lunes, junio 01, 2020

El ahorcado de Black Friars (y 17: la historia detrás de la historia)



El martes 29 de julio, el hotel Tower de Londres fue la sede de dos reuniones: una, la de acreedores del Ambrosiano de las Bahamas; otra, la de aquéllos a los que quien les debía pasta era el Ambrosiano de Luxemburgo. A primera hora de la mañana, Pierre Siegenthaler, presidente del Banco Ambrosiano Overseas o BAO, se encerró con medio centenar de banqueros. Siegenthaler estaba tan nervioso que olvidó pedir al personal del hotel que desconectase la megafonía de la sala; los periodistas no tuvieron más que sentarse al lado de la puerta con la oreja pegada.

Las lentas y enrevesadas explicaciones de Siegenthaler venían a decir que el BAO se dedicaba, básicamente, a servir de vehículo de dinero entre el propio Ambrosiano y el Banco del Vaticano. El pasivo del BAO sumaba los siguientes componentes: 110 kilos (de dólares) que le debía al Ambrosiano de Milán; 40 al Banco del Gottardo; 9 a otros; y los 72 millones que restaban ya no estaba claro si se los debía al Padre, al Hijo o a La Paloma. En el activo había 150 millones que el accionista (el BAL, o sea, la entidad luxemburguesa), y 90 millones que tal vez le debían, por responsabilidad civil subsidiaria, los Doce Apóstoles. Había préstamos ordenados por Calvi que ni siquiera Siegenthaler sabía para quién eran.

La reunión de la tarde, la del BAL, fue mucho más multitudinaria: los banqueros convocados no bajaban de los 250. Esto era así porque unos 400 millones de los algo más de 1.000 que habían pedido las sociedades fantasma del grupo habían terminado en el balance del BAL; así pues, allí estaban todos los acreedores vinculados a aquella pasta. La reunión la llevó Giovanni Arduino, uno de los tres interventores del Ambrosiano; aunque estaba allí, básicamente, para decirle a los acreedores que el Banco de Italia no iba a hacerse cargo de las deudas del BAL. Los banqueros se le echaron encima. Arduino se defendió afirmando que es que en el Ambrosiano había habido unos cuantos ejecutivos corruptos, y echando mierda sobre el IOR, pues gran parte del dinero movido por el BAL, dijo, había sido prestado a sociedades “que se dice están controladas por el banco del Vaticano”, en alusión a las cartas.

La intervención de las cuentas del Ambrosiano concluyó que sólo inyectándole 700 millones de dólares podría salvarse. Pero, ¿cómo podía aspirar el Banco de Italia a encontrar ese dinero, si acababa de convocar al gotha bancario mundial en Londres para decirle que no pensaba darles ni un mango? Así las cosas, la única posibilidad era: liquidar el Banco Ambrosiano SpA; y crear, con capital de los seis bancos de rescate, una nueva sociedad, Nuevo Banco Ambrosiano, que, limpia de polvo y paja, asumiese las operaciones del banco anterior. Un pase en el que los cientos, miles de honrados accionistas del primer banco, muchos de ellos metidos en aquello por consejo o petición de su confesor, perderían todo lo que habían puesto. El viernes, 6 de agosto, Andreatta firmó el decreto que bombardeaba el Ambrosiano y, de paso, micronizaba los ahorros de muchos honrados comerciantes que, cada mañana, mientras preparaban la mortadela que venderían durante el resto del día, musitaban el Rosario.

Ninguna de las dos autopsias, la que los británicos le aplicaron al cuerpo de Calvi ni la que los italianos le aplicaron al grupo Ambrosiano, aclaró nunca a fondo los porqués de las defunciones de ambas personas, física una, jurídica la otra. Sobre la muerte de Calvi pesaban, y pesan, muchas dudas. Y sobre las operaciones del banco, ni os cuento. Es posible que algunas explicaciones de cierto peso las tengan guardadas los Francisquitos en su sótano; pero estos señores, que tanto se llenan la boca hablando de los pobres y los afligidos del mundo y lo mucho que les importan, no parecen muy interesados en explicar por qué algunas de sus propias ovejas quedaron pobres y afligidas tras la disolución del banco en el que siempre habían creído, entre otras cosas, porque era el banco de confianza del Vaticano. A la Iglesia católica moderna, lo que le va es pedir disculpas, y tampoco con la boca muy grande, por lo de Galileo o los valdenses. Cuanto más tiempo ha pasado desde el agravio, más proclive es el Papa a reconocer errores. Pero con las putadas cometidas en el espacio de una generación, no quieren saber nada. La gente tiene que seguir gritando eso de Totus tuus y ellos saben bien, porque ya les ha ocurrido, que si tienen mucha información podrían llegar a la conclusión que, en realidad, la Iglesia es un Totus meus. Y, claro, no son partidarios; en el fondo, les entiendo.

