Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia
En 1977, el Banco Ambrosiano logró ser el segundo mayor
consorcio privado de Italia. Había superado a Carlo Pesenti, dueño del
Instituto Bancario Italiano y de la Banca Provinciale Lombarda; y a Giovanni
Auletta Armenise, presidente de la Banca Nazionale dell’Agricoltura. Estos
grandes banqueros competían, pero también tenían siempre en el radar la
posibilidad de hacer negocios juntos. A finales de 1979, cuando dejó de sentir
el aliento del Banco de Italia en su nuca, Calvi se atrevió a proponerle a
Pesenti que entrase en el consejo de administración de La Centrale. No fue el
único en unirse. También se incorporaron a la holding calviana Alberto Grandi,
el presidente de Bastogi, es decir el grupo de empresas que había intentado
fagocitar Sindona; Giovanni Fabbri, empresario muy destacado del mundo
editorial; y Luigi Lucchini, siderúrgico de Brescia y accionista de peso ya en
el Ambrosiano.
Por esa época, aunque lógicamente eran muy pocos los
italianos que estaban adecuadamente informados de ello, había otro grupo que
estaba creciendo exponencialmente: la logia P2. Licio Gelli veía crecer su red
de contactos casi cada día, y tenía, cada vez más, incentivos sobrados para
acercarse a Calvi. Por lo que se refiere al financiero, era consciente de que había
sobrevivido a la inspección del Banco de Italia de 1978; pero eso no había de
servir para otra cosa que para darse cuenta de que, la próxima vez que los
bárbaros estuviesen a las puertas, necesitaba más protección política. Por lo
que se refiere a Gelli, muy probablemente su fino olfato, y sus excelentes
contactos, le venían a decir que las cosas en el país estaban cambiando
lentamente, y por eso necesitaba apuntalarse en el sector financiero. Calvi,
tan amigo del secretismo y, por qué no decirlo, con tantos muertos en el
armario que le convenía ocultar, era el candidato ideal para una entente.
Licio Gelli es un personaje muy enigmático que, por cierto,
tiene cierta relación con España. Nacido en 1919, en 1936, con apenas 17 años
pues, se presentó voluntario para formar parte del CTV que Mussolini envió a
España a ayudar al general Franco. Regresó a Italia tras la guerra civil
española y durante la segunda guerra mundial siguió formando parte de las
organizaciones fascistas. Sin embargo, es un hecho que tenía contactos, y no
cualquier contacto, con personas de la izquierda pues, cuando Italia se sacudió
la influencia alemana, fue acusado y condenado por haber colaborado con ellos;
pero fue salvado del paredón por un dirigente comunista. Cómo lo consiguió, es
un misterio; hay quien dice que es que, en realidad, era un espía de la
izquierda, especie que yo no creo porque no tiene sentido que lo fuese desde un
momento tan temprano como sería necesario para cuadrar con el relato; o, una
explicación más plausible, que, simplemente, cantó y delató a otros fascistas
más importantes que él.
En Roma después de la guerra, Gelli se introdujo en la
política al conseguir un puesto de trabajo como asistente de un diputado
democratacristiano. Según todos los indicios, fue realizando ese trabajo como
Gelli se licenció en el sottogoverno,
como los italianos se refieren a esa estructura que está por encima, o por
debajo, del gobierno, moviendo de verdad los hilos. Se convirtió en un maestro
del manejo de favores, de la recomendación, de la intermediación adecuada y a
tiempo.
Más tarde, Gelli se marchó al norte de Italia, donde se
convirtió en industrial del ramo textil. En 1963, según los datos disponibles,
entró en la masonería, y algunos años después recibió la autorización para
montar su propia logia. Desde el principio, Gelli tuvo muy claro que su
Propaganda 2 no podía ser cualquier logia. Utilizó un poco los mismos conceptos
que el Opus Dei en el caso de las organizaciones católicas: buscaba, para
formar parte de su organización, a personas que pudieran aportar algo, porque fuesen brillantes, porque tuviesen
proyección o porque tuviesen poder. La suya, pues, tenía que ser una logia en
la que sólo entrase la aristocracia italiana que, con una llamada, podía
resolver un problema, desbloquear un crédito, garantizar un buen pedido, esas
cosas.
La labor de Gelli en la P2 no se comprende, probablemente,
sin la personalidad de Umberto Ortolani, su mano derecha. Un hombre de negocios
con largos tentáculos en el mundo del dinero, y también en la Iglesia: su
principal amigo era el cardenal boloñés Giacomo Lercaro, quien incluso
consiguió que su patrocinado fuese condecorado por el Papa como Caballero de
honor de Su Santidad, algo que han conseguido muy pocos. Lercaro fue una figura muy importante dentro del Concilio Vaticano II, del que fue uno de los moderadores; y antes, durante y después de la reunión dijo y escribió cienes y cienes de veces que la Iglesia católica tenía que ser la Iglesia de los pobres y todas esas monsergas tan habituales. De hecho, no dudó en mostrar muchas veces simpatías hacia los movimientos cristianos de base, sobre todo latinoamericanos. Su amiguito Ortolani, quien al parecer hasta llevaba una foto suya en la cartera, sin embargo, se relacionó, un poquito más abajo lo leeremos, con otro tipo de latinoamericanos menos pobres; cosa que no parece que al buen cardenal le preocupase demasiado. Los padres de la Iglesia, ya se sabe, siempre a pelo y a pluma; por lo que pueda pasar.
Ortolani había hecho
negocios en Sudamérica y, de hecho, poseía un banco en Uruguay, el Banco
Financiero Sudamericano o Bafisud.
Licio Gelli tenía su despacho en una suite del Hotel
Excelsior, situado en plena Via Veneto de Roma. Tenía a sueldo al portero del
hotel, al que cada mañana entregaba una lista con todas las personas que iban a
ir a visitarlo; personas a las que había citado cuidadosamente para que sus
encuentros nunca se solapasen. En todo caso, el eficiente portero, gestionando
las salidas y las entradas de quienes habían de venir, garantizaba que los
diferentes postulantes del masónico nunca se encontrasen.
Lo que Gelli hacía en su suite era garantizarle a quienes le
visitaban que conseguiría lo que le pedían. A cambio, obtenía una nueva
fidelidad y, tal vez, algún que otro dividendo; aunque no era por el dinero a
corto plazo por lo que hacía lo que hacía. Muy notable era uno de los servicios
que pedía a cambio a sus patrocinados: información. Gelli trataba de hacer
favores a personas que supieran cosas de personas y luego, con esa información más
la que le pasaban de los propios servicios de inteligencia italianos, donde la
P2 había clavado varias picas, coleccionaba dosieres de todo el mundo. Así,
quien no le devolvía los favores por agradecimiento, se los devolvía para
evitar escándalos. Licio Gelli siempre tuvo claro que el poder está, siempre, en
lo que sabes y todavía no has contado. Es más: si consigues no contarlo nunca, serás poderoso siempre.
Lo llamaban Il
Cartofilo, el amigo del papel; entonces, todo tenía que archivarse en papel
porque la digitalización no había llegado. Gelli recibía a un alto funcionario
putero y, como si tal cosa, a veces incluso con un gesto pícaro, se las
arreglaba para sacar de un escritorio que tenía junto a su silla la carpeta
adecuada, y le dejaba entrever las fotos que había dentro, las fotos de su interlocutor magreándose a cualquier prostituta. Y luego le pedía un favor. La inmensa
mayoría de la gente entendía, y se lo hacía. Otras veces, la exhibición de material sensible sólo
tenía que ver con la demostración de su poder.
La capacidad de Gelli a la hora de allegar material
comprometedor acabó alcanzando todos los rincones de Italia e, incluso Estados
adyacentes. La prensa italiana publicó, hace ahora casi cuarenta años, una
anécdota bastante impresionante. Vanni Nisticò, en su día jefe de prensa del
Partido Socialista Italiano, fue una vez a reunirse con Gelli en su suite del
Excelsior. Cuando el político llegó, Gelli fue a por un sobre, lo abrió delante
de él, sacó las fotos que había dentro y se las enseñó. Para inmensa sorpresa
del interlocutor, en las fotos se veía al entonces Papa, Karol Wojtila,
completamente desnudo al lado de la piscina privada de su residencia. Gelli, según
Nisticò, “vistió” su exhibición de sincera preocupación por la seguridad del
Francisquito de su tiempo: “si ha sido posible tomar estas fotos, ¿acaso no
sería posible dispararle?”, le dijo.
La logia P2 fue reclutando, durante los años setenta, a
buena parte de los altos eslabones del poder en Italia, incluyendo fuerzas
policiales y de inteligencia, la Justicia, y también el sector privado. Se
extendió hacia los Estados Unidos, a través fundamentalmente de Philip Guarino,
un italonorteamericano perfectamente integrado en las estructuras del Partido
Republicano; y, sobre todo, en Latinoamérica. Gelli creó su cuartel general
americano en una gran mansión que compró en Uruguay, pero recibía a los
peticionarios en hoteles de Buenos Aires. Esto es así porque, en realidad,
Argentina era su principal foco de actividad en la zona. Gelli era amigo de
Juan Domingo Perón. El argentino, de hecho, fue peticionario suyo, pues a
principios de los setenta le pidió ayuda en sus planes para regresar a la
Argentina. Gelli decidió ayudarlo y, en 1973, como consecuencia estuvo en la
ceremonia de proclamación de Perón como presidente. Giulio Andreotti, que
estuvo en aquella ceremonia y que era, no se olvide, el representante oficial
de Italia en la misma, se quedó muy asombrado por el elevado estatus que tenía
Gelli.
Con Perón en el poder, Gelli reclutó para la P2 argentina a
José López Rega, El Brujo,
tristemente célebre por sus relaciones con la Triple A (entre otras muchas cosas; este tipo da para una serie). O militares como el
almirante Emilio Massera, otro que tal; o el general Carlos Suárez Mason, que
tan importante se haría cuando lo nombraron presidente de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales, la petrolífera estatal argentina. Perón, de hecho,
nombró a Gelli asesor económico especial de la embajada argentina en Roma.
En 1974, cuando Perón la ciscó, en realidad para Gelli la
cosa no fue a mal. Quien manejaba todos los hilos de Isabelita, su señora y
sucesora, era, en realidad, López Rega. Gelli y Rega muñeron por aquel entonces
un extraño acuerdo comercial trilateral entre Argentina, Libia e Italia, sobre
el que se extiende el manto de la corrupción, cuando menos sospechada.
Asimismo, en 1975 y 1976, cuando los militares argentinos echaron primero a
López Rega y luego a la propia María Estela, Gelli tampoco se vio afectado,
pues activó su amistad con Massera. De hecho, se convirtió en el principal
intermediario del importante flujo de importación de armas, en una proporción
no desdeñable desde Italia, en que se embarcó la dictadura militar. En
Argentina, desde luego, Gelli se ganó bien su principal apodo: il Burattinaio, el titiritero.
A mediados de los setenta, además, Gelli cantó bingo el día
que se pusieron a tiro Andrea Rizzoli y su hijo Angelo. Los Rizolli habían
montado un emporio editorial al que, además, habían añadido, en el año 1974, el
Corriere della Sera, el periódico
italiano más influyente. Eran, pues, un poco la PRISA de Italia. Sin embargo,
tenían el mismo problema que el grupo español: habían crecido muy deprisa sin
percatarse de que, en el mundo editorial, las inversiones tardan mucho tiempo
en retornar beneficios. Consecuentemente, el Grupo Rizolli tenía una deuda
enorme que le generaba importantes tensiones de liquidez. Ortolani llamó a
Andrea Rizzoli para ofrecerse como ayuda en estas tensiones financieras; el
patriarca, sin embargo, se negó. Pero Angelo, que ya se ocupaba de buena parte
de la gestión, fue otra cosa. Ortolani se incorporó al consejo de Rizzoli y, en
1977, consiguió que el Banco Ambrosiano (Calvi) les otorgase una línea de
financiación muy abultada. Los directores de los principales medios del grupo
se afiliaron a la P2. Ahora Gelli controlaba los medios de comunicación más
importantes del país.
Esta situación de poder, económico y real, era la que tenía
Gelli a finales de los años setenta, cuando Calvi comenzó a sentirse vulnerable
a causa de las inspecciones del Banco de Italia.
" Asimismo, en 1975 y 1976, cuando los militares argentinos echaron primero a López Rega y luego a la propia María Estela"
ResponderBorrarNo fueron los militares quienes echaron a López Rega, fue el Movimiento Obrero, en ese momento bajo la dirección del sindicato metalúrgico.
Lo he visto y vivido personalmente.
Lizardo Sánchez