lunes, noviembre 30, 2020

La Armada (9: las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas)

Aquí están todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen los posts.

La carambola del cuanto peor, mejor
Las dudas y no dudas de Alejandro Farnesio
Una idea de maduración lenta
Drake, el antiespañol
La reina no quiere; pero da igual
Cádiz
Drake se queda sin fuerzas frente a Lisboa
La guerra flamenca de Diego Pablo Simeone
Las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas
La peripecia de los reformados forales en Coutras
Alemanes, suizos, y viceversa
The pela is the pela
Don Álvaro se estresa y hace chof
La Armada se arma como buenamente puede
El Capitán América de la catolicidad entra en París
Ni sivuplé ni hostias
El tropezón coruñés
La famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció
El librito de un dominico gilipollas y un primer asalto nulo
La batalla que fue como cuando John Connor dispara al cyborg
Entre Parma y Palmer, y sin barcazas
Por fin, los ingleses rompen la creciente
Por qué la Armada jode



Sluys estaba situada en medio de un laberinto de islas comunicadas por canales, muchos de ellos muy significativamente afectados por la marea, que periódicamente los inundaba o los dejaba sin calado. El estuario del Zwyn era el canal más practicable para llegar a la ciudad, y estaba guardado por un viejo castillo. Las diferentes aproximaciones existentes a la ciudad estaban separadas por agua, por lo que el riesgo de que algunas o varias de las tropas destinadas a la toma de la ciudad pudieran quedarse aisladas era alto. Por eso, era consenso entre los capitanes de Parma en el sentido de que el asedio de la ciudad tendría que ser largo y extremadamente costoso; tanto que consideraban que el ejército español corría el peligro de dejarse allí casi toda su efectividad. Así pues, al igual que habían hecho con Ostende, recomendaron no abordar la operación.

Parma, sin embargo, acordó no estar de acuerdo. No eran razones estratégicas; no se trata de que él viese lo que otros no, cualidad que siempre hay que sospechar en un buen general. Se trata de que el comandante de las tropas en el teatro holandés tenía que creer en la posibilidad de tomar Sluys. Aquella ciudad era lo más parecido a un puerto a mar abierto que podía aspirar a dominar en la intrincada red de canales que unía Brujas con el Flandes oriental; y su posesión, pues, era absolutamente necesaria para los planes de invasión de Inglaterra.

A Parma, además, le ponían operaciones como las de Sluys. Quiero decir que el problema planteado por una posición situada en una red de canales era el tipo de posición que al duque le gustaba estudiar. Lo había hecho a fondo, de hecho; y había llegado a la conclusión, por otra parte cierta, de que una de las principales claves de la operación era el dominio de la isla arenosa de Cadzand.

En su lado oeste, Cadzand lindaba con el canal formado por el estuario del Zwyn, más o menos enfrente del castillo que defendía el paso. En su lado este, la isla tenía otra vecina; entre ambas no se podía pasar con la marea alta a menos que se fuese un tiburón; pero con la marea baja, la operación era practicable. Los españoles la hicieron, en la mañana del 13 de junio de 1587. Lo hicieron con los brazos alzados llevando sus armas para que no se les mojasen, llenándose de agua y de barro hasta los pezones. Entre ellos el propio Parma, quien no era precisamente un alero-pivot.

Este destacamento se hizo con la solitaria islita de Cadzand, pero allí empezó a experimentar los mordiscos de esa parte de la guerra en la que piensan poco los amigos de la acción: la logística. Por propia naturaleza de la operación, los soldados habían cruzado con lo puesto. Lo puesto, además, se les había empapado y ensuciado. Ahora debían permanecer en una isla que no tenía de nada, sin agua, sin comida, sin muda, esperando unas barcazas aprovisionadoras que no llegaban. La isla no tenía ni un árbol, y había comenzado a llover; para colmo, la prioridad para los soldados no era protegerse ellos, sino proteger sus armas y su pólvora. Lo que sorprende de esta acción, la verdad, es que no fuesen atacados. Los holandeses disponían de barcos con los que llegarse desde Sluys, y deberían haber sabido que, de presentarse, la lucha habría sido totalmente desigual.

Las barcazas españolas iban retrasadas porque habían sido atacadas en el canal Yzendijke, pero acabaron por llegar con cuentagotas. El día 14, pues, la tropa tenía alguna que otra cosa, pero todavía era totalmente incapaz de desplegar una acometividad suficiente como para impedir una eventual llegada de las tropas de Sir Roger Williams a Sluys. De hecho, cuando Williams llegó, escoltado por tropas zelandesas, no les fue difícil responder a los disparos españoles con la artillería de los barcos e, incluso, llegaron a apresar alguna de las barcazas españolas.

La noche ya fue otra cosa. Con las últimas horas del día llegaron más barcazas españolas a la isla, con armas de asedio. Al día siguiente, cuando más barcos ingleses aprovecharon la marea en Flesinga para llegarse a Sluys, se encontraron con que eran cañoneados desde la pequeña isla por los españoles, con lo que tuvieron que largarse de allí a la naja y volver a la base. El paso de Sluys había sido cerrado en medio de cánticos de Yo soy español, español, español, yo soy...

Durante algunas semanas, todo lo que pasó fue que el duque de Parma fue estrechando el cerco sobre Sluys. El enemigo parecía incapaz de reaccionar. Los Estados Generales de las Provincias Unidas apenas se movieron, y los ingleses presentes en el teatro bélico, como acabo de contar, tampoco podían soñar con presentar batalla y defender la ciudad. Sin embargo, pasado un tiempo regresó al teatro holandés el conde de Leicester, que traía además varias maletas de pasta, y la intención de arrancar Sluys de las garras de Parma. En ese momento el general español, con unos 5.500 efectivos a su mando, tenía superioridad de medios sobre los defensores de la ciudad; la impresión general entre los holandeses es que acabaría cayendo. El mayor punto débil de los españoles era su (in)capacidad marina. Parma apenas tenía una flotilla de escasa capacidad bélica, por lo que, si se realizaba un ataque decidido y bien dotado por mar, probablemente se vería obligado a soltar la pieza.

Mientras los holandeses e ingleses mascullaban estos argumentos, Parma desplegó la campaña que había diseñado. Su primer objetivo era el castillo que defendía el canal. Estaba situado en una pequeña isla conectada con Sluys por un puente. La intención del duque era atacar fuertemente dicho castillo, buscando que sus defensores se fuesen constriñendo a los límites de la fortaleza. En ese momento, los españoles buscaban quemar el puente, conscientes de que era la única vía de comunicación con la ciudad, con lo que dejarían al castillo solo ante el peligro. Sin embargo, Groenevelt, el comandante de las fuerzas holandesas en el castillo, vio la celada, que, la verdad, era bastante obvia. Así, aprovechando la noche, sacó a los dos centenares de efectivos que tenía, les hizo cruzar el puente hacia la ciudad, y luego quemó el castillo y el puente.

Aquella acción fue un serio revés para Parma. En realidad, estratégicamente no era tan mala; los holandeses, ciertamente, habían evitado que las tropas de la fortaleza quedasen incomunicadas; pero, a cambio, habían entregado el control del estuario del Zwyn. Sin embargo, las cosas hay que leerlas en su entorno, y el entorno de Parma es que se estaba quedando sin tiempo. Él mejor que nadie sabía que era extremadamente sensible a un ataque por mar; un ataque que, además, en aquel dédalo de canales, si era diseñado por alguien temerario y buen conocedor de la zona, podría fácilmente llegar casi de cualquier flanco. Por eso mismo, a finales de julio decidió ejercer mayor presión, y eligió como punto más débil, más atacable, la denominada puerta de Brujas de la ciudad. El 25 de julio, día de Santiago, programó un ataque artillero que esperaba fuese definitivo. A primera hora de la tarde, la puerta era un conjunto de astillas y también se habían abierto boquetes en la muralla; pero, cuando Parma hizo un reconocimiento más preciso, descubrió que los holandeses habían sido capaces de reconstruir parte de las defensas, por lo que decidió retirarse ante el riesgo de sufrir demasiadas pérdidas.

La ocasión se había perdido. En la mañana del 26 de julio, la desembocadura occidental del Scheldt, justo entre Sluys y Flesinga, estaba petada de velas holandesas e inglesas. Era Leicester que, además, se puso inmediatamente en movimiento. Pronto, mientras el conde patrullaba la costa, tropas inglesas, respondiendo al reagrupamiento español, avanzaron hacia Blankenberghe. Este castillo, en manos españolas, estaba pobremente defendido, sobre todo del lado de Ostende. En realidad, parecía un objetivo de poca importancia; pero Parma sabía, como lo sabían los generales de Leicester (que el propio Leicester llegase a entenderlo, eso ya no lo tengo tan claro) que si la posesión del enclave cambiaba de manos, cualquier posición española sobre Sluys sería muy difícil de mantener; de hecho, incluso una eventual retirada española estaría comprometida. Así pues, Parma reforzó el castillo con 800 hombres y se preparó para desplazar el resto del ejército en cuanto fuese posible.

Finalmente, los ingleses se podían plantear la operación de rescate de Sluys propiamente dicha. Leicester, a pesar de que Justino de Nassau estaba mucho más preparado para la operación, se había empeñado en dirigirla personalmente; al fin y al cabo, ¿no era aquello una operación de rescate por parte de tropas inglesas?

Los holandeses enviaron un barco incendiado para que comunicase el fuego al puente flotante que habían colocado los españoles. Para las tropas hispanas, aquello era un recuerdo muy triste. Habían hecho lo mismo en Amberes y, cuando los hispanos habían visto llegar al barco, habían enviado a unos piqueros para que tratasen de apartarlo; en medio de la maniobra la nave, que iba petada de pólvora, estalló, provocando una gran mortandad entre las tropas españolas. El marqués de Renty, que comandaba a las tropas españolas, recordaba bien aquel suceso, y por eso ordenó a sus hombres que desenganchasen las diferentes piezas del puente, lo que causó que el barco no encontrase puente con el que chocar y que acabase ardiendo él solo; esta vez, sin embargo, no estalló, porque no llevaba pólvora.

Si Leicester hubiese colocado su propia barcaza y otras que le acompañaban justo detrás del barco en llamas, podría haber entrado en el canal con cierta facilidad y, además, coleccionado las piezas del puente y destruirlas. Sin embargo, en su bélica estupidez rampante (bueno, en realidad, estupidez rampante en general) estaba a más de una milla. Pasado el barco, los españoles, como si de un Lego se tratara, reconstruyeron el puente. Para entonces, la marea estaba empezando a bajar e, incluso, el viento del noroeste, el mejor de los posibles para la acción, había rolado al sur. Así que los ingleses regresaron a Flesinga, dirigidos por aquel tontopollas que todo lo que ganó en su puta vida lo ganó gracias a sus generales o a la simple y pura suerte.

Cuando las pavesas del barco en llamas todavía estaban calientes, Groenevelt, probablemente decepcionado por una acción tan poco eficiente por parte de los ingleses, solicitó parlamentar con Parma. El comandante de las tropas españolas le ofreció condiciones interesantes. Las tropas holandesas podrían salir marchando con totales honores de guerra. Parma tenía lo que quería, pero con el coste de 700 muertos, más los heridos. “Nunca desde que llegué a las Provincias Unidas me había encontrado una misión más complicada que la de Sluys”, habría de escribirle a su rey. Sin embargo, había conseguido lo que se buscaba: había hecho posible la operación de la Armada, la invasión de Inglaterra.

Con esa ventaja innegable que tiene siempre la persona que mira los hechos del pasado desde el balcón del presente, sabiendo pues cómo termina la historia, se podría decir que, en el fondo, el duque de Parma no le hizo ningún favor a la corona española con la acción de Sluys. Al fin y al cabo, la toma de la ciudad supuso la luz verde para la invasión de Inglaterra, una operación que habría de demostrarse tan ruinosa para Felipe II y para la corona española en general. Yo, sin embargo, creo que la acción de Parma tiene más importancia que la que interesa para estas notas. Sirvió, fundamentalmente, para mantener el prestigio de las tropas españolas en el teatro holandés. De haber conseguido Leicester desalojar a los españoles del sitio de Sluys, no sólo la invasión de Inglaterra se habría convertido en algo imposible de todo punto, sino que la estrella de España en Holanda, tal vez, habría comenzado a apagarse mucho antes. Las consecuencias de una Inglaterra protegida y de una Francia envalentonada acabarían por ser vistas, pero tiempo atrás, mucho tiempo atrás. Quién sabe si se hubieran podido adelantar.

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