lunes, enero 04, 2021

La Armada (18: la famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció)

 Aquí están todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen los posts.

La carambola del cuanto peor, mejor
Las dudas y no dudas de Alejandro Farnesio
Una idea de maduración lenta
Drake, el antiespañol
La reina no quiere; pero da igual
Cádiz
Drake se queda sin fuerzas frente a Lisboa
La guerra flamenca de Diego Pablo Simeone
Las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas
La peripecia de los reformados forales en Coutras
Alemanes, suizos, y viceversa
The pela is the pela
Don Álvaro se estresa y hace chof
La Armada se arma como buenamente puede
El Capitán América de la catolicidad entra en París
Ni sivuplé ni hostias
El tropezón coruñés
La famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció
El librito de un dominico gilipollas y un primer asalto nulo
La batalla que fue como cuando John Connor dispara al cyborg
Entre Parma y Palmer, y sin barcazas
Por fin, los ingleses rompen la creciente
Por qué la Armada jode

Tras conocer la poco realista decisión de su rey, a Álvaro de Guzmán se le presentaban tres estrategias posibles: permanecer en el puerto de La Coruña lamiéndose las heridas y esperando que los perdidos les encontrasen a ellos; salir con la flota a alta mar a buscar a los barcos de los que no tenía noticia; o coger lo que tenía y navegar hacia Inglaterra. La consulta entre marinos y oficiales dejó claro que su sentir estaba a favor de permanecer en puerto. El único disidente de esa opción fue Pedro de Valdés, el comandante del escuadrón andaluz. Valdés quería hacerse a la mar ya. Y no le faltaba razón. En su idea, puesto que en La Coruña, en 1588, todavía no habían abierto ni los supermercados Claudio ni los Gadis, ni tampoco se habían inventado los tequeños, las posibilidades de aprovisionamiento de la ciudad eran bastante escasas cuando quien necesitaba agua, vituallas y de todo era una multitud de 18.000 soldados y marineros (doscientos años después, todavía las tropas de Sir John Moore habrían de aprender que las cosas no habían cambiado gran cosa). Valdés consideraba, pues, que quedarse en La Coruña no tendría otra consecuencia que asistir a un paulatino empeoramiento de las cosas.

 A pesar del planteamiento de Valdés, que como digo cuando menos en mi opinión no estaba exento de racionalidad, la flota quedo surta en el arenal coruñés. Tardaron un mes, aproximadamente, en tener los barcos en buena disposición de nuevo. Los barcos fueron reparados, la salud de los marineros mejoró gracias a una dieta más adecuada que la que tenían en los barcos y, last but not least, buena parte de los barcos perdidos acabaron por aparecer. Habían ido bastante lejos. Un grupo había llegado casi hasta el Canal mismo, y otro hasta las Islas Scilly o Socingas, situadas al oeste de Cornualles; ninguno había visto barco inglés de importancia. Estamos, pues, a 21 de julio, y las cosas parecían situarse más o menos donde estaban al inicio de la expedición.

Por parte inglesa, los barcos de Drake y otros capitanes se encontraban en full commission ya en el mes de abril (lo que explica la impaciencia con la que Drake afrontó las órdenes de Isabel de no hacerse a la mar). Efectivamente, el marino estaba dispuesto a hacerse a la mar para parar a los españoles en sus propias aguas; y eso a pesar de que sus informaciones estaban notablemente desenfocadas, y le hablaban de que en Lisboa se había conseguido acopiar una flota de más de 400 naves y 80.000 efectivos (que, como ya sabemos, ni de coña). 

Sin embargo, todos los indicios son de que quien tenía más parte de razón era la reina. En primer lugar, a Drake en Plymouth le estaba ocurriendo un poco lo mismo que a Guzmán en Lisboa: los refuerzos y los pertrechos no estaban llegando con la rapidez y la fluidez esperadas. Pero es que, además, hay que tener en cuenta que las tormentas de aquel mayo y junio tan atípico de las que ya hemos hablado no sólo habrían afectado a los españoles de estar los ingleses en la mar; no eran galernas selectivas. Lo más probable, sin duda, es que si Drake se hubiera hecho a la mar para enfrentarse con los españoles en la misma Lisboa, habría sido el principal perdedor de la partida: a la vista de las velas inglesas, los españoles podrían haberse metido en la guarida del Tajo, hacerse unas palomitas, y sentarse a ver cómo la galerna acababa con la orgullosa formación inglesa. Ciertamente, Isabel de Inglaterra no tenía conocimientos meteorológicos especiales; pero es un hecho que, a través de su prudencia, salvó a sus capitanes, y se salvó a sí misma, de una buena. 

Conforme la temporada de mejor tiempo fue profundizándose (bueno, esa cosa que los ingleses llaman fair weather, al menos), sin embargo, Isabel se fue quedando sin argumentos y disculpas para justificar su actitud, y cada vez tendía más a pensar que la oferta de Drake y Hawkins tal vez no estaba tan mal tirada. Los contactos discretos en las Provincias Unidas para conseguir una paz, por otra parte, iban como el culo, puesto que los españoles ya no querían saber nada de otra cosa que no fuese la guerra. Sin embargo, ya no había tiempo; la lucha sería en el Canal, y eso es algo que acabaría por favorecer a los ingleses.

Isabel decidió poner en esa expedición toda la carne: catorce galeones reales y un montón de buques mercantes tuneados. Esta decisión, que hizo que en la flota la presencia de la fuerza, llamémosla “pública”, fuese relevante, desplazó automáticamente a Drake. Éste, que esperaba comandar la expedición, vio como el Lord Almirante (Howard) era lógicamente promovido a ese mando. El ya jefe de la expedición le ofreció a Drake el vicealmirantazgo y éste, no sabemos muy bien con qué nivel de apretura en los dientes, lo aceptó.

Howard llegó a Plymouth el 2 de junio. Nadie en Inglaterra sabía que la Armada estaba ya en alta mar, pero lo estaba. Lo que siguió en las semanas por venir fue una lucha constante de Howard y Drake para intentar que los pertrechos y las tropas llegasen a tiempo, por no mencionar el tiempo, que sólo era bueno, como dicen los ingleses, para los patos. Ésta es la razón de que los barcos perdidos de la Armada no viesen buques ingleses por ninguna parte.

Pasadas las semanas, a las islas llegaron las noticias de que la flota se encontraba en La Coruña, tras haberse encontrado con la galerna. Casi al tiempo, la provisión de comida y otros pertrechos mejoró y, lo que es más importante, a Plymouth llegó la carta de la reina en la que ésta confirmaba su cambio de opinión y autorizaba a su almirante a, si lo consideraba adecuado, hacerse a la mar para enfrentarse a los barcos españoles en sus propios puertos. Además, un suave viento del noroeste comenzó a soplar, como invitando a los ingleses a hacerse a la mar. Así las cosas, ni siquiera terminaron de cargar provisiones. 90 barcos se hicieron a la mar, proa a España.

Cinco días más tarde, estaban de nuevo en Plymouth. Llegados al golfo de Vizcaya, esto es, cuando habían cubierto más o menos dos tercios de su navegación hasta Coruña, el viento cambió y comenzó a soplar de componente sur. Así las cosas, los ingleses se arriesgaban a que atacar a los españoles se asemejase a una pelea con una mano atada a la espalda. Así pues, se volvieron a Plymouth. Era el 22 de julio, y eso quiere decir que, más o menos, cuando los ingleses echaban el ancla en Plymouth, Medina Sidonia las estaba levando en Coruña.

En su nueva estancia inglesa de los ingleses, les pasó un poco lo que a los españoles en Lisboa después de octubre, aunque en menor medida. La situación perfecta, que era la de mediados de julio, se fue deteriorando. Algunos barcos, sobre todo los mercantes maquillados como barcos de guerra, habían sufrido daños que tenían que reparar. Y la comida escaseaba tanto que hubo que decretar que cada seis hombres recibirían cuatro raciones normales. Además, como ocurría siempre en la navegación en aquellos tiempos, muchos hombres comenzaron a enfermar.

El viernes, 29 de julio, tras la cena, Thomas Fleming, capitán embarcado en el Golden Hind, uno de los barcos que tenían encomendado la vigilancia de la boca del canal, llegó a Plymouth para referir que había avistado un grupo nutrido de barcos españoles en la zona de las Socingas Domingas. Ésta de Fleming es la famosérrima escena en la que, presuntamente, Drake estaba jugando a los bolos, y siguió haciéndolo como si tal cosa, presuntamente consciente de que apretarle a los españoles era cosa de poco. Como ya venimos sabiendo, lejos de ello, el presuntamente sobrado Drake había intentado (sin éxito) en las semanas anteriores avanzar contra los españoles para evitar encontrarlos en el Canal; y, verdaderamente, si como comandante su respuesta a la situación de su flota, un tanto caótica y comprometida, era estar jugando a los bolitos, eso no dice mucho de sus reales capacidades de mando; así pues, el mejor favor que lo podemos hacer al legendario marino inglés es suponer que esta historia es, básicamente, basurilla historiográfica a la que, por otra parte, el orgullo británico es bastante aficionado. Además, hay que añadir que, estuviera donde estuviera Drake, lo que es bastante más que probable es que Howard estuviese con él; y, siendo ése el caso, aunque el barco de Fleming fuese de Drake, siendo Howard el Lord Almirante, no sólo Fleming le habría informado a él y no a Drake, sino que todos los presentes, incluso Drake, habrían estado a las órdenes que Howard hubiera querido dar. Así pues, si alguien tomó la decisión de quedarse apostando al William Hill en el móvil en lugar de preparar los barcos, no pudo ser Drake.

Ya sabéis. Según la muy creativa imaginación inglesa, Drake le habría contestado a Fleming: “Tenemos tiempo de sobra para terminar la partida de bolos y luego vencer a los españoles”. En primer lugar, esta frase es una chorrada en el año 1588. Tiene su sentido hoy, porque hoy es un tiempo en el que, si yo le quiero comunicar al presidente de los Estados Unidos que le reto a una partida de mus, tardo apenas medio minuto en hacerlo, y él, (si está leyendo su Twitter) otro medio en leerlo. En nuestros tiempos, por lo tanto, el tiempo que se tarda en una partida de bolos es relevante a la hora de que algo se pueda hacer o no se pueda hacer. Pero en el tiempo de Drake, tiempos en los cuales una carta tardaba días en cruzar Inglaterra, el aplazamiento o ahorro temporal derivado de permanecer o dejar la partida de bolos era totalmente irrelevante. Pero es que, además, no existe un solo testimonio contemporáneo que se recuerde la frasecita. El primer testimonio que se tiene de ello data de cuarenta años después de la fecha del evento. Cuarenta años durante los cuales la historia marchó de boca en boca sin que alguien la escribiese siquiera en un diario. Quienes me conocen por mis escritos saben lo que opino de la historicidad de Jesucristo y, por lo tanto, saben bien que, para mí, el hecho de que los Evangelios posdaten a la presunta vida que cuentan en cuarenta, sesenta o más años, es la mejor prueba de que dicha vida nunca se vivió. A la frase de Drake, en mi opinión, le ocurre exactamente lo mismo.

Hay otro factor, además, que los historiadores más serios han resaltado, pero que tal vez es demasiado para los licenciados en Historia ingleses (que licenciados en Historia que se creen historiadores los hay hasta en Mongolia). Fleming había avistado a los españoles cerca de las Socingas con las primeras luces del alba, y luego había largado para Plymouth para contar la movida. Cuando llegó, pues, debían de ser como las tres de la tarde. Un atento repaso de los movimientos lunares y esas cosas permite descubrir que, a esa hora, estaba comenzando la marea alta en la costa; una cosa que todos los barcos de la flota necesitaban para salir de puerto. Así pues Drake, estuviese jugando a los bolos, al Scatergories o haciendo macramé, no podía soñar con salir ya de puerto; así pues, suponiendo que expresara su falta de urgencia, ésta no era sino realismo. Sabemos, de hecho, que, habiéndose producido la conversación con Fleming circa las tres de la tarde, los primeros barcos de HFM (Her Fucking Majesty) salieron de puerto a las diez de la noche. ¡Menuda partida de bolos!

La más que probable razón de que, a toro pasado, los ingleses se inventasen esa presunta chulería de Drake es, además del hecho de que el tema cuadra porque Drake, la verdad, era un chulo, es la razón por la que, casi siempre, los británicos se han inventado una mentira histórica sobre sí mismos: para esconder la verdad. Porque la verdad, independientemente del resultado final de la expedición, es que la Armada, habiendo conseguido llegar al entorno de Socingas, había ganado la apertura de la partida de ajedrez, y los ingleses lo sabían. El hecho era que el enfrentamiento sería donde los españoles habían querido que fuese, y donde los ingleses habían intentado que no fuese.

De hecho, quien hizo bien su trabajo en toda aquella movida fue Fleming. Cualquier retraso que hubiera sufrido a la hora de avistar a los españoles, por ejemplo por ser el marino gañán que no era, hubiera sido dramático para éstos. De no haber podido la flota inglesa aprovechar la marea alta de las últimas horas de la tarde de aquel 29 de julio, la Armada podría haberlos encontrado atrapados. De hecho, la salida de los ingleses fue tan precipitada que Howard, a pesar de ordenar que los galeones y los barcos mercantes tuneados saliesen de Plymouth Sound lo antes posible, todavía tuvo que hacer que medio centenar de barcos tomasen el sotavento hacia Eddystone. Aunque es lo justo reconocer que a los ingleses les fue fácil desplegar sus maniobras, la mayoría de ellas al alcance sólo de pilotos muy experimentados, gracias a la experiencia acumulada. Aquellos hombres llevaban dos meses entrando y saliendo de Plymouth casi constantemente. Habiendo ejecutado tal cantidad de drills, tendrían que haber sido franceses para no cogerle el punto.

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