viernes, mayo 22, 2020

El ahorcado de Black Friars (11: en el maco)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia

La operación que imaginó Gelli era la siguiente: Roberto Calvi haría que el Ambrosiano adquiriese el Grupo Rizzoli, tras lo cual el control de Gelli sobre el mismo sería total. Contaría entonces con un ejército que lo defendiese. Sin embargo, si hemos de creer a los íntimos de Calvi (yo, personalmente, no les creo), para entonces el banquero no tenía demasiadas ganas de hacer lo que Gelli le pidiese y, de hecho, rehuía ponerse al teléfono cuando le llamaba.
Gelli, obviamente, huyó de Italia en cuanto supo de la intervención de sus archivos en Arezzo. Sin embargo, nunca perdió el contacto con Calvi y, como digo, yo, personalmente, creo que eso de que el banquero llevaba un tiempo intentando distanciarse de él es una mentira piadosa que se inventaron los suyos. En ese momento, todavía, Calvi dependía más de Gelli, y de sus contactos en la Audiencia de Milán, que Gelli de Calvi.

Sin embargo, hay algo que Gelli no recordaba o que, tal vez, le ocultó a su amigo: entre los papeles de Arezzo se encontraba un dosier que llevaba el nombre de Roberto Calvi, en el cual Gelli había guardado meticulosamente todas las gestiones que había hecho para entorpecer la investigación del caso Ambrosiano. Ahora, pues, Mucci sabía perfectamente de quién se podía fiar y de quién no; sabía a qué inspectores de la Guardia di Finanza no tenía que encargarles ni que le diesen la hora. El 3 de abril de aquel mismo año de 1981, dos semanas después del registro pues, el caso Ambrosiano fue adjudicado a un nuevo juez: Gerardo D’Ambrosio. Brosio, Am Brosio, entró en el tema con perfecta información de quiénes eran los que hasta entonces habían trabajado contra la labor de sus dos antecesores. Entre eso y que el tío era bastante perro, como debe de ser un buen juez, a Calvi comenzaron a salírsele los testiculillos de la bolsa escrotal.

Pero el plan Gelli seguía en marcha. El 29 de abril, Calvi comunicó a los altos ejecutivos de La Centrale que la holding tenía la oportunidad de hacerse con el 40% de Rizzoli, y que la iba a aprovechar. El precio, 115.000 millones de liras, estaba tan artificialmente inflado que los propios ejecutivos de La Centrale le dijeron a su jefe que no mamase. Pero él dijo que la operación se haría en las condiciones pactadas.

El propio Roberto Calvi diría con el tiempo que la operación Rizzoli había sido la gota que colmó el vaso y disparó las operaciones contra él. Es verdad a medias. Yo creo que la forma más exacta de decir las cosas es que la operación Rizzoli fue lo que provocó que el Estado italiano, representado por su sistema judicial, tomase la plena conciencia de que tenía que ir a por él; pero lo cierto es que si esa decisión no se había producido antes era sólo porque antes el Estado no había podido. Ciertamente, la operación Rizzoli fue como sacarse un abrigo en medio de una batalla para enseñar el uniforme de uno de los dos contendientes. Cualquier persona mínimamente informada tendría claro que la adquisición del grupo de comunicación tenía que ver con Gelli. O sea, fue como si Calvi se hubiese levantado para gritar: “¡Yo soy Espartaco!”

Las cosas, en cambio, no podían permanecer tranquilas y sin respuesta, como Calvi le aseguró a su gente que pasaría a pesar del hondo significado político de la operación. A finales del mes de mayo, el juez D’Ambrosio decretó el proceso de once financieros, acusados de exportación ilegal de capitales por valor de unos 20 millones de dólares. Nueve de ellos eran miembros del grupo Ambrosiano, y dos del Bonomi Invest.

Uno de los procesados se llamaba Roberto Calvi.

Así las cosas, a las siete de la mañana del miércoles, 20 de mayo de 1981, un capitán de la Guardia di Finanza y tres oficiales se bajaron de un coche que paró justo delante del número 9 de la Via Giuseppe Frua, en un barrio pijo de Milán. Subieron al octavo piso, se plantaron delante de Roberto Calvi y le comunicaron que estaba detenido.

La noticia de la detención, que venía acompañada por la de otros financieros, recorrió Italia como un calambre, y dejó al Ambrosiano sonado, porque, para entonces, el banco era Calvi, y Calvi era el banco. Sin embargo, no fue, ni de lejos, la noticia más importante de aquel día porque, horas después de la detención de Calvi, se publicó la lista de los 942 miembros de la logia P2 (entre ellos, por supuesto, Roberto Calvi). El paso era necesario para los jueces de Milán. A una persona que está acusada de exportación ilegal de capitales la procesas y le quitas el pasaporte, pero no la metes en el maco. Pero si, además, queda adverado que forma parte de una peligrosa organización que actúa contra los intereses del Estado, ya la cosa cambia.

El conocimiento de la listas explica por sí sólo por qué Arnaldo Forlani no la publicó. Lo más seguro es que estuviese intentando evitar lo que pasó: su gobierno, claro, cayó como fruta madura. El cambio fue sistémico. Italia es la capital mundial de la inestabilidad política, pero esta vez el turno fue extraordinario pues, por primera vez desde el final de la segunda guerra mundial, la Democracia Cristiana, muchos de cuyos altos cuadros estaban en la lista de Gelli, no se sintió con fuerzas de dirigir el país, y aceptó que fuese otra formación la que tomase el testigo: fue primer ministro Giovanni Spadolini, del Partido Republicano.

En la primera entrevista que tuvo en la cárcel con su mujer, Calvi la instó a “hacerse un Gelli” y movilizar a todas las personalidades políticas que, en los últimos años, se habían visto beneficiadas por la prodigalidad del Banco Ambrosiano. Y les dio un dato importante: les dijo que hablasen con el IOR porque, de hecho, las dos operaciones por las que le habían dicho que lo detenían las había hecho en nombre del Vaticano (de repente, claro, tenía una memoria perfecta). La Banca del Gottardo, les dijo, podía documentar la implicación de los Francisquitos en la movida. Sin embargo, dado que entonces la legislación sobre secreto bancario en Suiza era, verdaderamente secreta (casos como éste acabaron por convencer a los suizos de que tenían que cambiar de postura en la cama), esos documentos no podían ser liberados sin autorización del IOR, o sea de Marcinckus y Mennini.
Las declaraciones de la mujer de Calvi, en mi opinión, más que sugieren que, desde el primer momento, Calvi, cuando se vio en la cárcel y desposeído del apoyo político à la Gelli tomó la decisión de convertir el juicio contra el Ambrosiano en un juicio contra el IOR. Pretendía, pues, pararlo todo haciendo que a los jueces, o a sus jefes políticos, les entrase el vértigo de pensar que, tal vez, estaban a un cortacabeza de que algún abogado acusador avispado y con ganas de titulares acabase por proponer que declarase como testigo el sumo pontífice. Sin embargo, Alessandro Menini, ejecutivo del Ambrosiano implicado en las investigaciones e hijo de Luigi Mennini (número dos de Marcinckus) llegó a decirle a la mujer de Calvi que “el nombre del IOR no debéis pronunciarlo ni siquiera en el confesionario”.

Éste fue, pues, el enfrentamiento: Calvi quería poner el ventilador cerca del IOR, y el IOR quería que Calvi se comiese él solito toda la mierda que pretendía aventar.

A falta de Gelli, huido de Italia, el apoyo de Calvi fue Francesco Pazienza, entonces un joven consultor del Ambrosiano cuyas tácticas eran muy parecidas a las del titiritero del Excelsior. Pazienza organizó un viaje a Roma en el que Clara Calvi se entrevistó con Giulio Andreotti, con Bettino Craxi y con Flaminio Piccoli, también político democristiano. Pero ninguno de ellos le dijo nada en concreto. Por su parte Carlo Calvi, el hijo de Roberto, que vivía en Estados Unidos, fue el que se encargó de intentar contactar con el IOR. Se fue a Bahamas y abrió la caja fuerte que encontró en el banco caribeño del Ambrosiano; allí encontró pruebas de la vinculación entre las transacciones y el IOR. Habló por teléfono por Marcinckus, pero el obispo le dijo que sus problemas eran suyos.

