miércoles, febrero 26, 2020

Partos (22: Roma se baja los pantalones)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
Una vez más, Armenia
Lucio Cesenio Peto, el minusválido conceptual

El rey parto Volagases debió de pensar que si los romanos hacían el subnormal, mejor para él; y siguió avanzando. En la ribera del Tarsus se encontró con la elite de las tropas de Peto y se las llevó por delante comme il faut. Después le puso asedio al castillo de Arsamosata y el campamento anejo, donde no sólo estaba la mayoría de las tropas del romano, sino también su mujer e hijo. A ellos no les había dado permiso.

Los partos, siempre conscientes de que los asedios no se les daban demasiado bien, hicieron todo lo que pudieron para excitar los ánimos de los romanos para una batalla en campo abierto. Los legionarios y sus mandos, sin embargo, no querían eso; la verdad es que no querían nada. No confiaban absolutamente nada en su jefe, y por eso estaban más en pactar con los partos que en hostiarse con ellos.

Conforme el apretón parto se hizo más estrecho, Peto envió finalmente mensajeros a Corbulo contándole, más o menos, la verdad. Éstos llegaron con los emails a Corbulo cuando éste se encontraba en plena marcha en Commagene, camino de Capadocia.

Estas noticias eran buenas para Peto, pues la situación de Corbulo venía a significar que estaba lo suficientemente cerca como para llegar antes de que los pertrechos con que contaban los romanos en Arsamosata se hubiesen agotado. Por utilizar un símil guerracivilista, pues, ahora el coronel Moscardó sabía que, cuando Franco llegase a Toledo, a ellos todavía les quedaría chope de sobra para los bocatas.

Peto, sin embargo, no era Moscardó. A decir verdad, estoy seguro que había centuriones sifilíticos en sus legiones que valían más que él como militar. El general amigo de Nerón estaba cagado y, por lo tanto, antes que aguantar hasta el final, resolvió negociar con sus agresores y, finalmente, en el marco de aquellas conversaciones aceptó capitular. Firmó al pie de un papel en el que comprometía la total salida de los romanos de Armenia, sin conservar sus pertrechos y armas. Volagases enviaría una nueva misión a Roma, durante la cual se verificaría una nueva tregua sobre Armenia. Los romanos incluso se comprometían a levantar un puente sobre el Arsanias, un río afluente del Éufrates, en un signo de humillación que resulta increíble creer que un general romano aceptase. Pues los romanos, hasta que llegó su decadencia, algún que otro siglo después, podían ser laminados como en Teotoburgo o Carrhae; pero no humillados en la mesa de negociación. Las potencias mundiales pueden ser humilladas, pero nunca firman humillaciones.

En cuanto le fue garantizada la libertad de movimientos, Peto se marchó del teatro armenio hacia el Éufrates, dejando atrás a los romanos heridos o impedidos a su suerte. Cuando alcanzó a Corbulo, el otro general romano estaba a penas de tres días de marcha de Arsamosata.

El encuentro entre Peto y Corbulo no debió de ser nada agradable. El segundo se quejó de estar haciendo una marcha para nada, pues su compañero había decidido capitular; y, por supuesto, puso a Peto de gilipollas para arriba por haber hecho precisamente eso, es decir, capitular. Peto, como podréis imaginar, estaba que no cagaba de que se olvidase su pacto de Arsamosata y, por lo tanto, le propuso a Corbulo algo, la verdad, muy romano: cagarse y mearse sobre los papeles que acababa de firmar, juntar las fuerzas de ambos generales y, con esa armada, entrar en Armenia a sangre y fuego. Corbulo le contestó que él no tenía esas órdenes del emperador (las suyas eran avanzar por el Éufrates). Que él había modificado su trazado para auxiliar a las legiones de Peto; y que, consecuentemente, ahora que las legiones no necesitaban ser auxiliadas, se volvería a Siria. Allá tú, le debió decir, con lo que le dices a Nerón para justificar este desastre.

Así las cosas, Peto partió con sus legiones para hibernar en la Capadocia mientras Corbulo, como había anunciado, regresaba a sus cuarteles de invierno en Siria.

