miércoles, octubre 07, 2020

Franco y Dios (18: los amigos peor avenidos de la Historia)

Como quiera que el tema de España, la República y la Iglesia ha sido tratado varias veces en este blog, aquí tienes algunos enlaces para que no te pierdas.

El episodio de la senda recorrida por el general Franco hacia el poder que se refiere a la Pastoral Colectiva

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Y ahora vamos con las tomas de esta serie. Ya sabes: los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Hacia la divinización del señor bajito
Paco, eres peor que la República
¿A que no sabías que Franco censuró la pastoral de un cardenal primado?
Y el Generalísimo dijo: a tomar por culo todo
Pío toma el mando
Una propuesta con freno y marcha atrás
El cardenal mea fuera del plato
Quiero a este cura un paso más allá de la frontera; y lo quiero ya
Serrano Súñer pasa del sacerdote Ariel
El ministro que se agarró a los cataplines de un Papa
El obispo que dijo: si el Papa quiere que sea primado de España, que me lo diga.
Y Serrano Súñer se dio, por fin, cuenta de que había cosas de las que no tenía ni puta idea
Cuando Franco decidió mutar en Franco


En junio de 1939, los soldados italianos del CTV que habían luchado en la guerra española regresaron a su país. En el viaje les acompañó, cual profesor vigilante de un paso del Ecuador, Ramón Serrano Súñer, el hombre fuerte del franquismo, si es que alguien que no sea Franco podía ser verdaderamente fuerte en el franquismo. El día 12 fueron recibidos por el Papa.

El encuentro no era nada fácil. Los que probablemente fueron los dos colaboradores más estrechos de Pacelli además de Maglione, Gionanni Battista Enrico Antonio María Montini (futuro Pablo VI) y monseñor Domenico Tardini, trataron de que la cosa saliera lo mejor posible. Montini le dijo a Serrano que procurase hablar poco; tal vez conocía, o le habían informado, sobre la capacidad del cuñado de cagarla por decir una palabra de más.

La situación, en todo caso, era bastante jodida. Un periodista estadounidense acababa de revelar que había visto en el despacho del ministro del Interior español (o sea, Serrano) un ejemplar de una revista alemana de tonos bastante radicales; el propio Serrano había declarado a la prensa nazi, tras la caída de Barcelona, que la España nacional era muy católica, pero que “no estamos dispuestos a seguir los caprichos de Roma”. A esto hay que unir que la Falange triunfante de la guerra, a pesar de que la victoria se saludó con misas sin fin y tedeums y de todo, también se sentía triunfante frente a la Iglesia. Los falangistas más identificados con su ideología nacionalsindicalista consideraban que los curas no habían hecho todo lo que hubieran debido en defensa del bando nacional, y culpaban a Roma de esa tibieza. Ahora, multiplicaban las referencias a Carlos I y al saco de la ciudad. El Falangismo más católico, por otra parte, alimentaba la idea, de corte muy francés, de permanecer dentro de la disciplina católica, pero con una Iglesia nacional diferenciada, capaz, además, de generar sus propios mandos.

Pero es que había más. La Falange, ya desde los tiempos del mando de Hedilla, había mostrado con claridad su pretensión de que, en el nuevo Estado, la Prensa estuviese controlada por un esquema totalitario. Esto quiere decir que no sólo aspiraban a prohibir cualquier medio de oposición, que eso ya venía de suyo, sino que pretendían, como poco, ponerle todos los obstáculos posible a cualquier medio de comunicación inspirado por las ideologías que se habían pasado al bando nacional, pero no eran ellos mismos. Al estallar la guerra civil, las organizaciones confesionales católicas tenían una sólida posición en los medios de comunicación, que ahora el falangismo se aplicó a derribar. El ariete principal que utilizó fue la censura, colocada totalmente en sus manos; censura que, por ejemplo, silenció sistemáticamente todas las tomas de posición papales sobre el nazismo. Asimismo, el falangismo, que se creyó monopolístico hasta que Franco decidió pararle los pies y mandarlo a morir a Rusia, también había comenzado, ya antes del final de la guerra y en la España nacional, a cortocircuitar en todo lo posible el asociacionismo estudiantil católico; y pronto absorbería las organizaciones obreras católicas en el turbión del sindicato único. La Falange, por último, pretendía, en cohesión con su ideología totalitaria, monopolizar, cuando menos, la segunda enseñanza. El ministro Sainz Rodríguez tuvo que ponerles coto.

Así pues, aquel 12 de junio de 1939, el Papa Pío XII estaba convencido de que en España había fuerzas anticatólicas en la práctica que trabajaban para bombardear una buena relación entre la Nueva España y el Vaticano. Y el hombre que era el epicentro de aquel sismo era el tipo de bigotes que ahora mismo le estaba besando el anillo.

Así pues, Pacelli estuvo en aquella audiencia incómodo y desabrido como si se hubiera puesto mal el tampón. No paró de hacer reflexiones contrarias a la infiltración nacionalsocialista en la buena nación española, que tanta pasta le había dado en el pasado, perdón, quise decir, que tan acendradamente católica se había mostrado siempre. Maglione, por su parte, le sacó directamente a Serrano el tema del convenio cultural con Alemania y la fila de fast check que preveía para las publicaciones de inspiración nacionalsocialista.

