viernes, mayo 15, 2020

El ahorcado de Black Friars (6: nunca dejes tirado a un mafioso)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia

El punto débil de la estrategia de Calvi era Michele Sindona. Como ya os he contado el siciliano se abrió de Italia cuando Gelli le advirtió de que se preparaba una batería de subpoenas contra él. Primeramente se fue a Taiwan porque allí no había tratado de extradición, pero pronto sus abogados lo convencieron de que lo mejor era irse a Estados Unidos y allí enfrentarse a los cargos. Sindona, pues, marchó hacia el país americano y, allí, montó a través de sus terminales toda una campaña a su favor. Se presentó a sí mismo como un financiero rabiosamente pronorteamericano que, precisamente por eso, había sido objeto de una conspiración comunista. Mientras Sindona daba conferencias por las escuelas de negocio estadounidenses sobre temas de gran altura técnica, para así ganarse una imagen de experto, Gelli recaudaba en Italia declaraciones juradas de diversos personajes públicos y privados de importancia en defensa de la honorabilidad del siciliano. Un británico que había hecho negocios en Italia con él llegó a declarar que Sindona había participado en la financiación de un golpe de Estado anticomunista en Italia; declaración que en Italia fue escandalosa pero que, en realidad, estaba diseñada para ablandar criterios en la Casa Blanca, en ese momento gobernada por los republicanos, que así se opondrían a extraditarlo si los tribunales italianos acababan pidiéndolo. Incluso Sindona contrató a un experto en la agit-prop, Luigi Cavallo, quien organizó manifestaciones ultraizquierdistas en Italia pidiendo la muerte de Sindona precisamente para demostrar esa inquina comunista contra el siciliano (un consejo: nunca os creáis todo lo que se manifiesta).
Pero Cavallo, según sus propias declaraciones, sirvió para algo más. Sindona le habría entregado, siempre según el propagandista y agitador, unos documentos comprometedores contra Calvi. El presidente del Ambrosiano, dice Cavallo que le contó Sindona, había sido el socio de casi todas sus tropelías y, de hecho, no había hecho otra cosa que sustituirlo al frente de ellas cuando él cayó.
En suma: probablemente, Cavallo fue ese tipo que, como Tom Hagen con el productor de Hollywood que acabará durmiendo con su caballo, es usado de mensajero para decirle a Calvi que había llegado el momento de romperse un par de dedos en favor de su antiguo amigo. Calvi, sin embargo, según todos los indicios, contestó que no.

Ahora Sindona ya sabía lo que tenía que hacer.

En febrero de 1977, Cavallo hacía público en un oscuro boletín llamado Agenzia A un informe sobre las operaciones bancarias de Calvi. El centro de aquel informe era la fundación del Banco Ambrosiano Overseas de Bahamas. A pesar de esta andanada, Calvi siguió respondiendo con negativas a las insinuaciones que le llegaban. Entonces fue Gelli quien lo visitó, tratando de convencerle de que el enfrentamiento entre ambos no beneficiaba a nadie (salvo a la transparencia y la limpieza del mercado, claro), pero tampoco logró gran cosa. Aquel verano, las paredes de las calles cercanas a la sede del Ambrosiano fueron misteriosamente empapeladas en la noche con carteles que acusaban a Calvi de haber perpetrado diversos delitos financieros. En octubre, Agenzia A “informó” de que Calvi estaba siendo investigado. Ese mismo mes, Milán se llenó de carteles que exigían que Calvi fuese encarcelado por ser, decían, culpable de fraude, falsificación de cuentas, desfalco, exportación de capitales y evasión fiscal.

El 24 de noviembre de 1977, como Calvi permaneciese silencioso, Sindona decidió dar un paso más decisivo, y escribió una larga carta, muy detallada, al gobernador del Banco de Italia, Paolo Baffi, en la que desplegaba la vida fraudulenta de su otrora amigo. Lo que se dice tirar de la manta, pero a lo bestia. Incluso lo amenazaba, pues, decía Sindona, si Baffi no investigaba todo aquello, él, personalmente, le pondría una querella por negligencia criminal.

Después de todo esto, sin embargo, en el mes de diciembre Calvi recibió al abogado de Sindona en Italia, Rodolfo Guzzi, tan sólo para decirle que todo aquello eran difamaciones. Los testimonios de los parientes y colaboradores del banquero apuntan a que, cuando menos en ese momento, a Calvi no parecía preocuparle mucho el escándalo financiero; da que pensar que, tal vez, se sentía bien respaldado frente a quienes tendrían que ir a por él si tuviese problemas. Sin embargo, lo que lo tenía loco era saber que Sindona tenía muchos amigos en esa media Italia que resuelve los problemas descerrajando nucas. Incrementó su dotación de guardaespaldas.

Con todo, la bomba ya estaba cebada y no tardaría en estallar. En agosto de 1975, para desgracia de Roberto Calvi, Guido Carli se había jubilado como gobernador del Banco de Italia. No se trata de que Carli fuese un miembro más de la alta clase bancaria y, por lo tanto, él mismo fuese parte de los manejos que ésta hacía (como sí paso en España con Mariano Rubio, todo hay que decirlo); pero, desde luego, Carli, sobre ser un técnico muy cualificado como lo suelen ser todos los gobernadores de bancos centrales, era un hombre muy político; un tipo de esos que entendían que, a veces, aunque las hojas Excel digan una cosa, tal vez es bueno que las directivas del banco central digan otras. Paolo Baffi, sin embargo, estaba hecho de otra pasta. Aunque Baffi no se acabaría librando de investigaciones judiciales por haber sido presuntamente demasiado lenitivo en sus investigaciones sobre determinados bancos, esto no necesariamente debemos apuntarlo en su Debe. En todo caso, la verdad es que dirigir el Banco de Italia nunca ha sido, ni es hoy, un puesto fácil, porque el sector financiero italiano presenta muchos peros que resulta difícil soslayar;  pero, al mismo tiempo, también hay que pensar en la estabilidad del sistema de crédito. Además, como pronto contaré, esos procesamientos, tal vez, no fueron nada "inocentes".

Sea como sea, Baffi era más técnico, y menos político, que Carli. De hecho, lo más probable es que Sindona se hubiese podido ahorrar las amenazas que escribió al final de su carta pues, la verdad, Baffi ya le tenía ganas al Ambrosiano cuando la recibió. Había nombrado a un Director de Inspección en el Banco, Mario Sarcinelli, que no le hacía ascos a una inspección bancaria cuando la consideraba necesaria, cualesquiera que fueran los elementos políticos que pudieran estar implicados. Sarcinelli, por ejemplo, condujo una inspección de la Italcasse, que era la entidad que utilizaban las cajas de ahorro italianas para las operaciones de interbancario entre ellas. Dicha inspección descubrió muy pronto una batahola de créditos de dudosísimo análisis de riesgo concedidos a oscuras sociedades tras las cuales acabaron apareciendo diversos partidos políticos. Sarcinelli, sin pestañear, cogió toda esta documentación, la metió en varias carpetas, y la envió a los tribunales que, al final del proceso, en 1980, habían detenido a medio centenar de directivos de cajas de ahorro (estas cosas, claro, pasan en Italia; en España, estamos totalmente vacunados contra este virus de la caja de ahorros gobernada por el poder público utilizada para operaciones oscuras…)

Cuando Cavallo le hizo llegar la carta de Sindona, Baffi ya había oído hablar del siciliano; muchos políticos se habían dirigido a él para sugerirle que hiciese lo posible por salvarle. Y los había mandado a la mierda.

Así las cosas, cualquiera que conociese los entresijos de la forma de actuar del ticket Baffi-Sarcinelli difícilmente se podría extrañar de que, a principios de 1978, ambos se lanzasen, sin pensárselo, a por el Ambrosiano. El 17 de abril de aquel año, Giulio Paladino, uno de los más reputados inspectores del Banco de Italia, entró por la puerta del Ambrosiano acompañado de un nutrido equipo de inspectores. Los inspectores se quedaron meses en la institución, durante los cuales revisaron miles de papeles y de informes. Tuvieron diversas entrevistas con Calvi, normalmente centradas en las operaciones financieras más sospechosas u oscuras; y la impresión que sacaron del tono usado por el presidente del banco no fue positiva. Calvi, como siempre, se mostraba esquivo y desconfiado en todas sus respuestas. Como Sarcinelli se ocuparía de recordar, en realidad Calvi tenía una posición bastante incongruente: no paraba de decir que el Ambrosiano era un banquito de impositoras beatas, con cuatro o cinco operaciones tontas de banca comercial al por menor; pero todo eso lo decía rodeado de un ejército de abogados que discutía entre cuchicheos hasta con qué mano se tenía que coger la chorra cuando iba a mear. Una vez más, podemos acudir al recuerdo de Mariano Rubio: abusaba, en sus declaraciones, de los sufridos “no soy consciente”, “no lo recuerdo”, y demás.

Los inspectores se marcharon del Ambrosiano el 17 de noviembre de 1978, llevándose con ellos un camión de papeles. El destilado de lo que descubrieron es lo que se conoce como Informe Paladino. Un informe muy técnico que describe a un banco misteriosamente controlado por sociedades internacionales, negras como sobaco de charcutero watusi. El Ambrosiano, además, había participado en igual de oscuras operaciones financieras internacionales cuyos objetivos finales eran muy difíciles de adverar con los poderes de inspección del Banco de Italia.

Evidentemente, el principal descubrimiento que hicieron los inspectores era el silencioso y subterráneo cambio que había tenido la relación de fuerzas en el capital del banco, tan sólo pálidamente registrado en las evoluciones del consejo de administración; el cual, según llegaba a insinuar Paladino, en realidad ya no gestionaba el banco ni tomaba las altas decisiones estratégicas del mismo, pues todo estaba en manos de Calvi. En esencia, no se podía saber quién era el dueño de aquel banco, puesto que grandes paquetes de acciones del mismo habían caído en manos de sociedades italianas del propio banco, pero también de corporaciones internacionales en paraísos fiscales. Paladino tenía una teoría sobre la propiedad última de estas sociedades: o el propio Calvi, o el IOR. En otras palabras: consideraba que Calvi, o bien podía ser un ambicioso financiero que estaba buscando la gloria personal; o bien podía ser un testaferro del poder económico vaticano; o alguna mezcla de ambas cosas.

El informe anotaba, con frialdad técnica, que ni Calvi ni ninguno de sus directivos había podido adverar, ni de palabra, ni de obra, ni de omisión, quiénes eran los dueños de esas extrañas sociedades accionistas del Ambrosiano.

El Informe Paladino dedicaba unas 25 páginas de las 500 que tenía a desplegar informaciones sobre las relaciones, estrechas relaciones, entre el Ambrosiano y el IOR. Que el IOR era accionista del banco todo el mundo lo sabía; no, no iban por aquí las pesquisas y los descubrimientos de Paladino. Lo que dice el informe es que el IOR y el Ambrosiano, además de por evidentes relaciones como accionistas, estaban ligados “por estrechas relaciones de interés, demostradas por su constante presencia [del IOR] en algunas de las operaciones más significativas y delicadas, operaciones acerca de cuya naturaleza las partes expresan la mayor reserva”. En otras palabras, Paladino apuntaba que Calvi y el Vaticano no sólo eran socios, sino que también hacían negocios juntos. Precisamente aquellos negocios sobre los cuales, cuando los inspectores preguntaban, se mostraban menos locuaces los banqueros.

En otras palabras: cuando más se adentraba una compraventa en el intrincado mundo de las sociedades offshore, controladas por nadie aparentemente, dirigidas teóricamente por hombres y mujeres de paja que en ocasiones incluso eran simples telefonistas, más estaba el Espíritu Santo por ahí, repartiendo su inspiración divina.

Si camina como un pato, hace cuac como un pato, tiene plumas como un pato y pico de pato, lo mismo es que es un pato.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario