutet era responsable del fracaso de las negociaciones. El 11, anunció que el gobierno vietnamita “ha decidido la movilización total de las fuerzas materiales y morales del país para intensificar la lucha por la independencia”.
El tema estaba jodido. Para entonces, en todo el Tonkin y en Annam, las guarniciones francesas estaban registrando ataques Viet Minh. Los franceses enviaban refuerzos, tanto desde fuera de Viet Nam como desde Conchinchina, con los que casi siempre conseguían resistir bastante adecuadamente.
En los primeros días de enero, los franceses consiguieron reabrir la ruta Hanoi-Hai Phong. Los Tu Ve resistieron a la desesperada en el barrio sino-annamita hasta el 19 de febrero. Hue, la capital imperial, fue asediada por los franceses, y, tras 46 días, retomaron su control el 7 de febrero. Con la caída de la resistencia en Nam Dinh, el 11 de marzo, se puede decir que los franceses habían conseguido sus objetivos militares.
El avance de las tropas francesas no sirvió, como Moutet había argumentado (pero, claro, Moutet, como buen político, y como buen francés, no decía una verdad ni de casualidad) para abrir nuevas negociaciones; sirvió, sobre todo, para que el almirante D'Argenlieu y los conchinchinos político-militares de Nam Herria comenzasen una campaña de opinión por tierra, mar y aire, destinada a revestirse de la vitola de luchadores contra el comunismo. En realidad, lo que buscaban el alto comisario y su principal asesor, Leon Pignon, era manchar de mierda primero a los comunistas, para poder manchar después a aquello que se había acordado con ellos. A principios de febrero de 1947, en efecto, D'Argenlieu ya estaba declarando, a todo periodista que le colocaba un micrófono debajo del belfo, que, en su opinión, el acuerdo del 6 de marzo y el modus vivendi eran papel mojado; pues no dejaban de ser pactos acordados con unos sucios comunistas mentirosos que todo lo que querían era apuñalar a la Gran Francia por la espalda y acabar con las justas reivindicaciones de la Conchinchina Foral.
El anticomunismo, por lo demás, tenía otro objetivo. Con fecha 14 de enero, el almirante D'Argenlieu había remitido a París un memorando en el que realizaba una propuesta muy clara: el regreso de la institución monárquica vietnamita. Para entonces Vinh Thuy, el nombre proletario adquirido por Bao Dai cuando había dejado de ser Bao Dai, estaba en Hong Kong llevando una vida de emérito en la que se ocupaba de lo que en realidad siempre le había interesado en la vida, es decir, la caza, los coches molones, las "sobrinas", todo eso. Cuando los emisarios de D'Argenlieu llegaron a la colonia británica y se entrevistaron con él, se encontraron con una persona básicamente renuente a hacerles caso. Bao Dai, mal que bien, vivía como dios en China; realmente, no tenía incentivo alguno para volver a sentarse encima del avispero vietnamita.
Al alto comisario no le fue mejor con lo que podríamos denominar los nacionalistas moderados. Habló con Ngo Dinh Diem y con Nguyen Manh Ha o Hoang Xuan Han; pero ninguno mostró el menor deseo de ser, por así decirlo, el nuevo doctor Thinh. En cuando al VNQDD o el Dong Minh, estaban básicamente exiliados en China; pero, estratégicamente, mostraban mucha más proclividad por acercarse al Viet Minh que por oponérsele.
La conclusión a la que llegaron Pignon y Torel, que eran quienes verdaderamente mecían aquella cuna, fue que la solución monárquica no estaba madura; pero eso no quería decir que, pasando el tiempo, no llegase a estarlo. En el ínterin, pensaron, lo que había que hacer era reconstruir el gobierno de Conchinchina tras la desgracia del doctor Thinh.
Tras muchos dimes y diretes y las típicas promesas de francés, que luego no se cumplirían, acabaron encontrando a otro médico pringao: el doctor Le Van Hoach, que ya era vicepresidente del Consejo de Conchinchina y algo así como gobernador de Cantho. Hoach era miembro del Cao Dai, de ahí su importancia. El otro gran candidato, el coronel Xuan, contaba con la hostilidad casi total de los representantes franceses en el Consejo conchinchino, que lo consideraban demasiado nacionalista. Hoach fue elegido presidente del gobierno conchinchino el 6 de diciembre; lo que provocó que Xuan, decepcionado y cabreado, se marchase a París, a dar por culo.
