lunes, septiembre 28, 2020

Franco y Dios (14: no es no; y, además, es no)

Como quiera que el tema de España, la República y la Iglesia ha sido tratado varias veces en este blog, aquí tienes algunos enlaces para que no te pierdas.

El episodio de la senda recorrida por el general Franco hacia el poder que se refiere a la Pastoral Colectiva

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Y ahora vamos con las tomas de esta serie. Ya sabes: los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
¿Qué estás haciendo: cosas nazis?
Franco decide ser nazi sólo con la puntita
Como me toquéis mucho las pelotas, me llevo el Scatergories
Los amigos peor avenidos de la Historia
Hacia la divinización del señor bajito
Paco, eres peor que la República
¿A que no sabías que Franco censuró la pastoral de un cardenal primado?
Y el Generalísimo dijo: a tomar por culo todo
Pío toma el mando
Una propuesta con freno y marcha atrás
El cardenal mea fuera del plato
Quiero a este cura un paso más allá de la frontera; y lo quiero ya
Serrano Súñer pasa del sacerdote Ariel
El ministro que se agarró a los cataplines de un Papa
El obispo que dijo: si el Papa quiere que sea primado de España, que me lo diga
Y Serrano Súñer se dio, por fin, cuenta de que había cosas de las que no tenía ni puta idea
Cuando Franco decidió mutar en Franco


En los primeros días de febrero de 1939, mientras la República daba sus últimas boqueadas, Carmelo Blay, sacerdote administrador del Colegio Español de Roma, una persona muy influyente en el mundo sacerdotal y también ante la España franquista, llegó a la cartuja de Lucca con una misión: entrevistarse con un residente de la dicha cartuja: el cardenal Vidal i Barraquer; y explicarle en dicha entrevista los puntos de vista de su jefe: el Papa Pío XI.

Lo que Blay le dijo al cardenal, obviamente, no le gustó. El general Franco había dictado su ostracismo vitalicio, y el Papa, ahora, lo sancionaba de palabra, obra u omisión. Vidal le dijo a Blay que no lo entendía. Extendió como una alfombra por el suelo de la conversación todas las cosas que había hecho por la España nacional, desde exaltar el alistamiento de muchos jóvenes (entre otros, un sobrino suyo) hasta, sobre todo, ayudar a los sacerdotes perseguidos. Por encima de todo, Vidal consideraba que Franco no era capaz de valorar que él siempre se había negado a ser timbre de propaganda para los republicanos, y esto es algo en lo que yo creo que tenía razón. Vidal no se quiso ir a Francia, donde su identificación con los catalanes nacionalistas exiliados sería muy sencilla; como no había querido escuchar los cantos de sirena de la República, que le habían insinuado que regresase a su sede tarraconense. Dicho esto de que entiendo que tenía sus argumentos, la verdad es que el buen cardenal estaba bastante ciego cuando le decía a Blay que, si Franco lo conociese bien,  seguro que cambiaría de opinión sobre él. No hace falta ser franquista para entender que eso no podía pasar. Que una persona que, objetivamente, había trabajado para ponerle palos en las ruedas a la pastoral colectiva, un documento muy importante que le llegó a Franco en el momento en que lo necesitaba, pensase que podía haber otros méritos que sobrepujasen ese pecado,  es como decirle a una mujer violada que su violador, mujer, después de haberla violado le ofreció un vaso de agua para que no se atragantase.

Independientemente de eso, otra cosa que dijo Vidal, ejerciendo sus derechos (pero, claro, ignorando que, en la organización de la Iglesia, los derechos son algo muy teórico) de ser objeto de un proceso. Un proceso, claro, en el que fuese acusado. Pero, también, un proceso en el que se pudiera defender. Blay, sin embargo, le vino a decir que los procesos se hacen cuando hay que tomar una decisión; pero que éste no era el caso, puesto que la decisión estaba ya tomada. Le venía a decir, pues, un poco eso de “yo no estoy negociando contigo, te estoy informando”; en buena medida, también le estaba diciendo eso tan mafioso de "no es nada personal, son negocios". Vidal todavía creía que el Vaticano estaría de su parte en la defensa de sus derechos. Pero es de suponer que, conforme la conversación cogió momento, se fue dando cuenta de que no sería así.

Blay le dijo que, efectivamente, la Santa Sede le había expresado al gobierno español todo lo que tenía decir en defensa de los derechos del cardenal; pero que el gobierno de Burgos no había movido ni siquiera una de las cejas de Sobera. Que, por lo tanto, la única solución que había encontrado al problema, porque era la única que admitía el no es no de Franco, era el nombramiento de un administrador apostólico ad nutum Sanctae Sedis, expresión que se puede traducir como según le pete al Papa.

