Un rey con dos coronas, y su pastelera señora
La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas
Tras dar su golpe de mano, Ricardo de Gloucester picó espuelas hacia Stony Strafford, a unos veinte kilómetros de Londres, donde se encontraba la comitiva del príncipe. Allí arrestó a otro de los nobles que lo acompañaba, Sir Tomás Vaughan, y tomó control de su sobrino. En la tarde de aquel día, que era el 30 de abril, la reina fue informada de las novedades. Si intentó acopiar una fuerza militar que le permitiese liberar a su hermano y a su hijo, pronto debió de darse cuenta de que era necedad, como canta el bolero. A muchas personas les resultaba muy difícil de entender que el hecho de que el príncipe de Gales estuviese en manos de su tío fuese un problema, máxime cuando el propio príncipe lo había nombrado su Lord Protector. Así las cosas, la reina entendió que había llegado el momento de buscar su propia seguridad. Así que cogió a todos sus hijos, incluido Ricardo, el hermano menor de Eduardo, que ya era duque de York, y huyó con ellos a la abadía de Westminster; también se llevó, por cierto, lo que pudo del tesoro de la Torre de Londres, supongo que para poder comprar voluntades.
Gloucester y Buckingham entraron
en Londres el día teórico de la coronación de Eduardo, 4 de mayo, acompañados
por 500 soldados. Inmediatamente se intitularon salvadores del príncipe que,
dijeron, había estado en manos de gente nada de fiar. Hicieron una especie de
desfile por la ciudad con carros y carros de armamento, tratando de convencer a
los londinenses de que aquéllos eran los “argumentos” que los Woodville
pretendían utilizar. Se procedió al nombramiento formal del Lord Protector y la
fecha de la coronación se fijó en el 22 de junio.
Lo que le quedaba al partido de
la reina era lo más parecido que tenía entonces Inglaterra a una flota naval,
que estaba al mando de otro de sus hermanos, Sir Eduardo Woodville. En cuanto
Gloucester supo de su desembarco, envió tropas para defender Sandwich y Dover.
Ricardo sabía que en la flota había elementos que no le debían gran fidelidad a los Woodville;
sobre todo, dos carracas genovesas que eran puras mercenarias y que, como todo
mercenario, siempre eran tendentes a luchar en el bando que les pagase más, que
tuviese más probabilidades de ganar, y si pudieran ser las dos cosas a la vez,
mejor. Así pues, el Lord Protector prometió el perdón a todo aquél que
desertase del mando de la flota. Woodville lo debió de ver tan claro que le
puso una guardia especial a los dos barcos genoveses; pero los italianos
emborracharon a los guardias y zarparon hacia Londres. Aquello inició una
dinámica de fichas de dominó en la que prácticamente toda la flota desertó.
Una vez consolidado su golpe de
mano, Ricardo tenía por delante la definición concreta de, por así decirlo, sus
poderes constitucionales. El acto de nombrarlo Lord Protector no se había visto
acompañado de una definición jurídica precisa de sus competencias.
Probablemente, muchos en Inglaterra esperaban que Ricardo fuese un poco como
Juan de Gante durante los primeros años del reinado de Ricardo II. Pero el
propio Ricardo no era de esa opinión.
El 10 de junio, a dos semanas de
la coronación, Ricardo estaba escribiendo a York para pedirle a la ciudad
cuantos soldados le pudiera enviar, sin que esté muy claro para qué los
necesitaba. Las diferentes tropas que solicitó debían reunirse en Pontefract el
18 de junio y avanzar hacia el sur al mando del conde de Northumberland.
Estas órdenes, sin embargo,
serían finalmente aplazadas por Ricardo. En lo días en los que la tropa estaba
siendo elevada, probablemente, se sintió más seguro después de un segundo golpe
de mano que dio el 13 de junio. Ese día, Lord Hastings, Tomás Rotherham,
arzobispo de York, Juan Morton, obispo de Ely, y el secretario del rey, Oliver
King, estaban reunidos en la Torre, cuando fueron arrestados. A Hastings lo
decapitaron allí mismo y al resto los metieron en el maco. No tengo claro si lo
de Hastings se debió a que Ricardo quería callar una lengua que podía contar
muchas cosas de cómo se había gestado el golpe de mano contra los Woodville, o
que el Lord Protector recelaba de alguien que tenía un control absoluto sobre
la guarnición de Calais; pero estas dos son, a mi modo de ver, las dos
posibilidades más ciertas. Inmediatamente, Ricardo difundió noticias de que
había sofocado un golpe de Estado coordinado por Hastings con la reina; una
teoría para la que, la verdad, la Historia nunca ha encontrado pruebas
convincentes, que yo sepa.
El 16 de junio, un grupo de
soldados rodeó Westminster. Se abrió una negociación larga en la que la reina
acabó por aceptar la entrega de su hijo menor, Ricardo de York, quien quedó
bajo el cuidado del arzobispo de Canterbury.
A partir de ese momento, como he
dicho, la reunión de las tropas en Pontefract el 18 se aplazó, probablemente
porque Ricardo ya se sentía lo suficientemente seguro como para dejar de
disimular. Todos los indicios son de que ya el día 20 cualquier persona
mínimamente informada en Londres tenía claro que el día 22 el joven Eduardo no
sería coronado rey. De hecho, aquel domingo, en lugar de producirse la
coronación, lo que hubo fue un sermón del hermano del alcalde de Londres, Raph
Shaw, en San Pablo, en el que invitó sin ambages a Ricardo de Gloucester a
ceñir la corona de Inglaterra, dado que, dijo, Eduardo e Isabel Woodville no
habían estado legalmente casados. El jueves, Ricardo aceptó la “sorprendente”
invitación. Un día antes, el miércoles, Earl Rivers, Ricardo Grey y Tomás
Vaughan habían sido ejecutados en Pontefract. De hecho, Ricardo estaba
construyendo su propia nobleza fiel, elevando a Lord Howard a la condición de
duque de Norfolk (y su hijo conde de Surrey), mientras que Lord Berkeley era
uncido conde de Notthingham, en ambos casos recibiendo importantes tierras. El
vizconde Lovell, otro noble del Norte, fue nombrado Mayordomo Real y Lord
Chambelán (sucedía a Rivers en una cosa y a Hastings en la otra). Sir Roberto
Brackenbury fue nombrado Tesorero y condestable de la Torre. Asimismo, al
Consejo Real fueron elevados Lord Scrope of Bolton, Sir Ricardo Ratcliffe,
cuñado del anterior, Sir Jacobo Tytell y Sir Ricardo FitzHugh. Un nombramiento
curioso fue el de Lord Dinham, mano derecha de Hastings en Calais, a quien se
le concedió el control sobre el ducado de Cornualles y se le permitió retener
el mando de la guarnición; da la impresión de que traicionó a su jefe.
Así las cosas, cuando
Northumberland avanzó hacia Londres con la tropa de Pontefract, ciertamente, el
pescado estaba ya todo vendido. El 6 de julio, Ricardo fue coronado en
Westminster.
La opinión pública, sin embargo,
siempre tiende a la simpatía hacia el perdedor y el débil. Los Woodville, que
no habían gozado nunca de muy buena prensa, de repente ganaron adeptos. En el
fondo de esta actitud, cuando menos en mi opinión, está el hecho de que, si
repasáis la reconstrucción de la cúpula del poder que he escrito algunas líneas
más arriba, observaréis que fue una reconstrucción descaradamente yorkista,
lejos de los ciertos elementos de equilibrio que había garantizado Eduardo,
aunque sólo sea mediante el matrimonio con una mujer de un clan diferente. A la
gente eso no le gustaba, y por eso fueron cada vez más los que se negaron a
comprar la teoría de que Eduardo y Ricardo eran niños bastardos y, por lo
tanto, los convirtieron en los campeones de la legitimidad dinástica inglesa.
En aquellas primeras semanas, los rumores que apuntaban a que los dos
príncipes, en realidad, estaban ya muertos, fueron muy fuertes; pero eso,
muchos apuntaban por el rescate de sus hermanas de Westminster para poder
mantener la dinastía por vía femenina.
