Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
En noviembre de 1965, Mao llevaba quince años soñando con emular a su maestro y mentor, Iosif Stalin, conduciendo una purga a gran escala en China. En parte porque percibía la necesidad de la misma; en parte porque, como he dicho, era su naturaleza de hijo de puta; y en parte porque su fracaso internacional le pedía a gritos un éxito, Mao lanzó esa purga. Y comenzó por donde ya lo había hecho: por la cultura. Es por eso que normalmente hablamos de revolución cultural; denominación que es muy limitada y que, en todo caso, deberíamos cambiar por revolución anti cultural.
En todo ese proceso, Mao tuvo una gran aliada: su señora
esposa. Madame Mao había sido nombrada en 1963 algo así como Gran Censora del
Ministerio de Cultura, un puesto desde el cual dirigía con mano dura la
prohibición de óperas y películas que no le gustaban al régimen, es decir, que
no le gustaban ni a ella ni a su churri.
La clave de todo fue el concepto de “Pensamiento de Mao”;
por eso el puto Libro Rojo juega un papel tan importante en la revolución
cultural. Mao tenía un pensamiento. Ni siquiera se molestaba en considerarse
heredero de los santones del marxismo, como había hecho Stalin, quien creció
siempre a la sombra de Lenin. Lo suyo era muy propio (es por ello que hablamos
de maoísmo); y, lo que es más importante, nadie podía desviarse de la senda
marcada por ese pensamiento. El concepto nuclear de la revolución cultural es: toda
la cultura ha sido elaborada, y es elaborada, por elementos desviacionistas
del Pensamiento de Mao. Incluso aunque hablemos de miembros del PCC. Toda forma
cultural es, por definición, anti maoísta, porque el maoísmo es anti cultural.
Mao le dijo a su mujer que en la revolución que tenía en
mente habría que dar muchas hostias y que, consecuentemente, más le valdría
buscar la ayuda del hostiador mayor del Reino. Por esta razón, la mujer del
Presidente tomó el teléfono y, el 26 de noviembre de 1965 por la noche, marcó
el teléfono de Lin Biao. Como de costumbre, la llamada la cogió la señora de Biao, que le hacía de secretaria. Por supuesto, Lin se comprometió a
colaborar.
Lin Biao, ya lo iréis viendo en estas notas, es un personaje
enigmático. Personalmente, yo lo considero una especie de José Bono chinorri.
Era un tipo a quien todo lo que le importaba era el poder, y que tenía olfato
para descubrir a quien iba a ser capaz de conseguirlo y conservarlo. Lin Biao,
por lo tanto, era ese tipo de persona que tenía la habilidad de haberle prestado su
coche al general Franco cuando fuese un adolescente arruinado en su Ferrol
natal; ese tipo de cosas. De su actuación, de los testimonios de las cosas que
decía en privado, y de su propio diario, cabe concluir que tenía muy mala
opinión personal de Mao Tse Tung. Pero tenía muy claro que aquel cabrón iba a
llegar muy alto, así que apostó por él desde los primeros momentos; y ahora que
era el Presidente, con mayor razón. Lin estaba convencido de que Mao confiaba
en él hasta el punto de hacerle su número 2. Ahí demostró que su radar fallaba
a veces.
Lin Biao le solía decir a su mujer: “yo quiero ser el Engels
de Marx, el Stalin de Lenin, y el Chang Kai Shek de Sun Yat Sen”. Así pues, su
jugada estaba clara: ¿cómo no iba a participar en el colapso de Liu Shao Chi,
si esperaba ser su principal beneficiario?
Lin, sin embargo, carecía de algunas de las características
que debe tener un líder. Para empezar, su personalidad era débil; algo que se
demostraba en las muchas fobias que tenía. Era hidrofóbico, por lo que se bañó
apenas media docena de veces en toda su vida; y, siendo el jefe del ejército,
apenas tenía contacto con asuntos de la Marina porque no podía ni mirar el mar.
Su propia mujer confesó en su diario que Lin Biao era “un adorador del odio,
que siempre piensa lo peor de todo el mundo”.
Cuatro días después de la llamada, Lin envió a su mujer a Hangzhou, para que se entrevistase con el propio Mao. Estaba empezando
la purga por su cuenta. El jefe de Estado Mayor del ejército rojo era Luo Rui
Qing, normalmente conocido como Luo el Alto; un hombre en quien Mao confiaba
mucho, entre otras cosas porque había sido su jefe de seguridad durante mucho
tiempo. La mujer de Lin, aquel día, llevaba consigo una carta del puño y letra
de su marido, desplegando una serie de acusaciones contra el Alto.
Mao hizo a Lin acudir a su presencia; ambos se entrevistaron
el 1 de diciembre. El Presidente le confesó a su colaborador que iba a lanzar
una purga de grandes proporciones; que él, Lin Biao, sobreviviría a todo como
número 2 del Partido; y que, a cambio, tenía que garantizarle que el ejército
no daría por culo. Lin dijo que todo eso estaba muy bien, pero que Luo tenía
que estar en la lista de purgados.
En los meses anteriores a esa conversación, Mao había
fracasado en sus intentos, varios, de conseguir la prohibición de una ópera
tradicional, llamada Hai Rui despedido de su trabajo. Era una ópera de
ambiente contemporáneo, pero inspirada en una vieja historia tradicional acerca
de un mandarín que había sido despedido por el emperador por haber tratado de
defender a los agricultores. Mao consideraba que la ópera era una crítica velada
a la purga de Peng De Huai; aunque para mí que tenía otros significados más
directos. Mao hizo publicar un artículo contra la ópera en un periódico de
Shanghai; pero, para su desesperación, comprobó que ningún otro periódico en el
país lo copiaba. El máximo mandatario cultural comunista, Peng Zhen, lo
bloqueó, porque Peng era un enemigo declarado de la campaña anticultural de su
presidente. Ni siquiera Wu Leng Xi, el editor de El diario del Pueblo,
se atrevió a publicar el artículo. A la semana de espera, Chou En Lai se
presentó en el periódico y le dijo a Wu que lo publicase sí o sí. El editor lo
hizo, pero enterrando el texto en una página menor. Esta actitud le costó
acabar en Alcalá-Meco.
Esta evolución de las cosas benefició notablemente a Lin
Biao. Le enseñó a Mao lo mucho que lo necesitaba; y, por eso, aunque
personalmente creía en la fidelidad de Luo el Alto, comenzó a admitir que tal
vez podría ser caca (algo que tampoco le costaría mucho, porque a Mao todo el
mundo le importaba un huevo).
El 8 de diciembre, la señora de Lin Biao acudió a una sesión
del Politburo, ante el cual presentó un informe de diez horas describiendo
las tropelías de Luo Rui Qing; un hombre que describió como devorado por
“ambiciones sin fin”. Luo no estaba presente pero, claro, cuando lo colocaron
en arresto domiciliario, ya se fue dando cuenta de que algo le estaba pasando.
Inmediatamente, comenzó la gran gala. Apenas unas horas
después de la sesión, cuando la familia ni se había enterado de que Luo había
caído en desgracia, tres amigos de la hija de Luo la vieron pedaleando por la
calle y, ostensiblemente, miraron para otra parte. Mientras, Lin Biao estaba
exigiendo que Luo fuese acusado de alta traición, cosa que Mao no terminaba de
ver. De hecho, pasó varios meses en un limbo procesal.
En febrero de 1966, Peng Zhen, con el apoyo de Lui Shao Chi,
publicó una instrucción según la cual las acusaciones políticas no podían ser
usadas contra elaboraciones culturales o sus autores. En un movimiento
increíble, Peng Zhen viajó después a Sichuan, donde mantuvo una entrevista
personal con Peng De Huai, quien era mantenido allí desconectado de todos.
Cuando Mao supo del viaje y supo, además, que Ho Lung, quien todavía no había
sido purgado, había viajado al mismo lugar, se convenció de que se estaba montando
una conspiración militar para acabar con él (cosa que, para qué nos vamos a
engañar, es más que probable). Estas sospechas acabarían por costarle la vida a
un maoísta conspicuo: Li Jing Quan, el jefe comunista de Sichuan, un hombre en
el que Mao confiaba tanto que le había encargado vigilar a Peng De Huai; bajo
las sospechas de formar parte de la conspiración, fue severamente purgado, y su
mujer acabaría suicidándose.
Parece que Peng Zhen estaba tratando de conseguir algún tipo
de contacto con los soviéticos, probablemente aprovechando el XXIII congreso
del PCUS, previsto para abril de aquel año de 1966, y al que habría que enviar
una delegación china. Aunque Mao, casualmente, era partidario de desatender la
invitación de los soviéticos. Peng Zhe y Liu, sin embargo, presionaron a Mao
para que aceptase la invitación, lo cual no hizo sino alimentar las paranoias
del líder comunista.
