jueves, febrero 13, 2020

Partos (21: Lucio Cesenio Peto, el minusválido conceptual)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
Una vez más, Armenia

En efecto, Volagases no estaba en condiciones de ponerse muy gallito con los romanos, dado que en ese momento tenía una rebelión importante dentro de su propio reino. Vardanes, su propio hijo, se había levantado contra él. Y no parece que fuese un rebelión fácil de sofocar, pues, por lo que parece, duró tres años, desde el 56 hasta al 58. No sabemos gran cosa de esa rebelión salvo su duración y el resultado final, que fue la victoria de Volagases. Habitualmente se ha asumido que la derrota, de una forma u otra, le costó la vida a Vardanes.
En cuando la rebelión estuvo suficientemente sofocada, Volagases retomó los contactos con Corbulo y Umidio, para dejarles claro que Tirídates debería ser respetado como rey independiente de una Armenia, además, tributaria de Partia y no de Roma. Tirídates, en paralelo, comenzó en su reino una política de represión indisumulada hacia cualquier fuerza prorromana.

La reacción de Corbulo fue prepararse para una guerra que consideraba inminente. Perfeccionó las levas en Siria, acuarteló más tropas y, sobre todo, inició una política de alianzas con los monarcas y sátrapas del área. Renovó, así, la alianza de Roma con Farasmanes, el rey de Iberia, y presionó al rey Antíoco de Commagene para que cruzase las fronteras de Armenia, y no precisamente para comprar toallas.

Tengo por claro y evidente que la intención de Volagases era socorrer y ayudar a su hermano el rey de Armenia. No pudo hacerlo, sin embargo, puesto que de nuevo los escitas le dieron problemas. Estalló una rebelión en Hircania, casi inmediatamente después de que terminarse la de Vardanes. Como ya sabréis todos los que habéis seguido pacientemente estas notas, en realidad los escitas fueron siempre el gran peligro de los partos, sólo amortiguado por el hecho de que dan toda la impresión de ser un pueblo al que le gustaba el pillaje, pero no la invasión. La rebelión hircana debilitó de tal manera las capacidades bélicas de Partia que Tirídates, rápidamente, vio su trono perdido y abandonó prudentemente Armenia, que quedó, pues, en manos de los romanos, a pesar de que esa vez no habían disparado ni un tiro para conseguirla (lo cual, por cierto, aunque yo creo que nunca podremos saberlo, presenta la duda de si la rebelión hircana no sería una rebelión adecuadamente lubricada con talentos con la carita de Nerón).

En el año 58, los romanos entraban en Artaxata, aunque la Barcelona armenia, Tigranocerta, se les resistió todavía dos años más. El Imperio colocó al frente del país a Tigranes, nieto de Arquelao, rey de Capadocia; pero, al mismo tiempo, se aplicó a una estrategia de reducción del territorio armenio, buscando claramente debilitar las posibilidades de aquel reino que se había rebelado como tan tocapelotas. En la lotería que se produjo, cantaron gordo casi todos los reyes de la zona amigos de Roma: Farasmanes de Iberia, Polemo del Ponto, o Aristóbulo, rey de la llamada Armenia Menor, y Antíoco de Commagene, todos recibieron partes de Armenia, que integraron en sus reinos. O sea, la Checoslovaquia de 1938 en plan asiático.

Suele pasar, en la vida de la Historia, que cuando te va peor ello sea la antesala de una mejora y, al revés, que cuanto mejor te va, más te acercas a la desgracia. Los temas pintaban bastante mal para los arsácidas pero, en realidad, estaban mejorando notablemente. Paralelamente al espolio armenio, la rebelión hircana perdía momento, y pronto Volagases pudo llegar a algún tipo de acuerdo (yo doy por más probable un pacto que una victoria militar, pues, la verdad, derrotar sin mácula de duda a los escitas era demasiado difícil); lo cual quiere decir que pudo volver el rostro hacia occidente. Al rey de reyes el acuerdo de Roma con sus reinos y satrapías amigos no le gustaba nada, no sólo porque capitidisminuía un reino como Armenia, que los partos consideraban medio suyo; sino porque todos esos arreglos no hacían otra cosa que construir plataformas de ataque sobre diversos territorios de su imperio, como Media o Adiabene, de soltera, Asiria.

