viernes, noviembre 08, 2024

Mao (47): La revolución anticultural

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 


En una cosa Mao innovó respecto de Stalin: creó un departamento administrativo para coordinar las purgas. Se llamó Pequeño Grupo para la Revolución Cultural, y fue creado a finales de mayo de 1966. Lo presidía Madame Mao y tenía como director a Chen Bo Da y como principal asesor a Kang Sheng.

Lo primero que hizo este grupo fue escalar el culto a la personalidad de Mao. El diario del Pueblo publicaba diariamente una colección de citas suyas. Se imprimieron 1.200 millones de retratos del líder, más que habitantes pues. Cada ciudadano, por lo demás, recibió un ejemplar del Libro rojo, que debía usarse en todo momento, llevarse encima, y ser citado en cualquier reunión.

En junio, comenzó el terror. Mao necesitaba un grupo social que ejercitara dicho terror; lo mejor, sin duda, era que fuese un grupo de personas que se creyese la polla de Montoya pero, al mismo tiempo, tuviese buena parte del disco duro todavía libre y por llenar. Así las cosas, acertadamente, eligió a la juventud.

A ver, no me entendáis mal. O sí; eso ya está en cada uno. La juventud está de puta madre. Es una etapa de la vida multiorgásmica, en la que te pones ciego de salchichas frías de la noche anterior y tu estómago ni lo nota; una etapa de la vida con escasas obligaciones y dulces perspectivas. A todo el mundo le gustaría volver a ser joven, y tal, hasta el punto que hay gente, bastante patética, que se pasa toda la vida intentando seguir siendo joven. Pero aquéllos de vosotros que seáis jóvenes tenéis que reconocer que no sois, precisamente, los humanos más reflexivos. Si ya de por sí el joven, considerado individualmente, suele ser alguien obviamente falto de experiencia para juzgar el mundo, cuando se presenta en conjuntos llamados pandillas, juventudes de partido, asambleas de Políticas o escraches, su irracionalidad rompe las escalas. Las patotas de jóvenes son tan irracionales que, en el momento presente, asistimos al curioso espectáculo de que, cada vez que un gobierno hace una reforma seria del sistema de pensiones, reformas que se hacen para proteger los derechos futuros de los más jóvenes, las calles se llenan de protestas donde lo que más hay, son jóvenes. Jóvenes que, como digo, salen a la calle a impedirle a sus gobernantes que les defiendan.

El joven, junto con el trabajador no cualificado y sin estudios, era la audiencia preferida de Göbels: enuncia un problema muy complejo y, acto seguido, propón una solución muy sencilla. Y, a los ojos de Mao, presentaba la ventaja de que es, además, el colectivo que menos se para a pensar las burradas que está haciendo.

Los estudiantes fueron compelidos a denunciar a sus profesores. Ahí nació la pulsión de revertir el esquema tradicional por el cual el maestro está por encima del educando, pulsión que permanece, de diversas formas, hasta nuestros días. El maestro, enseñando cultura, lo que hacía era envenenar las cabezas de los virginales jovenzanos, arrastrándolos hacia los prejuicios burgueses. El instrumento máximo de la represión magistral era el examen, que fue abolido (y, de hecho, en Mayo del 68 ésta sería una propuesta estrella).

Al ir a por los profesores y maestros, Mao actuaba contra los chinos más cultivados. El 2 de junio, un grupo de estudiantes de una escuela de Pekín colocó un póster en una pared de su colegio que firmaron con el nombre Guardias Rojos. Había nacido la Joven Guardia Roja, una organización que el maoísmo exportó a muchos países, entre ellos España. De hecho, la Joven Guardia Roja española, dirigida por una joven comunista llamada Pina López Gay, que se hizo muy famosa porque, ejem, estaba bastante buena (la comunista media, hace medio siglo, tiraba a craco), fue una organización a la que pertenecieron muchos más miembros de mi generación de los que ahora lo quieren reconocer. En mi facultad tenía fama de ser un sitio en el que se echaban muchos polvos, y no precisamente para matar cucarachas. Pero, claro, lo mismo se decía del cine-fórum de Agrónomos, y os puedo garantizar que allí pillar cacho no era pecado, sino milagro.

Mao quería a los estudiantes dedicados full time a la caza del desviacionista. Por eso, el 13 de junio decretó el fin de las clases. “¿Que se espera ahora que hagan los jóvenes estudiantes?”, se preguntó públicamente. Y se contestó: “saquear”.

Dicho y hecho. El 18 de junio, en la Universidad de Pekín se produjo la primera reunión masiva en la que aparecieron profesores y otros dirigentes universitarios humillados, con los rostros tiznados de negro y tocados con capirotes puntiagudos, en una estética que aparece en un montón de fotos de la época y que, por cierto, recuerda bastante a los sanbenitos de la Inquisición. Fueron obligados a ponerse de rodillas delante de la multitud vociferante de haters, luego fueron apaleados, y a las mujeres les metieron mano hasta por rincones de su cuerpo que no sabían que tenían. Si es que cuando escuchas o lees que el feminismo nació del marxismo, te tienes que reír. Por toda China, personas cultivadas, intelectuales de los de verdad (los de la Ceja estaban, y están, entre el público vociferante) comenzaron a suicidarse a puñados. Mao, mientras se preparaba todo esto, no estaba en Pekín. Hasta ese punto era un cobarde. Temía que Lin Biao no le controlase el ejército como esperaba, así que se pasó ocho meses viajando por China.

A finales de junio, Mao estaba ya listo para el siguiente escalón de sus purgas. Así que decidió volver a Pekín. El 16 de julio, sin embargo, paró en Wuhan, donde estuvo nadando horas en el Yangtze delante de miles de personas. Quería aparecer como un hombre físicamente poderoso de 72 años. El 18 de julio (ejem...) estaba en Pekín, donde mantenía reuniones frecuentes con el Pequeño Grupo, y diarias con su mamporrero Chou En Lai.

Estaba preparando lo que se conoce como Agosto Rojo. El día 1 de agosto, efectivamente, le escribió una carta al primer grupo de la Guardia Roja, llamándoles a ser crueles y a reventar a los enemigos del maoísmo. Esta carta fue conocida por el Comité Central del PCC, tras lo cual los dirigentes comunistas comenzaron a fomentar la creación de grupos de niños guardias rojos (porque vivimos en un mundo donde hay gente que te puede perorar durante horas sobre los niños soldados de las guerrillas africanas; pero que no tiene, literalmente, ni puta idea del uso que el maoísmo hizo de los menores para la violencia). Por toda China se multiplicaron los grupos de guardias rojos.

El primer asesinato se produjo el 5 de agosto en una escuela de niñas de Pekín; una escuela de muy alto nivel que solían atender las hijas de los altos dirigentes del Partido (entre otras, dos hijas de Mao habían sido alumnas). La especie de ama de llaves de la escuela, una mujer de 50 años con cuatro hijos, fue apalizada y maltratada por las alumnas, que echaron sobre ella agua hirviendo. Las alumnas hicieron un montón de ladrillos, luego fabricaron una especie de riendas, y obligaron a la mujer a cargarlos hacia un sitio u otro, a hostia limpia. Cuando cayó al suelo, comenzaron a fustigarla con cinturones terminados en hebillas metálicas, y luego a bastonazos. Hasta que la mataron, claro.

Ésta es Bian Zhongyun, la peligrosísima conspiradora capitalista (miembro del Partido Comunista) que se cargaron sus estudiantes. Fuente: Wikipedia.



El 18 de agosto, el propio Mao, vestido con uniforme militar por primera vez desde 1949, presidió en Tiananmen un encuentro monstruo de guardias rojos. Aquella fue la presentación al país de ese grupo de intelectuales selectos. Una de las asesinas de la escuela de chicas, Song Bin Bin, fue elegida para imponerle a Mao la banda de guardia rojo. En la ceremonia, Mao le dijo: “¡Se violenta!” La chavala (tenía 19 años) se cambió el nombre por Se Violenta, y su escuela fue renombrada Escuela Roja Violenta. 

Ésta es la imagen de la Wikipedia del momento de la imposición de la banda roja en el brazo de Mao.



[Curiosita la vida de Song Bin Bin. Acabó creyendo tanto en el maoísmo que aprovechó sus estudios de ciencias para irse a estudiar a Estados Unidos y sacarse un doctorado en el MIT. Tras trabajar algún tiempo en EEUU, volvió a China, pero como presidenta de compañías de capital británico; sin que representar al odioso capitalismo internacional, aparentemente, le provocase ningún rechazo. Cuando diversas investigaciones periodísticas y documentales recuperaron la memoria del asesinato de Bian Zhongyun, Song Bin Bin comenzó a decir que si ese día estaba viendo Netflix, y tal. El 12 de enero del 2014 participó en un acto en Pekín en el que pidió perdón por los actos de la revolución cultural. Ha muerto hace nada, el 16 de septiembre de este año. Lamento no ser creyente para poder desearle el Infierno].