Las subsidiarias del Ambrosiano emplazadas fuera de Italia prestaron unos 1.200 millones de dólares a sociedades creadas por Calvi en paraísos fiscales. La mayor parte de todo este dinero se gastó en comprar acciones del propio Ambrosiano. Sin embargo, incluso habiendo pagado sobreprecios por dichas acciones, que se pagaron, ello apenas explicaba la mitad de ese dinero prestado. El Banco de Italia calculó que la apreciación del dólar frente a la lira y otras movidas podían explicar 200 millones más. Pero la pregunta es: ¿quién, cómo y, sobre todo, por qué o para qué recibió los 400 millones restantes?

Calvi no paraba de decir, en sus últimas horas, que estaba a punto de estallar un gran escándalo que le favorecería. ¿Se refería al conocimiento de los perceptores de esos 400 millones? Una cantidad de dinero oscuro equivalente a, como mínimo, 2.500 millones de euros de hoy en día, ¿acaso no es motivo más que suficiente para llevarse a alguien por delante?

Cegada la vía vaticana, la gran esperanza blanca de los investigadores era Carboni. Pero Carboni no había aparecido. Mandaba mensajes desde sus escondrijos, pero no daba la cara; decía tener miedo de ser acusado de haber matado a Calvi quien, según su opinión, se había suicidado. En la mañana del viernes 30 de julio, la policía suiza lo detuvo mientras conducía por Lugano en compañía de su novia Manuela y el hermano de ésta, Andrea. En el maletero del coche se descubrió documentación relacionada con Calvi; documentación que sugirió una línea de investigación relacionada con el Vaticano. Según acabarían declarando personas del entorno de Carboni (quien había cobrado nada menos que 20 millones de dólares por sus gestiones), Calvi había decidido viajar al extranjero para obtener documentación “que obligaría a Marcinckus a asumir sus responsabilidades” en la quiebra del Ambrosiano. Como ya os he contado, en las últimas horas antes de la noche en que murió, Calvi parecía, por lo que dijo en varias conversaciones telefónicas, a punto de culminar la operación que estaba buscando. En otras palabras: de ser cierto lo contado por el entorno de Carboni, estaba a punto de que le diesen los documentos que necesitaba. A partir de ahí, podéis escoger;

  • La operación terminó fracasando. Quienquiera que le hubiese prometido a Calvi darle esos documentos, no se los dio. Calvi lo vio todo perdido, y se suicidó.
  • Los documentos nunca existieron. Todo fue un montaje de personas que lo que buscaban desde el primer momento era matar a Calvi en Londres.
  •  Las personas afectadas por los documentos se enteraron de que Calvi iba a por ellos, y se lo cargaron.

El Vaticano, sin embargo, no era el único candidato a estar presente en ese baile. Desde el primer momento, mucha gente pensó en Gelli.

El masón italiano, huido del país desde 1981, fue seguido hasta el sur de Francia por la policía en 1982. Sin embargo, el escurridizo titiritero se le escapó a los policías italianos; éstos siempre defendieron que alguien en los servicios secretos franceses le había ayudado. Tras este fracaso se produjo la detención de Carboni, y la recuperación de documentación que hablaba de la existencia de cuentas suizas a favor de Gelli. La diputada Tina Anselmi pidió al gobierno helvético que las vigilase.

