viernes, julio 23, 2021

La Guerra de las Rosas (9): Zasca lancastriano

Señores, hoy cierra el chiringo. Volveremos en septiembre. 


Un rey con dos coronas, y su pastelera señora

La puerta que abrió Jack Cade para Ricardo de York
El yorkismo se quita poco a poco la careta
Los Percy y los Neville
Ricardo llega a la cima, pero se da una hostia
St. Albans brawl
El nuevo orden
Si vis pacem, para bellum
Zasca lancastriano
La Larga Marcha de los York/Neville
Northhampton
Auge y caída del duque de York
El momento de Eduardo de las Marcas
El desastre de Towton y los reyes PNV
El sudoku septentrional
El eterno problema del Norte
El fin de la causa lancastriana
La paz efímera
A walk on the wild side
El campo de la cota abandonada
Los viejos enemigos se mandan emoticonos con besitos
El regreso del Emérito, y el del neo-Emérito
Rey versus Rey
The Bloody Meadow y la Larga Marcha Kentish
El rey que vació Inglaterra
Iznogud logró ser califa en lugar del califa
La suerte está echada. O no.
Las últimas boqueadas 



En septiembre, según lo convenido, Warwick navegó desde Calais, dejando a Lord Fauconberg al mando del machito. Ese mismo mes, Salisbury partió con sus propias tropas desde El Jamón del Medio (Middleham). Le acompañaban sus hijos Sir Tomás y Sir Juan Neville y por sus muy parciales Sir Tomás Harrington, Sir Tomás Parr y Sir Juan Conyers.

Los realistas tampoco estaban quietos. El rey estaba en Nottingham; la reina en Chester; y el duque de Somerset patrullaba las Midlands, todos ellos tratando de cortocircuitar la acumulación de tropas yorkistas. En Coleshill que, como ya sabréis, queda entre Birmingham y Coventry, Warwick escapó de una emboscada por un cortacabeza, perseguido por Somerset; y finalmente consiguió llegar a Ludlow sin demasiados problemas. Salisbury, su padre, sin embargo, no fue tan fortunato. Los realistas obtuvieron información clara de su avance, y se apostaron para interceptarlo. El conde regateó bien a las fuerzas del rey; sin embargo, la reina con sus tropas, emplazada en Eccleshall, estaba en buena posición de impedirle al Neville su avance hacia Ludlow a través de Newcastle-under-Lyme.

Para poder llevar a cabo sus planes de bloqueo, sin embargo, Marga necesitaba la ayuda de dos hermanos, Lord Tomás Stanley and su hermano Sir Guillermo, sobre cuyas fidelidades no cabía estar seguro ni segura ni segure. Aunque Tomás le había garantizado por carta a la reina su lealtad, lo cierto es que, siendo como era esperado en Eccleshall, eligió situarse a una prudente distancia; como suelen hacer los que prefieren saber cuál es el aspecto de la batalla antes de tomar partido. Guillermo, sin embargo, fue menos cauto, y se presentó en la tienda de Salisbury para presentarle su lealtad. En consecuencia, la operación de bloqueo del paso de Salisbury quedó en manos de una tropa de soldados de Chesire al mando de Lord Audley y Lord Dudley.

Ocurrió el 23 de septiembre de 1459, en Blore Heath. Sabemos que Audley resultó muerto, Dudley fue hecho prisionero y, en general, los Lancaster cortesanos sufrieron una clara derrota. Sin embargo, cuando menos en mi opinión, no hay que precipitarse a la hora de calificar aquello como un fracaso lancastriano. Es posible, cuando menos para mí, que los dos valientes lores supiesen muy bien en qué condiciones estaban plantando batalla; que, por lo tanto, sabían que no la podían ganar, pero su intención fuese otra: debilitar al enemigo y dejarlo en una posición desabrida pues, no se olvide, las tropas de la reina, e incluso las del rey Enrique, no estaban lejos. Algo de eso debió de percibir Lord Stanley (los logreros siempre tienen un buen sexto sentido para oler las tendencias auténticas de los sucesos) pues, a pesar de la victoria de Salisbury, tras pensárselo unos días decidió volver grupas con sus tropas y regresarse a sus posesiones, en espera de novedades. Salisbury, por lo tanto, tuvo que afrontar las últimas etapas hasta Ludlow con sus fuerzas mermadas, y sin el apoyo del volátil Estanli. De hecho, dos de sus hijos y Sir Tomás Harrington fueron capturados en una emboscada y llevados al castillo de Chester, junto a los campos de Chester todos ellos petados de fumadores, donde estarían presos durante los siguientes nueve meses.

