viernes, junio 20, 2025

Vie Nam antes de Viet Nam (38): Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

  



El 28 de octubre, en medio de la pasión general, se abrió en el Teatro Municipal de la ciudad de Hanoi la Asamblea constituyente en su segunda sesión. Asistieron 210 diputados, de los que apenas unos veinte eran de la oposición; el resto estaban en el maco; eso nos da un balance de 50 ausentes, que se dice pronto.

El 31 de octubre Ho Chi Minh, en un gesto negriniano, que es la versión española republicana de lampedusiano, presenta ante la Asamblea la dimisión de su gobierno. La Asamblea, entre grandes aplausos, le agradeció al presidente ese gesto democrático (ejem...) y luego pasó a votar la declaración de Ho Chi Minh como Primer Ciudadano de Viet Nam y, para sorpresa de absolutamente nadie, encargarle la formación del nuevo gobierno. En tres días, Ho tuvo listo su gobierno que, aunque os sorprenda, obtuvo a la primera la confianza de la cámara.

En este Ejecutivo, Ho, además de la presidencia, retuvo, obviamente, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el verdaderamente importante en ese momento; días después nombraría secretario de Estado de Exteriores a su fiel Giam. En la práctica, pues, Ho asumía personalmente, con la ayuda de su confidente, las negociaciones con París.

En materia militar, el núcleo duro del Viet Minh se quitó ya la careta y se dejó de organismos paralelos, lo cual quiere decir que colocó a Giap al frente del ministerio, con Ta Quang Buu de subsecretario. Para guardar las formas, algo que el Viet Minh hacía en cada paso que daba, el ministerio del Interior fue adjudicado a un teórico político sin carné: Huynh Thuc Khang, aunque el subsecretario sería Hoang Huu Nam, algo que venía a garantizar que todo quedase en casa. Phan Van Dong fue colocado como subsecretario de Economía Nacional.

El mensaje que quiso lanzar, y lanzó, Ho Chi Minh era claro. Si el gobierno de marzo había sido un gobierno de consenso nacional, éste de noviembre seguía siendo un gobierno de unidad, un presunto constructo multipartidario; pero ya no estaba construido desde la confluencia con todo dios, sino desde el Lien Viet; es decir, por expresarlo en términos españoles, desde el Frente Popular que el Viet Minh sabía que podía controlar, pues estaba formado por ellos mismos, aquéllos de sus amigos a los que no les gustaba decirse comunistas o a los que se les había pedido que disimulasen, y los típicos católicos despistados de siempre que, muy pocos años después, colonizarían el concilio Vaticano II. Nada de VNQDD, nada de Dong Minh. Los comunistas habían pasado ya a la segunda fase, ésa en la que empiezan a decir que anarquistas, socialrrevolucionarios y mencheviques son, en realidad, zaristas emboscados, y que merecen el destino de los Romanov. Nguyen Toung Tam, Nguyen Hai Than y Vu Hong Khanh estaban huidos en China y, en la práctica, neutralizados. Aunque todavía quedaba gente en el interior dando por saco, como el doctor Truong Dinh Tri, ni siquiera fue encarcelado; directamente, lo multiplicaron por cero. Otro nacionalista muy cercano a los chinos, Nghiem Ke To, también había desaparecido del panorama. Y en cuanto a Vin Thuy, de soltera Bao Dai,, el Viet Minh decidió mantenerlo de jarrón vietnamita, en la cúspide del perfectamente inútil Consejo Supremo.

Formalmente, el nuevo gobierno vietnamita tenía muchos miembros y adherentes que figuraban como personas sin partido. Pero, no en su inmensa, sino en su total mayoría, eran todos eso que se ha dado en llamar fellow travellers, es decir, pagafantas políticos que blanqueaban la imagen del comunismo haciéndolo parecer un movimiento abierto a otros, cuando en realidad eran los otros los que estaban abiertos a él. Bardemes y gonzalomirós de la vida, pues. Ho, además, colocando en muchos puestos a los hombres de París y de Dalat, gentes que por lo tanto tenían la vitola de haber sido leales negociadores con el pérfido francés, quería dar la imagen de que aquel era un gobierno de moderados; es decir, más o menos la misma imagen que Stalin quiso dar al mundo cuando, en su lucha contra Trotsky, lo bautizó como líder de la “oposición de izquierdas”, como queriendo hacer creer que él era de derechas. Todo esto podía convencer a mucha gente salvo, claro, aquéllos que estuviesen bien informados de la marcha de las conversaciones; unas conversaciones en las que los vietnamitas se habían mostrado casi tan intransigentes como los propios franceses. Aunque no tuviesen una presencia legal, los elementos más intransigentes dentro del movimiento vietnamita, los Hoang Quoc Viet (AKA Ha Ba Cang), Nguyen Luong Bang, Tran Huy Lieu o Truong Chinh (AKA Dang Xuan Khu), mandaban más que muchos ministros.