En agosto, Michele Sindona concedió una entrevista en Estados Unidos en la que dijo que Licio Gelli tenía un rosario de cuentas suizas con mucho dinero, en gran parte transferido por Calvi desde sus bancos latinoamericanos. A la vista de esta entrevista, Paolo Bernasconi, el juez suizo que llevaba el caso Carboni, ordenó a las autoridades congelar las cuentas cuya documentación había aparecido en el coche de Lugano y cuyos titulares fuesen sudamericanos. A finales de agosto, Gelli llamó a un banco suizo, pretendiendo movilizar 100 millones de dólares con una orden verbal. Eran otros tiempos, no había banca telefónica; le contestaron que una cantidad así tendría que moverla personalmente. Así las cosas, el domingo 12 de septiembre, Gelli desembarcó de un vuelo procedente de Argentina en Barajas, Madrid; transbordó a un avión que iba a Ginebra. El lunes 13, Gelli, con el pelo teñido, bigote y sin gafas, acompañado de un abogado, Augusto Sinagra, entró en la sede del Union Bank. Solicitaron la transferencia de 100 millones de dólares. El bancario llamó a la pasma, que se presentó en el banco. Ante los policías, Gelli exhibió un pasaporte con otro nombre, aunque en la comisaría acabó por confesar quién era.

Parece que ya hemos acabado el relato; pero, en el fondo, hay una historia dentro de la historia; que no ha hecho más que empezar.

El 29 de julio, tras muchas especulaciones, la Prensa italiana acabó publicando una bomba: el magistrado Bruno Siclari y otros implicados en el caso Calvi habían dictado autos de procesamiento contra Paul Marcinckus, Luigi Mennini y Pellegrino de Strobel. Habréis de saber, en todo caso, que el Vaticano, cuando recibió los documentos, se negó siquiera a leerlos, aduciendo que no llegaban por canal diplomático.

Spadolini, claramente, no quería parar. Mantuvo reuniones con el ministro de Justicia, Clelio Darida; y con el gobernador del Banco de Italia, Carlo Azeglio Ciampi, para valorar sus posibilidades. Andreatta, el titular de Hacienda, se entrevistó con Agostino Casaroli. El secretario de Estado Vaticano, por mucho que odiase a Marcinckus, amaba mucho más a su modo y nivel de vida; así pues, le informó al gobierno italiano de que el Vaticano no iba a pagar una mierda. Supongo que, como no era para los pobres y desvalidos del mundo mundial...

La mano de un gobierno, sin embargo, es siempre muy larga. Semanas después, en octubre, alguien filtró a la Prensa los resultados de una investigación bursátil sobre el Ambrosiano. La CONSOB había logrado probar que el IOR era propietario de una sociedad luxemburguesa llamada Manic, propietaria, asimismo, de seis de las sociedades fantasma de Calvi. El Vaticano, tras esta revelación, no volvió a decir que todo eso de que el IOR estaba implicado en la quiebra del Ambrosiano eran invenciones periodísticas, y se mostró algo más colaborador. Sin embargo, cuando se le pasó el susto, se rehízo y desarrolló una nueva teoría: aunque fuese propietario de las sociedades, el IOR no era responsable de ellas, porque no las había gestionado. Efectivamente, en estos tiempos todavía no se habían desarrollado ni las teorías ni las leyes de gobernanza societaria que hoy rigen en los países más desarrollados, según las cuales, si eres el propietario de una sociedad, si estás sentado en un consejo de administración, eres responsable de las tropelías que cometa esa sociedad. La figura del consejero sentado en el consejo por mor de las acciones que heredó de la pobre mamá, sin delegación alguna, gañán hasta las cachas, incapaz de entender un balance y que, por lo tanto, podía irse a un juez y decir que es que cuando se habló de tal o cual cosa en el consejo él no se enteró de nada; esa figura, digo, ha desparecido. Pero entonces todavía estaba vigente, por lo que el Vaticano podía aducir que si no había gestionado, yo podía ser responsable.