Cuando estaba en su provincia, Corbulo recibió mensajes de Volagases en los que el rey parto lo conminaba a que sus tropas abandonasen Mesopotamia. Como ya he dicho Corbulo, pese a ser mucho mejor militar que Peto (pero, bueno, hasta el portavoz del Centro de Pacifismo de Unidas Podemos sería mejor militar que Peto, la verdad) también tenía esa tendencia a ser contemporizador, a no abrir hostilidades si las podía evitar. Por lo tanto le contestó al rey de reyes que vale, que él repatriaría a todos los romanos que habían quedado controlando presidios en Mesopotamia, siempre y cuando los partos también abandonasen Armenia. Volgases aceptó, y yo diría que aceptó encantado: con Tirídates reinstaurado como rey de Armenia, tal y como él le había prometido a sus megistanes, la verdad es que transigía en nada, o en casi nada.

De nuevo, el envío por Volagases de la embajada a Roma, la conferencia de paz que iba a buscar una solución diplomática para el tema armenio, le regaló a la zona unos meses de paz y respiro. Los partos llegaron a Roma al inicio de la primavera del año 63, y Nerón los recibió. Los términos de paz propuestos por los asiáticos incluían el reconocimiento de un rey parto para Armenia, Tirídates por supuesto, pero que esta proclamación debería producirse o bien en la misma Roma, o bien en el cuartel general de las legiones romanas en Oriente Medio. Es decir, el poder imperial avalaría el nombramiento.

A Nerón le costaba entender, y por supuesto aprobar, estas condiciones. Un factor fundamental en esta situación lo jugaba el hecho de que él era un gran amigo de Peto y, por lo tanto, estaba en condiciones de creerle en todo lo que decía. Peto, por supuesto, había descrito en sus cartas el desastre de Arsamosata como si hubiera sido una victoria romana (esto es bastante común en la Historia de un imperio que si algo hacía de cojones era mentirse a sí mismo). En consecuencia, el emperador no entendía cómo aquellos sucios asiáticos que, según le había sido referido su lugarteniente, habían tenido que firmar un acuerdo con los romanos con el rabo entre las piernas, de repente parecían tan empalmados.

El velo se le cayó a Nerón de los ojos cuando llegaron las cartas de Corbulo, bastante más sinceras; y, sobre todo, a través del testimonio de un oficial romano que había llegado a la capital integrando la delegación parta. Evidentemente, conocer la verdad colocó a Nerón más lejos todavía del acuerdo. Entendiendo cosas que Peto ni había olido, Nerón inmediatamente argumentó que Roma no podía firmar un acuerdo de paz basado, en últimos términos, en una humillación; nada podía acordarse sin que, cuando menos, el prestigio de Roma hubiera sido recuperado.

Con los morros hinchados a causa del hostión que se había dado tras caerse del guindo, Nerón hizo llamar a Peto a Roma y le dió a Corbulo el mando completo de las tropas asiáticas, sin injerencias. En otras palabras, tuvo que pasar por el aro que siempre había querido evitar pues, yo creo que es fácil sospecharlo, Nerón no se fiaba de su prefecto sirio. Corbulo, en todo caso, recibió una legión más, además de dinero y otras cosas para poder comprar las voluntades de los príncipes, reyes y sátrapas de la zona. El general, en efecto, juntó un ejército bastante potente, de unos 80.000 hombres según los cálculos, lo reunió en Melitene, y se preparó para invadir Armenia.

Corbulo entró en el país a sangre y fuego, buscando con especial inquina a los nobles armenios que, en su día, habían dejado tirado a Tigranes, a los cuales, cuando los encontró, castigó con suma crueldad. Avanzó y avanzó Corbulo hasta llegar precisamente a las inmediaciones de Arsamosata, el fuerte de triste recuerdo para los romanos. Fue allí donde recibió los primeros mensajes de la armada combinada de partos y armenios que le ofrecía la posibilidad de llegar a algún tipo de acuerdo.

