martes, junio 24, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (40): D'Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

  



El resultado de la presión del Viet Minh fue casi inmediato y bastante eficiente, por así decirlo. La Administración francesa en Conchinchina comenzó a diluirse como un azucarillo, a causa, sobre todo, de la huida en masa de los notables y, en general, de los vietnamitas de alta educación, que ahora se sabían objetivo de las patotas de Binh. El 13 de octubre, en un movimiento previsto pero que no dejó de tener una fuerte carga simbólica, Cédile abandonaba permanentemente Indochina. El Consejo de Conchinchina elaboraba una nota tras otra, denunciando la falta total de poder del gobierno designado; es decir, finalmente se daban cuenta del tipo de socio con el que habían abierto la tienda. Lo dicho, es que hay gente que, por muy claros que sean los libros de Historia (los buenos, quiero decir; no los TFM de los licenciados), nunca aprende.

Para entonces, sin embargo, todo el mundo en Conchinchina, con la única excepción, y discutible, del área de Saigón, entendía que el poder real en el área lo ejercían los miembros del Comité de Nam Bo que firmaban los manifiestos que les dictaba Ho Chi Minh: Pham Van Bach, presidente; Pham Ngoc Thuan, vicepresidente; Tran Buu Kiem, secretario general; Ung Van Khiem, comisario del Interior; Nguyen Binh, comisario de Asuntos Militares; Ngo Than Nhon, comisario de Finanzas; y Pham Thieu, comisario de Información y Propaganda. Como puede verse, el Comité estaba estructurado como un auténtico shadow cabinet.

El doctor Thinh cayó en un estado de profunda depresión que, con bastante más que seguridad, se lo llevó a la tumba. Los franceses, obviamente presionados por la situación, trataron de solucionarla mediante el típico macroneo de dar algún pasito en la dirección correcta, pero sin una voluntad decidida de avanzar. Así, Cédile, quien como hemos dicho terminó para siempre su labor como comisario de la República, fue sustituido provisionalmente por Torel, un hombre que era conocido por contemplar el tema vietnamita en su totalidad, es decir, no iba por la vida con las orejeras conchinchinas. Pero tampoco hay que sobrarse. Torel quería solucionar el sudoku vietnamita; pero lo quería hacer con ideas un poco excesivamente europeas. Exactamente igual que en Europa comenzaba a ganar terreno, muy poco a poco, la idea de que la solución para España tendría que ser la que fue: el regreso a la monarquía, Torel creía que la mejor forma de solucionar el problema del Viet Nam con los adecuados beneficios para Francia era retornar a Bao Dai a la cúspide del poder. En este sentido, Torel daba una de cal y otra de arena; por una parte, consideraba que lo del autonomismo conchinchino ya no se lo creía nadie; pero, por otro, la conclusión que sacaba de ese concepto era que había que resucitar el Imperio.

El 9 de noviembre, sentado en la cumbre de un caos cada vez más deprimente, un acabado doctor Thinh hizo todo lo posible por conseguir una audiencia con el Alto Comisario. Cuando se le negare, dijo que se conformaría que con que le recibiese algún Bolaños de turno; pero también le contestaron que se abriese. Por la tarde, el consejo de ministros fue un auténtico cafarnaún. En ese momento, el buen médico se dio cuenta de lo mucho que cualquiera tiene que perder si llega a fiarse de la sinceridad y buenas intenciones de un francés. Estaba solo. Ahora se daba cuenta de que París no le había usado sino para servir de presión frente a aquéllos con los que verdaderamente se quería llevar bien; que sus amigos el almirante D'Argenieu y el Comisario Cédile nunca le habían respetado ni se habían planteado hacer las muchas cosas que ´el quería hacer por el bien de su nación; en una palabra, lo habían macroneado bien.

El día 10, de mañana, el doctor Thinh no se levantó como tenía por costumbre. Su gente se extrañó de ello y, ya prendida el alba, decidieron entrar a su dormitorio a ver qué pasaba. Unas versiones dicen que le había dado un ataque al corazón. Otras dicen que se ahorcó. Las dos versiones son plausibles, y las dos tienen el mismo origen.

Thinh tenía sus razones para sentirse traicionado. Desde nueve días antes de su muerte, ocho antes de que los franceses le cerrasen todas sus puertas, estaba en Hanoi el general Georges Yves-Marie Nyo, comandante de las tropas francesas en el sur de Indochina, con la misión de negociar las condiciones de un alto el fuego. Las discusiones comenzaron inmediatamente, e inmediatamente quedó claro lo que ya todos sabían de partida: que el gran problema estribaba en designar la autoridad vietnamita en Conchinchina. El punto de vista de los franceses, que ya no podían defender la existencia de un gobierno conchinchino propiamente dicho, era que ellos sólo se relacionarían con las autoridades de Hanoi; si acaso, con algún mando militar sobre el terreno en Conchinchina. Pero lo que no estaban dispuestos aceptar era que el Comité del Nam Bo u órgano similar pudiera ser considerado como un gobierno legítimo de la región. Hanoi, sin embargo, consideraba que precisamente ese órgano era el que tenía que ejercer el poder.

El 13 de noviembre, el almirante D'Argenlieu abandonó Saigón camino de París. En ese momento, tanto el almirante como las autoridades francesas en Indochina estaban siendo presas de ataques de nervios cada vez más intensos. El Viet Minh había colocado las cosas en un punto en el que el tiempo no hacía sino favorecerles, y lo sabían. El proyecto de Conchinchina Herria ya no se lo creía nadie, salvo los tres o cuatro Rufianes de turno, y, por el camino, Ho Chi Minh, quien una vez más se había convertido en un moderado en sus expresiones, discursos e instrucciones, estaba, cada vez más, acopiando la voluntad del vietnamita cultivado y, por supuesto, de los intelectuales que, en todo tiempo del siglo XX y siguientes, ceja que ven, ceja que abrazan.

Si todo esto hubiese ocurrido con un gobierno fuerte y con las ideas claras en París, los franceses habrían podido contraprogramar. Pero precisamente ahí estaba el problema. El 28 de septiembre, la Asamblea Constituyente había adoptado el segundo proyecto de Constitución que se le sometió. El general De Gaulle, que tenía de demócrata lo justo, para qué lo vamos a decir de otra manera, (era un Mélenchon con kepis) le había puesto la proa a aquel proyecto que, decía, le daba mucho poder a los partidos políticos. Él quería una Francia más presidencialista para que todos los franceses presentes y futuros que se sintiesen con ganas de emular a Napoleón (por ejemplo, él) pudiesen aspirar a marcar su muesca en la Historia y a ser enterrados en los putos Inválidos de los cojones.

Las gentes del general contaban con el carisma del hombre que había ganado él solo la guerra contra el fascismo en Francia. Sin embargo, De Gaulle tenía tres problemas: el primero y fundamental, que eso era mentira. De Gaulle, todo lo más, era un testigo preferencial de cómo otros habían derrotado a Hitler, pero no él. El segundo problema era que la gente cada vez miraba más hacia los temas internos contemporáneos y no se fiaba de símbolos del pasado, por importante y cercano que fuese éste; algo que demostraba la suerte de sir Winston Churchill en Reino Unido. Y, como tercer gran problema, había una importante Francia a la que Charles de Gaulle, las cosas como son, no le caía bien porque nunca le había caído bien.

Así las cosas, los gaullistas fueron al referendo constitucional del 13 de octubre convencidos de que el francés que madruga, el silente votante, le iba a dar a los políticos una patada en los cojones, avalando al general. Sin embargo, fueron sus testículos los aplastados. El sí obtuvo un 29% de votos más que el no, con un 31% de abstenciones (uno de cada tres franceses, pues, ni siquiera se presentó en la junta de vecinos a discutir la derrama). Un dato interesante: en Saigón, por cada 100 votos negativos hubo 18 positivos. Los franceses coloniales, claramente, habían apostado a poner su destino en manos del general De Gaulle, y no de la clase política francesa. La Prensa local, con notable retranca vietnamita, se apresuró a saludar la nueva Constitución afirmando que “la IV República ha dado carpetazo al colonialismo”.

Inmediatamente después del referendo constitucional, los franceses fueron llamados de nuevo a las urnas para constituir la Asamblea Nacional. La campaña se inició el 20 de octubre. Para entonces, el almirante D'Argenlieu, más nervioso que Jorge Javier Vázquez en un concilio ecuménico, estaba preparando su viaje a la metrópoli. Una vez que el general De Gaulle había sido vapuleado en el debate constitucional previo, a los franceses conchinchinos ya sólo les quedaba una esperanza: el MRP. El MRP, sin embargo, tenía sus propios problemas. El sistema político francés siempre se ha mostrado muy proclive a la creación de nuevas formaciones políticas (algo que en España es más difícil, dificultad que yo creo que nunca valoró adecuadamente el pollo ése que se vino de París para meterse en Ciudadanos). Detectando lagunas en el electorado moderado, diversos grupos de presión habían impulsado la creación del PRL y el RGR, formaciones que, al fin y al cabo, no pretendían sino pescar en los caladeros del MRP. El MRP intentaba destacarse dentro de esa ensalada de siglas tratando de consolidar en el subconsciente social la idea de que era la única formación con capacidad para presentar batalla al comunismo. El 15 de octubre, de hecho, su Comité Directivo había extendido el acta de defunción del tripartito, y había dejado claro que con los comunistas no iría a ningún lugar. Como se ve, una actitud muy de política actual: el mismo que se alió con A ahora te dice que aliarse con A es de subnormales, y pretende que le creas. Bueno, no que le creas: que le aplaudas y, sobre todo, le votes.

Así las cosas, el 10 de noviembre, con el cadáver del doctor Thinh todavía caliente (aunque eso no le importó a uno solo votante, para qué negarlo), los franceses se levantaron con la tarea de ir a depositar su voto al colegio electoral. El resultado, cuando se contaron las papeletas, fue un avance sin paliativos del Partido Comunista, que se convirtió de hecho en el partido más votado de Francia, y un descenso de los socialistas y el MRP. Se cumplía una vez más, pues, la máxima histórica según la cual los comunistas sólo colaboran con aquél que está dispuesto a inmolarse en dicha colaboración (máxima histórica que, por cierto, sirve para medir la inteligencia política de Pedro Sánchez, uno de los pocos políticos que ha conseguido regatearla). En el ámbito de la derecha, habían ganado los moderados; pero en la Isla de Francia las izquierdas se habían llevado casi el 43%de los votos. Para desgracia del almirante D'Argenlieu, las posibilidades de que formasen gobierno eran muy elevadas.

Ni qué decir tiene que, para los funcionarios de la Administración francesa en Indochina, la mera convocatoria de las elecciones, no digamos ya sus resultados y el impasse que abrieron para la formación del gobierno, fueron notablemente tóxicos. Por mucho que se empeñaron D'Argenlieu y los suyos de visitar despachos y reclamar instrucciones concretas, en todas sus gestiones se encontraron con directores generales, secretarios de Estado y subsecretarios a los que, literalmente, todo les sudaba la polla porque sabían que allí les quedaba cero coma; y que, en todo caso, carecían por completo de escalón decisorio superior en el que evacuar una consulta o contrastar una instrucción. Como consecuencia, todo quedó pendiente para enero, y con no muy buenas perspectivas desde su punto de vista.

Las fechas son importantes. Como os he dicho, el 28 de septiembre la Asamblea le arreó un zasca a De Gaulle aprobando la Constitución, el 13 se convocó el referendo y el 10 de noviembre se votó. Dos días antes de esta fecha, el 8 de noviembre, el Viet Minh, convencido de que tenía el tema de cara, se dijo a sí mismo: apreteu

En tal día, el Viet Minh declaró el estado de alerta en la zona de Hai Phong, donde el asunto aduanero no se había resuelto ni de lejos; y el 16, con toda Francia preguntándose quién la iba a gobernar, dio instrucciones a los Tu Ve para que estuviesen en alerta máxima y se colocasen en disposición de combate si se producía cualquier incidente aduanero. Los franceses reaccionaron tomando sus propias medidas de alerta.

El día 11, Ho Chi Minh se dirigió a Georges Bidaut, a través del Alto Comisariado, protestando firmemente contra “la creación unilateral en el puerto de Hai Phong de una oficina francesa de control aduanero y del comercio exterior”. Obviamente, Ho tenía muy claro que Bidaut era, en ese momento, presidente de un gobierno provisional y que, por lo tanto, no podía tomar grandes decisiones, ni sobre Hai Phong, ni sobre La Almunia de Doña Godina. Ahora que el francés estaba debilitado, era el momento de presionarlo.

Hemos dicho, sin embargo, que Ho tenía que dirigirse al gobierno francés a través del Alto Comisariado de Saigón. Los franceses, en la Conchinchina, decidieron enviar ese mensaje alquilando para ello una tortuga con enfermedad hepática. Como consecuencia, la protesta no llegó a París hasta el 26 de noviembre. Yo tengo hasta dudas de que Bidaut la leyese. El 18 de noviembre, M. R. de Lacharrière, jefe de la delegación civil francesa, llegó a Hanoi para proponerle a Ho Chi Minh la convocatoria inmediata de todas las comisiones previstas en el modus vivendi con sede en la ciudad. Se buscaba construir una atmósfera de diálogo y cooperación. Ho aceptó. Lacharrière, pues, se citó en las horas por venir con Phan Anh, que era como reunirse con Ho Chi Minh en persona.

Pero dio igual. Al día siguiente, se lio leoparda en Hai Phong.

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