Yanguas, inteligentemente, dio un poco de sedal. Esperó unos días tras aquella audiencia fría y poco halagüeña, juzgando que era necesario que los cardenales reposasen un poco el vino dentro de sus cabezas y llegasen a la conclusión Corleone, esto es, que es mejor tener cerca a tus amigos, pero mucho más cerca a tus enemigos. En algún momento, pues, el Vaticano habría de concluir que lo mejor era llegar a algún acuerdo provisional con el gobierno español que liberase presión en la válvula. A finales de mes, el embajador solicitó audiencia con el Papa, y éste se la concedió con mucha rapidez. Un buen síntoma.

En dicha audiencia, Yanguas presentó al Estado franquista como un Estado que estaba deseando cumplir sus obligaciones en materia de culto y clero; una afirmación harto creíble pues, verdaderamente, de las veleidades católicas del nuevo Estado nadie podía dudar; y una afirmación, no se olvide nunca, detrás de la cual había mucha pasta. Sin embargo, una vez mostrada la zanahoria, vino el zasca: Yanguas recordó el argumento Rodezno, esto es, que aquello formaba parte de una regulación concordataria, así pues hacía falta que dicha regulación se hubiese acordado para poder actuar con plenitud. En suma, le dijo que el Concordato no podía continuar suspendido. Que si el Vaticano quería un besito, tendría que comprar el sexo completo.

Varias veces, el Papa hizo referencia ante el embajador a una fórmula que tenía para conciliar los intereses de ambas partes en el nombramiento de obispos; pero no explicó en qué consistía. Lo que sabía Yanguas, fruto de sus contactos, es que la propuesta de Pacelli había sido conocida por la Congregación de Asuntos Extraordinarios, que había fruncido el ceño al considerar que la Iglesia hacía demasiadas concesiones. Así pues, el embajador le insinuó al Padre Santo que tenía que cerrar esa vía de agua, él, que quería tanto a España; apelación ésta que, al parecer, emocionó al pontífice, o tal vez hizo como que se emocionaba, pues entre cardenales, políticos y actores, nunca puedes estar verdaderamente seguro de lo que piensan. Con estos conceptos de buen rollo, la audiencia llegó a la despedida y cierre.

Ahora le tocaba a Yanguas descender los grandes conceptos de la conversación con el Papa al diálogo pragmático con Maglione. Así que se fue a ver al secretario de Estado, quien tenía otra actitud. El cardenal le dijo al embajador (y esto es algo en lo que tenía, creo yo, toda la razón) que no entendía cómo Franco no cumplía las obligaciones de culto y clero sin necesidad de negociación alguna. Vale, estaba el argumento canónico de que es necesaria una negociación concordataria y todo eso; pero, al fin y al cabo, alguien que es súper católico no puede aguantar ni un solo día sabiendo que los curas pasan hambre si, además, sabe que está en su mano remediarlo. Como digo, yo creo que este argumento era muy acertado y, además, impactaba en todo el centro de gravedad de la posición española: ¿puede alguien comerciar diplomáticamente con deberes religiosos o cuestiones de plena moralidad? Eso sí, lo cierto es que, si concluimos que la contestación es que no, no sólo estamos jodiendo a Franco; es que estamos cerrando el Vaticano que, la verdad, no ha hecho otra cosa a lo largo de su Historia; y sigue sin hacer otra cosa en el día presente. 

Maglione, por lo demás, estaba cabreado por un decreto aprobado por el gobierno franquista aquel mes de junio, por el cual se encomendaba a los sacerdotes la enseñanza primaria en las aldeas y zonas rurales. Al secretario de Estado esa norma le pareció de un jetoncio subido, y es que lo era: el gobierno español, sobre no pagarle a los curas, ahora encima les encalomaba la responsabilidad de ser maestros, ahorrándose con ello un buen pico del presupuesto de Educación.

Yanguas no se arredró. Ya he dicho que era tipo listo y que conocía muy bien el tipo de barro que pisaban sus botas. Como no se arredró, le contraatacó a Maglione con la lista (bastante larga) de disposiciones apuntando a, digamos, la reconstrucción católica de España, que el gobierno entonces de Burgos había aprobado unilateralmente sin que esa Iglesia católica, apostólica y romana que tanto quería a España, y tanto admiraba su labor en defensa de la verdadera Fe, moviese una puta ceja. A Maglione no le quedó más remedio que reconocer aquellos méritos y limitarse a argumentar: encima de puta, tienes que poner la cama. O sea: que todo eso estaba muy bien, pero que le pagaran un sueldo a los curas ya, coño. Una argumentación muy vaticana: a mí no me convences con detallitos, me convences dándome pasta. Ya lo decía esa figura señera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que fue el cardenal Paul Marcinkus, ése sobre quién no ha habido nunca un Francisquito que se haya atrevido a liberar toda la documentación que con seguridad tiene. El buen cardenal estadounidense siempre decía: la Iglesia no funciona con Avemarías. La Iglesia funciona con pasta

