Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia
Ahora Sindona se encontraba en ese punto en el que acaban
encontrándose todos los financieros supersónicos en la Historia del mundo: ese
punto en el que la Banca de toda la vida está deseando ver tu caída y, por lo
tanto, no va a hacer nada por salvarte, entre otras cosas porque si te deja
caer algún activo bueno le quedará para rapiñar; ese momento, pues, en el que
ya sólo te salva un golpe de suerte o un gobierno amigo. Es el momento en el que aprendes que, en el mundo bancario, sólo sobreviven los que se llevan bien con el conjunto. Luego están otras
crisis como el mal llamado rescate bancario español, donde, en realidad, los
gobiernos no hicieron otra cosa que rescatarse a sí mismos.
Para Sindona, en todo caso, había sonado la hora de cobrar
todos los favores que llevaba años haciendo. Todos los hijos, hijas, sobrinos y
sobrinas tontos del culo a los que había colocado aquí y allá; todos los
préstamos preferentes que habían servido para renovar chalets o para
comprarlos; todos los viajes y las entradas en la tribuna de los grandes
estadios deportivos (you will never walk
alone); todas las putas, todas las cajas de champán francés, todas las
entrevistas conseguidas, todo. En Estados Unidos, lógicamente, marcó el
teléfono de David Kennedy, su gran cicerone en el mercado local de capitales,
que era consejero de Fasco, la holding luxemburguesa a través de la cual
controlaba el Franklin. Asimismo, contrató al bufete de abogados de Washington
que había defendido a Nixon: Mudge,
Rose, Guthrie & Alexander. Funcionó, siquiera a medias: en el verano de
1974, la Reserva Federal, en lugar de hacer lo que cualquiera habría hecho en
su lugar, esto es, buscar un banco grande y sólido que se pudiera comer aquella
mierda sin vomitar, siguió inyectando pasta en el pudridero: 1.600 millones de
dólares que, en un país agobiado por la estanflación, en lugar de irse a las
carteras de otros muchos que con ellas habrían luchado eficientemente contra la
recesión, se fueron a la faltriquera de Sindona, un hombre que crear, crear, lo
que se dice crear, no había creado valor añadido en su puta vida. Remember Termes: never stack good money over bad money.
En Italia, por lógica, el asesor financiero de salón del
Vaticano tiró de agenda entre los onorevole
del Partido Demócrata Cristiano, formación a la que Sindona, según
concluiría la comisión parlamentaria sobre su escándalo, llevaba años
financiando de formas más o menos subeptricias. 1974, por otra parte, era un
año políticamente muy intenso para los italianos, que habían sido llamados a un
referendo sobre la aprobación de una ley de divorcio; referendo en el que, como
se puede esperar, el Vaticano metía mano todos los días pares y los impares,
también. Los demócrata cristianos le dijeron a Sindona que entendían su
situación pero que ellos también estaban jodidos con la campaña, porque querían
repeler la ley. Sindona comprendió y les dio dos millones de dólares; dinero
que, según el siciliano, nunca volvió a ver.
Aquella pasta perdida fue, sin embargo, una inversión muy
rentable, pues acabó por poner a su lado a Giulio Andreotti y a Amintore
Fanfani, esto es, como quien dice, el gotha
de la Democracia Cristiana italiana. Andreotti hizo uso de sus dotes
convincentes con el Banco de Italia y el gobierno. En todo caso, por encima de
todo la persona a la que Sindona buscó para que le echase una mano fue Licio Gelli.
Son muchos los indicios de que fue este hombre que controlaba el Estado más
allá del Estado los que lubricaron la posición del siciliano.