En ese punto, probablemente tras ver perdida la pelea por la formación de proceso, Vidal trató de mostrarse colaborador con el nombramiento del administrador apostólico. Lo hizo para tratar de fibrilar la idea de que algunas de las personas de su entorno, que ya había utilizado en nombramientos como sabemos, podría servirle al Papa de coña para dicho nombramiento. Blay también tuvo que bajarlo de ese guindo,  y le informó de que el general Franco antes bailaría el Cacao Maravillao en trikini por las calles de Ulan-Bator que aceptar que la administración de la sede tarraconense (o de cualquier otra) recayese en manos de algún piernas amigo del cardenal.

Con este orden de cosas, como vemos bajando un escalón tras otro, Vidal pasó ya a los temas crematísticos particulares (os lo he dicho siempre; cuando se habla con un cura de temas importantes, es sólo cuestión de tiempo que saque el tema de la pasta). La situación que se dibujaba, le dijo a Blay, lo dejaba en situación de arzobispo sin arzobispado, viviendo en una cartuja y sin un mango. Como quiera que su interlocutor no le pudo dar razón de alguna solución a ese problema, la entrevista terminó con la promesa por parte del arzobispo de escribirle él directamente a Pacelli.

Es evidente que la entrevista dejó a mosén Françesc bastante más que preocupado, porque el hecho es que lo movió a hacer algo que no había intentado hasta entonces: irse a Roma. Eso hizo junto con su inseparable Joan Viladrich. Éste fue recibido por Pacelli el 5 de febrero pero, la verdad, la entrevista no sirvió sino para escuchar los argumentos de Blay con otra entonación. Por ello, Vidal decidió elaborar un memorando en su defensa. En dicho papel, el cardenal especificaba las razones por las cuales había decidido no firmar la pastoral colectiva, y desmentía algunas de las cosas de las que le acusaban los franquistas, como haber mantenido relaciones con los nacionalistas vascos.

Todo fue bastante rápido. El día 8, apenas tres jornadas después, Pacelli recibía al propio Vidal. La situación en el Vaticano no era la mejor del mundo: el Papa guardaba cama, bastante estropeado. Vidal le propuso al secretario de Estado la posibilidad de visitar al embajador de España ante la Santa Sede, asunto que le pareció una gran idea a Pacelli, quien se ofreció a hacer de trotaconventos de la entrevista. Pacelli llamó a Yanguas y le intimó un encuentro rápido; el embajador, probablemente sintiéndose en deuda con el secretario de Estado por muchas cosas, y tal vez calculando que no le quedaba mucho para ser Papa, le dijo que sí, que la entrevista se celebraría esa misma tarde. Un par de horas después, sin embargo, la desconvocó hasta recibir instrucciones de su gobierno. O sea, se lo pensó dos veces, como, por otra parte, es lógico.

Quienes sí se vieron aquel 8 de febrero fueron Pacelli y Yanguas. Pero en ese momento el embajador estaba ya en otro plan: había recibido el cablegrama solicitado desde España con algunas instrucciones. Ante Pacelli, desplegó una plétora de argumentos sobre la labor realizada por la España roja en Cataluña (labor que, la verdad, por mucho que los franquistas la exagerasen,  no era como para estar orgulloso, la verdad); así como el estado de las iglesias, buena parte de ellas destruidas y profanadas. El gobierno español, ya dueño de la región, tenía la obvia intención de reconstruir todo aquello y ponerlo en su sitio adecuado; pero para ello su propuesta era encargar la archidiócesis tarraconense al obispo de Salamanca y la de Barcelona al de Cartagena. En otras palabras, pretendía hacer, en el campo espiritual, lo que también hizo en el civil: que los catalanes no fuesen gobernados por catalanes.

Ciertamente, atribuirle indirectamente a Vidal, como yo creo que pretendió hacer un poco Yanguas, las atrocidades cometidas en la Cataluña republicana, era un pasote de cojones. Pero lo que también es cierto es que el gobierno de Franco sabía qué clavo estaba golpeando, y que lo hacía con eficiencia. El cardenal Vidal i Barraquer, cuando menos mi opinión, es un ejemplo más, de muchos de los que nos da la Historia, de que la equidistancia no es sinónimo de equilibrio. Su actitud, tratando de situarse en un punto medio entre la lógica demanda de un sacerdote en contra de una España rabiosamente anticlerical y la de un catalán que desea que los deseos de su pueblo se entiendan, hizo que, al fin y a la postre, al Vaticano, por muy progre que quisiera ser (que tampoco lo era) le resultase cada vez más difícil defender a aquel cardenal que no consiguió maridar suficientemente su condición de sacerdote y de catalán en medio de un conflicto en el que, o eras una cosa, o eras la otra; y todo ello por mor, lo he escrito ya varias veces, de la enorme, insondable, inexplicable estupidez de la República.