De hecho, Tigranes, un rey que era consciente de que tenía que ganar puntos ante el Senado romano como buen discípulo, entendió enseguida, o tal vez le fue tal cual referido por los embajadores romanos, que lo que se esperaba de él es que tratase de invadir Adiabene; y así lo hizo. La antigua Asiria estaba gobernada en nombre de Volagases por Monobazo, un tipo, como podéis leer, con un nombre bastante absurdo, pues todos, que yo sea, tenemos un solo bazo (o tal vez es que su bazo era de mono...)

Monobazo, al fin y al cabo un hijo de su siglo y de su cultura, intentó primero resistir el embate de Tigranes el armenio-capadocio-romano, pero podemos imaginar que las tropas invasoras estarían dopadas de ayuda romana, así pues pronto vio que no era capaz; y, cuando vio que no era capaz, se comenzó a plantear el simple y puro cambio de chaqueta.

En esa situación, y en medio de las quejas constantes y ruidosas de Tirídates quien, con toda la razón, consideraba que le habían dejado más tirado que una colilla, Volagases resolvió convocar una asamblea de megistanes. En dicha reunión, por lo que sabemos, el rey se marcó un discurso nacionalista, en plan VOX parto a lo puto bestia y, en un gesto final de efecto, colocó sobre las sienes de su hermano Tirídates la diadema de rey de Armenia, declarando así su voluntad de recuperar para él el viejo reino. Asimismo, ordenó a Monseses, uno de sus mejores generales, y al propio Monobazo para que entrasen con tropas en Armenia. Él, por su parte, tomaría la mayor parte de las tropas del ejército parto y avanzaría hacia el Éufrates, con la intención de cruzarlo y amenazar nada menos que Siria. Un mensaje claro para Roma, pues: si querías caldo, lo mismo se voy a inyectar dos tazas por el culo.

La campaña militar desarrollada en el año 62 fue casi una ful, sin embargo. Monseses y Monobazo avanzaron por Armenia y asediaron a Tigranes en Tigranocerta, que se había convertido en la capital ya que las tropas de Corbulo habían dejado Artaxata completamente inservible. En lo tocante a Volagases, llegó hasta Nisibis, una posición estratégica porque desde ahí podía ordenar avanzar tanto sobre Armenia como sobre Siria.

Los éxitos, sin embargo, llegaron hasta ahí. Los partos, como buenos jinetes asiáticos, eran deplorables asediadores. Tigranes, dentro de su ciudad y sobradamente pertrechado, simplemente se sentó a esperar a que aquellos negaos se quedasen sin hamburguesas. Por lo que se refiere a Volagases, en Nisibis fue contactado por una embajada de Corbulo. El general romano doblaba la apuesta: si los partos pensaban invadir Armenia o Siria, él invadiría Partia. Tras mucho considerarlo, el rey de reyes concluyó que lo mejor era pactar.

Así las cosas, ambas partes, en ese típico acuerdo que nace de las nulas ganas que ambos tenían de enfrascarse en una guerra, llegaron al acuerdo de que los partos levantarían el asedio de Tigranocerta, a cambio de que los romanos se fuesen de Armenia. Partia enviaría a Roma una embajada para pactar el estatus de Armenia, tiempo durante el cual el país permanecería libre de la influencia de los dos imperios.

El acuerdo proveyó de paz a la zona durante meses. Sin embargo, en el otoño del año 62 apareció en la zona un nuevo protagonista. Un tipo, la verdad, bastante torpe y gilipollas. Se trataba de Lucio Cesenio Peto, un general romano cuyo principal aval no eran sus victorias ni su carisma frente a las tropas, sino su amistad con Nerón.

Peto, probablemente, era un maniobrero de ésos que encontramos en toda época, que suplen su escandalosa falta de inteligencia y decisión con una ambición digna de mejor fin. Igual que en las antiguas pandis de mi adolescencia lo habitual era que al que más le gustase coger la guitarra y ponerse a cantar era al sordo de turno, este tipo de gente, para esconder y, sobre todo, esconderse a sí mismos su nulidad, se creen llamados para las más altas responsabilidades. Yo creo que Peto, que estaba en Roma como pollo sin cabeza y, más que probablemente, aguantando que las elites del poder lo tratasen de subnormal, fue quien se dedicó a comerle la oreja al emperador con que él era el candidato ideal para resolver el sudoku armenio. Nerón, no sabemos bien con qué nivel de convicción, accedió a la idea, y por eso le dio el mando de las tropas romanas en el teatro armenio, mientras ordenaba a Corbulo ceñirse a Siria que, al fin y al cabo, era su mando natural.