En ese punto, en Corbulo renació ese sentimiento que ya hemos visto operar sobre él varias veces: el sentimiento del militar que prefiere una paz a tiempo a una guerra de resultados impredecibles. Parece ser que a Corbulo las órdenes de Roma en el sentido de tomar Armenia no le habían gustado ni un pelo. Así pues, cuando vio el cielo abierto para un pacto, tampoco se lo pensó mucho.

Así pues, ambas partes contendientes se reunieron en el mismo lugar donde había estado Peto haciendo sus petadas, dos delegaciones acompañadas apenas por veinte jinetes de escolta, y firmaron un acuerdo. Los interlocutores fueron Tirídates y Corbulo. ¿Qué firmaron? Pues, para que se vea que, a veces, eso de la grandeza de Roma es un concepto un poco de cartón-piedra, firmaron, básicamente, el mismo documento que le habían puesto debajo del cálamo a Nerón. La única diferencia era que, ahora, ese pacto se firmaba teniendo Roma una (teórica) posición de fuerza. El honor había sido salvado.

Pero, por supuesto, el único imperio de la Historia al que le ha importado más la impostura que la verdad ha sido el español. Claro, claro...

A pelo puta, se montó y celebró la ceremonia en la cual Tirídates recibió la diadema de rey de Armenia y se postró a los pies de una estatua de Nerón, si bien se acordó que la ceremonia se repetiría en la misma Roma, y con el mismo Nerón; además, Tirídates aportaba a una hija suya como rehén y garantía de que cumpliría los términos del acuerdo.

El viaje de Tirídates a Roma se hizo dos años después. Fue a Roma con su mujer (a ver si la churri se iba a perder la única ocasión de ver la capital en su vida) y, allí donde se lo vio, fue recibido con alharacas, evidentemente no se puede saber si reales o fingidas. La primera vez que se vieron Tirídates y Nerón fue en Nápoles. Hubo un problema, porque los jefes de protocolo del emperador informaron al parto-armenio de que a la presencia del emperador había que entrar desarmado, pero Tiri se negó a dejar su espada. Finalmente hubo de llegarse al acuerdo de que la conservase, pero fuertemente atada para que no pudiera usarla. La investidura propiamente dicha se celebró tiempo después, ya en Roma.

Aquello fue como una noche electoral de hoy en día: todo el mundo se sintió ganador. Los romanos, por una parte, se sintieron todos ellos contentos y galvanizados por la cantidad de veces que Tirídates dobló la cerviz delante de su todopoderoso emperador. En lo que se refiere a los partos, ellos sabían muy bien lo que habían firmado; habían cambiado su cromo del tercer portero del Málaga por el de Messi. Lo cierto e innegable es que Roma llevaba décadas luchando para hacer de Armenia, o bien un reino tributario de Roma, o bien, directamente, una provincia romana; y ahora acababa de aportar su nihil obstat en torno a un estatus que pasaba por que un arsácida, hermano del rey de Partia, fuese el rey de los armenios. Se pongan los prorromanos decúbito supino o decúbito prono, fue una cesión de la píxide. Una cesión, por lo demás, adverada todavía en los mejores tiempos del imperio; nada que eso de que, claro, es que Roma ya estaba debilitada y esas majaderías. La Roma dueña del mundo permitió que Partia reinase sobre Asia a cambio de que, formalmente, doblase la rodilla ante ellos.

En este estado de cosas es cuando debió de producirse la muerte de Volagases. No está muy claro cuándo la diñó este monarca, que puede bien ser considerado como uno de los más hábiles de la Historia de Partia. Se sabe que lo sucedió un hijo, Pacoro, si bien no se sabe si lo hizo solo o en compañía de otros (que podrían ser el propio Volagases I y Volagases II, o Artabano IV). La verdad es que este tema es un puto lío. El caso es que el postrer Volagases, al parecer, tuvo que enfrentarse a otra nueva rebelión en Hircania, y es posible que en la misma los rebeldes llegasen a obedecer a otro rey distinto del rey de reyes, que podría ser este Artabano al que me he referido.

En todo caso, todo hace indicar que el acuerdo alcanzado entre romanos y partos buscaba estabilizar la situación de Armenia y, en buena medida, lo consiguió. La Historia, sin embargo, es muy caprichosa y nada renuente al cambio. Pronto llegarían más novedades.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario