lunes, marzo 02, 2020

Partos (23: De Volagases a Trajano)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
Una vez más, Armenia
Lucio Cesenio Peto, el minusválido conceptual
Roma se baja los pantalones

El establecimiento definitivo de Tirídates como rey de Armenia, fruto de un pacto alcanzado entre Nerón y Volagases de Partia, abrió un periodo de tranquilidad entre ambos imperios de aproximadamente medio siglo. En medio de ese periodo, todo parece indicar que Volagases falleció, quizás unos diez o quince años después de la visita de su hermano a Roma.

En el año 69, como sabemos bien, la muerte de Nerón provocó un proceso de elevada inestabilidad en el Imperio, con los reinados de Otón y Galba. En medio de aquel follón, el gobernador de Judea, Vespasiano, decidió optar al control del Imperio. En el momento en que ocurrió eso todavía reinaba Volagases, quien por ello fue instado por el nuevo emperador a mantener hacia él la misma ayuda colaborante que había mantenido hacia sus predecesores. El rey parto envió una embajada a Alejandría, donde estaba Vespasiano, para asegurarle que no sólo respetaría lo firmado, sino que, si los quería, le enviaría 40.000 jinetes partos para sus guerras. Vespasiano declinó la oferta, dueño como era ya de casi toda Italia, pero probablemente la valoró mucho. En el año 71, para confirmar el buen rollito romano, Volagases envió otra embajada, esta vez a Tito, para felicitarlo por haber concluido la guerra con los judíos, además de regalarle una corona de oro.

Las relaciones amistosas entre dos rottweiller, sin embargo, es difícil que se mantengan en el tiempo. Para que veáis lo increíblemente frecuente que es que los gilipollas caigan de pie como los gatos, en aquella época ocupaba el proconsulado de Siria Cesenio Peto; sí, el mismo subnormal al que habéis visto perdiendo una guerra contra los partos por pura inutilidad. En el año 72, Peto comunicó a Vespasiano que había descubierto un complot antirromano en Commagene, por el cual los partos iban a arrebatar dicho reino de la influencia romana.

Personalmente considero que Cesenio Peto no sería capaz de ver un complot antirromano ni aunque Brian pintase ROMANI ITE DOMI NOSTRI en una pared de mil metros cuadrados y en todo su jeto. Así pues, aunque obviamente nunca lo sabremos, cuando menos este bloguero siempre ha albergado serias dudas de que todo aquello no fuese un invento de un tipo inútil y con evidentes cuestiones pendientes con los partos. En fin, sea como sea Peto le contó a la metrópoli que Antíoco, el rey de Commagene, y Epífanes, su hijo, estaban en la conspiración.

Commagene era un territorio de gran importancia para los romanos. Situado el reino en la orilla occidental del Éufrates, su capital, Samosata, era uno de los puntos más utilizados para cruzar el río, puesto que se situaba estratégicamente en uno de sus estrechamientos. Visto desde el punto de vista de los partos, poseer Samosata sería como tener un finger para llegarse sin problema a Siria, Cilicia o Capadocia, sabiendo que el getaway estaba asegurado.

Da la impresión de que Vespasiano confiaba en Peto de la misma forma que lo había hecho Nerón, así pues su reacción a las cartas del procónsul fue darle manga ancha para actuar. Cuando recibió dichos poderes por escrito, Peto se aprestó a elevar sus tropas y entrar en Commagene. Los comagenos, si realmente estaban complotados contra Roma, debían de estar despistados, porque lo cierto es que Peto entró en el reino como por su casa y cuando llegó a la cocina, esto es, a Samosata, la hizo suya sin siquiera tener que rascarse el sobaco. La reacción de Antíoco fue reconocer el poder romano y avanzar una rendición incondicional. Pero sus dos jóvenes hijos, Epífanes y Calínico, no eran de esa opinión.

Los dos hermanos reunieron un ejército a toda prisa y se enfrentaron en campo abierto a las legiones de Peto. Siendo el general romano el que era, no podía ganar; aunque también es cierto que no perdió: la batalla duró un día entero, algo relativamente poco común, pero el resultado fue inconcluyente, y el VAR tampoco dejó las cosas más claras. Sin embargo, los comagenos iban a recibir un golpe duro: Antíoco, quien al fin y al cabo, como canta el corrido mexicano, seguía siendo el rey, dijo que no quería saber nada con la revolución que habían montado sus hijos. La derechita cobarde, pues, cogió a su mujer y los parientes que tenía a mano, y pasó a la provincia romana de Cilicia, en una prueba más que clara de sumisión. El ejército opositor, al saber eso, se dispersó, y los dos hermanos acabaron de Puchimones en Partia, que habría de ser su Waterloo particular.

Volagases respetó escrupulosamente la etiqueta oriental; estaba recibiendo a dos herederos de sangre real, y con tal conmiseración los trató. Sin embargo, no les prestó alguna ayuda para recuperar el poder en su reino, si bien le escribió una carta a Vespasiano para interceder por ellos, ya sabes, quién no ha sido joven, amigo Vespi, y no ha montado una batalla de más. Carta en la que aprovecharía para decirle que todo lo que había dicho Peto de él era una repugnante mentira. Vespasiano, por lo que parece, o bien valoró que la amistad de los partos era más valiosa, o bien se dio cuenta de que, la verdad, se había fiado de un tonto del culo. El caso es que, si bien el emperador ya no le retrotrajo la calidad de reino a Commagene, es decir desposeyó a Epífanes y Calínico, sí que les permitió vivir en Roma cómodamente.

Dos o tres años después, Volagases hubo de escribir una vez más a Roma, pero esta vez en demanda de ayuda. Y los culpables eran unos tipos que, según cierto nacionalismo galaico, eran, tócate las gónadas hasta dejártelas planas, los primeros gallegos.

Los alanos, un pueblo escita, iranio, que habían habitado de toda la vida en las cercanías de lo que conocemos como Mar de Azov, decidieron que allí se vivía de puta pena y que iban a comenzar una invasión hacia el oeste, más allá de las Puertas Caspias. Se aliaron para ello con los hircanos, a los cuales, como ya hemos ido viendo, les iba la marcha, con los cuales cayeron sobre Media como las moscas sobre un pastel abandonado en la calle. El rey local, Pacoro, tuvo que huir a las montañas. Libres de oposición, los alanos redujeron Media a la condición de Mediana (que, como se sabe, suele ser más pequeña que la media) y luego entraron en Armenia y vencieron claramente en batalla a Tirídates, quien no fue capturado en la misma por un cortacabeza.

En ese punto Volagases, quien lógicamente esperaba que la coalición escita acabase por entrar en Partia, envió la carta a Vespasiano para que le ayudase. Pero, claro, el rey parto, como había probado personalmente que el ejército romano, alguna que otra vez, era dirigido por minusválidos conceptuales, le solicitaba al emperador que las tropas que se le remitiesen estuviesen comandadas por Tito o por Domiciano; no me mandes a un soplapollas como Peto, le venía a decir.

En Roma, la cuestión de si el Imperio debía o no acudir en auxilio de los partos provocó un debate político muy amplio. Domiciano era de la opinión de que había que ir y, lo que es más, se ofrecía de ilusionado voluntario para encabezar las tropas. Vespasiano, sin embargo, estaba preocupado por el coste de la expedición y, además, cosa que yo creo tiene más importancia, no acababa de ver que la misma le pudiera deparar ningún beneficio claro al Imperio. Sabía, sin embargo, que, si bien él no lo había aceptado, Volagases había puesto en su mano una importantísima ayuda militar en el pasado; una negativa aparecería como un gesto muy poco elegante, incluso para alguien capaz de dejar a su madre ardiendo en una hoguera como los romanos.

Al fin y a la postre, Roma hizo de Roma, o sea de gongorino imperio (ande yo caliente / y ríase la gente) y dejó a Volagases con el culo al aire, y en pompa. Tuvo, eso sí, la suerte de que los escitas, como solía ser su costumbre, cuando rapiñaron todo lo que pudieron e hicieron más prisioneros que los que podían gestionar, se volvieron a sus planicies. Poco después de su marcha es cuando se cree que Volagases pudo morir. Su fecha probable de palmada es el año 78.

A Volagases lo sucedió Pacoro. Muchos historiadores especulan con que Pacoro era hijo de Volagases, pero yo tengo mis dudas. Fue el de Volagases, como hemos visto, un reinado muy largo, lo cual quiere decir que tuvo que morir bastante provecto. Pacoro, sin embargo, aparece en las monedas de su proclamación sin barba, lo cual, sin duda, quiere decir que era notablemente joven cuando se acuñaron esas monedas. Las evidencias nos dicen que pudo reinar Pacoro hasta el año 93, en un periodo del que sabemos poco, salvo el curioso episodio en el cual, en el año 89, el rey parto parece haber dado asilo en el reino asiático a un tipo que decía ser Nerón y que, por eso mismo, estaba siendo perseguido por Domiciano. El romano se puso tan serio con el tema que Pacoro acabó por entregarlo.

El tal vez hijo de Volagases, en todo caso, parece haber jugado sus cartas contra los romanos, quizás por la marca que sobre él había dejado el despecho de los mismos hacia lo partos durante la invasión escita. Así, sabemos que el rey de reyes tuvo relaciones bastante buenas con Decébalo, el caudillo dacio que combatió a Domiciano y a Trajano. Decébalo, al parecer, le regaló a Pacoro un esclavo griego, Calídromo, propiedad de un patricio romano, Liberio Máximo, al que habrían capturado durante alguna de sus acciones.

En todo caso, se considera como muy probable que, durante el reino de Pacoro, Partia estuviese sumida en tensiones centrífugas de las que sabemos poco y que, tal vez, provocaron que otros reyes reinasen sobre algunas partes del imperio, o reclamasen tener dicho poder. De la numismática arrancada a la tierra podría concluirse que hasta cuatro reyes distintos podrían, en algunos momentos, haber reclamado ser el auténtico monarca arsácida de Partia.

El reinado de Pacoro, en todo caso, parece haber sido bastante largo, a lo que sin lugar a dudas ayudó que hubiese llegado a él tan joven como al parecer lo hizo. Lo más probable es que ya muriese en el siglo II, en el año 108, dejando tras de sí dos hijos posibles herederos: Exedares y Partamasiris. Sin embargo, ninguno de los dos le sucedió. Los megistanes prefirieron decantarse por Chosroes, hermano de Pacoro. Chosroes tal vez no lo sabía cuando recibió la diadema, o tal vez sí; pero lo cierto es que se iba a comer un marrón de la hostia, porque los tiempos de buen rollo con los romanos se habían acabado.

Veamos. Exedares, probablemente, ni siquiera optó al trono de Partia porque ya era rey. Pacoro, durante su reinado, lo había colocado en el sillón de su quizá tío Tirídates, esto es, como rey de Armenia. Exedares, este detalle es importante, había sido uncido como rey de Armenia sin reclamar el nihil obstat de Roma, esto es, rompiendo, por la vía de los hechos, el acuerdo alcanzado por Volgases y Nerón.

Aquel gesto había sido un insulto evidente (aunque, desde un punto de vista un tanto neutral, y no tan prorromano como se suele ver en los libros y en las aulas, bien se podría decir que no mucho más insultante que el gesto de dejar a un reino amigo a su puta bola cuando lo invaden unos arqueros moteros); sin embargo, no tuvo respuesta por parte de los romanos pues, cuando Exedares accedió al trono armenio, el emperador romano, Trajano, estaba demasiado ocupado tratando de arreglar las cosas en eso que, con el tiempo, conoceríamos como imperio romano occidental.

En el año 114, sin embargo, Trajano había conseguido subyugar al poder romano a los dacios y también a los sanderos y, por lo tanto, podía considerar que sus asuntos en Europa estaban ya resueltos: había paz bastante sólida en todas las posesiones continentales romanas y, en lo tocante al territorio extraimperial, el interés de Roma por controlarlo era nulo. En ese punto, Trajano decidió que su siguiente gran expedición se realizaría en Asia, y concluyó, además, que la puta Armenia le venía como anillo al dedo para montar una guerrita.

En efecto: en ninguna de sus fronteras podía Roma tener más aspiraciones racionales de expandir su imperio a base de incorporar reinos hechos, organizados, relativamente evolucionados. Aunque es cierto que en Asia ya se habían producido provincializaciones importantes, pues tanto Cilicia como Capadocia o la propia Siria habían dejado de tiempo atrás de ser reinos propios para pasar a ser provincias romanas, todavía quedaban los caldeos, los asirios, los medos, los armenios. Los partos.

Trajano no era de los que rechazaban una chuche de ese tamaño.

3 comentarios:

  1. Me imagino que si este blog permanece en internet dentro de 20 años, algún despistado lector se pasará un buen rato intentando averiguar quienes coño eran los de la tribu de los Sanderos.

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    1. El autor de este blog es un hijo de puta, dicho sea teniendo en cuenta que su madre era una santa (literalmente). Además, no soy del todo tonto y me doy cuenta de que determinados post que, según Analytics, tienen mucho éxito (La Semana Trágica de Barcelona, la Desamortización...) vienen a coincidir con los temas que suelen estar en los currícula escolares.

      Así pues, además de que me gusta escribir chorradas, las pongo para que, cuando menos, los textos no se puedan copiar sin más. Ya sé que es difícil que un estudiante de ESO o Bachillerato tenga algún día que hacer un trabajo sobre los partos; pero si lo hace y se limita a copiar y pegar, en el caso de que su profe sepa un poco de la materia, la caerá una colleja. Misión cumplida.

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    2. Hijo puta, me parece un poco excesivo, si acaso un poco cabrito (pero bueno, siendo "Turko" es natural) Sospecho que ese esfuerzo es inútil en ese aspecto, pero hace más amena la lectura de los artículos.

      Como anécdota añado que en mis tiempos copiaba con liberalidad de la enciclopedia para los trabajos y, en algún caso, llegué a inventarme cosas que no sabía (Cual si fuera un Eliseo Gil vigués) sin que mi profesor se enterase (Todo esto sucedía en los tiempos de la Ley Villar Palasí, cuando los dioses eran crueles y hacían sufrir a la humanidad)

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