El embajador español tenía la necesidad de colocar el debate en un nivel un poco más elevado, porque los problemas que había entre la España de Franco y Dios no se limitaban al sueldo de los curas; el problema de fondo, como espero haberos explicado ya, era quién iba a ser ese cura. Así pues, para que Maglione adquiriese una idea más precisa de la magnitud del problema, Yanguas le dijo que le iba a hacer una confidencia: el presupuesto de culto y clero no era el problema. Tan no era el problema, le dijo, que él estaba personalmente convencido de que el general Franco era más que capaz de aprobarlo y ponerlo a funcionar incluso aunque no existiese ningún acuerdo previo con el Vaticano. Pero no se olvide, Eminencia, le dijo: si la negociación en torno al Concordato fracasare, no tenga usted duda de que mi jefe me llamará a mí a Madrid, y al nuncio le entregaría su pasaporte para que se largara de España. El Papa, entonces, seguiría siendo quien le tiene que decir a los españoles si tienen que creer que la Virgen era zurda o ambidextra, pero poco más.

En el fondo, el embajador, por mucho que personalmente repugnase de ello, estaba amenazando con la idea falangista de la Iglesia nacional. Una idea más profunda de lo que se cree. Porque hay cosas que el falangismo estaba haciendo en ese momento y de las que Maglione, con seguridad, estaba puntualmente informado. Los gestos de fagocitar las organizaciones católicas de enseñanza, o los sindicatos católicos, no eran sólo operaciones de unificación ideológica. Eran operaciones de unificación presupuestaria, por las cuales, Falange no sólo acallaba voces que no quería se oyesen tan alto en el nuevo régimen, sino que absorbía sus patrimonios y sus fuentes de recursos. La idea falangista (como digo, en realidad francesa) de Iglesia nacional no sólo porta amenazas como que llegare un día en que los sacerdotes, en España, no avalasen tal o cual encíclica del Francisquito; en realidad, lo peor para el Vaticano es que también porta el hecho de que, de erigirse esa Iglesia nacional, también se nacionalizarían los recursos y patrimonios, sobre los que el nivel de control vaticano pasaría a ser cero. Y eso, como el Vaticano aprendió muy bien en episodios como el del cisma de occidente, era muy jodido porque, en el fondo, de lo que se está hablando era de la pasta. Del mardito parné que los purpurados podían acabar perdiendo a base de ningunear la negociación con un Estado que podría acabar por sentirse obligado a seguir al pontífice tan sólo en las cuestiones dogmáticas. Y, cuando algo le dice algo así al Vaticano, el Vaticano se pone verdaderamente nervioso. Porque al Vaticano, de toda la vida de Dios (literalmente), en el fondo, todas las cuestiones doctrinales, que si hay que comulgar con pan de ángel o también con vino, que si la Virgen vestía de Zara o de H&M, que si Jesús era hombre-Dios, Dios-hombre o leches en vinagre, en  realidad le han importado bastante poco, y cuando ha tenido que pactarlas, las ha pactado. Pero si se ha mostrado intransigente ha sido porque, detrás de cada indisciplina dogmática, lo que hay son gentes, se llamen monofisitas, monotelistas, nestorianos, bogomilos, paulicianos, cátaros o protestantes, que, de repente, se quedan con el cajón de la pasta

Ambas partes, pues, se estaban midiendo. Y ambas partes, de hecho, hicieron esfuerzos por encontrarse. Por parte vaticana, ni Pacelli ni Maglione sacaron en sus entrevistas el tema de la provisión de las sedes vacantes, que semanas antes era urgente. Por parte española, Yanguas se desgañitó en sus telegramas a Madrid pidiendo que, por favor, por favor, under no circumstances se le ocurriera al gobierno español ratificar en esas fechas el maldito convenio cultural hispano-alemán.

Al final, la entrevista entre Yanguas y Maglione terminó como tenía que terminar: apelando a la máxima autoridad. Así pues, dijo el secretario de Estado, si el Papa le había dicho al embajador que tenía una fórmula para estructurar provisionalmente las relaciones entre España y el Vaticano en el espinoso tema de la provisión de sedes, entonces a lo que habría que estar era al análisis de ese mecanismo.

El 19 de julio, Maglione llamó a Yanguas. En esa entrevista, finalmente, Roma destapó el tarro de las esencias e informó, concretamente, de la fórmula: el episcopado español formaría unas listas que serían entregadas a la Nunciatura, quien las enviaría a Roma. En el Vaticano el Papa, que no estaría obligado a escoger candidatos dentro de esas listas, designaría, para cada obispado vacante, una terna de candidatos, comunicada al gobierno español. Éste, de esos tres nombres, elegiría el que finalmente ocuparía la dignidad episcopal.

¿Qué os parece? Con lo que sabéis por las tomas anteriores de las posiciones de Franco, ¿creéis que aceptó este esquema, o se miccionó encima de él?

Para saberlo, ya lo siento, tendrás que esperar.

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