jueves, mayo 14, 2020

El ahorcado de Black Friars (5: comienza el trile)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia

Lo que también es un hecho contrastado por los testimonios de muchos colaboradores de Calvi e incluso su familia es que llegar a la cúpula del Ambrosiano intensificó la manía de Calvi por el secretismo. Roberto Calvi era una de esas personas, hay muchas en este mundo y es probable que el lector se haya encontrado con alguna, que de todo hablan en términos muy genéricos, casi nunca dicen un nombre o unos apellidos concretos, llevan siempre consigo la documentación que consideran más importante y, desde luego, tratan de dejar cuanta menor traza por escrito de sus decisiones e instrucciones, mejor. Recuerdo a un compañero que tuve en un trabajo hace muchos años que, cuando llegaba en la mañana, siempre con un poco de retraso, era recibido por nosotros con un "Buenos días, Fulano"; e invariablemente contestaba: "No entraré a ese trapo". Ese tipo de gente. Si en algo invirtió el presidente del Banco Ambrosiano, fue en medidas de contraseguridad que evitasen la instalación de micrófonos en sus despachos o el pinchado de sus teléfonos.

¿Qué le pasaba a Calvi? Pues, sucintamente, lo que le pasaba es que tenía planes muy detallados dentro de su cabeza, conducentes a hacer del Banco Ambrosiano una gran institución financiera y empresarial italiana (o sea: el sueño de Sindona); pero, conforme más crecía, más miedo tenía de que alguien le robase la merienda. Porque el sector financiero en general, y el italiano muy en particular, siempre ha bullido de gentes que, cinco minutos después de que has triunfado, llegan, te sonríen, te dan un abrazo amistoso y, para cuando se separan de ti, ya llevan tu cartera.

¿Quién podía ser ese alguien? 

Pues, para empezar, la aristocracia financiera italiana. Ni Calvi ni el Ambrosiano pertenecían a la cúpula bancaria italiana, un club, como en todos los países, muy selecto, al que no le gustan los parvenues (a ninguno le gustan; por eso en la banca es tan común la repetición ad nauseam de apellidos). Por muy grande que se estuviera haciendo el Ambrosiano, todavía tenía muchos menos recursos que esos poderosos enemigos, así pues tenía que andarse con cuidado.

En segundo lugar, quien decía los grandes financieros del país, decía el gobierno. En Italia, como en otros muchos países, los gobernantes, en buena medida, son (bueno, digamos, para que nadie se deje llevar por un muy recomendable pesimismo, que eran) extensiones del poder económico. Las posibilidades estaban ahí de que el gobierno, o bien colaborase con alguna supuesta operación de acoso y derribo contra el Ambrosiano, o bien la decidiese directamente porque, por alguna razón, le cuadrase dentro de sus apaños y manejos de poder.

Calvi, pues, era consciente de que, cuando estás o pretendes ascender hacia eso que en España conocemos como el Ibex, no estás sino entrando en pelotas y armado con una navaja de afeitar en una parcelita de Faunia llega de tigres de bengala. Para poder sobrevivir en el Jumanji del poder económico, Roberto necesitaba tener eso mismo: poder. Y eso pasaba por hacerse con el control personal del Grupo Ambrosiano.

El Ambrosiano, recordemos, tenía regulada estaturariamente la formación de grandes mayorías mediante la limitación del paquete máximo de acciones que podía tener cada accionista particular. Esta medida, sin embargo, lejos de alejar la posibilidad de los embates de control, los hacía más sencillos; pues si en una empresa normal, para lograr el control, hace falta tener la mitad más uno de las acciones con derecho a voto, en una empresa de minorías diluidas basta con tener un 15% o un 20% del capital para que nadie pueda toserte (ésta es, de hecho, la jugada que hace Michael Corleone cuando invierte en Inmobilare). Otra ventaja para Calvi era que el Ambrosiano no era exactamente un banco cotizado, sino una empresa cuyas acciones se negociaban en una cosa denominada mercado restringido; lo que, en la práctica, significaba que todas las compraventas se realizaban a través de filiales del propio Ambrosiano, que ahora controlaba su presidente y consejero delegado. Calvi, pues, podía controlar cualquier intento de tangarle el banco por la puerta de atrás, pues, rápidamente, sus servicios de trading se coscarían de que algo estaba pasando.