Mao se sentía presionado desde dentro, y desde fuera. A
principios de 1966, Leónicas Breznev había dado muestras claras de cambio en su
política respecto de Mongolia. En primer lugar, visitó el país, cosa que ningún
líder soviético había hecho antes. En segundo lugar, lo hizo acompañado de
Malinovsky, la Bestia Negra de los chinos. Y, en tercer lugar, Breznev y el
mandatario mongol, Yumjaagiyn Tsedenbal, firmaron un acuerdo de cooperación militar
que supuso el establecimiento de unidades soviéticas en territorio mongol,
misiles incluidos. Y, las cosas como son, si uno mira el mapa, se da cuenta de
que un misil colocado en Mongolia, a Marbella no está apuntando.
La consecuencia más inmediata de todo esto es que la
necesidad de Mao respecto de Lin Biao se convirtió en dependencia. Arrastrando
el escroto, Mao tuvo que acusar de alta traición a Luo el Alto. El 18 de marzo,
Luo se tiró a la calle desde el tejado de su casa, en una tentativa fallida de
suicidio. Se rompió los dos tobillos, que ya nadie le curó. La tentativa de
suicidio, como es habitual, fue tomada por el Partido como traición y confesión
de culpabilidad. Así que Luo fue sometido a un rosario de actos masivos de
denuncia y autocrítica, a los que era llevado metido en una cesta pues,
obviamente, ya no podía andar.
El 19 de marzo, la camarada Jin Quiang le envió a Lin Biao
el manifiesto de Mao Tse Tung contra la cultura, invitándolo a firmarlo
públicamente. Lin, por supuesto, firmó.
El gesto de Lin Biao le dio un beneficio inmediato a Mao:
Chou En Lai. Chou se tragó la idea de que Mao preparaba un nuevo número 2 que lo sustituiría (cosa que yo creo que Mao nunca pensó); y sabía que caer en desgracia como número 2 era algo muy amenazante para su vida y la de su familia. Así que, tras haber estado nadando entre dos aguas durante
mucho tiempo, se dirigió a Peng Zhe para advertirle de que iba a estar con Mao
a muerte.
El manifiesto contra toda cultura que lanzó lo que, de forma
como digo extraña, se conoce como revolución cultural, fue publicado el 14 de
abril de 1966. Un mes después, el Politburo se reunió para aprobar la primera
lista de víctimas de las purgas. Y en la lista ya había cuatro nombres
importantes: Peng Zhe; Luo; Yan Shang Kun, para entonces ya cesado como
responsable de las comunicaciones con la URSS; y Lu Ding Xi, un dirigente de la
Prensa. Mao no estuvo en la reunión. Comenzaba a perfeccionar sus habilidades
de sutil torturador. Quería que la reunión la presidiese Liu Shao Chi. Lo
quería animando la votación final, en la que por supuesto estuvo a favor de las
purgas. De hecho, incluso Peng Zhe votó a favor de ser él mismo purgado.
La guardia personal de Mao fue lo que se purgó después. Tres
de sus jefes adjuntos fueron encarcelados. El único que se salvó fue el más
cercano a Mao, Wang Dong Xing. El ministro del Interior y el jefe de Policía de
Pekín también fueron encarcelados. Mao quería controlar todo grupo armado.
Habéis visto a Lu Ding Yi entre los purgados. Aquello fue
una movida propia de Lin Biao. Lu estaba casado con una mujer esquizofrénica.
En el curso de su enfermedad mental, que además en aquella China se trataba
malamente, desarrolló una fijación por la mujer de Lin Biao. Le envió al
matrimonio más de 50 anónimos, de autoría fácilmente reconocible, en los que
venía a decir que Ye Qun, o sea la señora Lin, era un pendón desorejado de
cojones que se había follado a la mitad de la población de China. La mujer sostenía
que las probabilidades eran muy altas de que los hijos de Lin Biao no fuesen
suyos y, en el fragor de su locura, llegó a escribirle anónimos a los propios
hijos, con descripciones puntillosas de los polvos que había echado su madre.
Esta señora fue arrestada el 28 de abril de 1966, y nunca fue propiamente
tratada de sus problemas mentales.
Tras el arresto, Lin Biao se hizo un Pedro Sánchez (por eso
de escribirle a los españoles para decirles que está muy enamorado de su mujer)
y realizó una declaración ante el Politburo, que literalmente nadie le había
pedido, informando de que Ye Qun se había casado virgen y que Dodo y Tigre, que
así solían conocerse sus hijos, eran hijos suyos.
¿Por qué hizo esto Lin Biao? Básicamente, lo hizo para
forzar un acto oficial del Politburo, al dar por recibidas las explicaciones y
darlas por buenas, que sacase a su mujer de la luz pública. Primero, porque no
se fiaba de Mao y temía que algún día pudiera aprovechar toda esa mierda para
tirársela a la cara. Y, segundo, porque no se fiaba de su propia mujer.
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