El 1 de febrero de 1947, una orden federal reorganizó lampedusianamente las competencias del gobierno conchinchino. Se cambiaron un montón de cosas; pero, en la realidad, el mando de aquel organismo no dejó de ser meramente teórico.
Todo aquel montaje de Conchinchina Herria fue cosa de D'Argenlieu. El almirante se sentía tan pletórico y, probablemente, se decía a sí mismo tan necesario, que ni siquiera se molestó en consultar con Moutet. En París se encontraron todo el merdé montado a posteriori; y aquello fue la gota que desbordó el vaso de la paciencia del gobierno Blum. D'Argenlieu fue llamado a París para consultas.
En el gobierno francés eran varias las formaciones políticas que estaban inquietas o, directamente, cabreadas con la política del alto comisario. Con el tiempo, además, se iba perfeccionando la información sobre las circunstancias en las que se había producido la ruptura con el Viet Minh y, aunque el francés por lo general no ha nacido para la autocrítica, comenzaban, algunas personas en la alta administración gabacha, a darse cuenta de que no todo en aquel follón había sido la aleve y traicionera actuación de unos comunistas a sueldo de Moscú buscando socavar los cimientos de la democracia francesa.
En enero de 1947, por lo demás había habido novedades de importancia. El gobierno Blum había caído y había sido sustituido por un ejecutivo Ramadier. Este nuevo gobierno se apresuró a declarar, el 21 de enero, que “Francia no temerá ver realizada, si ése es el deseo de la población, la unión de los tres ky annamitas, ni se opondrá a admitir la independencia de Viet Nam en el ámbito de la Unión Francesa y de la Federación Indochina”. Esto suponía retomar la idea de negociación con los representantes legítimos del país. Eso sí: ¿quiénes eran éstos? Comunistas y SFIO tenían claro que era el Viet Minh. El MRP y la mayoría del RGR, sin embargo, lo rechazaba, por considerar que la “traición del 19 de diciembre” los había descalificado.
Lo que sí estaba claro es que en un gobierno de identidad básicamente socialista, D'Argenlieu no podía seguir siendo el alto comisario conchinchino. Ya en enero, antes de dimitir, Blum le había ofrecido el puesto al general Leclerc. El general no dijo que no; pero dijo que, si era alto comisario, debería tener una serie de atribuciones y poderes que el gobierno se negó a garantizarle, por lo que dijo que mejor se quedaba en su casa. Una vez que Leclerc salió de la foto, se llegó a una situación en la que cada partido quería un alto comisario de su cuerda.
En esas circunstancias, todo estaba maduro para proceder a un nombramiento no muy serio, buscando un candidato que no fuese muy conas pero tampoco muy activo; la típica persona con la que puedes ganar tiempo mientras te defines. El elegido fue Émile Bollaert, un miembro del grupo radical-socialista en el Consejo de la República. El 5 de marzo, lo nombraron alto comisario de Francia en Indochina.
Bollaert había sido delegado del general De Gaulle en la Francia ocupada. La Gestapo lo había pillado y lo había deportado a Dora. Tras su liberación en 1945, había sido prefecto del Ródano y comisario de la República en Estrasburgo. En corto, pues: no había visto un chinorri en su vida. De hecho, su vocación indochina era tan limitada que fue nombrado con la condición de que su misión sería provisional, de unos seis meses. Su función era realizar la integración de los Estados de la zona en la Federación Indochina y la Unión Francesa; por lo tanto, la orden fundamental que portaba del gobierno era que debía buscar y reclutar a la clase dirigente vietnamita que se aviniese a tratar con los franceses en esas condiciones. Las izquierdas del gobierno, socialistas y comunistas, habían conseguido del MRP la aceptación del principio de que no se podía descartar a priori una negociación.
Francia tenía un margen de maniobra en este sentido. Los acuerdos del 6 de marzo establecían que la soberanía le sería entregada a un gobierno vietnamita que incluyese todas las sensibilidades presentes en el país. La progresiva deriva del Viet Minh hacia un movimiento comunista clásico, con dominación absoluta del gobierno, hacía que los franceses pudieran ponerse un poco de canto con el tema de la entrega de poderes. Por otra parte, estaba la situación de desestabilización, de guerra civil larvada, que, según los franceses, justificaba una presencia militar francesa masiva y relativamente dilatada (varios años). Sin embargo, en buena medida la implantación militar francesa había alcanzado ya su máximo logístico; ampliarla era complejo.