Antes incluso de ser presidente del consejo de administración, y puesto que como hemos dicho se trataba de un nombramiento cantado, Calvi ya había iniciado un proceso de colocación de paquetes de acciones entre personas que podía controlar. Lo que viene siendo los hombres de paja de toda la vida. Además, a través de operaciones que llama la atención escapasen del control del Banco de Italia, porque fueron operaciones de autocartera de libro, empresas del propio grupo Ambrosiano, como la Toro, comenzaron a comprar acciones. En parte, de hecho, el Ambrosiano se alistó a la alianza Inter Alpha porque así pudo también colocar paquetes de acciones entre esos bancos ahora aliados, como el Crédit Commercial de France o el Berliner Handels und Frankfurter Bank; fueron, en buena medida, operaciones de autocartera compartida, pues el Ambrosiano también compró paquetes de estos bancos.

Todo estaba avanzando hacia la situación que Calvi estaba buscando, y que es uno de los mayores pecados que puede cometer una institución financiera: ser dueña de sí misma. No por casualidad, una de las cosas que más controlan los supervisores bancarios en todo el mundo es el nivel de autocartera, esto es, el nivel de acciones del Banco A que están en posesión del Banco A. La autocartera, que desde luego en cantidades racionales no sólo está permitida sino que también es muy positiva, es, sin embargo, cuando llega a niveles excesivos, un simple fraude. El capital social está anotado en el pasivo del balance de un banco porque es algo que ese banco debe. Pero, claro, cuando esa deuda la tiene contra sí mismo, ya no es una deuda; es un engaño. En esas circunstancias, el accionista deja de ser un dueño crítico; deja de ser alguien que observa las cuentas y la estrategia del banco desde el punto de vista de si va con ello a conseguir beneficios que recibirá en forma de dividendos; sino que se convierte en un ente acrítico que permite cualesquiera estrategias le parezcan adecuadas al propio banco. En un banco con una autocartera tan grande que realmente llegue a controlar la gestión de la entidad, los pequeños accionistas se ven atrapados en una estafa, pues creen estar participando en una estrategia que busca generar beneficios para ellos cuando, en realidad, lo que está haciendo es encalomarles las pérdidas.

Pues bien: eso mismo es lo que decidió hacer Roberto Calvi.

Paradójicamente, a Calvi, que lo que estaba pensando era una estrategia que fácilmente colocaría al Ambrosiano al borde de la quiebra, fue precisamente la quiebra del grupo Sindona la que le facilitó los planes. La desgracia financiera del siciliano fue tan enorme, y de consecuencias tan generales para los mercados de capitales italianos, que las acciones del Ambrosiano alcanzaron los niveles de los ositos Haribo. Suprafin, la compañía trader más que probablemente propiedad del Espíritu Santo, comenzó a adquirir discretamente paquetes de acciones que Calvi fue colocando en diversas empresas que controlaba, tanto dentro como fuera de Italia. No lo hizo solo. Tuvo un importante aliado en Andrea Rizzoli, cabeza del importantísimo grupo editorial Rizzoli, quien le dio a muchas operaciones la pátina necesitada de adquisición de un tercero en su propio interés. Rizzoli, claro, entró en el consejo del Ambrosiano en 1976. Su entrada en el consejo, por cierto, fue escandalosa, pues Andrea era un bon vivant que salía en las revistas siempre rodeados de señoritas de ésas que se denominan de dudosa reputación (mi padre siempre decía que no entendía esa expresión pues, normalmente, la reputación de esas mujeres está fuera de toda duda). Eso, para un banco en el que, para entrar en la junta de accionistas, había que presentar el certificado del cura de tu parroquia diciendo que eras buen cristiano e ibas a misa, era, por decirlo elegantemente, bastante rarito. Por cierto que el hijo de Rizzoli declararía años después que su padre nunca había visto una sola de las acciones que presuntamente poseía.

Cuando llegó el año 1977, Calvi controlaba tal cantidad de paquetes de acciones del Ambrosiano que necesitaba montar algo más serio que los “aparcados” que había hecho hasta entonces. Para ello le ayudó esa figura tan conocida que llamamos paraíso fiscal. En lugares como Panamá o Lienchenstein, creó más de diez sociedades fantasma, sociedades que, nada más salir del cascarón en cualquier caro despacho de abogados local, comenzaban a comprar acciones del Ambrosiano. Los representantes de esas sociedades eran hombres de paja, normalmente empleados de Calvi. Las sociedades internacionales del Ambrosiano acudían al mercado bancario internacional, donde tomaban dinero prestado. Automáticamente, le prestaban ese dinero a las sociedades panameñas. Calvi siempre hacía las cosas de manera que las operaciones interiores y exteriores fuesen realizadas por departamentos diferentes y, de hecho, en el departamento internacional del Ambrosiano organizaba las cosas de manera que muy pocas personas se encargasen de la petición de los créditos y de la comunicación de las operaciones; de esta manera, en realidad, nadie tenía una imagen real y global de lo que se estaba haciendo, salvo él.

El plan de las sociedades en paraísos fiscales funcionó de maravilla. En años sucesivos, Roberto Calvi se presentó en las juntas del Ambrosiano con entre el 15% y el 20% de votos propios y delegados. Así, pues, comenzó a decidir, sin injerencias de nadie, sobre quién estaría en el consejo de administración, quién recibiría créditos preferenciales, todo.

Está, en cambio, el otro problema: los políticos. Los gobiernos. Los gobiernos juegan en otra liga, que es el Boletín Oficial. Crear una monstruosa autocartera secreta que le daba el control imperceptible del Banco Ambrosiano suponía, para Calvi, obtener el poder, siempre y cuando la partida se mantuviese dentro de las reglas del mercado. Pero los gobiernos no se rigen, o no se rigen sólo, por las reglas de mercado. De cuando en cuanto, te aparece un ministro Boyer que te nacionaliza Rumasa, por ejemplo. Con o sin razón, ésa es otra discusión; pero el hecho es que los gobiernos, como firman en el Boletín Oficial, pueden hacer esas cosas.

Calvi tenía miedo de que eso le ocurriera a él. En primer lugar, porque había nacido en un país en el que ese tipo de operaciones no son extrañas. En segundo lugar, porque en la segunda mitad de la década de los setenta, al calor de la crisis económica, había todo un bulle-bulle en la dirección estatalista; la socialdemocracia era la ideología de moda y, de hecho, pronto habría buenas pruebas de ello en Francia, donde Mitterrand se dedicó a nacionalizar en modo experto. Y luego está el hecho, que Calvi no podía obviar, de que él no estaba haciendo las cosas bien. Lo que había hecho para controlar el Ambrosiano era una ilegalidad, así pues tenía el rabo de paja si algún día llegaba a tener demasiados enemigos.

Por eso necesitaba amigos. Y, por eso, cuando el 25 de agosto de 1975 tuvo una entrevista en Ginebra con Licio Gelli y éste le ofreció entrar en la Propaganda 2, Calvi aceptó; tres meses después, era presidente del Ambrosiano.

Entre 1975 y 1976, pues, Roberto Calvi culminó la estrategia que había diseñado, probablemente en algún momento después de haber sido designado director general del Ambrosiano y se dio cuenta de que su mentor, el presidente en aquel momento, y su sucesor natural estarían ambos jubilados a mediados de la década. Había conseguido armar, sin ser visto ni percibido, una estructura de compra de acciones por parte de supuestos accionistas internacionales interesados en la fulgurante institución bancaria lombarda. Aquellos financieros que habían prestado el dinero para dichas adquisiciones no eran conscientes de haberlo hecho, pues todo lo que tenían eran télex de las empresas internacionales del Ambrosiano donde se les informaba de que el dinero era para financiar exportaciones (de hecho, no mentían: las acciones estaban siendo sacadas de Italia). Y, para colmo, ahora Calvi, merced a la providencial reunión suiza con un viejo amigo de su amigo Sindona, podía contar con el apoyo de hombres excelentemente relacionados dentro de la intrincada estructura política italiana.

¿Qué podía salir mal?

Pues, la verdad: siempre hay algo que sale mal.

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