Aunque lógicamente nos falta información, es muy fácil dirimir que Corbulo se debió de coger un globo del cuarenta y cuatro cuando se enteró. Pero las cosas, en mi opinión, tienen su lógica. El general romano, cierto es, había llegado a acuerdos con los partos que habían sido, si no humillantes, sí bastante cortitos desde la perspectiva romana. En todo el tiempo transcurrido, ciertamente, hemos visto a un Corbulo paciente y cauteloso, que siempre intentaba evitar las hostias; y esto es algo que, al creciente partido halcón romano, ése que consideraba sus legiones invencibles, no le podía gustar gran cosa. Es de suponer, pues, que Corbulo tenía enemigos en Roma, enemigos que estaban mucho más cerca de Nerón que él mismo. Si mi idea de las cosas es la correcta, Peto se habría presentado ante esas fuerzas de la política romana intitulándose campeón del halconismo, yo les venceré a todos, conmigo Roma será la dueña indiscutida de Asia, blablabla; y le creyeron o, tal vez, le quisieron creer.

Be it as it may, Peto se fue a Asia con una legión más y, una vez en Siria, ambos generales procedieron a repartirse las tropas por mitades más o menos exactas, tres legiones para cada uno.

Aquel otoño, además, los enviados de Partia a Roma, ésos que habían ido para pactar el estatus de Armenia, regresaron sin haber alcanzado ningún acuerdo firme. Con eso, pues, quedaba definitivamente quebrada la tregua (yo creo que era, ya, lo que los romanos buscaban descaradamente, y es por eso que la misión diplomática fracasó) y podrían retomarse las hostilidades. Ambos generales acordaron que Corbulo avanzaría hacia el Éufrates mientras que Peto entraría en Armenia desde la Capadocia.

Cuando pasó el Taurus, Peto encontró apenas resistencia de los armenios, así pues se dedicó a llevarse por delante a todo lo que se movía. El invierno se acercaba rápidamente, sin embargo, y ningún explorador regresaba de sus partidas avisando de haber visto a ejército enemigo alguno. En su rampante imbecilidad, Peto consideró que su campaña había terminado, que había logrado sus últimos objetivos y todo eso, y consecuentemente se lo escribió a Nerón. Confiado de que estaba solo en Armenia, de las tres legiones que tenía envió a una de ellas a hibernar al Ponto, y acuarteló las otras dos entre el Taurus y el Éufrates; y, cosa más importante, a cada soldado que le vino a sus mandos pidiendo un permiso, y a los mandos también, se lo concedió. Así pues, buena parte de sus tropas se fueron a Capadocia o a Siria, a pasar el invierno rodeados de vino y de putas.

En una excelente demostración de la existencia de la Ley de Murphy, más o menos cuando el proceso de marcha de todos los soldados que quisieron dejar el crudo invierno armenio se completó, comenzaron a llegarle a Peto noticias de que Volagases avanzaba hacia él. En la reacción del general romano no hubo ni una, pero ni una, decisión acertada. Mostró una evidente incapacidad de mantener sus decisiones estratégicas. Al principio resolvió quedarse al abrigo de los cuarteles; pero luego, sin razón aparente, decidió salir a campo abierto; pero cuando sufriese las primeras bajas, resolvió regresar a sus cuarteles, no sin dejar 3.000 efectivos de sus mejores tropas en las riberas del Taurus para parar a Volagases; o sea, los envió al suicidio programado.

Después de mucho pensárselo, pues probablemente le jodía mucho tener que hacerlo, acabó por decidirse por pedirle ayuda a Corbulo. Sin embargo, probablemente acuciado por la idea de que, si su compadre aparecía por Armenia, acabaría llevándose toda la gloria, le escribió una carta en términos muy genéricos, diciendo apenas que esperaba ser atacado en algún momento. Corbulo, al recibir la noticia, interpretó que no había urgencia en partir en ayuda de su compañero (cosa que, probablemente, tampoco tenía demasiadas ganas de hacer); así pues, no se dio ninguna prisa por poner sus legiones en movimiento. Como resultado, pues, de una extraña combinación de incapacidad militar, envidias y bastante estupidez, los romanos se debilitaron a sí mismos.

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