En noviembre, el grupo de los tres sabios designado por el Papa terminó su informe de una forma acojonante. Por una parte, declaraban el descubrimiento de que el IOR era propietario de más sociedades fantasma que las inicialmente estimadas. Pero, por otro, eximían al Vaticano de toda responsabilidad sobre las deudas pues, decían, esa propiedad se había producido sin que el Vaticano fuese consciente de ello. En otras palabras: el violador, en el momento de cometer el delito, estaba profundamente dormido. Para armar esta teoría tenían al cabeza de turco ideal: Calvi, claro. El Banco de Italia no tragó. Al IOR le jugaban en contra las famosas cartas, y su pío, pío, que yo no he sido, no se lo creía, literalmente, ni Dios. Así pues, Casaroli y su jefe el del uniforme blanco nuclear comenzaron a resignarse a la idea de que algo habría que pagar. El 24 de diciembre de 1982 se creó una comisión mixta con la responsabilidad de calcular la factura de los curas.

En buena parte, el Vaticano aceptaba estos pasos porque sabía que el tema se le estaba poniendo jodido. Sabían, por ejemplo, que la CONSOB estaba detrás de Vianini, una constructora romana controlada por los curas, y cuyas acciones habían servido de colateral en varios de los préstamos de las sociedades oscuras; sabían que, tarde o temprano, las sospechas de que, lejos de estar informados, habían sido los padres de muchas de las operaciones financieras, se intensificarían. En esa misma época, además, Carlo Calvi comenzó a entrevistarse con periodistas y a dosificar la documentación que había descubierto en Bahamas. Sus principales tesis fueron dos: una, que la afirmación básica del IOR: que supo de las sociedades oscuras en julio de 1981, era falsa, pues algunas ya estaban en la órbita de la Iglesia en los años setenta. Dos, que el verdadero dueño del Banco Ambrosiano había sido, siempre, el Vaticano. En marzo de 1983, se supo que, ya en 1978, cuando los auditores de Coopers & Lybrand comenzaron a mosquearse con los créditos oscuros, habían dejado de investigar… tras entrevistarse con Marcinckus.

Dios, por lo que se ve, a veces escribe en renglones muy, pero que muy torcidos.




El 9 de diciembre de 1986, Calvi llevaba ya cinco años muerto, un juez, Renato Brichetti, le comunicaba a su fiscal sustituto, Pier Luigi Dell’Osso y a otro fiscal, Alfonso Marra, que había procedido a depositar los documentos necesarios para instar el careo de Paul Marcinckus, Luigi Mennini y Pellegrino de Strobel; el tema de la conversa: las sociedades fantasma, y las cartas de marras. El 23 de enero de 1987, Dell’Osso le contestaba al juez diciéndole que tenía toda la razón y recomendándole que emitiese una orden de busca y captura contra el trío de la bencina, la pagana trinidad de jetas que había estado mamoneando el IOR durante años. Para entonces, el mosqueo de la famosa comisión mixta italo-vaticana montada en la Nochebuena de 1982 estaba, de la parte italiana, en modo experto: muchos de los documentos facilitados por los curas eran burdamente falsos.

El 20 de febrero, la orden de busca y captura fue firmada por Antonio Pizzi, el co-instructor junto con Brichetti. Es un auto de 26 páginas. 26 páginas de imputaciones.

Para entonces, Marcinckus solía vivir en Italia; en Milán, para ser exactos. En una casa conocida como Villa Stritch. Allí se apostaron durante los días los policías de la Guardia de Finanzas, pero el cura no apareció. No estaba allí. De hecho, estaba ya en el Vaticano. ¿Quién le advirtió a tiempo para que se pusiera a salvo? Las apuestas son muchas por algún jerifalte de la Democracia Cristiana.

El artículo 11 del Tratado de Letrán protegía a Marcinckus (a menos, claro, que el Papa hubiera tenido el gesto de entregarlo; que no lo tuvo, como sigue sin tenerlo Francisquito con toda la documentación del tema). Los jueces italianos, sin embargo, no cejaron, y plantearon una cuestión de constitucionalidad, que fue vista el 19 de abril de 1988 en el palacio de la Consulta, en Roma. Meses antes, el 17 de julio de 1987, el Tribunal Supremo italiano había añadido más confusión si cabe al caso Calvi, que para entonces era ya caso Marcinckus, declarando al sacerdote “culpable no punible”, que es una cosa que todavía hay abogados italianos preguntándose qué coño es. Fue una decisión apresurada, apenas tres horas de deliberación, probablemente dictada por las urgencias de los políticos. La sentencia, en todo caso, había anulado la orden de busca y captura.