El proceso a Roberto Calvi comenzó el 10 de junio. Por la tarde declaró Calvi. Utilizó su tono habitual esquivo y poco claro; dio toda la impresión de inseguridad y ocultismo. El tipo de actitud que mueve a un interrogador experimentado a presionar más. Sin embargo, el banquero, según diversos indicios, no era nada consciente del tono que estaba tomando el asunto. Cuando uno de sus ejecutivos le dijo que la opinión común de los abogados era que podía ser condenado, le contestó con un categórico “para nada; usted no es italiano, no lo entiende”. Claramente, pensaba que sus contactos políticos lo iban a sacar de allí.

Esta impresión, sin embargo, se deterioró con mucha rapidez durante el mes de junio. El encierro le estaba haciendo mella y, claramente, la actitud del IOR (bueno, más bien su no actitud) lo sorprendió y decepcionó mucho (que no sé de qué; los Francisquitos siempre han ido a lo suyo, y eso lo sabe cualquiera que los haya tratado lo suficiente, y Calvi los había tratado más que suficiente). Hablaba con su mujer de tirar de la manta, de todo eso.

Ejecutivos del grupo Rizzoli, a finales de ese mes, comenzaron a fibrilarle a la mujer de Calvi la información de que la forma que tenía Calvi de mejorar su situación no era largar sobre el IOR, sino cooperar con la investigación sobre Gelli. El 2 de julio, Calvi le comunicó a los tres magistrados del caso P2 ( Pierluigi Dell’Orso, Luigi Fenizia y Guido Viola) que estaba dispuesto a hablar con ellos.
Cuando se reunió con los tres magistrados, Calvi les dijo que no aguantaba ni un minuto más encerrado; que, a cambio de poder pisar la calle, les hablaría de los pagos al Partido Socialista, de sus relaciones con Rizzoli y del escándalo ENI/Petromin. Los jueces le contestaron que no tenían competencia para sacarlo de la cárcel; Calvi se echó a llorar.

Aun así, Calvi decidió hablar. A lo largo de aquel interrogatorio, en un momento en que se derrumbó, llegó a decir: “yo sólo soy la última rueda del carro. El Banco Ambrosiano no es mío”. Cuando le preguntaron de quién, prefirió permanecer en silencio.

Al fiscal del caso Calvi, su proclividad a hablar con los magistrados del caso Gelli no le dio ni frío ni calor. Tenía previsto pedir tres años y medio de prisión para el financiero, y eso fue lo que pidió. Pero lo que sí comenzó a pasar es que a la mujer de Calvi le llegaron mensajes de que todo lo que había dicho de dinero para políticos era muy jodido, y que más valía que se retractase. De hecho, en su segundo interrogatorio, Calvi se desdijo de algunas de las cosas que había dicho el día anterior.

El día 9 de julio, la audiencia no podía empezar por incomparecencia del acusado. Pasado un cierto tiempo de falta de información, se supo la verdad: Roberto Calvi había intentado suicidarse.

… o no. Los abogados del financiero dijeron que se había tomado una sobredosis de barbitúricos y se había cortado las venas de una muñeca. Uno de sus compañeros de celda, sin embargo, acabaría declarando que la herida de la muñeca fue superficial. Además, aquel día estaba previsto que los magistrados del caso de la P2 lo interrogasen en la cárcel sobre los préstamos a políticos socialistas. Es más que posible que Calvi fingiese el suicidio para librarse de la cita.

Yo creo que Calvi montó todo aquello para demostrar que podía callar, o no. Porque el caso es que, tras esa tentativa de suicidio, tanto Flaminio Piccoli como Bettino Craxi e, incluso, el socialdemócrata Pietro Longo, se lanzaron a la defensa pública de Roberto Calvi quien, decían, estaba siendo víctima de una caza de brujas.

El 20 de julio, se hizo pública la sentencia, en ausencia de Calvi, enfermo de neumonía. Calvi y otros tres ejecutivos del Ambrosiano fueron encontrados culpables. Cuatro años.

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