Así las cosas, en el verano de
1483, mientras el rey se iba al Norte, en el Sur las cosas comenzaron a
moverse. En Londres, la guardia de Westminster tuvo que doblarse para evitar
que se colasen mensajeros de entrada y salida. La reacción estaba aparentemente
dirigida por dos de los hermanos de la reina: el marqués de Dorset y el obispo
de Salisbury. Parecían tener especial implantación estos grupos en Kent,
Wiltshire y Devonshire. Los Woodville, sin embargo, no estaban solos. Ya he
dicho que Ricardo practicó un spoil
system tan pro-yorkista que, en realidad, se había ganado la enemiga de
personas que formalmente no eran partidarias de la reina. Sir Tomás St. Leger,
que había sido Tesorero de la Casa Real; Sir Juan Fogge; caballeros de cámara
como Juan Cheyne, Jorge Brown, Guillermo Norris, o Pedro Courtenay, antiguo
secretario del rey Eduardo y ahora obispo de Exeter, se encontraban ahora
desplazados por la nueva gente del Norte. La implicación de Pedro Courtenay
vino a suponer la de Eduardo Courtenay, pariente suyo, con mucho predicamento
en Kent, y de claras y antiguas ligazones lancastrianas. Por este flanco, pues,
el viejo enfrentamiento Lancaster-York emergía de nuevo.
Con todo, la principal
incorporación del grupo de conspiradores fue, sin duda, la del duque de
Buckingham. La decisión del duque siempre ha inquietado a los historiadores,
pues era, claramente, uno de los ganadores de la ascensión de Ricardo a la
corona. Algo debió de ver, o de imaginarse, que lo convenció de que Ricardo III
no era la solución para el sudoku inglés. Sin embargo, él tenía unos puntos de
vista completamente diferentes a los del resto de conspiradores, y consiguió,
aparentemente, arrastrarlos a su terreno. Sobre la base de que todo el mundo
creía entonces que los príncipes estaban ya muertos, Buckingham convenció al
resto de partisanos de que lo que había que hacer no era luchar para instaurar
a Eduardo V en la corona, sino a Enrique Tudor.
La candidatura del mocito Duracell tenía
sus curiosas apoyaturas. La madre de Enrique Tudor, Margarita Beaufort, estaba
entonces casada con Lord Stanley, que había sido elevado a un cargo en la Corte
ricardiana. Aunque Margarita no parece haberse ocupado demasiado de su hijo
mayor en los tiempos anteriores al golpe, parece que alguien, tal vez
Buckingham, la convenció de que ésa era la carta que debía jugar. A partir de
entonces, aprovechó la circunstancia de ser una débil mujer que, además, tenía
el mismo médico que Isabel Woodville, para colarse en Westminster; y también le
mandó mensajes a su hijo en su exilio bretón. Es posible que ya entonces
marease la idea de casar a Enrique Tudor con Isabel de York.
A finales del verano de 1483,
Ricardo comenzó a preocuparse por lo que estaba pasando. Ordenó
investigaciones, pero el hecho de que colocase a Buckingham al frente de las
mismas viene a demostrar que muy al loro de lo que había no estaba. En
realidad, es posible que Buckingham no estuviese en la conspiración cuando le
fue encargado investigarla y perseguirla, pero si fue así, le pasó como a Saulo
de Tarso. En septiembre, estaba ya en tratos con Enrique Tudor. Posiblemente
ambos personajes, uno en Bretaña y el otro en su castillo de Brecon, fueron los
que diseñaron la operación. Todo debería comenzar en Maidstone, en el sureste,
donde una serie de tropas de unirían para marchar sobre Londres. Sin embargo,
para no jugarlo todo a una carta, otras tropas se juntarían en otros lugares
del área, como Exeter o Salisbury. Enrique Tudor, con una fuerza alquilada al
duque de Bretaña, desembarcaría en el Sur, acción que se vería seguida por el
gesto de Buckingham de cruzar el Severn (afluente del Elevern) y avanzar hacia el Oeste, buscando a
los siempre belicosos galeses. Todo debía comenzar coordinadamente el 18 de
octubre, para presentarle a Ricardo una rebelión de muchos pocos, repleta de
frentes, que no pudiese enfrentar.
El rey Ricardo tenía información
sobre la rebelión ya el día 11 de octubre. El día 21, levantó un ejército en Leista, o sea, Leicester, y el 23, desde esa misma población, ofreció el perdón a todos
aquellos ciudadanos comunes que depusieran sus armas; respecto de los cabecillas,
puso precio a sus cabezas, ofreciendo en algunos casos, como el de Buckingham,
sus propias propiedades como señuelo. Para ponerle las cosas más difíciles a
los conspiradores, la segunda mitad de octubre se presentó una gran borrasca en
la isla occidental; en realidad, Buckingham nunca consiguió levantar demasiadas
voluntades en Gales y las Marcas.
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