Yo creo, de hecho, que eran estos elementos connotados en la conversación los que resultaban más importantes para Yanguas en su audiencia con el secretario, pues el embajador tenía que saber que las propuestas concretas para la provisión de las sedes barcelonesa y tarraconense ya las había transmitido Cicognani, así pues Pacelli, para entonces, las conocía de sobra. Pacelli, en todo caso, le refirió a Yanguas todos los pasos dados por la Santa Sede, muy especialmente la entrevista de Lucca y el memorando de Vidal, y le argumentó que al Papa le resultaba muy difícil apartar a un arzobispo de su sede sin existir un motivo canónico para ello. Yanguas, es de suponer que con una media sonrisa, pidió el comodín del cardenal Segura; ese cardenal que había tenido que salir de España absolutamente contra su voluntad; tan, tan en contra que incluso se había negado a firmar el memorial que le presentó el nuncio Tedeschini. Por ahí los argumentos de Pacelli, la verdad, tenían poco recorrido. La Iglesia  había optado por la cobardía y la contemporización en su momento, y ahora le resultaba muy complicado ponerse brava, máxime cuando su contrincante era ultracatólico.

En ese punto de la conversación, Pacelli sacó varios puntos del memorando de Vidal, que Yanguas fue apostillando uno tras otro. Supongo que ya al borde de la paciencia, el secretario de Estado acabó por decirle a Yanguas que Vidal tenía el deseo de poder explicarle personalmente aquéllos y otros extremos. Yanguas reiteró que él no se reunía ni con su mano izquierda sin el conocimiento y la autorización de Burgos. Pero añadió una morcilla, signo de que las instrucciones que llevaba encima eran claras al exigirle que dejase claro el no es no: si el tema se hacía rápido, no pasaría nada. Pero si se dilataba en el tiempo, el gobierno español le abriría al cardenal de la iglesia católica Françesc Vidal i Barraquer proceso por alta traición. Este tema a Pacelli no le gustó mucho, la verdad.

Al día siguiente, Vidal visitó al secretario de Estado. Había pasado horas madurando las cosas, y traía una propuesta: escribirle un telegrama público a Franco. Esta iniciativa, barruntaba el cardenal, serviría para dar publicidad al tema y, al tiempo, aventar sus explicaciones. Asimismo, insistió en pedirle audiencia a Yanguas para explicar mejor las cosas y deshacer lo que él consideraba eran malentendidos sobre su actuación. Pacelli le refirió que dos días más tarde, y a causa del aniversario de los pactos lateranenses, Pío XI daría un discurso ante el episcopado italiano. El rumor era que el Papa iba a aprovechar el discurso para condenar el fascismo. Pero también, refirió Pacelli, incluiría en su espich la reincorporación de Vidal a su sede. La publicidad de estas palabras serían el mejor apoyo del Vaticano a las reivindicaciones del cardenal.

Esto, para ser más exactos, lo cuenta Ramón Muntanyola, biógrafo de Vidal. Yo no lo creo. Lo del fascismo sí, desde luego; pero lo de Vidal, ni de coña. No cuadra con casi nada de lo que sabemos de la actitud anterior de Pacelli ni de Pío XI. En esos días, el prepósito general de la Compañía de Jesús, quien como sabemos actuaba cerca del Papa en auxilio de las posiciones del gobierno de Burgos, le dijo a Yanguas que el Padre Santo había decidido atender las intenciones de los españoles. Y, además, hay otro factor importante.

En 1933, cuando Isidro Gomá tomó posesión de la sede toledana, el nuncio Tedeschini, uno de los personajes más maniobreros de esta historia como sólo puede serlo un curita resabiado, le dijo (se lo dijo, de hecho, el mismo día que tomaba posesión, el 2 de julio) que el cardenal Vidal le había pedido que se reconociesen en el Estado español dos primacías: la toledana y la de Tarragona, ésta última, claro, en su persona. Gomá, por supuesto, se negó; en primer lugar, es obvio, no quería soltar el control sobre la pasta que supondría aquella decisión; y, en segundo, aquello era, como quien dice, romper España por vía eclesiástica. Los movimientos de Tedeschini a favor de esta propuesta fueron tantos y tan taimados que, en 1936, Gomá tuvo que ir personalmente a Roma a poner las cosas en su sitio. El 23 de abril de aquel año, la secretaría de Estado le dio por escrito todos los derechos a la sede toledana, sin conocimiento ni de Tedeschini ni de Vidal. Éste último reaccionó iniciando los trabajos de convocatoria de conferencias de metropolitanos, trabajos que eran competencia del primado y así se lo hizo saber Gomá. En ese tira y afloja estaban cuando estalló la guerra.

En consecuencia, dentro del Vaticano había, desde el inicio de la guerra, toda una actitud notablemente hostil a las Iglesias regionales y esas cosas. De posicionarse el Papa indefectiblemente a favor de Vidal, es más que posible que hubiera causado una rebelión de estas fuerzas, de gran fuerza en el Vaticano.

Pero, bueno, en todo caso, el asunto lo resolvió la Paloma Muda: al día siguiente de aquella entrevista, en las vísperas del discurso pues, el Papa la roscó.

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