El 9 de noviembre, de los 242 miembros presentes en la Asamblea, 240 votaron a favor el proyecto de Constitución sin que, la verdad, y por mucho que lo he intentado averiguar, os pueda decir quiénes fueron los dos cuerpoescombro que no votaron o votaron en contra, y qué les pasó. La nueva carta magna vietnamita afirmaba la unidad del país, extendiendo por lo tanto su gobierno y su administración por la Conchinchina; y establecía la plena soberanía del Estado vietnamita, incluso en las materias que los franceses querían ver en manos del órgano federal. Sin embargo, el 14 de noviembre, en la clausura de su segundo periodo de sesiones, la Asamblea votó aplazar la entrada en vigor de la Constitución o, si lo preferís, se hizo un Puigdemont. Se juzgó que el momento no era propicio para celebrar unas nuevas elecciones, razón por la cual se nombró una Comisión permanente de 15 miembros que sería el hilo de vinculación con el gobierno, al que se le autorizó expresamente a gobernar por decreto. El sueño húmedo de Pedro Sánchez, pues.

En la práctica, pues, el Lien Viet, que es una forma de decir el Viet Minh, que es una forma de decir los comunistas vietnamitas, acababan de formalizar su dictadura. El guion se iba cumpliendo razonablemente.

El primer problema de categoría al que se debió enfrentar el nuevo gobierno dictatorial del Viet Nam libre se presentó en Hai Phong. Ahí habréis de recordar que se había producido un grave incidente en agosto. Fue muy grave, como digo, pero aun así Giap, que era quien debía gestionar la situación por parte vietnamita, decidió no hacer nada. Da la impresión de que el brazo armado de Ho Chi Minh llegó a a autoconvencerse de que de Fontainebleau los vietnamitas iban a volver con todas sus reivindicaciones atendidas, por lo que decidió esperar y ver. Como hemos visto, eso no pasó, y el resultado de todo ello fue que los vietnamitas, a ojos de los franceses, no es que no colaborasen en la lucha contra el contrabando costero, sino que se habían convertido en parte de él.

El contrabando en la costa de Hai Phong, dirigido por los chinos, tenía las dimensiones que tienen los temas que gestionan los chinos. Era tan brutal que había roto los mercados legales y amenazaba con tumbar el valor de la piastra, que en Hong Kong, por ejemplo, se cambiaba a un valor que era la séptima parte de cambio oficial. Y, sin embargo, los franceses luchaban contra él en solitario, ante la básicamente inexplicable indiferencia de los vietnamitas.

Ante el hecho de que el contrabando, y el control que establecía sobre las costas, hacía peligrar incluso la llegada de arroz suficiente al Tonkin, el general Morlière, siguiendo para ello instrucciones precisas de Saigón, anunció el 10 de septiembre que, desde el 15 de octubre, estaría en vigor un sistema de control aduanero. Este sistema se combinaba con el lanzamiento de patrullas navales costeras para acabar con la piratería.

El modus vivendi salido de Fontainebleau establecía que, en materia aduanera, ambas partes crearían una comisión de coordinación y tomarían decisiones conjuntas. Pero no podemos hablar de movimiento unilateral francés, porque no hubo tal. Saigón hizo todo lo humanamente posible para adjuntar al gobierno de Hanoi a su política anti contrabando; pero fueron los vietnamitas los que se pusieron de canto. Aunque bien es verdad que los franceses estaban interpretando el acuerdo aduanero a su manera, pues tendían a defender que había sacralizado la existencia de una sola aduana federal (que ellos pensaban controlar, puesto que el comercio conchinchino era mucho más intenso), lo cierto es que esta vez no faltaron por su parte ofertas a los vietnamitas, y que fueron éstos quienes las rechazaron.

El día 10 de octubre, M.R. Davée, delegado del comisario federal de Asuntos Económicos para el Norte, firmaba y publicaba la denominada circular HCF 3012 AE, que regulaba la puesta en marcha del control aduanero del 15. Se prohibía la exportación libre y sin licencia de carbón, cemento, minerales, metales, madera y, por supuesto, el arroz y sus derivados, sal, papel, y otras muchas cosas. Por lo demás, lo cobrado por las exportaciones, ahora objeto de licencia, debería ingresarse en la Oficina de Cambios, en divisas; la Oficina reembolsaría la cantidad en piastras (al cambio oficial, obviamente).

Grosso modo, la circular venía a situar dentro de su perímetro al 85% de las ventas exteriores del Tonkin. Es decir, era una OPA en toda regla sobre la economía exterior de eso que con los años conoceríamos como Viet Nam del Norte. Las importaciones, por su parte, eran sometidas en su totalidad a régimen de licencia previa.

La medida fue drástica; pero, como todas las medidas drásticas, valientes y acertadas en economía, tuvo efectos inmediatos. En apenas 48 horas, las que van del 14 al 16 de octubre, los comerciantes y, sobre todo, los especuladores de moneda chinos (que, habitualmente, tenían doble oficio) se quedaron sin negocio. En esos dos días, el dólar hongkonés perdió la mitad de su cotización.

Pero, claro, la lógica económica y el acierto no es que no sea el más importante de los elementos de juicio en política; es que muchas veces, ni se considera (véase, sin ir más lejos, el debate español en torno a las pensiones). Los vietnamitas pusieron pies en pared, en una política evidentísima de Gata Flora, para la que no les faltaba el apoyo incondicional de muchos de los de siempre (o sea, los periodistas que pontificaban en sus columnas sobre política aduanera, siendo lo cierto que no suelen distinguir un arancel de un trilobites homosexual). El gobernador interino de Hanoi, Huynh Thuc Khang, le envió al general Morlière una nota de protesta en la que le reprochaba a los franceses una “violación flagrante de la soberanía de Viet Nam” que estaba muy lejos de ser cierta; primero, porque las autoridades vietnamitas habían dejado el espacio libre al decidir que el problema de las costas de Hai Phong infestadas de delincuentes que hacían de su capa un sayo no les concernía; y, segundo, porque ni siquiera los acuerdos de Fontainebleau habían sacralizado el concepto de que la política aduanera formase parte de la soberanía vietnamita. Pero, vaya, que cuando vas por la vida de palestino, siempre tienes la razón pase lo que pase.

Ho Chi Minh conocía el conflicto de Hai Phong desde su regreso a Viet Nam; sin embargo, no quiso hacer del tema un enfrentamiento, convencido como estaba de que se podía resolver en el marco del modus vivendi. El 29 de octubre, justo antes del inicio de la vigencia del acuerdo, ordenó la convocatoria inmediata en Hanoi de la comisión mixta sobre aduanas y comercio exterior. El tema, sin embargo, se emputeció muy rápidamente, pues los franceses discutieron la convocatoria dado que, como ya sabéis, su idea y deseo era que la mayoría de las comisiones tuviesen sede en Dalat, población que cada vez más parecían considerar como algo así como la sede de las instituciones federales indochinas concernientes al Viet Nam. Esta intención provocó reacciones violentas en Hanoi por el alto significado que se le adjudicaba. A esto no colaboraba precisamente la actitud de los nacionalistas quienes, con sus críticas más o menos clandestinas, mantenían al Viet Minh en alerta máxima en prácticamente todas sus acciones y movimientos. Convertida en clandestina en la práctica, la oposición hizo lo típico de los clandestinos, que fue distribuir bulos, como aquél que sostenía que los estadounidenses estaban a punto de promover y apoyar un regreso de Bao Dai. Por supuesto, la inminencia de una acción armada francesa estaba en boca de todos.

El 9 de noviembre se reunió el Comité Central del Frente Viet Minh para estudiar, fundamentalmente, una exposición de Trinh Van Rinh, subsecretario de Economía y Finanzas sobre la política económica que debería desplegar el gobierno. Van Rinh, como Giap, era un revolucionario convencido de que la paz y el acuerdo permanente con los franceses era imposible. Puesto que entendía que el enfrentamiento frontal con Francia era inevitable, Rinh no creía en el principio de “independencia y alianza” que, cuando menos formalmente, defendía Ho Chi Minh. Lejos de ello, Van Rinh, que en esto era un franquista de libro, consideraba que lo que Viet Nam tenía que construir era una autarquía. Debía depender de sí mismo, y para ello, adelantándose bastantes décadas a la Agenda 2030, sostenía que los vietnamitas debían regresar a una vida simple; sostenible, diríamos hoy. En realidad, entonces como hoy en día, la idea de fondo era: que tenían que decidir ser pobres, para así consumir menos y necesitar menos producción y menos de todo. Todo ello, por supuesto, factor común economía centralizada, control público de absolutamente todo, cuando no propiedad directa del Estado de los medios de producción, monopolio estatal del comercio exterior, ese tipo de cosas que siempre trae aparejadas el comunismo, y que han funcionado como han funcionado en absolutamente el 100% de los países en los que se han aplicado.

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