Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia
Lo que también es un hecho contrastado por los testimonios
de muchos colaboradores de Calvi e incluso su familia es que llegar a la cúpula
del Ambrosiano intensificó la manía de Calvi por el secretismo. Roberto Calvi
era una de esas personas, hay muchas en este mundo y es probable que el lector
se haya encontrado con alguna, que de todo hablan en términos muy genéricos,
casi nunca dicen un nombre o unos apellidos concretos, llevan siempre consigo
la documentación que consideran más importante y, desde luego, tratan de dejar
cuanta menor traza por escrito de sus decisiones e instrucciones, mejor. Recuerdo a un compañero que tuve en un trabajo hace muchos años que, cuando llegaba en la mañana, siempre con un poco de retraso, era recibido por nosotros con un "Buenos días, Fulano"; e invariablemente contestaba: "No entraré a ese trapo". Ese tipo de gente. Si en
algo invirtió el presidente del Banco Ambrosiano, fue en medidas de
contraseguridad que evitasen la instalación de micrófonos en sus despachos o el
pinchado de sus teléfonos.
¿Qué le pasaba a Calvi? Pues, sucintamente, lo que le pasaba
es que tenía planes muy detallados dentro de su cabeza, conducentes a hacer del
Banco Ambrosiano una gran institución financiera y empresarial italiana (o sea:
el sueño de Sindona); pero, conforme más crecía, más miedo tenía de que alguien
le robase la merienda. Porque el sector financiero en general, y el italiano muy en particular, siempre ha bullido de gentes que, cinco minutos después de que has triunfado, llegan, te sonríen, te dan un abrazo amistoso y, para cuando se separan de ti, ya llevan tu cartera.
¿Quién podía ser ese alguien?
Pues, para empezar, la
aristocracia financiera italiana. Ni Calvi ni el Ambrosiano pertenecían a la
cúpula bancaria italiana, un club, como en todos los países, muy selecto, al
que no le gustan los parvenues (a ninguno le gustan; por eso en la banca es tan común la repetición ad nauseam de apellidos). Por
muy grande que se estuviera haciendo el Ambrosiano, todavía tenía muchos menos
recursos que esos poderosos enemigos, así pues tenía que andarse con cuidado.
En segundo lugar, quien decía los grandes financieros del
país, decía el gobierno. En Italia, como en otros muchos países, los
gobernantes, en buena medida, son (bueno, digamos, para que nadie se deje llevar por un muy recomendable pesimismo, que
eran) extensiones del poder económico. Las posibilidades estaban ahí de que el
gobierno, o bien colaborase con alguna supuesta operación de acoso y derribo
contra el Ambrosiano, o bien la decidiese directamente porque, por alguna
razón, le cuadrase dentro de sus apaños y manejos de poder.
Calvi, pues, era consciente de que, cuando estás o pretendes
ascender hacia eso que en España conocemos como el Ibex, no estás sino
entrando en pelotas y armado con una navaja de afeitar en una parcelita de
Faunia llega de tigres de bengala. Para poder sobrevivir en el Jumanji del
poder económico, Roberto necesitaba tener eso mismo: poder. Y eso pasaba por hacerse
con el control personal del Grupo
Ambrosiano.
El Ambrosiano, recordemos, tenía regulada estaturariamente
la formación de grandes mayorías mediante la limitación del paquete máximo de
acciones que podía tener cada accionista particular. Esta medida, sin embargo,
lejos de alejar la posibilidad de los embates de control, los hacía más
sencillos; pues si en una empresa normal, para lograr el control, hace falta
tener la mitad más uno de las acciones con derecho a voto, en una empresa de
minorías diluidas basta con tener un 15% o un 20% del capital para que nadie
pueda toserte (ésta es, de hecho, la jugada que hace Michael Corleone cuando invierte en Inmobilare). Otra ventaja para Calvi era que el Ambrosiano no era exactamente
un banco cotizado, sino una empresa cuyas acciones se negociaban en una cosa
denominada mercado restringido; lo que, en la práctica, significaba que todas
las compraventas se realizaban a través de filiales del propio Ambrosiano, que
ahora controlaba su presidente y consejero delegado. Calvi, pues, podía controlar cualquier intento de tangarle el banco por la puerta de atrás, pues, rápidamente, sus servicios de trading se coscarían de que algo estaba pasando.
Antes incluso de ser presidente del consejo de
administración, y puesto que como hemos dicho se trataba de un nombramiento
cantado, Calvi ya había iniciado un proceso de colocación de paquetes de
acciones entre personas que podía controlar. Lo que viene siendo los hombres de paja de toda la vida. Además, a través de operaciones que llama
la atención escapasen del control del Banco de Italia, porque fueron
operaciones de autocartera de libro, empresas del propio grupo Ambrosiano, como
la Toro, comenzaron a comprar acciones. En parte, de hecho, el Ambrosiano se alistó
a la alianza Inter Alpha porque así pudo también colocar paquetes de acciones
entre esos bancos ahora aliados, como el Crédit Commercial de France o el
Berliner Handels und Frankfurter Bank; fueron, en buena medida, operaciones de
autocartera compartida, pues el Ambrosiano también compró paquetes de estos
bancos.
Todo estaba avanzando hacia la situación que Calvi estaba
buscando, y que es uno de los mayores pecados que puede cometer una institución
financiera: ser dueña de sí misma. No por casualidad, una de las cosas que más
controlan los supervisores bancarios en todo el mundo es el nivel de
autocartera, esto es, el nivel de acciones del Banco A que están en posesión
del Banco A. La autocartera, que desde luego en cantidades racionales no sólo
está permitida sino que también es muy positiva, es, sin embargo, cuando llega
a niveles excesivos, un simple fraude. El capital social está anotado en el
pasivo del balance de un banco porque es algo que ese banco debe. Pero, claro,
cuando esa deuda la tiene contra sí mismo, ya no es una deuda; es un engaño. En
esas circunstancias, el accionista deja de ser un dueño crítico; deja de ser
alguien que observa las cuentas y la estrategia del banco desde el punto de
vista de si va con ello a conseguir beneficios que recibirá en forma de
dividendos; sino que se convierte en un ente acrítico que permite cualesquiera
estrategias le parezcan adecuadas al propio banco. En un banco con una
autocartera tan grande que realmente llegue a controlar la gestión de la
entidad, los pequeños accionistas se ven atrapados en una estafa, pues creen
estar participando en una estrategia que busca generar beneficios para ellos
cuando, en realidad, lo que está haciendo es encalomarles las pérdidas.
Pues bien: eso mismo es lo que decidió hacer Roberto Calvi.
Paradójicamente, a Calvi, que lo que estaba pensando era una
estrategia que fácilmente colocaría al Ambrosiano al borde de la quiebra, fue
precisamente la quiebra del grupo Sindona la que le facilitó los planes. La
desgracia financiera del siciliano fue tan enorme, y de consecuencias tan
generales para los mercados de capitales italianos, que las acciones del
Ambrosiano alcanzaron los niveles de los ositos Haribo. Suprafin, la compañía trader más que probablemente propiedad del
Espíritu Santo, comenzó a adquirir discretamente paquetes de acciones que Calvi
fue colocando en diversas empresas que controlaba, tanto dentro como fuera de
Italia. No lo hizo solo. Tuvo un importante aliado en Andrea Rizzoli, cabeza
del importantísimo grupo editorial Rizzoli, quien le dio a muchas operaciones
la pátina necesitada de adquisición de un tercero en su propio interés.
Rizzoli, claro, entró en el consejo del Ambrosiano en 1976. Su entrada en el
consejo, por cierto, fue escandalosa, pues Andrea era un bon vivant que salía en las revistas siempre rodeados de señoritas
de ésas que se denominan de dudosa reputación (mi padre siempre decía que no
entendía esa expresión pues, normalmente, la reputación de esas mujeres está
fuera de toda duda). Eso, para un banco en el que, para entrar en la junta de
accionistas, había que presentar el certificado del cura de tu parroquia
diciendo que eras buen cristiano e ibas a misa, era, por decirlo elegantemente,
bastante rarito. Por cierto que el hijo de Rizzoli declararía años después que
su padre nunca había visto una sola de las acciones que presuntamente poseía.
Cuando llegó el año 1977, Calvi controlaba tal cantidad de
paquetes de acciones del Ambrosiano que necesitaba montar algo más serio que
los “aparcados” que había hecho hasta entonces. Para ello le ayudó esa figura
tan conocida que llamamos paraíso fiscal. En lugares como Panamá o
Lienchenstein, creó más de diez sociedades fantasma, sociedades que, nada más
salir del cascarón en cualquier caro despacho de abogados local, comenzaban a
comprar acciones del Ambrosiano. Los representantes de esas sociedades eran
hombres de paja, normalmente empleados de Calvi. Las sociedades internacionales del Ambrosiano acudían al
mercado bancario internacional, donde tomaban dinero prestado. Automáticamente,
le prestaban ese dinero a las sociedades panameñas. Calvi siempre hacía las
cosas de manera que las operaciones interiores y exteriores fuesen realizadas
por departamentos diferentes y, de hecho, en el departamento internacional del
Ambrosiano organizaba las cosas de manera que muy pocas personas se encargasen
de la petición de los créditos y de la comunicación de las operaciones; de esta
manera, en realidad, nadie tenía una imagen real y global de lo que se estaba
haciendo, salvo él.
El plan de las sociedades en paraísos fiscales funcionó de
maravilla. En años sucesivos, Roberto Calvi se presentó en las juntas del
Ambrosiano con entre el 15% y el 20% de votos propios y delegados. Así, pues,
comenzó a decidir, sin injerencias de nadie, sobre quién estaría en el consejo
de administración, quién recibiría créditos preferenciales, todo.
Está, en cambio, el otro problema: los políticos. Los
gobiernos. Los gobiernos juegan en otra liga, que es el Boletín Oficial. Crear
una monstruosa autocartera secreta que le daba el control imperceptible del
Banco Ambrosiano suponía, para Calvi, obtener el poder, siempre y cuando la
partida se mantuviese dentro de las reglas del mercado. Pero los gobiernos no
se rigen, o no se rigen sólo, por las reglas de mercado. De cuando en cuanto,
te aparece un ministro Boyer que te nacionaliza Rumasa, por ejemplo. Con o sin
razón, ésa es otra discusión; pero el hecho es que los gobiernos, como firman
en el Boletín Oficial, pueden hacer esas cosas.
Calvi tenía miedo de que eso le ocurriera a él. En primer
lugar, porque había nacido en un país en el que ese tipo de operaciones no son
extrañas. En segundo lugar, porque en la segunda mitad de la década de los
setenta, al calor de la crisis económica, había todo un bulle-bulle en la
dirección estatalista; la socialdemocracia era la ideología de moda y, de
hecho, pronto habría buenas pruebas de ello en Francia, donde Mitterrand se
dedicó a nacionalizar en modo experto. Y luego está el hecho, que Calvi no
podía obviar, de que él no estaba haciendo las cosas bien. Lo que había hecho
para controlar el Ambrosiano era una ilegalidad, así pues tenía el rabo de paja
si algún día llegaba a tener demasiados enemigos.
Por eso necesitaba amigos. Y, por eso, cuando el 25
de agosto de 1975 tuvo una entrevista en Ginebra con Licio Gelli y éste le
ofreció entrar en la Propaganda 2, Calvi aceptó; tres meses después, era
presidente del Ambrosiano.
Entre 1975 y 1976, pues, Roberto Calvi culminó la estrategia
que había diseñado, probablemente en algún momento después de haber sido
designado director general del Ambrosiano y se dio cuenta de que su mentor, el
presidente en aquel momento, y su sucesor natural estarían ambos jubilados a
mediados de la década. Había conseguido armar, sin ser visto ni percibido, una
estructura de compra de acciones por parte de supuestos accionistas
internacionales interesados en la fulgurante institución bancaria lombarda.
Aquellos financieros que habían prestado el dinero para dichas adquisiciones no
eran conscientes de haberlo hecho, pues todo lo que tenían eran télex de las
empresas internacionales del Ambrosiano donde se les informaba de que el dinero
era para financiar exportaciones (de hecho, no mentían: las acciones estaban
siendo sacadas de Italia). Y, para colmo, ahora Calvi, merced a la providencial
reunión suiza con un viejo amigo de su amigo Sindona, podía contar con el apoyo
de hombres excelentemente relacionados dentro de la intrincada estructura
política italiana.
¿Qué podía salir mal?
Pues, la verdad: siempre hay algo que sale mal.
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