De todos los frentes que presentaba el asunto indochino, el diplomático era el más complejo para Francia. La opinión pública mundial cada vez estaba más del lado de los vietnamitas. Ese alto porcentaje de los seres humanos, y el 100% de los periodistas, que tiende a leer el mundo en términos de malos malísimos y buenos buenísimos, estaba, cada vez más, decidiendo cuál iba a ser su percepción. Así las cosas, para Francia, ahora que la situación militar en Viet Nam parecía calmada, sonaba una especie de última hora para conseguir una solución viable y adecuada.
En su favor, los franceses tenían la fatiga de material que exhibía el Viet Minh. Por mucho que Ho Chi Minh se había empeñado en aparecer como una especie de sacerdote no violento de la independencia, el Viet Minh había sometido a sus compatriotas a una situación de movilización permanente y, lo que es peor, había tenido que quitarse literalmente la careta en lo que se refiere a la represión de los enemigos políticos. Todo ello sumándose el hecho de que en las zonas donde gobernaba había pasado lo que suele pasar cuando gobiernan los comunistas: desaparición de la prosperidad, falta de suministros; hambre.
En esas circunstancias, el discurso aguas adentro del Viet Nam (sólo allí; los periodistas extranjeros, por lo general, ni lo olieron), viró. De ser los nacionalistas los que trabajaban al dictado de un tercero (los japoneses en la guerra, los franceses después), fue el Viet Minh el que pasó, en muchos círculos sobre todo intelectuales, a ser quien quería imponer un modelo extranjero: el modelo de la Konmintern.
Que estas reflexiones no iban mal tiradas lo demuestra que se producían en el seno del Viet Minh mismo. Los más moderados comenzaron a atacar abiertamente la estrategia del patadón p'alante de los de Avanzar sin Transar.
Los días 11, 14, 18 y 20 de marzo de 1947, en otras tantas sesiones, la Asamblea Nacional debatió a fondo el tema de Indochina. El origen del debate fue la presentación de un largo informe de Marius Moutet. Este informe contenía pruebas bastante incontestables de la “traición” cometida por el Viet Minh el 19 de diciembre; aunque no hubo pruebas de que el gobierno en sí estuviese implicado. Esta falta de pruebas se utilizaba para argumentar que los problemas del 19 de diciembre no podían ser un obstáculo para iniciar negociaciones con Ho Chi Minh; que, la verdad, el argumento es un meconio de la hostia, pero ya se sabe que los políticos retuercen lo que tengan que retorcer para arrimar el ascua a su sardina. Moutet, al parecer, se quedaba tranquilo responsabilizando de la agresión al “ala izquierdista” del Viet Minh (el típico "te mató la bala, pero no la pistola" de toda la vida).
Este informe, sin embargo, sólo representaba a la minoría social-comunista, que era la más numerosa, pero minoría. Las izquierdas, obviamente, rechazaban la alianza con las derechas (no es no); y sabían que con los radicales sólo podían acordar algunos puntos concretos, pero no un programa de gobierno. Así las cosas, sólo les quedaba el MRP, que tenía otra visión diferente sobre el tema indochino. A todo esto hay que unir el hecho de que en el propio seno de la SFIO había muchos miembros que estaban, en el asunto de Viet Nam, mucho más cerca del MRP que de los comunistas. En estas circunstancias, cuando Ramadier se dirigió a la Asamblea el 18 de marzo para exponer su política indochina, hizo un discurso lleno de lugares comunes, en plan nosotros no podemos condenar a un pueblo entero, les tenemos que dar la libertad, todas las manos todas, amigo vietnamita, laralá, lariló. Qué iba a hacer, el pobre si, mutatis mutandis, no tenía ni puta idea de cómo arreglar aquella cisterna.
Aquella colección de lugares comunes y frases de novelista becario, sin embargo, hizo su labor donde tenía que hacerla: en Hanoi. Allí, los ecos de aquel discurso, junto con la marcha del odiado D'Argenlieu, convencieron a los vietnamitas de que París iba a negociar con Ho Chi Minh, sí o sí.
No sé cuántas veces lo he escrito ya en estas notas: hay gente que nunca aprende.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario