miércoles, junio 18, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (36): Maniobras orquestales en la oscuridad




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

 

Efectivamente: como ya había ocurrid en Dalat, el verdadero problema de la conferencia de Fontainebleau, el auténtico elefante en la habitación, fue el tema conchinchino. En la sesión negociadora del 26 de julio, Duong Bach Mai lo dejó bien claro al declarar: “la cuestión de los tres ky es fundamental para esta conferencia, dado que si, de una manera o de otra, Conchinchina resulta ser separada del resto de Viet Nam, no existirá vía alguna para que vietnamitas y franceses lleguemos a un acuerdo”.

El ambiente para los franceses era más que evidente. Para cuando Fontainebleau comenzó sus sesiones, tanto el gobierno como el parlamento surgido de las elecciones estaba siendo asediado por telegramas y cartas enviados por franceses saigoneses que no es que demandasen la autonomía de una Conchinchina francesa, sino que incluso protestaban por haber recibido a Ho Chi Minh en París, puesto que, decían estaba lejos de ser el representante de los vietnamitas, y lo era sólo de una minoría violenta.

Una oposición parecida la realizaba el almirante D'Argenlieu desde Saigón, a donde había regresado. En opinión del alto comisario, resultaba de todo punto irregular tener abierta una conferencia que era susceptible de rediseñar la estructura y suerte de la Federación Indochina sin que en la misma estuviesen presentes ni Laos, ni Camboya. Por eso, el 25 de julio anunció la celebración en Dalat, el 1 de agosto, de una conferencia relativa a la Federación Indochina. D'Argenlieu, claramente, estaba jugando a carta de un entorno geopolítico en el que el resto de los Estados implicados tenían cierta prevención hacia un Viet Nam demasiado grande, demasiado unido y, consecuentemente, con vocación de liderazgo regional. A camboyanos y laosianos el debilitamiento de Viet Nam por la vía de arrancarle su terreno más productivo y eficiente les parecería una idea bastante razonable. El anuncio se produjo unas horas antes de la declaración antes citada de Bach Mai y, probablemente, no fue ajeno a la misma. D'Argenlieu, por otra parte, enrabietó a los propios franceses con su decisión. Moutet le había conminado especialmente a estarse quietecito y no pisar el charco durante Fontainebleau; no obstante, el almirante tiró por su cuenta.

Cuando Bach Mai había sacado a pasear el cabreo conchinchino de la delegación vietnamita, Max André, el presidente de la conferencia, se había limitado a contestarle con la típica declaración política sin valor, en plan el tema conchinchino no forma parte de las discusiones de la conferencia, y tal. Pero le dio igual. El 1 de agosto, Bach intervino de nuevo.

Duong Bach Mai era una persona muy ideologizada y, sobre todo, enormemente pasional. El tipo que nunca querrías que te precediese en un mitin, porque, si lo hace, difícilmente evitarás que el público tenga la sensación de que tú eres un nenaza sin discurso. Por otra parte, el dirigente vietnamita de apellido barroco era un podemita total, en el sentido de que respondía al retrato-robot del izquierdista español average: hijo de familia muy acomodada (sus padres eran terratenientes), había tenido una estupenda educación, primero en Saigón, y luego en la Universidad de París. Esto quiere decir que hablaba muy bien; y en Fontainebleau lo demostró.

El 1 de agosto, a la vista de que, como os he dicho, los franceses no ofrecían sino disculpitas del niño Jesús, tomó el micrófono para decir: Nosotros nos encontramos aquí y ahora ante la siguiente alternativa: o bien son las autoridades francesas de la Conchinchina las que deciden la suerte de la Conchinchina, del Annam meridional, de las mesetas altas y sobre el estatuto de la Federación Indochina, en cuyo caso la convención de 6 marzo no tiene ningún valor y para nosotros tampoco lo tiene esta conferencia. O bien decidimos que hemos de aplicar la citada convención de 6 de marzo, en cuyo caso el ´único foro para discutir estos problemas es esta propia conferencia de Fontainebleau. Todos nosotros [los vietnamitas] tenemos el deber de superar esta situación equívoca, y es por eso que hemos decidido suspender nuestros trabajos en esta conferencia hasta que el mentado equívoco se resuelva.

Con esta declaración del Viet Minh, la conferencia de Fontainebleau comenzó a capotar de forma muy grave. Y las cosas pronto se pusieron peor. El 6 de agosto, con los negociadores vietnamitas en plenos morritos, llegó la noticia de un ataque en Bach Ninh en el que el objetivo fue un destacamento francés, con varios muertos. Esta noticia dio todos los argumentos a los que defendían la idea, que desde luego estaba lejos de poder ser fácilmente desmentida, de que Ho Chi Minh no era sino un Arnaldo Otegui de la vida, un violento que se protegía con la pelliza de digno negociador político, que estaba jugando ese doble juego del árbol y las nueces al que estamos tan acostumbrados en España.

Mientras tanto, en Dalat, las cosas iban como la seda para el almirante D'Argenlieu. Allí reunidos, conchinchinos, laosianos y camboyanos no hicieron sino avalar las posiciones de partida que les plantearon los franceses. Las resistencias no eran respecto del qué, sino del cómo. Francia proponía la creación de una especie de gobierno federal, algo que se parecía mucho a la ya vieja administración del general Decoux; pero algunos asistentes, sobre todo jémeres y conchinchinos, consideraban que ese montaje sería demasiado costoso.

El coronel Xuan dirigía la delegación conchinchina. Durante un cóctel que se celebró el 4 agosto realizó una de ésas ruedas de prensa espontáneas de jardín. Allí dijo, sin cortarse un pelo, que la autonomía de la Conchinchina no era una cuestión nacional y, más aún, dijo que “no existía por nuestra parte oposición a la unión de los tres ky si el gobierno de Hanoi no fuese tan de izquierdas”.

En Dalat, por otra parte, la noticia de la suspensión de la conferencia de Fontainebleau se recibió con grandes alharacas por parte francesa. Al fin y al cabo, no dejaba de ser sino lo que D'Argenlieu estaba buscando que ocurriese. Para el almirante era fundamental ganar tiempo en ese momento, porque tenía una estrategia diseñada. Quería recuperar la nación de los moïs, para pasar después a las tres regiones montañosas del Tonkin, es decir Thai, Tho y Nung. Es decir, buscaba dominar básicamente la franja costera de Annam y dejar, con ello, aislado al delta del Tonkin. Con esa presencia en Tonkin y en Hue esperaba poder presionar seriamente a los Viet Minh de Hanoi; no quería aplastarlos, puesto que sabía que eso era imposible. Pero lo que sí quería era tener una posición lo suficientemente fuerte como para poder imponer sus postulados.

Para todo esto, D'Argenlieu también necesitaba que su gobierno en París estuviese alerta y un tanto acojonado. Por eso, ya el 2 de agosto había enviado a París un memorando en el que venía a decir que la Unión Francesa corría un serio peligro de dislocación si el tema vietnamita se negociaba mal. Y, consecuentemente, él mismo había propuesto a París que suspendiese la conferencia de Fontainebleau para así dar tiempo a una Francia en modo constitucional para que se consolidase y estuviese en condiciones de ocuparse de aquello como era debido.

Los políticos de la metrópoli, sin embargo, no tragaron. El análisis que se había hecho en el gobierno era relativamente sencillo: para una Francia que tenía cosas mucho más importantes en las que centrarse, pues estaba nada menos que construyendo la nueva república, lo fundamental era llegar a algún acuerdo viable con aquellos chinorris, para así quitarse de la agenda de temas pendiente el temita vietnamita de los cojones. Viet Nam era un tema muy costoso para Francia, tanto en pasta como en hombres y recursos; y eso había que resolverlo ya.

Por ello, Max André se dirigió el 9 de agosto a los vietnamitas para hacerles saber que, para el gobierno francés, la segunda conferencia de Dalat no era sino un mecanismo de consulta de opinión a las otras poblaciones de Indochina. Los vietnamitas, que habían anunciado un tanto teatralmente que Ho Chi Minh partiría de París el 14 de agosto, se mostraron dispuestos a retomar las conversaciones, mientras el líder anulaba el viaje.

Con el ambiente teóricamente recuperado, el 10 y 12 de agosto, el Comité de Interministerial para Indochina se reunió. Las cosas como son, el ministro Charles Tillon, que era el miembro comunista del Comité, no asistió. Los socialistas sólo eran dos (Moutet y Jules Moch). El resto eran o miembros del MRP o funcionarios coloniales. Con esta composición, el Comité se puso a trabajar en una declaración que centrase las cosas.

Lo primero que constató ese borrador es que, a juicio de los franceses, el tema estaba muy verde para un acuerdo definitivo. Así las cosas, decía, cabía aspirar a que Fontainebleau marcase los límites de una relación sincera y productiva entre franceses y vietnamitas que, con el tiempo acabase produciendo los acuerdos deseados.

El Comité, evidentemente, no daba ni un solo paso atrás respecto de la convención del 6 de marzo, que, ésta era la principal victoria estratégica, lógica, de los vietnamitas, se aceptaba como sacrosanto. Por lo tanto, se aceptaba la consideración de Viet Nam como Estado libre; pero, al mismo tiempo, se decía que la Federación Indochina gestionará o coordinará los intereses comunes de naturaleza económica, financiera y técnica. Así las cosas, preveía que cosas como las aduanas o la emisión de moneda serían competencias federales.

Más allá, el comité, que debo recordaros que no podía saber esas esas cosas, por así decirlo, puesto que la estructura y funciones de la Unión Francesa eran cosas que deberían definirse en una Constitución que todavía no existía, se atrevía ya a decir que tendría, entre sus elementos de soberanía, la coordinación diplomática y la defensa común, mediante la creación de un Estado mayor en tiempo de paz y la instalación de bases francesas. Además, establecía que el estatuto legal de los bienes franceses en Viet Nam no podría ser modificado sin mediación de un acuerdo entre las partes. Por último, en el aspecto más espinoso del acuerdo del 6 de marzo, es decir la interpretación de la idea del referendo, consideraba que éste se celebraría en Conchinchina, es decir, que la decisión no sería de todos los vietnamitas, sino de los ky separadamente.

El 14 de agosto, el consejo de ministros, quizás pensando que con eso resolvería el problema que le molestaba en el zapato, aprobó aquella nota y, esa misma tarde, se la remitió a los vietnamitas.

Al día siguiente, 15 de agosto, la publicación Franc-Tireur publicó una entrevista que Charles Ronsac le había hecho a Ho Chi Minh. En la misma, el líder del Viet Minh dice una cosa que os va a encantar: “La Conchinchina, tanto étnica como históricamente, forma parte de Viet Nam, exactamente igual que Bretaña o el País Vasco forman parte de Francia”. Eso sí, decía, como su punto de vista parecía contestado, estaban dispuestos a estar al resultado de un plebiscito que, por supuesto, ellos colaborarían a organizar. El resto de la entrevista era buenismo puro: “Nosotros hemos venido a hacer la paz”; “Si no podemos olvidar el mal que nos ha hecho Francia, tampoco podemos olvidar las cosas buenas. Nosotros necesitamos a Francia en los dominios cultural y económico”. O sea: quiero independencia, pero los fondos Next Generation, que sigan fluyendo, claro.

El 18 de agosto, Marius Moutet estaba en La Rochela a causa de sus mierdas de político. Allí hizo un discurso en el que decidió referirse al tema de Fontainebleau, y admitió que el tema de la Conchinchina seguía siendo el tema que definía si la lata se iba a abrir o no. Pero como sabía delante de quién estaba (en aquel mitin no había nadie de ojos rasgados, por así decirlo), dejó bien claro en su discurso que “la Conchinchina es una colonia francesa”; tal vez porque pensaba que, si los ingleses se lo podían hacer a los españoles en su puta cara, por qué ellos no iban a poder hacérselo a unos chinorris incultos. Y advirtió: “una política de paz no puede desarrollarse al mismo tiempo que una política de terrorismo” (noniná). Fue un mensaje más o menos en clave: trataba de decirle a Ho Chi Minh que era bien consciente de su doble juego, y que si se ponía gitano, lo mismo lo destapaba.

Lo que es obvio, y si tengo que explicároslo a estas alturas del relato es que vais muy flojitos para el examen, es que a los vietnamitas la nota del gobierno francés no les gustó ni poco ni mucho. Por ello, se aplicaron a redactar su contra nota, que enviaron el 25 de agosto. Sí, les costó bastante tiempo, a pesar de que tenían las ideas obviamente muy claras, porque eran conscientes de que tenían que guardar ese ten con ten que su propio líder había mantenido durante su entrevista periodística. Tenían que ser firmes al colocarse en sus posiciones; pero sin parecer violentos ni cabrones.

Para empezar, en una cosa los vietnamitas estaban con la nota gubernamental. Ellos también habían decidido que el único acuerdo posible en ese momento era un acuerdo limitado. Pero ahí terminaban las identificaciones. El acuerdo, dijeron, debía de centrarse en tres objetivos: salvaguardar los intereses franceses; garantizar la independencia de Viet Nam; resolver el tema conchinchino mediante la fijación de la fecha de un referendo. Pero,, eso sí, los vietnamitas no estaban dispuestos a verse pillados por el concepto de un acuerdo provisional. Querían garantías.

Sí. Querían garantías. De unos franceses. Hay gente que, por muchos libros que lea, nunca aprende.

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