En Ludlow, los yorkistas tiraron de un gesto que siempre, desde la Edad Media hasta los Bardem, ha funcionado muy bien: redactar un manifiesto. En realidad, era una carta en la que justificaban sus actos, más que plantear una actitud ofensiva. La respuesta de los Lancaster cortesanos fue ofrecerle el perdón a todo aquél que depusiese las armas, excepción hecha de quienes estuviesen implicados en la muerte de Audley. Era una oferta probablemente falsa; pero, en todo caso, dio igual, porque la otra parte tampoco la creyó.

El 12 de octubre, con los Lancaster acercándose a Ludlow por el sur, los yorkistas plantearon una posición fuerte en Ludford Bridge. El ejército lancastriano, en todo caso, estaba alimentado por la mayor parte de la gran nobleza inglesa. Los yorkistas, en cambio, sólo contaban con seis miembros del gotha inglés: Ricardo y sus hijos, Eduardo, conde de March, y Edmundo, conde de Rutland; los condes de Salisbury y Warwick; y, finalmente, Lord Clinton, con mucho el grande de Inglaterra más pobre y arrastrado de todos, que supongo que estaba allí porque con los Lancaster no tocaba pito, y tenía la intención de medrar si ganaban los York.

Los yorkistas habían fracasado a la hora de allegar tropas suficientes. De hecho, se ha calculado que las tropas lancastrianas los superaban en una proporción de tres a uno. La posición que tenían era extremadamente débil y, además, el bando contrario lo tenía a huevo para alimentar la defección de alguno de los aliados.

Las mejores tropas del bando yorkista eran, sin duda, los regimientos venidos de Calais. Eran soldados veteranos, acostumbrados a la lucha en condiciones no siempre positivas ni aventajadas. El problema, sin embargo, es que Andrew Trollope, que era quien garantizaba la eficiencia de esas tropas mucho más que su capitán, era, por así decirlo, un probo y leal funcionario de la corona. Es posible que llegase a Inglaterra engañado, pensando que no sería el propio rey quien estaría frente a él en el campo de batalla; y, en cuando lo supo, comenzó a vivaquear y a amagar con dar la espantada. Los yorkistas, en esas circunstancias, tuvieron que distribuir en su campamento la noticia de que el rey había muerto; incluso dijeron misas por su alma. Pero no les sirvió de nada. Trollope acabó sabiendo con certeza que su commander in chief estaba vivo y en el campamento opositor, y se pasó con armas y bagajes a su bando.

Aunque la artillería yorkista siguió escupiendo proyectiles durante algunas horas tras la marcha de los calaisienses, los comandantes de la tropa sabían que habían perdido aun antes de haber planteado batalla propiamente dicha. En ese momento, tuvieron un enorme gesto de valentía de ésos de los que los poderosos son pródigos en la Historia; en la noche, pretextando que regresaban a Ludlow para parlamentar, los nobles jefes huyeron, dejando a su tropa, literalmente, en bragas. Ricardo ni siquiera se paró a recoger a su mujer y a sus hijos más jóvenes; acompañado de su segundo hijo Edmundo, movió el culo hacia Irlanda cagando melodías. Eduardo de la Marca, su hijo mayor, hizo pandi con los Neville y huyó hacia el sur. Un escolta de Devonshire, Juan Dinham, los llevó a su propia casa en Newton Abbot, los alojó allí de tapadillo, y los ayudó a navegar hacia Calais, en un barco que se compró también con dinero de Dinham. Fue un gran riesgo y una ruina para el modesto soldado Dinham; sin embargo, fue una lucrativa inversión a largo plazo, pues Juan, cuando Eduardo se convirtiese en Eduardo IV, sería elevado a la alta nobleza inglesa.

El 2 de noviembre, la partida llegó a Calais. Habían salvado el gañote, pero su causa estaba básicamente perdida.

Inglaterra estaba ahora al mando real de Margarita de Anjou. El partido de la Corte, o partido de Lancaster como lo solemos conocer (y es mejor hacerlo así pues, la verdad, pronto perderán la Corte, para volver a ganarla y perderla de nuevo), se las prometía muy felices: por fin había conseguido establecer y consolidar las cosas. Ello, sin embargo, no era cierto. Por paradójico que pueda parecer, la derrota de los York, aunque en su momento pareció como algo definitivo, no fue sino la antesala de uno de los momentos más inestables de la política inglesa de todos los tiempos; y también más sanguinarios.

En noviembre de 1459, sin embargo, las cosas parecían muy otras. Un parlamento petado de la lancastrianos se reunió en Conventry para aprobar una ley que castigaba a todos o casi todos los conspiradores yorkistas. Seis peers, esto es lo que podríamos decir grandes de Inglaterra, y otros 21 de sus compañeros de fatigas fueron condenados por traición, vieron sus heredades embargadas y sus herederos desposeídos de todo derecho. Esta política se centró, sobre todo, en los huidos. De una forma inteligente, Margarita le recetó destinos más moderados a aquéllos de los compañeros de viaje de Ricardo y los Neville (que, bien pensado, suenan como el nombre de un conjunto musical de la movida madrileña) que se quedaron en Inglaterra a arrostrar con las consecuencias de su actos; muchos salieron del paso con una multa.

Las cosas, sin embargo, pronto se rebelaron mucho más complejas de lo que muchos imaginaban. El primer y fundamental objetivo de los Lancaster, obviamente, era descabezar a la hidra: eliminar el poder de Ricardo de York. Pero eso no era tan fácil.

Ricardo, reclamando cínicamente su condición de teniente del rey en Irlanda, pronto se convirtió en un virrey de facto de la otra isla. Al parecer, a los irlandeses esta aparición les encantó, pues veían en Ricardo a un inglés más irlandés que ninguno de los que habitualmente los gobernaba. El 4 de diciembre de 1459, la Corte nombró otro teniente del rey en Irlanda en la persona del conde de Wiltshire; pero, la verdad, nunca hicieron serios esfuerzos por imponerlo, que es una forma muy elegante de decir que lo dejaron más solo que la una.

Como ya sabemos, el otro punto caliente de infectación yorkista en ese momento era Calais. El nuevo duque de Somerset había sido formalmente nombrado capitán de la plaza incluso antes de Ludford Bridge. Ahora, formó una flota para llegarse a la plaza y hacerla suya; pero cuando llegó a las cercanías de la rada, fue recibido con una salva de artillería. Fue en ese momento, recibiendo los pepinos desde el castillo de Rysbank que defendía el puerto, cuando Somerset se dio cuenta de que, sobre todo teniendo en cuenta la clara superioridad de fuerzas de los Lancaster, debería haber sido más inteligente y haber avanzado contra Calais cuando Warwick estaba en Ludlow. Sin embargo, su posición no era tan desesperada. Para su expedición se habían allegado tropas de Lord Roos y de Lord Audley, el hijo del noble que había sido masacrado en Blore Heath y que lógicamente clamaba venganza; pero, por encima de todas las cosas, Somerset tenía consigo al fiel Andrew Trollope y su gente. Usando el conocimiento de la zona que lógicamente tenía el comandante, la flota se desvió hacia el oeste, desembarcó en el acantilado de Scales y avanzó hacia la fortaleza de Guînes. Allí le dejaron pasar, más que nada porque los soldados que guardaban el fuerte llevaban meses sin cobrar, y Somerset se ofreció amablemente a levantarles el ERTE, extenderles las nóminas y las cotizaciones a la Seguridad Social.

Guînes se convirtió en la base utilizada por los lancastrianos para hostigar Calais prácticamente cada día. Pero, la verdad, ataque que lanzaban, ataque que era repelido. Para colmo, aunque Londres había decretado el bloqueo naval del comercio de la plaza, por el puerto de Calais seguían entrando barcos mercantes, incluso ingleses, trayendo y llevando mercancías. Además, Warwick había labrado un acuerdo con el duque de Borgoña que le permitía a sus soldados cruzar libremente territorio borgoñón; de esta manera, los ingleses eran capaces de organizar expediciones de razzia contra territorios e intereses franceses, con lo que la plaza estaba adecuadamente surtida.

En las costas de Kent, la corona inglesa comenzó a acopiar una flota de barcos potente, con la que pretendía labrar la derrota definitiva de Warwick. El capitán de Calais, sin embargo, era extremadamente popular en la zona de Kent. La razón es que los kentish de la época (digamos de la época para no tener que meternos en disquisiciones incómodas) eran muy aficionados a la piratería; digamos, para resumir, que en su nivel average venían a ser tirando a hijos de puta. A esos tipos, las correrías de piratería de Warwick les hacían gracia, las admiraban. Así pues, al capitán de Calais no le faltaban informaciones sobre la marcha de los trabajos para la formación de la flota; marcha que, de todas formas, fue bastante lenta. No fue hasta mediados de enero de 1464 que Lord Rivers (hemos de suponer que Lord Oceans estaría de baja), el almirante de los barcos, puso salir a alta mar con ellos.

Los York, sin embargo, habían decidido que la mejor defensa era un buen ataque. El 15 de enero, de forma sorpresiva, nuestro amigo el generoso Juan Dinham desembarcaba en Sandwich con ochocientos soldados.

1 comentario:

  1. ¿Y nos va a dejar con la miel en los hocicos?

    ¿Por qué no pone al negro ese que le escribe los discursos a que programe una entrada semanal?

    Al menos.....

    P.S.: Disfrute del merecido descanso estival. Y lea mucho.

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