En pleno ferragosto
de aquel año 1974, con la mayoría de los italianos en la playa o en todo caso
desmovilizados y desacostumbrados a leer sus periódicos habituales, el Banco de
Italia, en una decisión que no se puede justificar de manera alguna, autorizó
la fusión de dos bancos de Sindona; algo que sólo sirvió para que dos problemas
quizá algo manejables se convirtiesen en un problemón mucho más difícil de
gestionar. La Banca Privata Italiana, pues así se llamaba el meconio, recibió,
aun por encima, un préstamo de 100 millones de dólares del Banco de Roma, un
banco de propiedad pública; pero el problema de las crisis financieras (véase, sin ir más lejos, la española) siempre es el capitalismo rabioso que blablablá. Sin un adarme de duda, la banca pública es la solución a las crisis financieras, quién lo duda. Gaetano
Stammati, el ministro de empresas estatales y, por lo tanto, jefe del Banco di
Roma, acabaría siendo investigado… ¿por qué? Acertaste, lector: por connivencias
con la logia P2.
Los políticos y supervisores financieros tenían que ser
conscientes de que lo que estaban haciendo era retrasar la fecha del síncope,
pero no impedirlo. Es probable, podemos decir como levísimo atenuante a su
favor, que como, con seguridad, el único que realmente conocía la situación de
sus movidas era Sindona, y no la compartía con nadie, sí que les sorprendiese
la rapidez con la que el enfermo se desangró a pesar de sus transfusiones.
Apenas cuatro o cinco semanas después de la fusión, el grupo Sindona entró en
causa de liquidación forzosa. El 8 de octubre, en Estados Unidos, el Franklin
fue declarado insolvente.
La insondable irresponsabilidad de los políticos italianos y
de los altos funcionarios del Banco de Italia queda perfectamente expuesta con
el hecho de que il crack Sindona,
como conocieron los italianos el colapso de la Banca Privata Italiana, fue eso
que hoy, tras los sucesos del 2008, conocemos como un evento sistémico: una
quiebra imposible de encapsular en los estrechos límites de la entidad que la
sufre, sino que acaba afectando a otras. En realidad, la quiebra de la Privata
afectó a casi todo el sistema bancario italiano; lo cual, por cierto, tampoco
es muy difícil, porque, la verdad, la Banca italiana, tradicionalmente, ha sido
igual de eficiente que su ejército. La Bolsa de Milán se arreó una hostia de
mil pares de demonios, y tardó muchísimo en rebotar. Asimismo, la quiebra del
Franklin internacionalizó los problemas.
Mucha gente hubiera querido tener delante a Sindona para
hacerle comparecer y justificarse ante todos estos hechos; la cosa, sin
embargo, devino imposible, porque Sindona se vaporizó. Avisado por Gelli, que
tenía hondas raíces en el sistema judicial italiano, de que se estaba preparando
órdenes de arresto contra él, Sindona huyó a Taiwan, país elegido a propósito
porque no tenía tratado de extradición con Italia; y, después, decidió regresar
a los Estados Unidos.
Paul Marcinckus siempre afirmó que la quiebra de los
negocios de Sindona no le provocó al Vaticano ni un níquel en pérdidas. Esta
afirmación, la verdad, y la frase yo creo que es literal, no se la cree ni
Dios. Las estimaciones más racionales no bajan de 30 o 40 millones de dólares a
la hora de estimar el agujero que le pudo causar al Vaticano la desaparición de
las garantías y la entrada en bancarrota de las operaciones realizadas por las
instituciones financieras controladas por Sindona. Lo realmente importante para
nuestra historia es que, con la caída y huida de Sindona, el Vaticano había
perdido a su principal asesor financiero y brazo ejecutor de sus negocios en la
Banca emplazada más allá de los límites de ese extraño Estado que es ya la
única teocracia existente en Occidente.
Fue entonces cuando se acordaron de Calvi.
Para cuando Calvi obtuvo paso permanente en el palacio de
Sant’Angelo, hacía ya mucho tiempo que el Vaticano era un accionista de
referencia del Banco Ambrosiano. Ambos, Calvi y Vaticano o, mejor dicho, Calvi
y Marcinckus, no eran en modo alguno desconocidos. Debe recordarse que el
Vaticano le había vendido a Calvi la Banca Católica del Véneto, si bien había
retenido un 5% del capital; así pues, también allí eran vecinos de mesa en el consejo
de administración. También se decía en los corrillos financieros que el IOR
tenía el 6% de la Banca del Gottardo. Como también era accionista del Banco
Ambrosiano Overseas, la entidad, negra como la noche, radicada en Bahamas. El
IOR podría ser incluso el propietario efectivo de Suprafin, la firma de
corretaje que usaba Calvi para sus trapicheos de papelitos.
Las relaciones entre Calvi y el Vaticano estaban, por otra
parte, bien tejidas, como si el banquero pensara que, por muy buenas relaciones
personales que tuviese, tenía que buscar otras agarraderas; verdaderamente, una cosa es llevarse bien con los hombres, pero nada puede competir con llevarse bien con Jesucristo. Así las cosas, Roberto
Calvi siempre cultivó intensamente la amistad y los contactos con Carlo
Pesenti, el rey del cemento italiano y, lo que es más importante, el hombre de
negocios católico por excelencia. Un hombre que había sido amigo personal de
Juan XXIII, que había hecho diversas inversiones para el Vaticano en los años
sesenta, y que acabó recibiendo préstamos del Ambrosiano e incorporándose a los
consejos de administración tanto del banco como de La Centrale. Asimismo, Calvi
colocó en el Ambrosiano a Alessandro Mennini, hijo de Carlo Mennini, el número
dos del IOR después del omnipresente Marcinckus.
En aquellos momentos, cuando Calvi todavía era consejero
delegado y no presidente, el Banco Ambrosiano, en gran parte por la gestión del
banquero, se había convertido en un grupo empresarial enorme con tres bancos
(Ambrosiano, Banca Católica del Véneto y Banco Varesino); una gran entidad
aseguradora, la Toro; y La Centrale, una holding que tenía muchas
participaciones. En el año 1973 se había integrado en el grupo Inter Alpha, una
alianza bancaria internacional para compartir estructuras y así ser más
eficiente en las operaciones internacionales.
En el año 1974, el presidente de la República Italiana,
Giovanni Leone, le concedió a Calvi la condecoración de Cavaliere del Lavoro. Era el momento de comenzar a ser una persona
conocida en las páginas de huecograbado de los periódicos. El modesto Roberto
Calvi comenzó a hacer obras filantrópicas; le funcionó, porque los periodistas
italianos se fijaron en él rápidamente. Si alguno de mis lectores tiene años y
memoria suficientes, fue un proceso bastante parecido al que ocurrió aquí en
España con el primer Mario Conde, el que se alió con Juan Abelló para comprar
Antibióticos y luego entró en Banca a través del Banesto. Si recordáis lo que
entonces escribían los periodistas (todos
los periodistas) de Conde, tendréis una visión de lo que fue, en 1974, el
fenómeno Calvi en medio de esta profesión, que se supone a sí misma con mucho ojo
crítico pero, la verdad, a partir de los resultados cabe juzgar como petada de
bobalicones.
Ruggiero Monzana, presidente del Ambrosiano, se jubiló el 19
de noviembre de 1975. Para entonces, la decisión sobre su sucesor al frente de
la entidad era un proceso meramente formal; era tal la dependencia que tenía ya
el Ambrosiano como negocio respecto de Calvi que, incluso, conservó su puesto
de consejero delegado.
Con el tiempo y la vista de todo lo ocurrido con el ahorcado
de Black Friars, cabe pensar que, en realidad, para Calvi llegar tan arriba fue
un problema. Regresemos al pasado y veamos que, en el momento en que Calvi
había verdaderamente decidido sobre su futuro, su decisión había sido la de ser
militar. ¿Qué busca una persona que quiere ser militar? Bueno, yo los únicos militares
que he conocido a fondo en mi vida son mis mandos durante el año que serví en
la Escuela de Estado Mayor, en el paseo de la Castellana; y muchos de ellos, la
verdad, no estaban muy motivados. Daban la impresión de estar allí como puestos
por el Ayuntamiento.