A partir de ahí, en las escuelas y las universidades, las atrocidades se multiplicaron. Los guardias rojos de Pekín fueron enviados a todo el país a predicar la buena nueva entre otros haters de X como ellos. En cuatro meses, 11 millones de adolescentes tarados visitaron Pekín, y Mao apareció en otros siete encuentros en Tiananmen, donde se produjeron escenas de íntima sensibilidad.

Se ha dicho, y que yo sepa no hay nadie que lo pueda desmentir (bueno, eso es mentira, porque los comunistas desmienten cualquier cosa con total desparpajo), que no hubo una sola escuela en toda China en la que a alguien, como poco, no le diesen una paliza en público.

Los profesores, sin embargo, sólo eran el principio. Una vez que tuvo un ejército de idiotas que harían lo que él quisiera sin cuestionárselo, Mao quería ir a por todas las esquinas de su querido Pueblo. Obviamente, el primer objetivo fue la cultura. A los adolescentes de la Guardia Roja, el mensaje de que había que acabar con la cultura tradicional les molaba mucho, porque elemento fundamental de la sique del adolescente subnormal average es pensar que todo lo que han hecho los pollaviejas está mal hecho (de hecho, ése es el primero de los mandamientos de Mayo del 68, que sigue siendo nuestra referencia como particular revolución cultural occidental).

Los jóvenes, pues, comenzaron a tirar a todo lo viejo que se movía; incluso las placas de las calles. A la gente que llevaba el pelo demasiado largo o demasiado tacón la paraban en la calle, les agredían, les acojonaban y, luego, les cortaban el pelo o les rompían los zapatos. Lo que se dice democracia en estado puro. La única forma de vestir aceptada fue el zapato bajo y la estética textil que todos conocemos, es decir, lo que muy justamente se llama camisa con cuello Mao, y sólo de unos pocos colores.

El 23 de agosto, Mao bramó: “Pekín es demasiado civilizada”. Esa misma tarde, patotas de adolescentes, adolescentas y adolescentos entraron por la puerta de la Asociación de Escritores de Pekín. Iban todos vestidos en verde militar, con una banda roja en el brazo izquierdo, y el Libro Rojo en la mano derecha. Aquellos chicos se sacaron sus cinturones y con ellos, terminados en hebillas, se dedicaron a mazar a hostias a media docena de escritores que estaban allí presentes, mientras les colgaban del cuello carteles insultantes.

Las víctimas fueron llevadas a hostias a un templo confucionista que albergaba una gran biblioteca. Allí ya esperaban otros adolescentes que ya estaban preparando una hoguera con atrezzos de ópera. Unos treinta de los principales escritores y actores de ópera chinos estaban allí, temblando de miedo, mientras eran maltratados con bastones y cinturones. Lao She, un escritor que hasta entonces había contado con todos los pronunciamientos del régimen, estaba allí. Al día siguiente, se suicidó en un lago.

El día 21, policía y ejército habían recibido órdenes estrictas de Mao de no intervenir bajo ninguna circunstancia. Por otra parte, el Pequeño Grupo era el que le decía a la Guardia Roja a quién tenía que buscar y atacar. Con la impunidad que aportaba la no actuación de las fuerzas de orden público, los Guardias Rojos entraban en las casas, cogían lo que querían, rompían los libros, los discos, los instrumentos musicales. Si los inquilinos protestaban, les daban una paliza, o algo peor. Cines, teatros y polideportivos fueron convertidos en chekas.

Uno de los pequeños mitos alimentados por algún que otro maoísta que ha tratado con los años de salvar los muebles consiste en convertir a Chou En Lai en una especie de Schlinder chino que, en medio de todo aquel cafarnaún, hizo una lista de personas cuya vida debía de ser respetada. Esta historia es una mierda de historia. La lista no la hizo Chou, la hizo Mao; y no la hizo porque quisiera salvar a nadie. Mao dejó fuera de las represiones a unas pocas docenas de personas a las que consideró que podía necesitar. Contra esa cifra bastante pequeña, se ha estimado que sólo entre agosto y septiembre, y sólo en Pekín, 33.700 casas fueron violentadas y 1.772 personas fueron torturadas hasta la muerte. Por el camino, y bajo órdenes de sus dirigentes, los guardias rojos se llevaron de las casas dinero, joyas, piezas de arte, antigüedades, libros valiosos, etc. Porque los comunistas, eso lo demuestra también el chungo asunto del Vita, nunca dan hilo sin puntada. Una parte importante de estas joyas se la quedó Madame Mao. Que aquí en España hablamos mucho de La Collares; pero tenía en quien inspirarse.

Sólo en Pekín, además de los muertos, hay que contar unos 100.000 ciudadanos y ciudadanas que fueron exiliados a lugares remotos de China. De los 6.843 monumentos que había en la ciudad de Pekín en 1958, 4.922 acabaron bajo la pica de los guardias rojos. Únicamente se protegieron lugares como la Puerta de Tiananmen, la Ciudad Prohibida y algún otro lugar.

El Pequeño Grupo, de hecho, cursó la orden de la vandalización de la casa del hombre que quintaesencia la cultura china: Confucio. Su casa, en Shandong, era un museo impresionante, tras generaciones de emperadores que habían favorecido las donaciones para el mismo. Los habitantes de la ciudad recibieron la orden de vandalizar el sitio, pero lo hicieron muy despacio porque no querían. Entonces se decretó el envío desde Pekín de un alegre y dicharachero grupo de retrasados mentales adolescentes de la Guardia Roja, y la cosa quedó arreglada.

Yo, como español que soy, tengo que asumir como lógico haber crecido durante unos años, los de la Transición política, en los que se hablaba y no se paraba sobre el erial educativo, científico y artístico que fue la España de Franco. La imagen es muy común y está muy difundida: la imagen de que todo español que sabía hacer la o con un canuto salió de España por la frontera cuando las tropas de Franco alcanzaron sus últimos objetivos; y que, consecuentemente, España se convirtió en un país sin literatura, sin teatro, sin cine, sin cultura, por falta de artistas, pues todos estaban en México, en Francia, en Estados Unidos. El momento de escribir estas notas no es el momento procesal de analizar hasta qué punto esta tesis es verdad o mentira; aunque sí diré que publicaciones como Las armas y las letras ya se han ocupado de limpiar, fijar y dar esplendor a este tema mucho mejor de lo que yo sería capaz. Pero saco a colación este tema porque, la verdad, por mucho que el franquismo atrasase el desarrollo intelectual y cultural de España, no podéis utilizar este ejemplo para poder hacerlos una idea de la labor de la revolución cultural china.

La revolución cultural eliminó, literalmente, toda cultura. Barrió del país a Bach, a Beethoven, a Cervantes, a Shakespeare; y a todos sus equivalentes asiáticos o chinos. Fomentó la figura de un comunista ideal, el guardia rojo, de menos de 17 años, chulo, pendenciero, fanático, sin más amor ni fidelidad que a la figura de su líder, y de quien esperaba que rigiese todos, y todos son todos, los actos de su vida, según lo que dicta un librito de mierda. La revolución cultural le robó a los chinos la inmensa mayoría de su pasado visible, escuchable y tocable; como ya he dicho en otro punto de estas notas, la Humanidad en general, y la sociedad china muy en particular, tiene la gran suerte de que los guerreros de terracota fueron descubiertos años después de la revolución cultural; de haber sido el descubrimiento anterior, esas imponentes obras de arte habrían sido destruidas a martillazos por grupos de fanáticos con la pinta de estudiar en el mismo instituto que Lamine Yamal. El daño causado por la revolución cultural es inmenso y, lo que es peor, es irreparable. Aunque algún día floreciesen las alamedas en China, para muchas cosas ya daría igual. Están pisoteadas, quemadas, destrozadas.

Pero Mao tenía lo que quería. A mediados del mes de septiembre de 1966, las ciudades de China eran lugares petados de personas acojonadas. Todo el mundo tenía miedo.

Una de las grandes virtudes de Alien, el octavo pasajero, tiene mucho que ver con el estado de ánimo de la China de la revolución cultural. En esa película (que hay que ver teniendo en cuenta el dato de que, cuando se filmó, Sigurney Weaver no era todavía muy famosa) se nos plantea un esquema argumental en el que el diseño y la duración de los planos nos lanzan el mensaje de quién es, y quién no, el protagonista de la película. Luego llega un momento en que aparece el Alien y, zas, se carga al que se suponía que era el protagonista. A partir de ahí, te cagas de miedo, porque ya todo puede pasar; nadie está a salvo.

En la China de la revolución cultural pasaba lo mismo. Era el mundo al revés. De repente, los niños y adolescentes cuya función era estar en el aula obedeciendo a sus maestros, ahora eran los que mandaban, hasta el punto de matar a hostias a esos mismos maestros. En un entorno así, ya nadie está a salvo, porque el Alien se ha cargado al prota.

Mao quería que sus compañeros de Partido entendiesen eso. Porque estaba decidido a ir contra ellos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario