Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
El hombre siempre pendiente del dólar
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia
Rosone y Leemans, en efecto, viajaron a Roma, y de Fiumicino
se fueron a la colina vaticana. Allí, sin embargo, habrían de confirmar
sospechas que, siquiera de forma intuitiva, probablemente ambos albergaban.
Ante la visión de las cartas, los responsables del IOR presentes, Mennini y De
Strobel, no se recataron en reconocer que eran auténticas, y que estaban
firmadas por ellos; pero, acto seguido,
sacaron una carta de Calvi que los exoneraba de toda responsabilidad en el tema
de las sociedades fantasma. Según Rosone, los vaticanos adujeron que habían
escrito las cartas por hacerle un favor a un amigo, es decir porque Calvi se
había puesto muy cansino con ellos; pero que no eran ciertas, porque el propio
Calvi reconocía en su propia carta que el Vaticano no tenía nada que ver con
todo aquello. Sí, ya sé que la historia no tiene pies ni cabeza: si tú no mataste a señor Lumbreras, ¿para qué coño escribes una confesión de que lo mataste, sólo porque el asesino te lo pide; cuando, además, dicho asesino va y te firma una confesión de que fue él? Pero, vaya, para unos tipos que van por la vida diciendo que el vino se hace sangre todos los domingos, hay que reconocer que esto es poca cosa.
Leemans no se arredró. Les dijo a los hombres del IOR, y no
le faltaba razón, que, en el momento en que la opinión pública conociese las
cartas, el Vaticano iba a sufrir aunque ellos tuviesen razón; nadie en sus cabales (y menos, probablemente, el Banco de Italia, o los jueces) se iba a creer la movida de las cartas cruzadas y, por lo tanto, la sensación general sería de que la Curia era un despiadado especulador internacional. Si querían evitar
el escándalo, les dijo, lo harían tal que así: el IOR se responsabilizaría de
los préstamos de las sociedades fantasma; y él, Leemans, gestionaría
personalmente préstamos por el mismo valor en favor del Vaticano por parte de
la banca internacional.
La jugada no estaba exenta de lógica: el mercado mundial de capitales, lógicamente muy poco proclive a prestarle dinero a entidades como el Banco Andino, que ya para entonces todo el mundo sabía, o sospechaba, que estaba quebrado, sí lo sería a prestar dinero a una institución como el IOR. La propuesta de Leemans, sin embargo, era, hay que reconocerlo, un trágala para Marcinckus y, por extensión para el santo de la Iglesia Karol Wojtyla. Los préstamos se llaman préstamos porque no son gratis. Un préstamo al cero por ciento y sin condición alguna se llama regalo, subvención, gabela o gaje. Era evidente que los préstamos al Vaticano tendrían letra pequeña; avales, condicionados, plazos, costes. En suma, lo que no pudieron evitar Leemans y Rosone en sus encuentros con la clerigalla, porque era simplemente imposible evitarlo, fue transmitir la sensación de que tendrían que ser ellos, los curas, los que pagasen una buena parte de la vajilla rota.
Mennini dijo que se lo pensaría. Días después, como leeremos en esta misma entrada, Marcinckus ya se lo había pensado.
En fin, mientras el IOR dice que se lo piensa, sigamos a
Calvi.
El 10 de junio, ya lo he contado, Calvi se metió a las ocho
y pico en su casa de Roma, desarmó la alarma porque dijo que iba a venir gente,
y despidió al chófer, Tito, hasta el día siguiente. Cenó cualquier cosita
mientras quemaba el teléfono. Llamó a su mujer y su hijo, ambos en Estados
Unidos, y luego a Carboni. Le dice que no quiere estar solo en su
apartamento (nueva insinuación de que teme que lo maten) y le hace buscar una casa
discreta para poder estar tranquilo.
En algún momento de la noche entre el 10 y el 11, pensando
claramente en su huida, Roberto Calvi se acuerda de Silvano Vittor. Silvano es
un amigo de Carboni que se dedica al contrabando entre Italia y Yugoslavia, una
actividad muy lucrativa entonces en la zona de Trieste; ciertamente, lo mejor que te puede pasar cuando se crea un régimen comunista es que te pille a pocos kilómetros y del otro lado. Vittor está enhebrado
con una austríaca, Michaela Kleinszig, cuya hermana, Manuela, es amante de
Carboni. A través de Carboni, Vittor ha intentado en el pasado, sin éxito,
colocarse de chófer en el Ambrosiano.
A primera hora de la mañana del día 11, el teléfono suena en
la modesta vivienda de Vittor. Es Calvi, quien le pide que se reúna con él en
Trieste. Tras la llamada, Emilio Pellicani, un empleado de Carboni, lleva a
Calvi a Fiumicino. A mediodía, el presidente del Ambrosiano vuela a Tessera,
cerca de Venecia. Para mala suerte de Calvi, en el avión va Tina Anselmi, una diputada que preside la Comisión de
investigación de la P2 y que lo conoce bien; pero no llega a verlo. Desde
Tessera, en un coche alquilado por Pellicano, chófer y chofereado viajan a
Trieste. Un poco antes de las siete de la tarde, ambos se encuentran con Vittor
en un hotel de la ciudad. Al mismo tiempo, Paolo Uberti, un piloto de aeronaves
cuyo nombre aparece en las listas de la P2, está aparcando el avión de Carboni
en el aeropuerto Ronchi dei Legionari de Trieste. Con él van Carboni, una mujer
no identificada y un mafioso romano, Ernesto Diotavelli. Diotavelli lleva
consigo un pasaporte a nombre de Gian Roberto Calvini, con la foto de Calvi. Calvini, sí. Mucho no se esforzaron, la verdad. Es un detalle que a mí siempre me ha llevado a pensar que Calvi, probablemente, estaba en medio de un ataque de nervios; es mi idea que Carboni prefirió darle un pasaporte casi con su apellido, porque pensó que en ese momento su jefe no tenía cabeza para memorizar otra cosa.
En la noche al sábado 12 de junio, Calvi viaja a Austria;
bien en tren, bien pasando a Yugoslavia en barca y luego en coche; eso no está
claro. Va buscando la Herzoghof Strasse, número 40. Es la casa de las hermanas
Kleinszig y de su padre, Stephan. Cuando se presenta ante Michaela, que es
quien le abre la puerta, le dice que está buscando a Carboni. Como no está,
pero le dicen que creen que aparecerá pronto, pide permiso para esperarlo en la
vivienda. Carboni llega aquella tarde en su avión con su novia Manuela. Todos
se reúnen en la casa y cenan juntos. A medianoche llega Silvano Vittor.
Roberto Calvi pasa el domingo recelando de todo lo que
parezca italiano, pues sabe que en su país ya se ha denunciado su desaparición.
Cena en casa de los Kleinszig y luego le pide a Vittor que lo lleve a
Innsbruck. Esa noche salen para allí en el coche de Michaela. Viajarán toda la
noche.
Mientras tanto, Carboni y las dos hermanas toman de nuevo el
avión particular de éste y vuelan a Zurich, donde son recibidos por Hans Kunz.
Kunz es un hombre de negocios, un conseguidor tipo Gelli o Carboni, implicado
en negocios no muy claros. En el mismo hotel zuriqués en el que se alojan
también está alojado Diotavelli y, de hecho, el registro de llamadas de la
habitación de Carboni demuestra que hablaron. Desde la habitación, Carboni hizo
docenas de llamadas a diferentes países, entre ellos el Vaticano.
En Innsbruck, Calvi duerme casi toda la mañana, después de
haberle dicho a Silvano Vittor que irán a Suiza. Pero cuando se levanta, y tras
varias llamadas, le comunica un cambio de plan: irán a Bregenz, ciudad
austríaca lindante con Suiza, a reunirse con Carboni y Kunz. Al llegar, a
última hora de la tarde, llama a su hija, que recordemos vive en Suiza, y le
dice que Kunz le dará una dirección donde puede residir. Enigmáticamente, le
dice que el hombre de negocios le está ayudando pero, al tiempo, le recomienda
que no se fíe mucho de él. Carboni y Kunz llegan a eso de las diez de la noche.
Tras una breve entrevista, el suizo accede a organizar el viaje de Calvi al que
quiere sea su destino final (cuando menos de momento): Londres.
El martes 15 de junio por la mañana, Lovatt McDonald, socio
de Kunz, llama a Robert Clarke, su abogado en Londres. Le dice que está
organizando el viaje de dos ejecutivos de la FIAT a Londres, y le pregunta por
un sitio discreto para que se alojen. Son, le dice, dos ejecutivos muy
conocidos que quieren pasar un weekend a
salvo de miradas indiscretas. Clarke le viene a decir que, para follar sin
preguntas, nada como el Chelsea Cloisters (se da la circunstancia de que
el autor de estas notas también ha
pasado una noche en ese hotel, y puede certificar que es bastante agradable
para leer tranquilamente; al menos en mi caso, nadie parecía estar follando en
los alrededores). Así pues, McDonald procede a hacer reservas telefónicas.
Asimismo, alquila un aerotaxi para que recoja a Vittor y Calvi en Innsbruck y
los lleve a Londres.
Mientras Calvi espera en Bregenz a que le comuniquen todo
esto, Carboni y las Kleinszig vuelan a Amsterdam.
Tras recibir llamada de Kunz, Calvi vuelve a Innsbruck con
Vittor y se encuentra en el aeropuerto local con Reginald Mulligan, un piloto
británico. Mulligan los lleva hasta Gatwick. Silvano Vittor y G: R. Calvini se
inscriben en el hotel que les ha indicado el piloto. A Calvi el Cloisters le
parece una puta mierda de hotel, y llama a Kunz para quejarse (la verdad es que
no es gran cosa; pero cuando menos yo, en muy peores plazas he toreado).
El miércoles 16, Calvi y Vittor hace una vida muy relajada,
aunque Calvi le pide a su chófer que busque horarios de la British Airways. Esa
tarde llega a Londres Carboni con las Olsen, aunque se meten en otro hotel, el
Hilton de Hyde Park. Carboni llama a Calvi y lo cita en este último hotel, pero
cuando Calvi llega se niega a entrar, por miedo a ser reconocido. Así pues, se
reúnen caminando por Hyde Park.
Han quedado en que Carboni busque ayuda en Londres. El
italiano, entonces, recuerda a una de sus amantes, Laura Scanu-Concas, sobrina
de un matrimonio, los Morris (Alma y William), que viven en Middlesex, no lejos del aeropuerto de Heathrow. Los
contacta y queda con ellos la mañana siguiente.
Ya en el Cloisters, Calvi siguió haciendo llamadas, sobre
todo a su hija Anna. Quería que saliera de Suiza, convencido de que allí no
estaba segura. La presionó para que se reuniese con su madre y su hermano en
Estados Unidos. En su última llamada, a su mujer, le aseguró que estaba
preparando una operación que resolvería todos sus problemas. Concretamente, le
dice: “está a punto de estallar algo demencial, maravilloso, que podría
ayudarme en mi apelación y resolverlo todo”.
Ya en el jueves, 17 de junio, a mediodía, diez miembros del
consejo del Ambrosiano estaban en la sala de sesiones, listos para tener una
reunión. Cinco miembros estaban ausentes, pero de ellos Calvi era el único que
no había enviado justificación. También estaban presentes cuatro altos
ejecutivos y los cinco miembros de lo que hoy denominamos la Comisión de
Auditoría del banco que, en el caso del Ambrosiano, había sido, los últimos
años, básicamente una Comisión de Juegos Florales.
El consejo se dio por enterado de que Calvi estaba
desparecido desde el día 12; pero no se abonó a la teoría de que hubiese huido,
sino de que estaba secuestrado (¡ah, la impronta de Sindona!) Ante la
posibilidad de que los secuestradores pudieran hacerle firmar cosas, el consejo
acordó desposeer a Calvi de todos sus poderes, que pasaron a Rosone.
Los problemas del banco eran graves. La Prensa italiana
había publicado ya la carta del Banco de Italia de 31 de mayo, por lo que, al
descenso de la acción, que ya era constante desde que se supo de la
desaparición de Calvi, se podía ahora unir la desbandada de depositantes. Ahora
toda Italia sabía que en el Ambrosiano había un agujero de 1.000 millones de
dólares.
Rosone propuso al consejo su propia disolución y la entrega
del banco al Banco de Italia. Para que los consejeros tuviesen una imagen
adecuada del problema, les habló de los préstamos de las sociedades
internacionales, pero también de las cartas del IOR, de la de Calvi a los
banqueros de Dios, y de la negativa del Vaticano a apoyar a la institución en
aquellos momentos más allá de lo que decían las misivas. En suma, Rosone le
dijo a aquel consejo de católicos que Dios había decidido pasar de su culo.
El consejo devino tormentoso. La reacción, lógica, de los
accionistas, fue intentar averiguar cuánto y desde cuándo sabía Rosone de todo lo que
estaba contando. Rosone contraatacó recordándole a los señores consejeros que
habían ratificado a Calvi como presidente incluso después de salir de la
cárcel.
Mientras se celebraba el consejo, Leemans estaba con
Marcinckus, en una postrer gestión a la desesperada, intentando que aceptase el
plan que ya hemos descrito. El obispo, sin embargo, le dijo dos cosas: una, que
el IOR no tenía ninguna responsabilidad en el Ambrosiano; dos, que su balance
no soportaría un pasivo de 1.000 millones de dólares. Leemans le retrucó que,
entonces, todo se sabría, también lo de las cartas; el estadounidense le dijo
que estaba dispuesto a arrostrar las consecuencias.
Cuando Leemans y Rosone hablaron por teléfono y el primero
le contó al segundo los no-resultados de su gestión, ambos estuvieron de
acuerdo en que, ya que no podían poner su destino en manos de Dios, tan sólo les quedaba el Banco de Italia.
Querido JUan. No sé si es falla de mi lector, pero... creo que hay algunos problemas con los posts referenciados. Cuando quiero releer la toma 14, por ejemplo, me dirige a la enttrada principal del blog.
ResponderBorrarUN abrazo.