El ponente del recurso, Enzo Cheli, lo tenía jodido. Pero tenía un as en la manga, provisto por los jueces milaneses que habían querido carear a Marcinckus: un documento del Vaticano en el que se decía que el IOR “está regulado por los quirógrafos 27/6/1942 y 24/1/1944, de Pío XII, que suceden históricamente a las providencias dadas por León XIII el 11/3/1887, por Pío X el 10/8/1904 y el 24/11/1904, por Pío XII el 10/12/1934 y por el mismo Pío XII el 17/3/1941”.

¿Qué significaba toda esta farfolla? Pues, básicamente, que el IOR era una entidad orgánicamente separada de la propia Iglesia; que las oficinas del Instituto y de la Santa Sede siempre habían estado separadas; y, last but not least, que toda responsabilidad patrimonial le correspondería únicamente al IOR.

Toda esta farfolla viene a significar que, si Marcinckus, en su momento, dejó solo a Calvi, ahora el Vaticano dejaba solo a Marcinckus.

Sin embargo, no lo tenía todo perdido.

Tanto Cheli como los dos abogados milaneses que estaban detrás de sus intenciones vinieron a argumentar que el artículo 11 de Letrán no podía ser usado como patente de corso para que alguien delinquiese libremente. Sin embargo, eso mismo fue lo que dictaminó el Constitucional en su decisión final, de 6 de junio de 1988, en la que liberó a Marcinckus de todo problema.



Y, bien, hasta aquí hemos llegado. Literalmente. Tras el escándalo Calvi, el Vaticano prometió reformarse. Colocó sus negocios financieros bajo la vigilancia de más gente, acumulando asesores de buen nombre, multiplicando los controles y aceptando algunos acuerdos con el Estado italiano para, cuando menos, matizar esa afirmación de que el IOR es el único banco del mundo que no responde absolutamente ante ningún supervisor. Pero nunca dejó que nadie tocase un pelo a Marcinckus.

Las cosas, sin embargo, no parece que vayan a pararse. Hace menos de un año del momento en que redacto estas notas, un mafioso neoyorkino, Anthony Raimondi, la lio leoparda con unas declaraciones en la Prensa en las que aseguró que Albino Luciani, aquel obispo veneciano que había intentado sin éxito conocer los manejos del IOR y que luego llegó a Papa, no había muerto de muerte natural, sino envenenado en una acción instigada por Marcinckus.

Luciani, sobrino del famosérrimo Charles Lucky Luciano, declaró en octubre del 2019 que había sido reclutado por Marcinckus, que estaría preocupado por la posibilidad de que Luciani tuviese la intención de aflorar escándalos financieros. Raimondi escribió un libro sobre el tema y, desde luego, no es el mejor testigo del mundo. Pero el tema está ahí.

Hay, además, muchas más cosas. ¿Es cierto que Juan Pablo II operó como financiador de los movimientos anticomunistas, sobre todo en su natal Polonia? Desde luego, no es difícil imaginarlo, teniendo en cuenta que, ya en la vida de Calvi, éste hablaba de las transferencias al sindicato Solidaridad. Si hubiera algo de eso, ¿sería lícito?

El cadáver de Juan  Pablo I nunca fue objeto de una autopsia. Una vez más, el Papa murió dentro de un Estado con sus propias reglas, así pues nadie, nunca, ha buscado trazas de veneno en su cuerpo. Y luego están los cienes y cienes de documentos que con seguridad guarda todavía el Vaticano sobre sus operaciones económicas.

Francisquito dice que está con los pobres. Que quiere sotanas manchadas con el polvo de los caminos. Que está con los que sufren. Su discurso es tan formalmente rompedor que mesmeriza a quienes no creen en él, que quieren ver, por fin, a un Papa auténtico. Pues bien: para mí, si tan auténtico fuera, si tan favorable fuese a una Iglesia limpia y misericordiosa, permitiría que ojos independientes, no sus asesores, con perdón, meapilas, pudieran escribir, con pelos y señales, la historia de cómo miles de católicos practicantes, honrados profesionales y comerciantes normalmente lombardos, lo perdieron todo porque un financiero ambicioso y un obispo doloso les estafaron. Claro que, tal vez, por el camino se sabrían cosas que moverían a pensar que, incluso, tal vez hay algún santo de la Iglesia que resulta que no es tan santo. 

Yo no creo en los Papas nuevos. Creo que son todos iguales; que la única diferencia entre, digamos, León XIII y Francisquito es el tiempo en el que han vivido. No puede existir más que un tipo de Papa, porque si existieran dos, tal vez el Papa distinto tendría que excomulgar a algunos, o muchos, de sus antecesores.

Para el católico de conciencia, una posición en la que me es fácil colocarme puesto que yo lo fui, el caso Ambrosiano plantea un hondo dilema moral. Ese dilema queda perfectamente expresado con la que, según muchos testigos, era la frase preferida del obispo Paul Marcinckus: "la Iglesia no funciona a base de avemarías". También lo dijo Silvio Rodríguez cuando escribió, en su canción sobre Playa Girón, la pregunta: "Si alguien roba comida / y después da la vida / ¿qué hacer?" ¿Qué es lo que pasa, pues, cuando alguien, para alcanzar un objetivo virtuoso, desciende a algunas de las plantas del Infierno? ¿Tiene sentido ser comprensivo con la Iglesia católica si sabemos o intuimos, yo creo que ya hay pocas dudas al respecto, que, como poco, atravesó por tiempos de una honda especulación financiera que acabó culminando en la estafa y la desposesión de personas que habían confiado en ella? ¿Encontrará eso su sentido en el hecho de que se hizo (aceptando barco como animal acuático) por un objetivo mayor virtuoso?

Una de las claves de bóveda de toda creencia religiosa es el principio de que los designios de Dios son inescrutables. Aquí reside uno de los grandes triles de toda religión, porque no es Dios quien escribe con renglones torcidos: es el hombre. El hombre es quien llega a la blancura pisando mierda, y le parece lo más lógico. Como lo fundamental es que el engaño no se aprecie, por eso se inventa que hay un ente más arriba que has de renunciar a comprender, responsable de lo que ha pasado. La Iglesia católica, formada por hombres, hizo lo que hizo. Y no quiso, ni quiere, asumir las consecuencias. Lo demás son mandangas al mismo nivel que las del chamán ignorante que le cuenta a su tribu que han perdido toda su cosecha tras un tifón porque el Gran Espíritu Rundilele está enfadado. 

Nunca sabremos a ciencia cierta cómo murió Roberto Calvi. Nunca conoceremos con precisión sus negocios, ni sus socios. Nunca. Son designios inescrutables. Agustín de Hipona nos diría: estás tratando de meter el océano en un cubo.

Otro que tal.

7 comentarios:

  1. Lester Burnham1:51 p.m.

    Como siempre espectacular, Juan. Gracias por estos artículos.

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  2. Anónimo2:02 p.m.

    Muchas gracias por la espléndida serie. La disfruté muchísimo

    Chofer fantasma

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  3. Anónimo2:06 p.m.

    Muy instructiva la serie. Aunque sea consuelo de tontos anima ver que no sólo la Historia de España es un cubo de mierda.
    Sería mucho pedir algo con lo que dar por saco a nuestros amigos de la Europa guay... y no me refiero a las hordas de borrachos ingeses, que se retratan solas, sino a los insoportables rubitos nórdicos o neerlandeses, tan políticamente correctos ellos... Total si con esta no te han puesto la cabeza de tu mascota en la cama no creo que corras ya peligros mayores...

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  4. Muchas, muchas gracias... me hubiera encantado conocer, exactamente, cómo murió Calvi; pero, como bien dices, quien quiera que haya estado involucrado nos ha hurtado ese conocimiento.

    Había escuchado algo sobre un ahorcado por con negocios y cercanías extrañas con el Vaticano; pero, gracias a tu excelente relato, pude enterarme de tantas cosas, y quedar ingratamente sorprendido, sobre todo por cómo quedaron en la nada tantas familias que habían confiado sus ahorros, sus sueños, su porvenir, al amborsiano.

    De nuevo, muchas gracias.

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  5. Qué cantidad de hijos de puta...

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  6. Anónimo11:46 p.m.

    Genial serie, me ha encantado. Muchísimas gracias por tus artículos.

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