Sin embargo, de los más motivados de mis mandos saqué la
impresión de que un militar se hace militar porque tiene vocación de servicio,
pero también porque busca pertenecer a una estructura jerarquizada y
predecible. Un militar, por lo general, tiene más deberes que derechos, y ésa
es una situación contraintuitiva para un ser humano, no digamos cuando tienes
diecinueve palos. Si lo haces es porque te atrae pertenecer a una estructura en
la que no tendrás que tomar todas las decisiones, porque hay una jerarquía, un
protocolo.
Hay muchos indicios de que Roberto Calvi, a pesar de que no
hizo otra cosa que pelear para conseguir el mando supremo del Ambrosiano, luego
se sintió cohibido por ese mando supremo. Su aspiración, como digo reflejada en
su gesto de ingresar en una academia militar, no era la de estar en la cúpula
de una organización donde, mutatis
mutandis, todo lo que importaba era su criterio, su propio mando. Era
persona, por lo que sabemos, probablemente aquejada de complejos de
inferioridad pues se consideraba socialmente hablando un mindundi (por ejemplo,
se le hacía el culo agua tónica delante de barones y aristócratas en general);
sentimiento al que vendría a apilarse, con los años, el vértigo del mando
supremo.
Para empezar, llegar a la cúpula del Banco Ambrosiano y
acentuar su frialdad y su distancia para con los demás, fue todo uno. ¿Pensó,
en algún momento, en tascar el freno o, incluso, en dejarlo? Nunca lo sabremos.
Lo que sí sabemos es que no lo hizo.
Buen día. Quedo sorprendido... ¿En Italia había un ministro de empresas estatales? ¿Tantas había?
ResponderBorrarUn poco off-topic, pero ya sabes cuáles son mis aficiones. Dices:
ResponderBorrar"saqué la impresión de que un militar se hace militar porque (...) también porque busca pertenecer a una estructura jerarquizada y predecible"
En primer lugar, pertenecer a una estructura jerarquizada no implica que se pueda predecir su comportamiento, o el de los que pertenecen a ella. En segundo lugar, ésta es una condición necesaria, pero no suficiente, de entre los requisitos de una vocación militar. Uno de los fines del adiestramiento (cuando se hace bien) es detectar esto, precisamente. Para eliminarlo.
Porque un militar que lo sea solo por el agrado de tener una vida estructurada y jerarquizada, es un ordenancista. No suele tener muchos amigos ni compañeros que le rían las gracias. Incluso en tiempos de paz una vida militar es agitada, y cuando cambian los contextos, este tipo de militares son los que antes se dan de baja, normalmente dejando a otros con el culo al aire.
Por cierto, ya que es un tema que te interesa, pasa exactamente lo mismo con los curas.
Eborense
Sí, entiendo lo que dices. La labor que cae sobre los hombros de un militar puede llegar a ser tan compleja y vital que resulta crítico educar su creatividad y eso que hoy se llama pensamiento lateral. Pero no iba por ahí mi comentario.
BorrarLa labor de Calvi en el Ambrosiano fue, básicamente, romper una disciplina muy rígida que existía a todos los niveles de la institución. Hizo del Ambrosiano otro banco caracterizado por muchas cosas, la principal de ellas, que él era el único que conocía muchas de sus operaciones.
Siempre me ha llamado la atención que esa labor fuese abordada por una persona con vocación militar porque el Ejército, aunque lógicamente tiene un mando superior, se basa en una estructura jerárquica en la que labores y responsabilidades se distribuyen mediante un esquema predecible. Como se decía en tiempo del franquismo, general mola, pero mola más teniente general.
A eso es a lo que me refería.