lunes, octubre 26, 2020

Franco y Dios (26: quiero a este cura un paso más allá de la frontera; y lo quiero ya)

Como quiera que el tema de España, la República y la Iglesia ha sido tratado varias veces en este blog, aquí tienes algunos enlaces para que no te pierdas.

El episodio de la senda recorrida por el general Franco hacia el poder que se refiere a la Pastoral Colectiva

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Y ahora vamos con las tomas de esta serie. Ya sabes: los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Serrano Súñer pasa del sacerdote Ariel
El ministro que se agarró a los cataplines de un Papa
El obispo que dijo: si el Papa quiere que sea primado de España, que me lo diga.
Y Serrano Súñer se dio, por fin, cuenta de que había cosas de las que no tenía ni puta idea
Cuando Franco decidió mutar en Franco



Al día siguiente de su entrevista con el Papa, el embajador Yanguas recibió en la embajada un nuevo cable del ministerio de Asuntos Exteriores en el que se le informaba de la publicación de una nueva carta pastoral de Segura. El documento, según la interpretación que hacía el gobierno franquista (probablemente, muy cercana a la del propio Segura) suponía una crítica excesiva al régimen y, muy particularmente, a su esquema de partido único. La reacción del gobierno fue encarecer de nuevo la llamada del cardenal a Roma ante la Nunciatura. El gobierno aceptaba el arbitraje del Papa en todo aquel conflicto, pero siempre y cuando se produjese con el cardenal fuera de España. Y, lo que es más importante: se ordenaba al embajador regresar a Madrid. Debía pretextar asuntos familiares ante la Secretaría de Estado.

En Madrid, el gobierno le incoó un expediente al cardenal y, además, comenzó a maniobrar para conseguir el apoyo de los obispos más cercanos a sus tesis, como Eijo.

El 12 de mayo, seis días después, Yanguas seguía sin salir de Roma. El cardenal Maglione estaba enfermo, y Yanguas estaba esperando a que se recuperase para poder cumplimentarlo en la despedida. Todavía tuvo que esperar dos días más, ya que el secretario de Estado no volvió a recibir hasta el día 14. Yanguas, ese mismo día, le entregó la última pastoral de Segura, se despidió de él, y salió hacia Madrid.

Para cuando Yanguas regresó a Roma, 24 de mayo, Maglione tenía encima de la mesa un proyecto de nueva pastoral sometido por Segura. Estaba claro que el arzobispo sevillano no sólo no estaba por la labor de tascar el freno, sino que parecía tener la expectativa de que el Vaticano lo acompañase o avalase en sus intenciones. Maglione trató de tranquilizar a su interlocutor, y le aseguró que tenía una carta preparada para Segura en la que le venía a decir que se metiese sus borradores de pastoral por donde amargan los pepinos. Yanguas, yo creo que con toda la razón, le dijo al secretario de Estado que, en el momento que se publicase en España una pastoral y se supiese que había sido previamente remitida en borrador a Roma, sería imposible parar la interpretación de que el Papa avalaba cada palabra del texto; y que eso agotaría la paciencia de Franco. Maglione quedó en hablar con el Papa y, extrañamente considerando su habitual doblez, lo cumplió. A Pacelli lo que le refirieron no le gustó nada y le cursó orden a su número de dos para que le mandase un telegrama a Cicognani, urgiéndole para que se pusiera en contacto con Segura y le dijera que dejase de publicar las putas pastorales de los cojones. Pacelli conminaba al arzobispo a cumplir esta norma incluso sobre temas insulsos. Ya se sabe que, en las dictaduras, a cualquier frase se le da significado.

El día 1 de junio, Yanguas se vió con Pacelli. Consciente de que la mejor manera de erosionar la postura de Segura en Roma era eliminar los recelos que el Vaticano tenía hacia el régimen franquista, se apresuró a explicarle al Papa que la publicación de la Summi Pontificatus no había sido prohibida en España; una de las afirmaciones que hacía Segura en su pastoral del 2 de abril. Sin embargo, el Papa no sólo no le creyó, sino que no se cortó a la hora de demostrarlo. El embajador se la tuvo que envainar por culpa de la torpeza del Departamento de Prensa y Propaganda, petado de talibanes nacionalsindicalistas, alguno de los cuales, como El Dioni Ridruejo, luego ha tenido muy buena prensa pero que, en general, eran bastante gañanes. Los falangistas habían tirado tanto de la cuerda con circulares, telegramas y advertencias que, a pesar de que la encíclica había terminado íntegramente publicada por los periódicos en España, la impresión que había quedado en Roma es que se había prohibido.

Pío XII, sin embargo, tenía otras cosas de las que quejarse, y velay que lo hizo. Le recordó a Yanguas la encíclica previa contra el nazismo, o sus telegramas a los reyes de Bélgica y Holanda después de la entrada de los alemanes en sus países, que habían permanecido ignotos para los españoles. Yanguas lo negó todo y trató de acercarse al Papa dándole el informe sobre la devastación de las iglesias en España y el presupuesto de rehabilitación. Aquello lubricó las cosas (500 millones en obras que se gastaría el gobierno y que, por lo tanto, la Iglesia se ahorraba… ¡la pasta, siempre la pasta!). Así pues, Pacelli se dedicó a hacer cucamonas a base de decir la alta opinión que tenía de Franco y lo mucho que amaba a España; pero, al fin y a la postre, dejó clarinete que no llamaría a Segura a Roma mientras no tuviese claro que el cardenal podría volver a España sin problemas.

Éste fue el momento en el que el embajador español soltó la propuesta que le habían autorizado a hacer: el gobierno español aceptaría el laudo del Papa en esta cuestión, pero no se le podía exigir una declaración garantizando el regreso del cardenal. Pacelli contestó que eso que le pedían era demasiado. Que a los obispos los nombra Dios, y toda esa farfolla (y digo “esa farfolla” no porque no crea en eso, que yo creo que es obvio que no creo; sino porque, a lo largo de la Historia, y cuando les ha convenido, quienes han demostrado fehacientemente que no se lo creen ni con una piedra atada colgando de los huevos, son los propios Papas).

A pesar de este tour de force, Yanguas salió de la audiencia papal con la sensación de que existía la posibilidad de que Pío acabase por llamar a Segura a Roma, por lo menos una temporada. Y no le engañó su olfato vaticano: al día siguiente, 2, el Santo Padre llamaba a su arzobispo al headquarters. Evidentemente, puesto que el Vaticano no era, ni es, de los que cede a cambio de nada, la Secretaría de Estado anunció rápidamente que el favor vendría acompañado de una nota, que hizo llegar a la embajada el mismo día 5 de junio, con los puntos en los que la Iglesia esperaba que en España las cosas fueran con ella de otra forma de como estaban yendo. Se insistía mucho en esa nota en un hecho que era absolutamente cierto: si las relaciones entre el gobierno y la Iglesia eran complicadas entre los más altos representantes, cuando las tenían que llevar a cabo los mandos intermedios (los Ridruejos, vaya), la cosa ya se hacía imposible, porque las injerencias en la libertad eclesial eran constantes. Se citaba expresamente la decisión que había iniciado todo el problema con Segura, es decir, la inscripción de los nombres de los Caídos por Dios y por España en las fachadas de las iglesias.

Esta nota habría de ser finalmente retirada tras reiteradas protestas de Yanguas. Sin embargo, Maglione le dijo al embajador que había un punto de la misma que seguía plenamente vigente: el problema del cardenal Vidal i Barraquer. Vidal había estado en Roma días atrás, y con seguridad había movido lo suyo.

Segura contestó a todo aquello presentándole al nuncio en Madrid un certificado médico que decía que estaba muy cascado y que no podía viajar a Roma.  Eso sí, prometía seguir los consejos del Papa de atar su lengua. En el Vaticano nadie le creyó, pero tampoco podían hacer gran cosa. En cuanto al gobierno español, no le quedó otra que resignarse; Segura abandonaría su pasada locuacidad; pero seguiría siendo una mosca cojonera en los pantalones de Franco.

Quienes siguieron muy atentos todos los movimientos relacionados con el conflicto del cardenal Segura fueron los ingleses. Extraordinariamente bien informados sobre la situación de la Iglesia española, ellos sabían bien que había varios focos en la misma de resistencia al franquismo imperante. Y decidieron aprovechar ese filón. Fruto de esta voluntad de infiltración fue, por ejemplo, la oferta que le hicieron al cardenal Gomá de participar ellos también en la reconstrucción de las iglesias destruidas. En Reino Unido, en efecto, diversas diócesis iniciaron cuestaciones para adquirir objetos religiosos con los que dotar de nuevo los templos españoles. Además, a pesar de ser anglicanos, los ingleses tuvieron el gesto muy medido de nombrar como agregado de Prensa de la embajada a un católico: Thomas Ferrier Burns, que sería padre de Tom Burns Marañón, durante muchos años corresponsal británico en España. En la misma Agregaduría de Prensa colocaron a otro católico, Bernhard Malley, así como en el British Council.

Estos nombramientos coincidían con la llegada a España como embajador de un auténtico peso pesado de la diplomacia británica, Sir Samuel Hoare; Churchill lo había enviado a Madrid con la misión de impedir que España se apuntase al Eje, misión que cumpliría, aunque yo creo que la mayor parte del mérito es de Carlton Hayes, el embajador estadounidense. Recién llegado a España, visitó a Gomá, que estaba ya bastante enfermo.

Los movimientos de los ingleses cambiaron la actuación alemana. Los germanos, en efecto, habían permanecido distanciados de la necesidad de dotar de nuevo las iglesias españolas; pero, cuando vieron que en las iglesias británicas se hacían cuestaciones, animaron las suyas propias y, de hecho, acabarían haciendo donaciones muy potentes (los alemanes, cuando se ponen, se ponen).

Alemania impulsó la fundación de colegios en España y, aun y a pesar de que, como ya he contado, el convenio cultural nunca se ratificó, inundó literalmente el país de libros y publicaciones de la cuerda. En España, los servicios de prensa alemanes dieron cienes y cienes de noticias sobre la continuidad del culto católico en la Polonia invadida, para contrarrestar las noticias en sentido contrario que emitían ingleses y franceses. Éstos últimos, en todo caso, venían a ser más efectivos, sobre todo porque contaban con la solidaridad, sorda o totalmente perceptible, de la mayoría de los enseñantes, vinculados a la Iglesia en su mayor parte. El gobierno, sin embargo, intentó quebrar esta ventaja mediante una orden de 14 de junio, en la que prohibía la propaganda de los países beligerantes. Orden que, en la práctica, no silenció a todos los países beligerantes. Creo que se me entiende.

El 10 de mayo de 1940 había comenzado la gran ofensiva de Alemania contra los países situados inmediatamente al oeste de sus fronteras. Como ya sabéis bien, en solo unos días, Hitler arrambló con Holanda y con Bélgica.  A finales de mayo, los aliados salían echando leches de Dunkerke. El día 28, el rey de Bélgica cursaba a su ejército la orden de capitular. El embarque de Dunkerke terminó el 4 de junio. El 14, los alemanes entraron en París.

Parte del gobierno de Franco saludó todas esas noticias llamando a la entrada de España en la guerra con inmediatez. Fue, concretamente, el general Yagüe, a quien Franco paró los pies con una contestación bien conocida: “Cállate, Juanito, me conformo con que nos den el Canal de Mancha”. El 8 de junio, Franco visitó a Gomá en la clínica donde agonizaba y, ante la insistencia del primado, le juró que haría todo lo posible para mantener España fuera de la guerra.

Sin embargo, como bien sabemos, España rodaba lentamente hacia la guerra. Con la entrada de Italia en la misma, se pasó de la neutralidad a la no beligerancia, y se envió al jefe de Estado Mayor, general Vigón, a Alemania, para pulsar las posibilidades de que Hitler aceptase las pretensiones españolas (sobre todo relacionadas con Marruecos). El 11 de junio, Beigbeder le aseguró a Hoare que Franco no tenía ninguna intención de entrar en guerra. El general, de hecho, tenía especial cuidado de mantener un cierto equilibrio; por ejemplo, terminó cesando al general José López-Pinto Berizo quien, siendo capitán general de la VI Región Militar, le organizó un recibimiento a unos militares alemanes en San Sebastián, recibimiento que terminó con los germanos y militares españoles dando vivas a Hitler y provocando, con ello, la violenta protesta de Hoare.

El ambiente, en todo caso, habría de enrarecerse rápidamente. En Falange temían un golpe de Estado militar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario