lunes, julio 08, 2019

Pericles (11 ¡Tora, tora, tora!)

Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón

Finalmente, los atenienses asistieron a los corfiotas en la batalla de Sibota, que libraron contra los corintios en el 433, y que lograron ganar. Aquella victoria conjunta le dio alas a los atenienses para ir más allá, y por eso se dirigieron Potidea. Este emplazamiento, situado en el norte de la Hélade, era un caso curioso porque, siendo como era una colonia corintia, era tributario de Atenas, así pues había ya una relación de partida. Los atenienses ordenaron a los poti-potis que echasen de la ciudad a los magistrados corintios.

Aquello fue un gesto de dificilísima justificación, si es que se puede encontrar alguna. Su compatibilidad con el esquema constitucional heleno (por llamarlo de alguna manera) era ninguna y la disculpa que blandieron lo atenienses: su temor de que Corinto excitase una rebelión en aquel lugar que les pagaba pasta, muy débil. Los atenienses, por lo menos aquéllos de ellos que pensasen dos veces las cosas que hacían y que votaban (porque en aquella Atenas, como en la moderna Aguilar de Campoo, la mayoría de los votantes piensan más bien poco en las consecuencias de su voto), tenían que darse cuenta de que aquella carta, una vez conocida en Esparta, portaría el mensaje claro de que en el Ática los halcones belicistas estaban ganando la partida. Y entre ellos, por cierto, y a juzgar por el estatus que mantuvo después, tenía que estar Pericles.

Esto vino a montarse sobre otro conflicto constitucional. La isla de Egina se dirigió a los espartanos para quejarse de una injerencia ateniense en su autonomía. Los eginotas habían venido pagando tributo a los atenienses desde hacía unos pocos años, pero en el tratado del 446 se les había concedido el poder para resolver sus propios asuntos políticos.

To make matters worse, también Megara, tradicional e importante aliado espartano, elaboró quejas contra los atenienses. Ambas polis, aparentemente, pleitearon sobre la propiedad de unas tierras situadas entre ambas. Los atenienses enviaron un heraldo a Megara, investido de la natural inmunidad de este tipo de misiones; pero, aparentemente, los megarenses se lo llevaron por delante. Un ateniense, Carinos, tras el conocimiento de la noticia, se fue a la Asamblea y propuso que se votase un bloqueo de los barcos megarenses en todos los puertos del Egeo donde Atenas tenía poder o influencia, así como cerrar el comercio ateniense a los productos de Megara. Es lo que conocemos como Decreto Megarense, un auténtico torpedo en la línea de flotación de la economía de una polis que, por su situación, basaba en el comercio su modelo de negocio (o sea, un poco como las medidas de Trump contra China, pero a lo bestia-bestia). Megara apeló a Esparta para que forzase un regreso del status quo.

Tras varias reuniones con sus propios aliados, Esparta llegó a la conclusión de que, a través de las acciones contra Corinto, Megara y otros lugares, Atenas había roto el tratado del 446. Algo que, yo lo entiendo, siendo los espartanos los siesos militaristas oligárquicos esclavistas que eran, siempre se tiene la tentación, sobre todo en las aulas, de interpretar como una mentira o, como poco, como una verdad a medias, muy forzada. 

En efecto, el mundo, y muy particularmente los institutos de secundaria, está bastante petado de profesores que están deseando blanquear la imagen de Pericles y, en general, de Atenas. Yo creo que esto es la consecuencia de que muchos de estos enseñantes están fuertemente condicionados por un objetivo mayor, que es presentar a la democracia ateniense como vencedora final, tratando de trasladarle a sus educandos el mensaje de que en esta vida hay que ser mú, mú demócrata. Personalmente considero que esto es un error. En primer lugar, porque no hay que confundir aulas; cuando se estudia Historia no se estudia Ética ni Valores Constitucionales ni como quiera que queramos llamarle a la moderna Formación del Espíritu Nacional. En segundo lugar porque, cuando se habla de Historia, también hay que decir algunas cosas, como por ejemplo que Atenas practicó la democracia tan sólo para sí misma. Las guerras imperialistas de Atenas lo fueron para ganar mercados, no para ganar acólitos para la forma democrática de gobierno. Si nos ponemos muy estupendos, incluso, no deberíamos olvidar el hecho de hasta qué punto la democracia condicionó el belicismo ático durante mucho tiempo. Democracia quiere decir otorgar muchos beneficios al pueblo, como creo ha quedado claro en asuntos como la retribución a los jurados. Pero cuando creas, digámoslo en lenguaje moderno, un Estado del Bienestar, al día siguiente tienes que pagarlo; y, para pagarlo, a Atenas no le quedaba otra que dejar de ser una polis más de una federación basada en la unidad racial y cultural y convertirse en el pájaro cuco deseando echar a los otros polluelos del nido. En otras palabras: si nos centramos en el dato de que Atenas era una democracia y que por eso tiene que ser la buena de la película sí o sí, entonces no haremos Historia. Hacemos otra cosa.

El paso lógico de los espartanos tras llegar a la conclusión de que el tratado del 446 había sido incumplido hubiera sido enviar un ejército al Ática. Pero no fue eso lo que hicieron. Los espartanos, la verdad, no estaban muy convencidos de ganar aquel envite mediante el recurso a las hostias, razón por la cual iniciaron un largo periodo diplomático y estuvieron cosa de un año intentando acordar con Atenas una solución pactada.

En este punto de la situación, Tucídides parece no querernos dejar lugar alguno para la duda: nos dice que Atenas hacía más o menos lo que Pericles le decía, y que Pericles quería la guerra. El hecho de que también nos diga que los espartanos lanzaron un mensaje a los atenienses, llamándolos a echar a Pericles de la ciudad o, cuando menos, del poder, nos sugiere que cuando menos en la ciudad tenía que haber corrientes de opinión fuertes y bien representadas que estaban en contra.

Los espartanos, de hecho, lanzaron eso que hoy llamaríamos toda una campaña de imagen contra Pericles, el alcmeónida. Con el objetivo nunca escondido de conseguir su ostracismo, los lacediablos se dedicaron a recordar a los atenienses que su general y primer ministro in pectore era miembro de una familia manchada por el delito religioso, que es algo como recordar hoy en día que un político pertenece a una familia o a un grupo condenado por corrupción (más abajo volveremos sobre esto).

El tiempo desde Maratón y todo aquello, sin embargo, había pasado. En realidad, con una esperanza de vida mucho menor que la actual, había pasado mucho más tiempo que el que podemos calcular hoy en día simplemente restando fechas. Los atenienses no atendieron a aquellas peticiones de los espartanos y, de hecho, les contestaron que mejor limpiasen su propia causa, en clara alusión a los hechos del 471 cuando, también de una manera religiosamente poco legal, habían ejecutado a Pausianas. Todavía, sin embargo, los peloponésicos consideraron que la guerra no era la solución más lógica, y comenzaron a enviar una serie de embajadas a Atenas para tratar de llegar a acuerdos, siquiera parciales, que permitiesen evitar las hostilidades. Una actitud la de los espartanos, ésta de pasarse meses y años negociando antes de romper hostilidades que, la verdad, coloca en mal lugar a la teoría, bastante extendida, de que si Atenas tensó la cuerda fue porque estaba convencida de que Esparta estaba preparando la guerra. Si estaba preparando la guerra, ¿por qué trabajó tanto para la paz?

Las primeras palabras literales que Tucídides atribuye a Pericles son éstas: “Hay un principio, atenienses, que yo mantengo contra cualquier cosa, y es el de no hacer ninguna concesión a los lacedemonios”. O sea: no es no. Creer que esa posición estaba forzada por las circunstancias o provenía de una ideología belicista por parte de quien tal cosa decía es cuestión de fe pues, ya lo he dicho varias veces en estas notas, las fuentes antiguas son escasas y sesgadas, a veces decididamente partisanas, así pues otorgan terreno suficiente como para concluir lo que cada uno quiera concluir; por no mencionar el pequeño detalle de que nunca podremos estar seguros de si quien habla en los discursos de Pericles es Pericles o Tucídides, que es matiz importante. Si os interesa mi opinión, aunque supongo que si venís leyendo estos párrafos ya la imaginaréis, yo me decanto más por la segunda de las opciones, esto es, por contemplar a Pericles como un general que había decidido ir a la guerra. En mi opinión, que en esto no es la de muchérrimos scholars que merecen, desde luego, mucho más respeto que yo; en mi opinión, digo, en torno a la figura de Pericles se ha construido una serie de matices, matices que comienzan en los tiempos de la propia Hélade, tendentes a blanquear una imagen belicista que, sin embargo, para mí es la constante de su visión casi desde el principio.

Atenas fue un modelo de Estado que se basó, como en el caso de todos los Estados talasocráticos o mesocráticos, en la dominación económica de los territorios “conquistados”, bien mediante la intervención de los recursos naturales (colonialismo clásico, desde nuestro punto de vista), bien mediante la generación de vínculos tributarios.

A Atenas este momio le funcionó durante un tiempo porque era un momio necesario. Allí estaban los persas, que eran una amenaza real, y todo el mundo entendió que quien estaba en condiciones de plantarse en el Helesponto como Gandalf y su báculo, gritando Thou shall not pass!, ése alguien eran los áticos. Pero, con el tiempo, a la Liga de Delos, en realidad al montaje clásico de la Hélade, se le fue cayendo el velo para mostrar aquello en lo que se convirtió desde el momento en que, ligeramente antes de establecerse la democracia en Atenas y desde luego después, los políticos atenienses comenzaron a trabajar para distribuir la riqueza en capas crecientes de la población de la ciudad. La democratización del bienestar, en mi opinión, cambió la faz del proyecto ateniense. Para que los ciudadanos del Pireo se pudiesen comprar unas smart TV de puta madre, Atenas necesitaba llegar altius, citius, fortius, en el poder de la Hélade, del ecúmene, del mundo.

Pericles fue un hombre de Estado que se crió a los pechos de esta situación general. Cimón, en mucha mayor proporción que Clístenes y desde luego que el desgraciado Efialtes, fue quien le marcó el camino. Un camino pedregoso en el inicio, con dolorosísimos ostracismos de por medio, que para mí lo marcó a fuego lento. En España hay un político, Ramón Espinar, que pertenece a las fuerzas de la izquierda más izquierdosa, pero que por muchos saltos mortales leninistas que haga, nunca dejará de escuchar, de cuando en cuando, cómo alguien le recuerda que su padre es un político corrupto. De hecho, una de las cosas para las que sirvió la Transición fue para evitar esa consecuencia intolerable, pues sólo en el derecho inquisitorial (y en la Grecia clásica) los hijos son responsables de los delitos de los padres; una gran mayoría de políticos de izquierdas de la primera hornada fueron y son hijos de conspicuos falangistas, pero eso rara vez fue usado contra ellos. Convoco estas imágenes al recuerdo de mi lector para tratar de ayudarle a imaginar el problemón que era para el caracono ser un alcmeónida.

Pericles fue, tal y como yo lo veo, un hombre condicionado por su pasado. Nadie mejor que él, que fue uno de los primeros practicantes de la democracia ateniense, conocía la volubilidad de eso que antes se llamaba el pueblo y ahora se llama la gente. La gente es perfectamente capaz de votar a las 10 de la mañana por Messi y a las cuatro de la tarde por Cristiano Ronaldo. El pueblo, exactamente igual que los tornero-fresadores zurdos naturales de la Almunia de doña Godina, es sabio cuando es sabio, y es gilipollas el resto de las veces. Asumir que cada una de las veces en que le va a tocar escribir en una ostraka el votante va a estar con el biorritmo sabio es asumir algo que, sinceramente, nadie ha demostrado nunca. Si te pilla el día sabio, exiliarás a un cabrón; pero si te pilla el día gilipollas, lo mismo exilias a un premio Nobel.

En las notas de este blog ya hemos visto ejemplos de personas que llevaron a cabo gestos de importancia histórica más que probablemente impulsados por necesidades meramente personales. El coronel JamesCuster ordenó cargar contra los indios que se lo llevaron por delante, cuando menos en parte, porque sabía que el presidente Grant lo quería cesar y mandar al retiro a causa de unas críticas que él había publicado contra algunos de sus amigos. El almirante Villeneuve que salió a las aguas del cabo Trafalgar y con ello selló la suerte histórica de la Armada española, sabía que Napoleón lo quería llamar a París para cesarlo del mando y probablemente castigarlo por su poca cabeza y sus insubordinaciones. Lo que a mí me sorprende de muchas de las interpretaciones que leo sobre la figura de Pericles es que casi siempre parten del principio general de que el general caracono sólo pensaba en Atenas cuando propugnaba lo que propugnaba en cada momento. Personalmente, creo que no hay base para esta asunción. Pericles, como todo el mundo, tenía su patrimonio, su familia, sus hijos a los que querría dejar bien situados, su ambición de poder, todo eso. Y sabía que, como Ramoncito Espinar, estaba marcado. Sabía que, en cualquier momento, alguien podía señalarlo en una asamblea con el dedo y gritar: ¡Tus antepasados son impíos! Ojo con eso, porque es algo que jode que te cagas.

Así pues, ¿qué impulsó el “no es no” de Pericles? ¿Qué hay detrás de esas palabras que Tucídides le atribuye? ¿La convicción, nacida del análisis desapasionado, de que la guerra con Esparta era inevitable? ¿O, más bien, la inevitabilidad de esa guerra como una herramienta útil, no para los intereses de Atenas, sino para los del propio Pericles?

La especulación no puede llegar más lejos. El resto del cuento lo rellenas tú.

2 comentarios:

  1. El politólogo estadounidense Graham Allison habla de la trampa de Tucídides. Dice que así como la guerra del Peloponeso fue desatada por el temor de Esparta frente a la expansión de Atenas, lo mismo podría pasar con Estados Unidos frente a la expansión China.

    Esto lo acabo de pescar en la prensa, no tuve el gusto de leer a Allison. ¿Se le ocurre que es un símil que aplica?

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    1. No sé, yo lo que creo es que, si lees a Tucídides con espíritu crítico, la conclusión a la que llegas es que, tal vez, Esparta no desató la guerra.

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